Se Buscan Autores

Para todos aquellos que les guste escribir todo tipo de historias con todo tipo de contenidos, éste es su lugar: Dark Business.

Así que, si te interesa publicar en el blog tus historias, escríbeme a: KeiraLogan@gmail.com y estaré encantada de incluíros como autores.

En el mail debéis incluir la dirección de correo con la que queréis entrar y a la que os llegarán los comentarios que os dejen en las entradas publicadas. Todos aquellos que sean aceptados deberán cumplir unas normas básicas que os escribiré en un mail como respuesta al vuestro.

Bienvenidos a Dark Business

Bienvenidos a Dark Business, un blog donde podréis encontrar fanfics variados de autores diferentes.

Espero que os gusten, de verdad...

Es IMPORTANTE leer las presentaciones de los autores para saber, más o menos, su método de trabajo.

Para dudas y sugerencias que no entren en el tag (asi como peticiones para unirse al blog) mandad un email aquí: KeiraLogan@gmail.com

¡Y usad el tag por favor!

¡Gracias por leer!


Pausa general

Llevo bastante tiempo pensando, negando lo evidente, pero creo que es una gran estupidez seguir negándolo. Abrí este blog con el fin de pasar el rato, de postear mis fanfics, y después para darle una oportunidad de publicar a otros autores. Pero llevo ya mucho tiempo dejando todo esto de lado, y la mayor parte de los demás autores (por no decir todos) pasan absolutamente de este blog. Así que no me queda más remedio que hacer lo siguiente:

Este blog queda parado. No se volverá a publicar absolutamente nada (al menos mío) en una temporada.

Disculpad las molestias.

Kyara.

P.D: quizás acabe dejando este blog solo para mis publicaciones y para nadie más.

lunes, 21 de mayo de 2012

Dulce Navidad, Antonio - Capítulo 04


Capítulo 4. 31 de diciembre.
31 de diciembre. Lovino no había salido de casa de Antonio desde hacía 3 días. Había subido a su dormitorio –por supuesto que tenía allí un dormitorio, no iba a quedarse en una simple habitación de invitados-, se había tirado sobre la cama, y nada más. Eso había sido todo.
Cuando tenía hambre, bajaba a la cocina y cogía cualquier cosa de la nevera. Un tomate, alguna pizza… cualquier cosa que veía. Sin embargo y, sin saber muy bien por qué, no había tocado las bandejas navideñas que había preparado Antonio.
Encogido sobre sí mismo en la cama, Lovino tenía mucho tiempo libre para pensar. Su maleta seguía abajo, en el mismo lugar donde la había dejado tres días antes. El móvil le había sonado bastantes veces, pero él simplemente lo había apagado. No quería hablar con nadie, no quería que nadie le molestara.
Lovino no tenía ni la más mínima idea de por qué estaba así.
Cerró los ojos con fuerza, lo único que había cambiado era la presencia de Antonio. Él ya no estaba. En el fondo lo sabía, pero se negaba a creer que fuera por eso, ¿de verdad aquel bastardo le afectaba tanto? Era, simplemente, raro. Muy raro.
Lovino suspiró, intentando encontrar en su mente algún recuerdo que le hubiera hecho sentir mal por culpa de Antonio. Encontró unos cuantos.
Un día, hacía algunos años, España le había propuesto ir al cine. Una simple invitación a ver una película de la que Antonio tenía dos entradas. Casualmente, era una que Lovino quería ver desde hacía tiempo. Y encima le invitaban, ¿por qué no iba a ir?
-¿A qué hora empieza?
-A las cinco –sonrió España.
-¿Las cinco? Bien, terminaré de arreglar unos papeles de mi nación justo un poco antes, y esta noche me voy a una fiesta ibicenca a la que me han invitado, que será sobre las nueve, así que… supongo que las cinco es una buena hora. Qué casualidad, que los planes me hayan cuadrado tan bien hoy.
-Sí… qué casualidad –comentó Antonio ampliando su sonrisa, pero con una expresión extraña que Lovino no supo descifrar.
-Lo que sea. De todas formas, tengo que ir a comprar algunas cosas antes de ir al cine.
-¿Eh? ¿Necesitas algo, Lovi?
-Nada en especial… ¡deja de llamarme así! Tú déjame en el centro y vete luego a dar una vuelta… a las cinco estaré allí –gruñó antes de desaparecer en su habitación.
Horas más tarde, Antonio había parado el coche y le había dejado en un centro comercial. Lovino le recordó, antes de bajar, que ya acudiría él al cine, y corrió hacia la entrada, donde una amiga suya le estaba esperando con una sonrisa. Él le había sonreído de vuelta con timidez antes de entrar; lo mínimo era ser amable con la muchacha, ya que había aceptado acompañarle para comprar algunos alimentos típicos del país. Antonio siempre le hacía regalos por su cumpleaños, por lo que, que de vez en cuando, Lovino se preocupara por devolvérselos, no era tan raro. Le haría alguna comida imposible de olvidar. Aquel bastardo vería sus dotes culinarias.
Cuando se dio cuenta de que si no se iba, llegaría tarde a la película, corrió a por un taxi. Sin embargo, no esperaba que el típico atasco de los sábados le asaltara precisamente a él. No le hizo falta subirse al coche para darse cuenta de que no iba a avanzar.
Todo se disipó a las ocho de la noche. Romano temblaba, tragaba saliva sin parar. Estaba más que nervioso, aquella situación le estaba jugando una mala pasada. Subió a un taxi y, solo por si acaso, le hizo parar en el cine. Como había imaginado, Antonio ya no estaba.
Cuando llegó a casa de España, encontró una nota en lugar de a Antonio. Le decía que sentía que no hubieran podido ver la película a tiempo, pero que no pasaba nada. Que como Romano aquella noche no estaría, se había ido con Francis a beber un rato.
Lovino arrugó la notita en sus manos hasta hacerla una bola y la tiró con rabia a la basura, donde había dos entradas de cine, rotas por la mitad.
Antonio se quedó sin cena de cumpleaños. Lovino se quedó sin fiesta aquella noche.

Romano se había odiado por ello aquel 12 de febrero, en el que España no había quitado aquella triste sonrisa –que solo él podía reconocer- en todo el día. Por supuesto, él no le había explicado lo de la comida, ¿con qué cara lo hacía? En cuanto al cine, tampoco le había dicho nada, igual que lo de la fiesta a la que había decidido no ir.
Era un estúpido. Un completo estúpido.
Se tapó hasta la nariz con su sábana y permaneció así hasta que oyó el reloj del salón. Sonaron doce campanadas.
Feliz año nuevo, Lovino…

***

Sabía que Veneciano y el macho patatas no tardarían en saber que Antonio se había ido. Por eso, cuando el timbre de casa sonó repetidas veces, Lovino no se alarmó. Bajó con parsimonia y entreabrió la puerta para ver a su preocupado hermano mirándole fijamente desde el porche.
Fratello! –exclamó tirándose a sus brazos.
-Joder, no hagas eso, que pesas…
-Francis nos llamó el otro día –aclaró Ludwig-, dijo que España se había ido de viaje.
-No hagas esto más, fratello, te llamé muchas veces, no sabes lo preocupado que estuve.
-Cállate. No es como si hubiera desaparecido, ¿o sí? Además, ¿qué queréis?
Lovino estaba de mal humor. Ludwig se había dado cuenta enseguida. Tal vez era por mencionar a Francia, tal vez porque Antonio se había ido. Frunció el ceño, irritado.
-¿Por qué no vienes a pasar el Año Nuevo con nosotros, vee~?
-Ni de coña.
Lovino no tuvo que pensarlo ni un segundo antes de declinar la oferta. Por el rabillo del ojo, vio a Alemania relajarse y suspirar disimuladamente.
-Tranquilo, macho patatas, no pienso arruinar vuestra cita –comentó ácidamente, logrando que Ludwig se sonrojara e intentara disculparse.
-Es Año Nuevo, Lovino, ¡ven con nosotros! –insistió su hermano.
-He dicho que no. Estoy más tranquilo solo.
Ludwig cogió a Italia del Norte de la mano para alejarlo de él. Si el italiano decía que no, era que no. Feliciano hizo un mohín; Romano se dio cuenta de que estaba  a punto de ponerse a llorar, y él no quería que eso ocurriera. Chasqueando la lengua, se acercó a él y le dio un beso en la frente, mientras acariciaba sus cabellos con cariño.
-De verdad, estoy mejor en casa –le dijo en un tono más agradable-, disfrutad de la cita.
-Fratello… Feliz Año Nuevo –le sonrió, y Lovino le devolvió la sonrisa a su manera. Después de todo, era su hermano, el único que, a parte de Antonio, le había querido por muy mal que se portara con él.
-Sube al coche, Italia –le pidió Ludwig-, ahora voy yo.
El italiano asintió, más tranquilo, y se alejó de ellos para subir en el asiento del copiloto. Lovino enarcó una ceja, le pareció extraño.
-¿Estarás bien tú solo?
-No soy un mocoso, joder. Ya te dije el otro día que…
-Sé lo que me dijiste –frunció el ceño, con desagrado-. Y, aunque no fueras muy agradable, eres el hermano de Veneciano y no puedo evitar el estar, aunque solo sea un poco, preocupado.
-No necesito que te preocupes, agh –murmuró estremeciéndose.
-Qué gracioso. Escucha, Lovino, no te hace ningún bien quedarte en su casa. Sabes que no.
Ludwig vio como el italiano abría mucho los ojos al principio, luego la boca, que la volvió a cerrar en seguida, apretó los dientes y lo miró con ira. Genial, lo que más necesitaba el día de Año Nuevo, un Lovino furibundo.
-¡¿Quién coño te has… creído que eres?!
-Tranquilízate. Recuerda que Feliciano está justo ahí. ¿De verdad quieres que se preocupe todavía más por tu culpa? Detén esto, ya no eres un crío.
Y entonces Lovino miró hacia el coche, volvió su vista a él y, respirando agitado, entró a la casa, sin despedirse siquiera.
El italiano corrió hacia su maleta y le dio una patada tirándola al suelo. Golpeó la pared, volcó las mesas, las sillas, y gritó de pura rabia mientras tiraba al suelo todo lo que había a su alcance. Dejó el salón hecho un desastre, pero no le importó; fue a la nevera y, después de echarle otro vistazo a las bandejas de comida navideña, cogió la botella de vino de Rioja y subió a encerrarse en su dormitorio.

1 comentario:

Ana dijo...

Hola... sigo viva ;__;