Capítulo 6
Tras una dura noche de continuas
pesadillas en las que me persiguen y acribillan a balazos, despellejan vivo y
me practican todas las torturas habidas y por haber, una frase sonó en mi nuca
con un frío de ultratumba, dejándome en el cuerpo un enorme escalofrío:
"Cuando el mundo este sumido en la oscuridad y el miedo se palpe en el
ambiente, cuando los ríos de sangre bañen los cuerpos de toda la humanidad,
habré vuelto y traeré conmigo el apocalipsis".
Aquella voz de ultratumba me sacó de
golpe de esas tortuosas e insufribles pesadillas. La sensación que se me quedó
en el cuerpo al despertar no fue mucho mejor que la que estaba teniendo
mientras me torturaban. El eco de esa voz tan grave y ronca resonaba en mi
cabeza y hacía que se me acelerase el corazón. Me ponía los pelos de punta.
Definitivamente, no podía quedarme más tiempo en el hospital. Cada vez mis
sueños eran más raros. Bueno, deseaba que fuese solo un sueño y no otro viaje
astral. Cada día que pasaba en el hospital, sentía como parte de mí se iba
consumiendo por dentro, como si mermaran mis fuerzas cada vez que habría los
ojos. Sentía ira e impotencia al mismo tiempo, por no saber cómo enfrentarme a
esa nueva realidad, por no saber cómo interpretar las cosas que me pasaban. Si
el sufrimiento del hombre es el alimento de un caído, ese mal nacido tiene que
estar saciado conmigo.
Caminaba por un pasillo largo y
estrecho, con paredes adornadas con sangre y restos humanos. No había más
iluminación que la de una vela que llevaba en la mano. Al frente, una puerta de
metal con un extraño símbolo pintado en la parte alta, se entreabría delante de
mí. Impulsado por un arrebato de curiosidad, me adentré en la habitación que se
situaba al otro lado de aquella puerta. Al entrar, un denso río de niebla me
cubría los pies, impidiéndome ver donde pisaba. Al fondo de la habitación, un
gran ventanal abierto que dejaba pasar la luz de la luna, tornada en rojo. Miraba a mí alrededor y solo veía muebles
rotos, cuadros arañados y un ambiente cargado de desesperación, odio y rencor.
Justo delante del ventanal, había un sillón de estilo barroco, impoluto. Era lo
único que parecía estar nuevo en aquel habitáculo. Tras de mí, se oyó el cerrar
de la enorme puerta de metal, dándome un susto de muerte.
-Cada vez estás más cerca de él. Estás
buscando alguna respuesta sobre quien es, y por qué te eligió a ti, ¿verdad?
–una dulce voz hizo que se me pusiera la piel de gallina, casi obligándome a
darme la vuelta-. Bienvenido a sus aposentos, Jack.
Tras
girarme, me pude percatar de que ya no estaba solo. Había alguien sentado en el
sillón, con una copa de coñac llena en una mano y un puro en la otra.
-¿Elízabeth? –pregunté con rapidez.
-No, chato. Tienes que aprender que
cuando estás aquí, no soy Elízabeth. Soy Karily. La dulce y sensual Karily.
-Está bien, Karily –tartamudeé-. ¿Dónde
se supone que estoy ahora? –pregunté observando que, tras mi pregunta, la joven
pelirroja se levantó del sillón y se acercó a mí.
-Estamos en lo que solemos llamar el
limbo –dejó el puro sobre un cenicero que estaba en una mesa que acababa de
aparecer ante mis ojos-. No es un sitio muy divertido, para mi gusto. Pero si
es algo... ¿Cómo decirlo? ¿Apartado? ¿Privado? No, es mucho mejor. Es un
sitio... –suspiró algo jadeante- íntimo.
-¿Íntimo? ¿Para qué quieres un sitio
íntimo? -tragué saliva.
-Bueno, digamos que aquí, Shílveorth y
yo pasamos muy buenos ratos, haciendo de todo –se paró justo delante de mí y
sonrió, bebiendo de la copa-. Y hace mucho tiempo que no hago nada igual con
nadie. Estoy desesperada por poder liberar la bestia que tengo encerrada en mi
interior, dejar salir a esa bestia sexual que está deseando desfogarse en una
noche de sexo pasional y desenfrenado.
-Joder –una gota de sudor me recorrió
la frente-. Karily...
-¿Sí? –arqueó una ceja, y se mordió el
labio inferior sensualmente, mirándome de arriba abajo.
-No puedo ayudarte –retrocedí un par de
pasos-. No quiero empezar mi relación con Elízabeth acostándome contigo. Eso es
como traicionarla, porque no eres ella.
-Yo no he dicho en ningún momento que
quiera acostarme contigo. Eso lo has mencionado tú, y eso quiere decir que lo
has pensado –rió al verme tan nervioso-. Y de todas formas, no sería
traicionarla. Vale que en este mundo tenga otro nombre, pero el cuerpo sigue
siendo el mismo.
-¿Qué quieres decir con eso?
-Que si nos acostamos, sería como si te
estuvieses acostando con ella. Ahora mismo ella siente todo lo que yo siento, y
la gran mayoría del tiempo yo transmito lo que ella quiere y piensa. Así que
creo que ella también está algo necesitada de sexo. Así que, ¿por qué no saciarla? –se acercó
rápidamente a mí, empotrándome contra la pared, y cogiéndome por el cuello con
una de sus manos, mientras que con la otra recorría mi pecho sobre la camiseta.
-Karily, yo... No puedo hacerlo.
-Bueno, no hace falta que tu hagas el
esfuerzo. Puedes ser el sumiso y dejar que yo haga todo el trabajo.
-Sigue sin gustarme mucho la idea... de
hacerlo contigo y no con ella... –se me estaba cortando la respiración.
-Está bien. Lo haremos por las “malas”
entonces –pasó su mano por mi entrepierna, que inevitablemente estaba erecta, y
la frotó con algo de firmeza y ansia-. Tu solo dime si te gusta lo que vas a
experimentar –me dedicó una sonrisa algo macabra, soltándome del cuello y
lanzándome hacia un lado de la habitación.
Cuando
caí, aterricé sobre una cama de matrimonio sin sábanas. Solo había una almohada
negra, apoyada en un enorme cabezal de metal con barrotes. Intenté levantarme
lo más rápido que pude, pero algo me retuvo sobre la cama. Mis manos y pies
estaban atados por unas correas de cuero, que empezaron a tirar de mis
extremidades, haciendo que me quedase completamente tumbado e inmovilizado.
Alcé la vista y la vi caminando sensualmente hacia mí, quitándose una camiseta
de asillas, dejando sus pechos desnudos. El pánico no podía aflorar en mi piel,
era un sentimiento muy raro ya que, por un lado mi cuerpo quería que siguiese,
pero mi mente no podía soportalo. Y como no podía resistirme, cerré
momentáneamente los ojos, intentando pensar que estoy de vuelta en la
habitación del hospital, como había pasado las anteriores veces. La respuesta
al pensamiento no fue la que me esperaba. Seguía atado de pies y manos en
aquella gigantesca cama, viendo como Karily se terminaba de bajar el pantalón
de cuero, quedándose solo con una braga de color rojo pasión, que era más
transparente que el agua.
-Karily, en serio. No puedo hacer esto,
no de esta forma –dije en un último intento por parar aquella extraña, pero
excitante situación.
-Ya te he dicho que no va a hacer falta
que tú hagas esfuerzos –se subió a la cama, gateando sobre esta y colocándose
encima de mí-. Vamos Jack, dime que no quieres hacerlo de corazón. Noto en tu
mirada y en tu cuerpo... –palpó otra vez mi miembro, que estaba cada vez más
duro- que quieres hacerlo.
-¡Es normal que este empalmado! ¿Tú no
lo estarías en mi situación? –sentí como un leve jadeo salió de mi boca cuando
me tocó-. Mierda...
-Por supuesto, pero hay una
diferencia... Que yo lo aprovecharía y te exprimiría hasta la última gota. No
pondría resistencia.
Bajó
lentamente la cabeza hasta mi cintura, apretando con sus dientes el botón del
pantalón, consiguiendo que este se desabrochara con una gran facilidad. Alzó la
vista sonriente y arqueando una ceja, bajando ahora con una mano la cremallera
del pantalón y quitándome el mismo. No sé cómo lo hizo, pero el pantalón salió
como si no tuviese las correas puestas. Cada vez mi respiración estaba más
agitada. Ahora ya el dominio del cuerpo era completo. La mente ya se había
desconectado por completo, el descontrol y el deseo que me recorría el cuerpo
era más fuerte que nada. ¿Sería ese un poder de los ángeles caídos? Porque si
el dolor y el sufrimiento los hacía más fuertes, y allí parecía que todo
aparecía a su voluntad, ¿mi deseo de poseerla también lo estaría provocando
ella? Estaba seguro de que era ella, de que era ese ángel caído la que estaba
provocando esa sensación en mí. ¿No dicen que con un susurro de un ángel caído
puedes caer en la perdición? Pues ahora estaba comprobando que eso era cierto.
El embrujo de su cuerpo me había cegado por completo.
Tras
quitarme los pantalones y la ropa interior, se puso de rodillas sobre mi
cintura, apoyando sus nalgas sobre mi pene erecto, y con un movimiento de
cadera me lo fue rozando, haciendo que me excitara aún más. Entre el vaivén de sus caderas, y viendo cómo
se acariciaba y se manoseaba ella sola, noté como una gran energía y apetito
sexual salió de mi cuerpo. Apreté con fuerza los puños, mordiéndome el labio
hasta que me sangró. La miré directamente a los ojos, desafiante y lujurioso,
empezando a mover la cadera. Su rostro cambió, de una sonrisa de traviesa a una
cara de pervertida en potencia.
-Ya basta de preliminares. Termina de
desnudarte y hagámoslo de una vez por todas –noté como mi voz sonó más grave de
lo normal, pero no le di importancia.
-Empiezas a parecerte a él, perfecto.
Se
puso de pie sobre la cama y se quitó la braga transparente, lanzándola a un
lado y mordiéndose el labio inferior. No pude evitar mirarla de arriba abajo.
Era un cuerpo digno de una diosa, con unas curvas más que sensuales. Era
perfecta. Y si ella era así de perfecta, querría decir que Elízabeth sería
igual, ya que ambas están en el mismo cuerpo. Así sería la mujer que ahora
ocuparía el enorme vacío de mi corazón.
Puede
resultar algo extraño, o incluso descarado, pero el recuerdo de Amy ya no
habitaba en mí. Era como si, tras la conversación con Elízabeth en la
habitación sobre nosotros, hubiese desaparecido el fantasma de Amy por completo.
Bien es cierto que siempre tendré el dolor de la pérdida de una gran mujer, y
del que hubiese sido mi hijo, pero como bien me han estado diciendo todos en
estos últimos meses, la vida seguía y yo tenía que hacerlo con ella. Tenía que
empezar a mirar hacia delante, y ahora que tenía la oportunidad con alguien del
que también siempre han existido unos sentimientos muy profundos, no iba a
dejarlo pasar. Iba a coger ese tren para ver a qué destino me llevaba, lejos de
mi doloroso pasado.
En
un abrir y cerrar de ojos, ya tenía a aquel ángel sentado sobre mí, dando
pequeños saltos que hacían que la penetrase una y otra vez, cada vez más
profunda e intensamente. El placer inundó mi cuerpo, haciendo florecer
sensaciones que hacía años que no experimentaba: jadeos, escalofríos, placer,
orgasmo. Todo ello se unió en un cóctel explosivo que hacía tiempo que se
estaba preparando, y que degusté como si de un manjar de los dioses se tratase.
Era algo desmesurado. Aunque estuviese atado, estaba disfrutándolo, escuchando
sus gemidos, acompañados de un baño de sudor y fluidos.
Cuando
terminó nuestra sesión de sexo salvaje, una vez eyaculamos ambos con una gran
satisfacción en el cuerpo, desaparecieron las correas que me aprisionaban,
pudiendo así quedarnos abrazados ambos en la cama, ahogando los últimos
gemidos.
-No ha estado mal, no has estado a su
nivel pero ha sido bastante placentero.
-¿Cómo que no he estado a su nivel?
-Bueno, teniendo en cuenta que su
tamaño es el doble del tuyo pues, no has conseguido lo que él conseguía –rió
con la respiración aun algo agitada.
-No me jodas que lo has hecho solamente
para ver si me parecía a él...
-No, tranquilo cielo. Que si te hubiese
querido utilizar, lo habría hecho de una forma más bruta y sádica. Pero sí, ya empiezas
a tener alguno de sus puntos, como fue ese toque sádico que te salió antes. Esa
brutalidad, esas ansiosas ganas de empezar son características de Shílveorth.
-Lo que me faltaba por oír –me levanté
de la cama rápidamente, comenzando a vestirme-. Me has engañado y utilizado. Y
yo de gilipollas voy y te sigo el juego. Esto no va a ser un buen comienzo para
mi relación con Eli.
-Oye, ¿tú no pillas eso de que mis
deseos sexuales se mezclan con los de ella? ¿Crees que ella no te tenía ganas?
Eli aprovecha que estoy yo aquí para satisfacer uno de sus mayores deseos, que
es tenerte entre sus piernas, dejándote darle todo el placer que lleva tanto
tiempo esperando.
-¿Qué Eli me tenía ganas? No entiendo.
¿Me estás diciendo que Eli no ha mantenido relaciones sexuales con otros
hombres? -me giré y la miré directamente a los ojos, algo extrañado ante ese
argumento.
-No, Jack. No ha hecho el amor con
nadie –arqueó una ceja, negando con la cabeza.
-Pero espera, hay algo que no entiendo.
¿Cómo es qué no lo ha hecho con nadie y tú lo has hecho con Shílveorth? ¿Eso no
contaría como haberlo hecho? –sabía que había algo que no encajaba.
-No, porque yo estaba en la misma
condición que Shílveorth. Yo era libre, pero como me condenaron por alta
traición esos ángeles blancos, me metieron en el cuerpo de tu chica. Antes de
ser castigada me acostaba con Shílveorth prácticamente todos los días de la
semana, haciendo todas las posturas habidas y por haber. Ese fue uno de los
motivos de mi “castigo”.
-Hay datos que preferiría no saber, la
verdad –sacudí la cabeza, imaginándome las posturitas-. Entonces, Eli tampoco
te tiene desde hace mucho, ¿no es cierto?
-¡Bingo! Eres un chico muy listo, ¿eh?
Llevo con ella casi dieciséis años, más o menos el tiempo que lleva
desaparecido Shílveorth.
-¡¿Tanto tiempo?! –me quedé algo
desorientado.
-Sí, el tiempo que estuviste con Amy.
Si te soy sincera, no debiste casarte con Amy, no tenía nada especial.
-¡No te permito que hables así de ella!
-¿Y qué vas a hacerme? Ella está muerta
desde hace mucho, y según parece tú ya has empezado a olvidarla. Hay tantas
cosas que tienes que saber, Jack.
-Es cierto que estoy intentando pasar
página, pero no por ello voy a dejar que digas nada malo de ella. Tú no la
conoces...
-La conozco muchísimo mejor que tú.
¿Qué pasa? ¿No te contó todo lo que tenía encima?
-¿Lo que tenía encima? –tartamudeé-.
¿Ella también estaba metida en la mierda esta de los ángeles?
-Desde luego Jack, para estar tan
bueno, que poca cabeza te dio tu madre, chaval. Ven aquí, siéntate a mi lado,
que te voy a contar un par de cosas que deberías saber –se sentó sobre la cama.
-No, gracias. Prefiero irme de nuevo al
hospital y enterarme de eso otro día –negué con la cabeza, terminando de
vestirme.
-Entonces, ¿por qué has venido?
-¿Cómo que porque he venido?
-Sí. Aquí no se viene porque sí. Si
vienes a dar conmigo es por algo, ¿no?
-Yo no quería dar contigo. Es más, no
sabía ni que estabas aquí. Este sitio no me suena de nada, pero me da unas
malas vibraciones que ni te imaginas.
-Seguramente estabas pensando en algo
referido con Shílveorth cuando estabas despierto, ¿no es así?
-Puede que sí, no lo sé. Pero al caso,
¿cómo salgo de aquí?
-¿Cómo crees que se sale? Por la
puerta, pedazo de burro.
-¿Salgo por la puerta y ya? –me giré
hacia el portón de metal, que ahora estaba cerrado.
-Sí, no es muy complicado. Tú
tranquilo, yo te protejo de camino al hospital –sonrió algo macabro.
-No sé si eso es bueno o malo, pero no
tengo nada que hacer aquí.
-Un aquí te pillo aquí te mato, como
Shílveorth. Vas mejorando –me guiñó un ojo.
-Esto es una locura –negué con la
cabeza-. Dile a Eli que valla a verme mañana al hospital, ¿vale?
-Ya está dado el recado. Ahora vete,
anda. Que un humano es muy jugoso para andar solo por aquí.
-¿Pero no me habías dicho que me ibas a
proteger?
-Sí, pero no te aseguro nada. Ahora
lárgate, venga.
-Desde luego...
Abrí
de nuevo aquel portón metálico, haciendo que rechinasen las piezas de la misma.
Nada más abrir la puerta lo vi todo oscuro. Es decir, no veía nada. Pero sí
notaba que había alguien más allí conmigo. Notaba como miles de miradas se
clavaban en mí. Daba miedo estar allí solo, a pesar de que sabía que Karily
estaba en la habitación que acababa de abandonar. Sentía rencor, odio y
desprecio, sentía como todos esos sentimientos se metían en mi piel, haciéndome
sentir un gran escalofrío. A medida que iba avanzando por el oscuro pasillo me
sentía cada vez más como si fuese una gacela en medio de una manada de leones
hambrientos. Nunca había sentido claustrofobia, pero aquel sitio era de un
nivel exagerado. Notaba las paredes cada vez más cerca, y eso que no veía un
burro a dos pasos. Alcé una de mis manos al frente, con la intención de palpar
aquello contra lo que posiblemente me iba a chocar. ¿Y Karily decía que no me
preocupase? Como para no hacerlo. No sabía que era lo que me rodeaba, si es que
realmente había algo cerca de mí. Caminando a paso lento y con pies de plomo,
toqué lo que parecía otra puerta. Busqué el pomo de esta pero no lo encontraba,
y ahora no era solo una sensación de que alguien me seguía, ahora era algo más
real. Comenzaba a escuchar leves bramidos, gruñidos y otros ruidos extraños
detrás de mí. Me giré pero, obviamente, no veía nada. El pulso comenzaba a
acelerarse a causa del miedo. Cuando al fin encontré el pomo de la dichosa
puerta, la abrí sin pensarlo y me lancé a su interior, cerrándola a mi paso.
Deseaba estar de vuelta en el hospital en cuanto abriese los ojos, pero no fue
así. Ahora estaba en un lugar resplandeciente y completamente blanco. Eso, o me
estaban apuntando con un foco de luz gigante. Por culpa del drástico cambio de
luz y de ambiente, perdí el conocimiento y me quedé desorientado un par de
segundos.
Tras
lograr recuperar la visión y saber dónde estaba el suelo, me levanté y miré a mí
alrededor. Solo veía personas vestidas con grandes túnicas blancas y mirándome
con algo de desconcierto, pero no me transmitían la misma sensación de odio y
desagrado. Ahora era todo demasiado puro. Seguía pensando que las medicaciones
eran demasiado fuertes, pero no creía que hubiesen podido llegar a ese extremo.
Di un par de pasos hasta que alguien me agarró por el brazo, casi obligándome a
caminar a un lado de la multitud. Entramos en lo que creo que era una casa, y
una vez dentro ese alguien me soltó.
Con
la poca visión que tenía, pude percatarme de que estábamos en una especie de
salón comedor. Ahora los colores eran más grises, más neutros. Me froté los
ojos y luego volví a mirar a mí alrededor y, efectivamente estaba metido en una
habitación llena de muebles viejos y grises. Me giré y vi que había alguien de
pie, enfrente de mí. Era algo más bajito que yo, pero todavía no podía ver bien
si era un hombre o una mujer.
-¿Qué
haces tú por aquí? –aquella voz me resultó familiar.
-¿Quién
eres? -tartamudeé intentando visualizarle bien-. ¿Dónde se supone que estoy?
-Estás
en el cielo, Jack. Y por los olores que traes, mis sospechas son ciertas.
-¿Quién
carajos eres?
-Soy
Angie, Jack. Menos mal que mandé a alguien para que te siguiera.
-¿Angie?
Oh, mierda. ¿Esto es el cielo? ¿Estoy muerto?
-No, ni
mucho menos. Te traje yo. Y menos mal, porque ibas derecho al oscuro abismo del
infierno.
-¿Al
infierno, dices? Maldita Karily. Me dijo que me protegería y mira donde estoy.
-Esa
chica no tiene la culpa. Bien es cierto que te estaba protegiendo, pero lo que
estaba al otro lado de la puerta no hubiera podido pararlo.
-Vale,
mira Angie –aún estaba medio cegado-. Me da igual donde me hallas traído.
Quiero irme de vuelta al hospital, ya.
-Pero
Jack, tengo algo muy importante que decirte.
-Pues
tendrá que esperar. Si lo de Karily tiene que esperar, lo tuyo también tendrá
que hacerlo. Ahora mándame de vuelta al hospital.
-Vale,
vale. Pero por favor, prométeme que no harás más viajes astrales al infierno.
-Mira,
Angie. Yo no sé cómo demonios hago esos viajes, ¿vale? Así que deja que me
valla y punto.
-Está
bien, Jack. Si es lo que quieres, te mandaré de vuelta al hospital. Pero que
sepas, que sí o sí te mostraré lo que te tengo que mostrar.
-Muy
bien, pero hoy no.
Estaba ya un poco harto de que
me mandasen para un sitio u otro sin yo poder decidir. Iba al infierno porque
aquella quería, y ahora subí al cielo porque a Angie se le antojó enseñarme
algo. Ya era hora de empezar a tomar mis propias decisiones.
Con un abrir y cerrar de ojos
estaba de nuevo en la habitación, tumbado en la fría cama. El reloj de aquella
habitación marcaba las tres y media de la mañana. De fondo no se oía ni el
viento, ni el zumbido de una mosca. Todo estaba en silencio. Miré a la cama de
al lado y allí estaba Angie, o por lo menos su cuerpo, tumbada. Decidí que ya
estaba bien, que ya era hora de largarse de aquel mugriento hospital. Me
incorporé en la cama, arrancándome todos los cables y tubos que tenía
incrustados en el cuerpo. Antes de ponerme de pie, me pellizqué en las piernas
para ver si las sentía, y así fue. Las moví y comprobé que el hueso estaba en
su sitio, y no por fuera de la pierna como después del accidente. Bajé ambas
piernas de la cama y me puse de pie. Gracias a la rehabilitación pude mantener
bien el equilibrio y empecé a dar pequeños pasos hacia la puerta. A medida que
avanzaba iba logrando un movimiento más normal, ya que al principio parecía un
zombi, dando pasos torpes y cortos. Tras recuperar el movimiento de las
piernas, me abalancé sobre la puerta, abriéndola con cuidado y saliendo de la
habitación.
La sensación de vacío inundó el
pasillo en el que ahora me situaba. Miré a ambos lados para ver si el segurita
estaba por la zona, pero para mi suerte lo vi entrando por la puerta del aseo.
Busqué el cartel de salida y una vez lo encontré, me dirigí veloz hacia este,
encontrando las escaleras que daban a la recepción del hospital. Antes de bajar
el último tramo de escaleras, agudicé el oído para comprobar que no había nadie
en la zona del mostrador, pero esta vez no tuve tanta suerte. Había una joven
sentada tras la mesa de recepción. La salida estaba justo delante de mí, con
una de las puertas abiertas. Tenía que buscar la forma de distraerla y salir
pitando de allí. Lo único malo de mi huida era la incógnita de no saber si la
caravana de Elízabeth estaba aparcada en el parking o en los alrededores del
hospital. Si no estaba, tendría que buscar la forma de contactar con ella, o
algo peor, volver a entrar sin ser visto y esperar a que amaneciera para
comentarle mi plan de huida.
En un vistazo rápido, vi un par
de macetas que tenían unas plantas decoradas con piedras blancas. Estaban a
pocos centímetros de mí, así que no tuve que esforzarme mucho para coger una o
dos piedritas. Me preparé y me asomé disimuladamente por la pared de la
escalera, lanzando una de las piedritas al otro lado de la enorme sala de
recepción. Con el golpe de la piedrecita pude captar la atención de la joven,
quien se levantó para mirar a ver si había alguien. A continuación lancé la
segunda piedrita, que era un poco más grande que la anterior, y con tan mala
suerte de que le di a la chica en la cabeza. No sabía si la piedrita era más
grande de lo que yo pensaba o que la lancé con demasiada fuerza, pero dejé
inconsciente a la recepcionista en el acto. Tras aplomar la joven contra el
suelo, con algo de remordimiento salí corriendo hacia la puerta, saliendo al
fin al exterior. Dejé que por unos segundos el aire me golpease en la cara. Por
fin un aire que no era el del aire acondicionado de la habitación. Eché un
rápido vistazo a los coches que estaban aparcados y ¡bingo! Había una
auto-caravana aparcada no muy lejos de mí. Me acerqué a ella con rapidez y
toqué repetidas veces en la puerta. Tras esperar unos segundos, se abrió la
puerta y pude ver aquello que tanto deseaba que estuviese dentro. Elízabeth me
abrió la puerta con el pijama puesto. Llevaba puesto solamente una camisa del
grupo “Nightwish” y unas braguitas color rojo pasión. Me miró de arriba abajo
sin reconocerme, pero tras unos segundos se dio cuenta de que era yo y me haló
de la bata, haciéndome entrar en la caravana.
-¿Se
puede saber qué haces tú aquí? ¿Tú no deberías de estar en la camilla del
hospital?
-Lo
siento, después de lo que viví esta noche no quiero pasar ni un día más ahí
dentro –la miré sin querer, analizando bien la ropa que llevaba-. Bonita camisa
–murmuré.
-¡Serás!
–se tapó la cara, ya que se estaba tornando de un color similar al de su ropa
interior-. ¿Cómo demonios has escapado?
-El
segurita estaba en el baño, había una maceta con piedritas blancas y una
recepcionista despistada... Ya te puedes imaginar el resto –sacudí la cabeza.
-Animal.
Ven, siéntate aquí y no alces la voz, ¿estamos?
-De
acuerdo –no podía apartar la mirada de su ropa interior. Era demasiado
llamativa.
Me senté donde me indicó, que
era su cama. Esta aún estaba caliente, pero me limité a sentarme y esperar en
silencio. Tras unos segundos, Eli se acercó a mí y se sentó a mi lado,
cogiéndome de la mano.
-Jack,
respecto a lo que pasó hace un rato...
-No
digas nada, Eli –posé uno de mis dedos sobre sus tiernos labios, impidiéndola
seguir hablando-. Ya me explicó Karily lo que pasaba.
-¿Qué te
ha contado? –me miró algo asustada y con los ojos abiertos.
-Pues me
contó que nunca antes habías tenido relaciones con otros hombres y que...
Bueno, no sé cómo decirlo sin que suene mal. Me dijo abiertamente que me tenías
ganas.
-Menos
mal que no querías que sonara mal, ¿eh?
-Ya, lo
siento. Pero... ¿Es cierto? ¿Nunca has tenido relaciones con otros hombres?
-Eso es
una larga historia, Jack. Pero en resumidas cuentas, sí. Me he pasado toda la
vida absteniéndome de salir con otros hombres. No he encontrado ninguno que
llegase a tu altura. Ni que se pareciese un poco a ti. Sé que suena un poco
obsesivo, pero es lo que siento. Lloré mucho cuando me dijiste que ibas a
empezar a salir con Amy, pero por otro lado me alegré por ti. Al fin y al cabo,
era tu felicidad la que importaba.
-Mierda.
Otra razón más para sentirme un imbécil. ¿Por qué nunca me lo dijiste?
-Porque
esperaba que dieses tú el primer paso. Pero se ve que eres más cortito de lo
que pareces –rió levemente.
-Tampoco
te pases, ¿eh?
-Pero
sí. Llevaba mucho tiempo esperándote. Intenté olvidarte en cuanto supe lo de tu
boda. Que por cierto, no pude ir porque me fui al extranjero. Y en cuanto vine
para aquí y me puse a investigar lo del brutal accidente en la autopista,
descubrí que eras tú. Y bueno, puede que suene un poco sínico, pero deseaba que
ya no estuvieses con Amy, pero no en extremo. Pensé que lo habíais dejado, y no
que ella había fallecido años atrás –apartó momentáneamente la mirada,
quedándose cabizbaja unos instantes antes de volver a mirarme.
-Bueno,
no te culpo por ello. Pero dejemos ya el tema de Amy, que ya bastante liada me
tiene la cabeza. Necesito que me ayudes a salir de aquí.
-No
puedo ayudarte en eso, Jack. Hoy por lo menos no. Tendría que ser a partir de
mañana.
-¿Y eso
por qué?
-Cuando
salí de tu habitación, hablé con el médico para que me contase lo de las
pruebas esas que te iban a hacer, y me dijo que al final no te las iban a
hacer. Que no sabían por qué, pero a los ingleses esos les llegó una carta
diciéndoles que anularan esas pruebas.
-Qué
cosa más rara, ¿no?
-Sí.
Digamos que, los caídos enviaron a uno de los suyos a Inglaterra para pararle
los pies.
-Oye,
respecto a los caídos. ¿Karily te lo cuenta todo?
-No.
Todo lo que ella sabe lo sé yo. Pero bueno, ahora eso no es lo importante.
Ahora tenemos que encontrar la forma de volverte a meter ahí dentro. Que mañana
va a venir alguien importante de entre las tropas de los caídos para entregar
un escrito en el que dice que te tienen que dar el alta inmediata.
-Madre
mía. ¿Tantas ganas tienen de tener a Shílveorth de vuelta? O lo que coño quiere
que sea que va a hacer.
-Al
parecer sí. Pero eso mejor te lo cuento mañana. Tenemos que confiar en ellos.
Aunque cueste. Sé que suena un poco chocante eso de decir que tienes que
confiar en alguien que solo desea la aniquilación, la destrucción y el
apocalipsis. Pero son los únicos que nos pueden ayudar ahora mismo.
-Es
decir, ¿qué tengo que confiar en alguien que solo me quiere por interés? Eso no
es que me inspire mucha confianza.
-Jack
–me cogió por los hombros, mirándome fijamente a los ojos-. Si no les hacemos
caso, podemos terminar muy mal. Pero no lo digo por ellos, sino por los ángeles
celestiales.
-¿Los
cualo?
-Los
ángeles blancos, como tú los llamas.
-Ah,
vale. Bueno, ahora mismo ya no sé quién es peor. Pero bueno, vístete y acompáñame
a la puerta, y di que me encontraste sonámbulo en medio del parking.
-Vale.
Antes de continuar...
-¿Qué?
-Te
quiero, Jack –se acercó a mí y me besó tiernamente en los labios, dejándome
medio atontado.
-Yo
también te quiero, Eli. Nunca podré agradecerte todo lo que estás haciendo por
mí.
-Descuida,
yo sé cómo me lo puedes pagar –rió y se levantó, poniéndose su pantalón de
cuero y sus botas.
Me quedé embobado mirándola
mientras se vestía. Después de todo lo que me estaba pasando, había algo bueno.
Tenía un pequeño haz de luz en mi oscura realidad. Después de todo el tiempo
que habíamos pasado distanciados el uno del otro, nos habíamos reencontrado, y
quién lo hubiera dicho. Terminamos siendo algo más que amigos. Espero no
defraudarla ahora que sabía que llevaba tanto tiempo esperándome. Todo iría
bien a partir de ahora. Todo.
Tras terminar de vestirse me
hizo una seña para que me levantase y fuese con ella. Salimos de la caravana y
nos acercamos a la puerta del hospital. Nos asomamos a la recepción y vimos
como todavía la joven estaba tirada sobre el suelo de la recepción, aunque ya
empezaba a moverse.
-Menuda
pedrada le diste –me dijo aguantándose la risa, pero con cara de preocupación.
Tras mirar como aquella muchacha
se empezaba a incorporar, fuimos hacia ella a paso normal. Cuando estábamos
llegando a ella vinieron un par de médicos, alertados con el busca en la mano.
Tras atender a la joven, nos miraron y centraron sus miradas en mí.
-¿Usted
ha hecho esto? –me preguntó uno de los médicos.
-No lo
sabemos, me lo acabo de encontrar sonámbulo en el aparcamiento –respondió
hábilmente Elízabeth.
-¿Y qué
hacía usted en el parking a estas horas?
-Tengo
mi caravana aparcada ahí, estoy esperando a que le den el alta –me zarandeó un
poco.
-Entonces
es por él por lo que pita mi busca. Déjenoslo a nosotros, y gracias por traerlo
de vuelta.
-No hay
de qué. Cuídenmelo, ¿eh? –sonrió, me dio un beso en la mejilla y me entregó a
los médicos.
Tras marcharse y asegurarse de
que la joven estaba ya estable y bien atendida, los médicos me cogieron por los
brazos y me llevaron a mi habitación, echándome un sermón de porqué me había
levantado y me había escapado del hospital, dejando a la recepcionista
inconsciente en la sala de recepción. Yo les intentaba explicar de forma lógica
lo que era el sonambulismo, pero no había manera de que me entendieran, así que
cesé en el intento y me dejé llevar. Me acercaron a mi cama, volviéndome a
conectar todos los cables y tubos que me había quitado, inspeccionando mi
cuerpo tras acostarme para ver si todo estaba en orden. Después de un vistazo
rápido a mi ficha médica, que colgaba de los pies de la cama, me miraron
sorprendidos y salieron de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.
Me quedé unos segundos en
silencio, pensativo. Intentaba analizar toda la información recibida en la
noche. ¿Qué será lo que me tiene que contar Karily acerca de Amy? ¿Será lo
mismo que me quiere mostrar Angie? No lo sé. Pero la simple idea de saber que
todos los que me están ayudando son ángeles caídos no me dejaba muy bien el
cuerpo. Un enorme escalofrío recorrió mi espalda, dejándome casi paralizado en
la cama. Cada vez que pensaba lo que podría pasar me daban escalofríos. Pero lo
hecho, hecho está. Ahora solo tocaba dejar que los caídos hicieran lo que
estuviesen haciendo. Solo esperaba que realmente pudiese salir del hospital lo
más pronto posible. Ya no aguantaba más.
“El cielo se envolverá en llamas, los ángeles celestiales caerán y el
suelo se abrirá a mi paso, dejando que el abismo engulla todo lo que me
traicionó, dando comienzo mi venganza sobre el mundo. El apocalipsis se acerca
y nadie podrá hacer nada para evitarlo”
No hay comentarios:
Publicar un comentario