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Bienvenidos a Dark Business

Bienvenidos a Dark Business, un blog donde podréis encontrar fanfics variados de autores diferentes.

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Pausa general

Llevo bastante tiempo pensando, negando lo evidente, pero creo que es una gran estupidez seguir negándolo. Abrí este blog con el fin de pasar el rato, de postear mis fanfics, y después para darle una oportunidad de publicar a otros autores. Pero llevo ya mucho tiempo dejando todo esto de lado, y la mayor parte de los demás autores (por no decir todos) pasan absolutamente de este blog. Así que no me queda más remedio que hacer lo siguiente:

Este blog queda parado. No se volverá a publicar absolutamente nada (al menos mío) en una temporada.

Disculpad las molestias.

Kyara.

P.D: quizás acabe dejando este blog solo para mis publicaciones y para nadie más.

lunes, 21 de mayo de 2012

Dos Espadas - Capítulo 06

Capítulo 06

No podía creer lo que estaba viendo justo delante de sí. Tampoco podía dejar de preguntarse qué hacía el inglés ahí.
Sin poder levantarse de la cama, y ni siquiera de mover un solo músculo, le observó mientras atravesaba la ventana con cuidado y después la cerraba tras él tratando de no hacer ningún tipo de ruido. Un momento después, Arthur estaba de pie frente a él, mirándole con gesto serio en el rostro. Se miraron el uno al otro en silencio durante unos minutos, sin moverse. Hasta que Antonio fue capaz de hablar.
-¿Qué demonios haces tú aquí?-le recriminó en voz baja- ¡Se supone que tendrías que estar metido en un barco y alejándote de la ciudad!
Arthur simplemente se acercó un poco más, justo en un lugar en el que las llamas de la chimenea le iluminaron, permitiendo a Antonio observarle con tranquilidad. Había cambiado las prendas que llevaba cuando le había capturado por otras, que a saber dónde había encontrado, lo más seguro era que las hubiese robado, pero aún conservaba tanto la chaqueta como la espada que le había dado en la celda, y eso a la vez le alegraba y le confundía. Al ver que Arthur no decía nada, repitió la pregunta.
-Bueno, ¿vas a decirme qué haces aquí o no?
Pero el rubio no respondió. Siguió mirándole a los ojos, completamente impasible. Trató de distinguir algo en los ojos verdes del otro, pero se topó con un muro que le impidió ver más allá, haciéndole preguntarse por los motivos del otro. ¿Y si había ido a matarle? ¿O era otra cosa? Aunque empezaba a decantarse por la primera opción, sobre todo después de fijarse en que la mano de Arthur reposaba sobre la empuñadura de la espada, aferrándola firmemente.
En ese momento deseó con todas sus fuerzas que el otro fuera capaz de ver en su mirada todo aquello que había descubierto el día anterior. Tal vez eso le salvara.

[Punto de vista de Arthur]

No tenía ni idea de qué iba a decirle. Al fin y al cabo, ¿para qué había ido en realidad? Por mucho que necesitase verle, no tenía ninguna razón para ello en concreto. Tal vez simplemente quería mirarle de nuevo a los ojos. Tal vez, porque quería estar a solas con él. O tal vez...
No sabía qué pensar. No tenía ni idea de lo que realmente quería, aun estaba confuso. Si bien las palabras de Lilith habían conseguido que se diese cuenta de que le necesitaba, ahora que estaba frente a él no sabía que demonios iba a hacer. Las manos le temblaban levemente, así que aferró con más fuerza la empuñadura de la espada. Ah, la espada. Respiró hondo y comenzó a buscar las palabras necesarias. Ésa sería su vía de escape.
Se dio cuenta de que Antonio seguía mirándolo a los ojos con fijeza, así que se aclaró la garganta y rezó para que las palabras no quedasen atascadas.

[Punto de vista de Antonio]

Le observó durante un tiempo, esperando a que Arthur consiguiese articular alguna palabra. En el fondo, se estaba divirtiendo al verle debatirse y, se sintió aliviado al comprobar que la opción que había pensado antes fuera equivocada.
Finalmente, Arthur consiguió hablar, y las palabras que salieron de sus labios no le sorprendieron.
-Vine a devolverte esto-dijo Arthur, tendiéndole la espada.
Siguió mirándole fijamente, impasible. ¿De verdad se había arriesgado tanto sólo por devolverle la espada? Generalmente no entendía lo que pasaba por la cabeza del inglés, y esta vez no era una excepción. Se puso en pie lentamente y se acercó a él.
-Ya no es mía-contestó, colocando la mano en la vaina, en contacto con la mano de Arthur, empujándola hacia él-. Quédatela, es tuya. Y ahora, por lo que más quieras, vete. A ninguno de los dos nos haría gracia que te descubrieran aquí.
Arthur le miró a los ojos, y pudo ver varias cosas a la vez: confusión, tristeza, melancolía... y decisión.
Poco a poco, apartó la mano y se giró, dispuesto a volver a sentarse.
Pero no le dio tiempo.
Escuchó el golpe de la espada contra la gruesa alfombra que cubría el suelo. Pudo ver cómo el rubio se abalanzaba sobre él.
Y al instante siguiente, los labios del inglés besaban los suyos con furia.
No pudo evitar sorprenderse. Ni tampoco pudo evitar que su cuerpo reaccionara rodeándole con los brazos y correspondiendo a esos labios con fuerte sabor a té negro con la misma furia del otro. En ese momento, pudo sentir la confusión del otro, pero en ningún momento se separaron.
Los dedos de Arthur se entrelazaban en su cabello, tironeando de él ligeramente con insistencia, mientras sus propias manos no dejaban de recorrer la espalda del otro. Sin embargo, el aire se agotaba, lo que les obligó a separarse. Antonio llevó ambas manos a las mejillas de Arthur y le obligó a mirarle a los ojos. Pudo sentir perfectamente el calor de las mejillas enrojecidas, y notó que las suyas estaban exactamente igual.
-Arthur...-consiguió decir, después de unos momentos sin habla. El otro le miró, y fue entonces cuando Antonio sonrió con picardía-. ¿Tanto te gustó lo del otro día que, en vez de huir, has venido a por más?
Le notó tensarse entre sus manos, y sus ojos destellaron con furia. Con los dientes apretados, Arthur se dio media vuelta, separándose del castaño, y se dirigió a la ventana mientras murmuraba, aunque de forma audible “maldito bastardo español”. Sin poder evitar reír, salió tras él y le sujetó por el brazo para detenerle.
-Lo siento Arthur, pero es que es lo que parece-trató de detener la risa lo más rápido que pudo, pero se le cortó de pronto al escuchar las palabras dichas por el otro.
-¿Y si te dijera que es por eso?
En un principio creyó que se lo había imaginado, pero al ver las mejillas del rubio, aún más rojas, si eso era posible, que antes, confirmó que no habían sido imaginaciones suyas.
Arthur se dio de nuevo la vuelta, no sólo para mirarle a los ojos, si no para volver a rodearle el cuello con ambos brazos y besarle, pero esta vez de forma más calmada, y de forma muy breve.
-Y espero, bastardo, que esta vez no te quedes a la mitad.
Una vez más, Antonio estalló en carcajadas, y acto seguido pegó su frente a la del inglés, sonriendo.
-No te preocupes. Además, esta vez tengo toda la noche para ello.

[Punto de vista de Arthur]

Se sorprendió a sí mismo con el hecho de haber admitido tan fácilmente la razón por la que había vuelto. O, por lo menos, una de ellas. No creía que fuese capaz de admitir todas las demás. No sólo era porque le había gustado lo que había pasado en la celda o porque quería que continuase. También era porque echaba de menos sus ojos. Y sus manos. Sus caricias. Su pelo castaño. Sus labios, y la sensación de tenerlos sobre su piel. Además, por fin había sido capaz de probarlos, y definitivamente no había quedado decepcionado. Más bien todo lo contrario. Necesitaba más, quería más, y lo quería ahora. Así que simplemente le volvió a besar, sintiendo las manos del castaño deslizándose hasta su cintura y pegándole a su cuerpo.
Pero quería más, así que decidió tomar un poco la iniciativa, obligando a Antonio a retroceder hasta chocar con los pies de la cama y haciéndole caer de espaldas sobre la misma. Aun así, los labios de ambos siguieron unidos en aquél beso, que solo se detuvo un breve instante para tomar aire. Arthur disfrutó el estar sobre el español, aunque para su desgracia no duró mucho, ya que Antonio pronto estuvo sobre él.
Su rostro estaba completamente serio, y no había ni tan siquiera un resquicio de duda en sus ojos, aunque el hambre voraz que amenazaba con devorarle estaba ahí, prácticamente al alcance de la mano. Pero ésta vez no tenía ningún temor a ser devorado. Es más, todo su ser estaba no solo pidiendo sino rogando por ser devorado por esos labios y ese cuerpo.
-Esta vez no hace falta encadenarte, ¿no?-dijo el castaño con sorna, sujetando las muñecas del inglés contra la cama por encima de su cabeza.
-Creo que es evidente que no, ¿no crees? ¿O tal vez preferirías estar encadenado tú? Porque eso se podría arreglar-Arthur se pasó la lengua por los labios.
-Eso no va a ser posible-Arthur notó cómo Antonio apretaba un poco más sus muñecas-, llevo demasiado tiempo queriendo esto-acercó su rostro al del otro-, y no dudes en que tomaré medidas si alguien llega a interrumpirnos.
Una carcajada escapó de los labios de Arthur que pronto fue sustituida por un suave gemido al notar los labios de Antonio en su cuello, y aumentó de intensidad cuando éste mordió la misma zona. Ésta vez pudo notar que los estremecimientos eran de deseo y pasión en vez de miedo, e internamente deseó que no acabasen nunca.

[Punto de vista de Antonio]

Lamió la zona del cuello donde le había mordido y se dispuso a atacar el lado contrario. Por fin había conseguido escuchar los gemidos de Arthur, y había quedado completamente extasiado con ellos hasta el punto de querer escucharlos muchas veces más.
Comenzó a desabotonar la camisa de Arthur, dejando una vez más al descubierto su piel suave y clara. Deslizó sus manos por ella, deleitándose con el tacto de aquella piel, y al llegar a los pezones, los pellizcó ligeramente, haciéndole estremecer. Siguió jugando con ellos durante un rato más para después lamerlos y morderlos mientras sus manos se deslizaban por la suave piel de su vientre.
-Antonio, my dear, tardas demasiado-dijo Arthur, y de pronto Antonio se encontró tumbado boca arriba en la cama con el inglés sentado encima de él-. ¿No crees que deberías darte un poco más de prisa?
-Me gusta tomarme las cosas con calma, así puedo disfrutar más a fondo.
Arthur rió, y después se inclinó sobre él.
-Ya, pero me tienes ganas, tantas como yo a ti, so... ¿por qué esperar?

[Punto de vista de Arthur]

Pudo ver la sorpresa en los ojos de Antonio nada más empezar a desabotonar su camisa. Él también quería divertirse, ¿o a caso no podía? Así que apartó todo lo que pudo la tela blanca y contempló la piel morena con deleite para justo después acariciarla y sentir la necesidad de querer más. Se adelantó un poco más y mordió el cuello del español, lamiendo después la misma zona, y sintió las manos de él situarse en su cintura.
-Antonio, ¿no me digas que al final vas a acabar debajo? Con lo seguro que estabas que sería yo quien lo estaría-rió, y mordió el otro lateral del cuello.
-¿Quién te ha dicho que te voy a dejar quedar arriba?
Las manos de Antonio se deslizaron hacia arriba y le arrebataron la camisa al inglés, dejando su torso completamente desnudo y expuesto ante sus ojos verdes y sus manos hambrientas. Pero no se detuvo ahí, ya que con esa misma camisa ató sus manos y le hizo tenderse sobre la cama cuan largo era.
-¡Antonio! What the hell...?-trató de resistirse, pero el castaño ya estaba encima de él.
-No es que no confíe en ti, pero ahora mismo prefiero tenerte atado y debajo. Aun así, tan sólo será un momento.
El español deslizó una mano desde su cuello hacia abajo, justo hasta la cintura del pantalón. Arthur se estremeció con el contacto, pero no temía lo que iba a hacer, ya que se imaginaba cuáles serían sus siguientes acciones. Alzó un poco la cabeza para ver mejor, y pudo observar cómo Antonio iba desabrochando poco a poco su pantalón para después retirarlo y dejar su cuerpo completamente al desnudo. Y, sin una palabra al respecto, Antonio simplemente tomó su miembro entre sus manos y comenzó a lamerlo poco a poco, haciéndole gemir con fuerza. Se cubrió la boca con las manos atadas a fin de no dejar escapar esos gemidos, pero de pronto se encontró con la mano de Antonio apartándolas.
-Déjame oírte.
Y sin más, mientras sujetaba sus manos con una de las suyas, usó la otra para acariciar su miembro con suavidad, provocándole aún más gemidos. Al principio lo acariciaba con suavidad, pero al poco aumentó el ritmo, haciendo que sus gemidos fueran en aumento. Pero no acabó ahí, ya que el español no le dejaba acostumbrarse al ritmo, cambiando éste cada poco. Arthur, aun gimiendo, miró los ojos de Antonio fijamente para descubrir que el hambre los desbordaba, a la vez que el deseo.
-Antonio... please... I want something more than this...-dijo, y de pronto se deshizo del español y se situó encima de él-. Espero que esto te guste.
-¿Qué se supone que vas a hacer?-dijo el otro
-Esto.

[Punto de vista de Antonio]

No le agradaba mucho la idea de que el inglés tomase la iniciativa, pero por una vez le dejó. Le permitió quitarle el resto de la ropa, aun con sus manos atadas, y al terminar, deshizo las ataduras para dejarle moverse libremente. Tras una sonrisa de parte del rubio, éste comenzó a lamer su miembro, ya erecto, devolviéndole el trato recibido anteriormente. Aunque no duró mucho, ya que había perdido la paciencia. Necesitaba más, y no estaba dispuesto a esperar.
Así que se movió, apartando al inglés de sí, para después colocarse de nuevo encima de él y abrir sus piernas. No sabía muy bien que hacer, pero no quería hacerle daño, no aún por lo menos, así que le pidió ayuda con la mirada.
-¿No sabes qué hacer, Antonio?-dijo Arthur con sorna, para después tomar una de sus manos y lamer sus dedos con la lujuria pintada en la mirada.
Lo entendió al instante. Llevó sus dedos humedecidos a la entrada del otro e introdujo uno de sus dedos. Notó un temblor en el cuerpo del otro, a la vez que un resquicio de dolor en su rostro, pero al instante siguiente éste había desaparecido. Movió poco a poco el dedo en su interior en círculos, y al poco introdujo un segundo dedo, provocando un nuevo estremecimiento en el otro. Cuando introdujo un tercer dedo, el rostro de Arthur no mostraba dolor alguno, sino placer, y fue entonces cuando consideró que estaba preparado.
Retiró los dedos, recibiendo una mirada de reproche del inglés, a la que respondió con una sonrisa. Y acto seguido, introdujo su miembro en la estrecha entrada del rubio.

[Punto de vista de Arthur]

Sintió dolor, y no pudo evitar gritar. Amortiguó el sonido con ambas manos, al fin y al cabo si hacía mucho ruido tal vez les escucharan, y no quería ser interrumpido. No ahora, que tenía a Antonio dentro. No ahora que podía sentirle por completo.
Una vez más, las manos de Antonio apartaron las suyas, pero esta vez el español las colocó alrededor de su cuello, dándole un lugar al que aferrarse. Esperó un poco sin moverse, y cuando Arthur se acostumbró, se lo hizo saber. Antonio se movió en su interior, primero poco a poco, tratando de no dañarle, haciendo a Arthur gemir.
-Si vas a hacerlo así, podemos tirarnos incluso un día entero y no terminar para entonces-soltó Arthur de pronto con una leve carcajada
-¿Y no es eso lo que te gustaría?
-Lo que me gustaría es que me dejaras a mí encima, pero como no es posible, simplemente hazlo más rápido, o me vas a matar de impaciencia.
Antonio soltó una carcajada y, tras eso, aumentó el ritmo de las embestidas, aunque no tanto como al inglés le gustaría. Aun así, no se quejó. Se aferró con más fuerza a él y movió sus caderas a fin de hacerle llegar aún más al fondo, y dejó escapar gemidos en su oído. Quería que le escuchara bien, y quería que le escuchara gemir su nombre.
Las embestidas aumentaron a la vez que los gemidos de Arthur en el oído de Antonio y los arañazos en su espalda. Acto seguido, sus labios buscaron los del castaño, y aprovechando la guardia baja del otro, hizo girar sus cuerpos y se colocó encima.
-¿Arthur?-soltó el español, sorprendido
Por toda respuesta, Arthur le guiñó un ojo y comenzó a moverse encima de él, apoyándose en su pecho. Las manos de Antonio se deslizaron por sus piernas hasta llegar a sus muslos, donde las dejó reposar unos instantes.

[Punto de vista de Antonio]

Simplemente no podía dejar de mirarle, de recorrer con sus ojos su piel, su torso, su cuello, sus mejillas enrojecidas y sus ojos entrecerrados. Tampoco dejó de fijarse en sus labios, ligeramente entreabiertos. Todo de él le hipnotizaba. Alargó una de sus manos y acarició con suavidad los labios de Arthur, notando su aliento cálido y entrecortado. No sabía cómo había podido vivir hasta ese momento sin sentirle de aquella forma.
Deslizó la mano desde sus labios hasta su mejilla y atrajo su rostro para poder besarlo con pasión, sin interrumpir el ritmo marcado por el rubio. Pero ya iba siendo hora de que él retomase el control, así que una vez más aprisionó el cuerpo de Arthur contra la cama, a la vez que aumentaba aún más el ritmo de las embestidas. Los gemidos del inglés fueron en aumento, y volvió a aferrarse a su espalda, dejando varias marcas más de arañazos.
Y entonces lo notó, ahí estaba. Profundizó las embestidas y entrelazó sus manos con las de Arthur, el cuál las apretó con fuerza.
-Antonio... there it is... now... faster!
Haciendo caso a sus peticiones, aumentó el ritmo hasta el límite y besó y mordió sus labios una vez más, ahogando por unos instantes sus gemidos. Acto seguido, echó la cabeza hacia atrás, gimiendo, llegando al clímax a la vez que Arthur, dejándose caer después sobre él. Tras unos momentos en los que las respiraciones de los dos estaban agitadas, Antonio se tumbó al lado del inglés, más calmado. Su mirada se dirigió entonces a Arthur, el cuál también le miraba fijamente. Su pecho subía y bajaba casi con normalidad, al ritmo de su respiración, y se agitó con su suave risa.
-¿De qué te ríes?-preguntó, intrigado por su risa
Arthur soltó otra carcajada y se giró.
-De que nunca creí que acabaría así contigo... Que suerte tengo que esto haya pasado.
-¿Tu crees?
-¿A caso no es lo que tú piensas?
-Heh. La verdad...-hizo una pausa
-¿La verdad, qué? No me dejes con la intriga, bastardo.
Antonio rió y rodeó la cintura de Arthur con sus brazos para luego besarle.
-La verdad... es que si. Ahora, si no te importa, me gustaría descansar. Mañana tengo que salir a buscarte y traerte a rastras para que te ejecuten, aunque para entonces, y con un poco de “suerte”, ya estarás lejos de aquí.
-¿Cómo que “suerte”?
Antonio sonrió ampliamente y apoyó su frente contra la de él.
-Tengo un plan.

Dulce Navidad, Antonio - Capítulo 04


Capítulo 4. 31 de diciembre.
31 de diciembre. Lovino no había salido de casa de Antonio desde hacía 3 días. Había subido a su dormitorio –por supuesto que tenía allí un dormitorio, no iba a quedarse en una simple habitación de invitados-, se había tirado sobre la cama, y nada más. Eso había sido todo.
Cuando tenía hambre, bajaba a la cocina y cogía cualquier cosa de la nevera. Un tomate, alguna pizza… cualquier cosa que veía. Sin embargo y, sin saber muy bien por qué, no había tocado las bandejas navideñas que había preparado Antonio.
Encogido sobre sí mismo en la cama, Lovino tenía mucho tiempo libre para pensar. Su maleta seguía abajo, en el mismo lugar donde la había dejado tres días antes. El móvil le había sonado bastantes veces, pero él simplemente lo había apagado. No quería hablar con nadie, no quería que nadie le molestara.
Lovino no tenía ni la más mínima idea de por qué estaba así.
Cerró los ojos con fuerza, lo único que había cambiado era la presencia de Antonio. Él ya no estaba. En el fondo lo sabía, pero se negaba a creer que fuera por eso, ¿de verdad aquel bastardo le afectaba tanto? Era, simplemente, raro. Muy raro.
Lovino suspiró, intentando encontrar en su mente algún recuerdo que le hubiera hecho sentir mal por culpa de Antonio. Encontró unos cuantos.
Un día, hacía algunos años, España le había propuesto ir al cine. Una simple invitación a ver una película de la que Antonio tenía dos entradas. Casualmente, era una que Lovino quería ver desde hacía tiempo. Y encima le invitaban, ¿por qué no iba a ir?
-¿A qué hora empieza?
-A las cinco –sonrió España.
-¿Las cinco? Bien, terminaré de arreglar unos papeles de mi nación justo un poco antes, y esta noche me voy a una fiesta ibicenca a la que me han invitado, que será sobre las nueve, así que… supongo que las cinco es una buena hora. Qué casualidad, que los planes me hayan cuadrado tan bien hoy.
-Sí… qué casualidad –comentó Antonio ampliando su sonrisa, pero con una expresión extraña que Lovino no supo descifrar.
-Lo que sea. De todas formas, tengo que ir a comprar algunas cosas antes de ir al cine.
-¿Eh? ¿Necesitas algo, Lovi?
-Nada en especial… ¡deja de llamarme así! Tú déjame en el centro y vete luego a dar una vuelta… a las cinco estaré allí –gruñó antes de desaparecer en su habitación.
Horas más tarde, Antonio había parado el coche y le había dejado en un centro comercial. Lovino le recordó, antes de bajar, que ya acudiría él al cine, y corrió hacia la entrada, donde una amiga suya le estaba esperando con una sonrisa. Él le había sonreído de vuelta con timidez antes de entrar; lo mínimo era ser amable con la muchacha, ya que había aceptado acompañarle para comprar algunos alimentos típicos del país. Antonio siempre le hacía regalos por su cumpleaños, por lo que, que de vez en cuando, Lovino se preocupara por devolvérselos, no era tan raro. Le haría alguna comida imposible de olvidar. Aquel bastardo vería sus dotes culinarias.
Cuando se dio cuenta de que si no se iba, llegaría tarde a la película, corrió a por un taxi. Sin embargo, no esperaba que el típico atasco de los sábados le asaltara precisamente a él. No le hizo falta subirse al coche para darse cuenta de que no iba a avanzar.
Todo se disipó a las ocho de la noche. Romano temblaba, tragaba saliva sin parar. Estaba más que nervioso, aquella situación le estaba jugando una mala pasada. Subió a un taxi y, solo por si acaso, le hizo parar en el cine. Como había imaginado, Antonio ya no estaba.
Cuando llegó a casa de España, encontró una nota en lugar de a Antonio. Le decía que sentía que no hubieran podido ver la película a tiempo, pero que no pasaba nada. Que como Romano aquella noche no estaría, se había ido con Francis a beber un rato.
Lovino arrugó la notita en sus manos hasta hacerla una bola y la tiró con rabia a la basura, donde había dos entradas de cine, rotas por la mitad.
Antonio se quedó sin cena de cumpleaños. Lovino se quedó sin fiesta aquella noche.

Romano se había odiado por ello aquel 12 de febrero, en el que España no había quitado aquella triste sonrisa –que solo él podía reconocer- en todo el día. Por supuesto, él no le había explicado lo de la comida, ¿con qué cara lo hacía? En cuanto al cine, tampoco le había dicho nada, igual que lo de la fiesta a la que había decidido no ir.
Era un estúpido. Un completo estúpido.
Se tapó hasta la nariz con su sábana y permaneció así hasta que oyó el reloj del salón. Sonaron doce campanadas.
Feliz año nuevo, Lovino…

***

Sabía que Veneciano y el macho patatas no tardarían en saber que Antonio se había ido. Por eso, cuando el timbre de casa sonó repetidas veces, Lovino no se alarmó. Bajó con parsimonia y entreabrió la puerta para ver a su preocupado hermano mirándole fijamente desde el porche.
Fratello! –exclamó tirándose a sus brazos.
-Joder, no hagas eso, que pesas…
-Francis nos llamó el otro día –aclaró Ludwig-, dijo que España se había ido de viaje.
-No hagas esto más, fratello, te llamé muchas veces, no sabes lo preocupado que estuve.
-Cállate. No es como si hubiera desaparecido, ¿o sí? Además, ¿qué queréis?
Lovino estaba de mal humor. Ludwig se había dado cuenta enseguida. Tal vez era por mencionar a Francia, tal vez porque Antonio se había ido. Frunció el ceño, irritado.
-¿Por qué no vienes a pasar el Año Nuevo con nosotros, vee~?
-Ni de coña.
Lovino no tuvo que pensarlo ni un segundo antes de declinar la oferta. Por el rabillo del ojo, vio a Alemania relajarse y suspirar disimuladamente.
-Tranquilo, macho patatas, no pienso arruinar vuestra cita –comentó ácidamente, logrando que Ludwig se sonrojara e intentara disculparse.
-Es Año Nuevo, Lovino, ¡ven con nosotros! –insistió su hermano.
-He dicho que no. Estoy más tranquilo solo.
Ludwig cogió a Italia del Norte de la mano para alejarlo de él. Si el italiano decía que no, era que no. Feliciano hizo un mohín; Romano se dio cuenta de que estaba  a punto de ponerse a llorar, y él no quería que eso ocurriera. Chasqueando la lengua, se acercó a él y le dio un beso en la frente, mientras acariciaba sus cabellos con cariño.
-De verdad, estoy mejor en casa –le dijo en un tono más agradable-, disfrutad de la cita.
-Fratello… Feliz Año Nuevo –le sonrió, y Lovino le devolvió la sonrisa a su manera. Después de todo, era su hermano, el único que, a parte de Antonio, le había querido por muy mal que se portara con él.
-Sube al coche, Italia –le pidió Ludwig-, ahora voy yo.
El italiano asintió, más tranquilo, y se alejó de ellos para subir en el asiento del copiloto. Lovino enarcó una ceja, le pareció extraño.
-¿Estarás bien tú solo?
-No soy un mocoso, joder. Ya te dije el otro día que…
-Sé lo que me dijiste –frunció el ceño, con desagrado-. Y, aunque no fueras muy agradable, eres el hermano de Veneciano y no puedo evitar el estar, aunque solo sea un poco, preocupado.
-No necesito que te preocupes, agh –murmuró estremeciéndose.
-Qué gracioso. Escucha, Lovino, no te hace ningún bien quedarte en su casa. Sabes que no.
Ludwig vio como el italiano abría mucho los ojos al principio, luego la boca, que la volvió a cerrar en seguida, apretó los dientes y lo miró con ira. Genial, lo que más necesitaba el día de Año Nuevo, un Lovino furibundo.
-¡¿Quién coño te has… creído que eres?!
-Tranquilízate. Recuerda que Feliciano está justo ahí. ¿De verdad quieres que se preocupe todavía más por tu culpa? Detén esto, ya no eres un crío.
Y entonces Lovino miró hacia el coche, volvió su vista a él y, respirando agitado, entró a la casa, sin despedirse siquiera.
El italiano corrió hacia su maleta y le dio una patada tirándola al suelo. Golpeó la pared, volcó las mesas, las sillas, y gritó de pura rabia mientras tiraba al suelo todo lo que había a su alcance. Dejó el salón hecho un desastre, pero no le importó; fue a la nevera y, después de echarle otro vistazo a las bandejas de comida navideña, cogió la botella de vino de Rioja y subió a encerrarse en su dormitorio.