Se Buscan Autores

Para todos aquellos que les guste escribir todo tipo de historias con todo tipo de contenidos, éste es su lugar: Dark Business.

Así que, si te interesa publicar en el blog tus historias, escríbeme a: KeiraLogan@gmail.com y estaré encantada de incluíros como autores.

En el mail debéis incluir la dirección de correo con la que queréis entrar y a la que os llegarán los comentarios que os dejen en las entradas publicadas. Todos aquellos que sean aceptados deberán cumplir unas normas básicas que os escribiré en un mail como respuesta al vuestro.

Bienvenidos a Dark Business

Bienvenidos a Dark Business, un blog donde podréis encontrar fanfics variados de autores diferentes.

Espero que os gusten, de verdad...

Es IMPORTANTE leer las presentaciones de los autores para saber, más o menos, su método de trabajo.

Para dudas y sugerencias que no entren en el tag (asi como peticiones para unirse al blog) mandad un email aquí: KeiraLogan@gmail.com

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Pausa general

Llevo bastante tiempo pensando, negando lo evidente, pero creo que es una gran estupidez seguir negándolo. Abrí este blog con el fin de pasar el rato, de postear mis fanfics, y después para darle una oportunidad de publicar a otros autores. Pero llevo ya mucho tiempo dejando todo esto de lado, y la mayor parte de los demás autores (por no decir todos) pasan absolutamente de este blog. Así que no me queda más remedio que hacer lo siguiente:

Este blog queda parado. No se volverá a publicar absolutamente nada (al menos mío) en una temporada.

Disculpad las molestias.

Kyara.

P.D: quizás acabe dejando este blog solo para mis publicaciones y para nadie más.

domingo, 25 de marzo de 2012

Dulce Navidad, Antonio - Capítulo 03

Capítulo 3. 24 de diciembre.

Antonio cerró la puerta delarmario lentamente. Estaba contento porque Lovino hubiera vuelto, aunque nopudo evitar sentirse algo melancólico. Cuando bajó al piso inferior y vio lamaleta del italiano en la entrada, sonrió levemente, pero no le dijo nada,sabía perfectamente que aquello avergonzaría tanto a Romano que este no seatrevería a volver. Pero, ¿no era aquello lo que quería? ¿No se ibaprecisamente por eso? ¿Para poder olvidarlo?
Suspiró profundamente. No, nopodía echar la culpa a Lovino. Si se marchaba de su casa era única yexclusivamente por sí mismo. Necesitaba ese espacio, esa libertad que creíaperdida. De todas formas, había tomado una decisión, y no pensaba cambiarla.
-¿Lovino? –lo llamó mientras lobuscaba por todas las habitaciones de la casa. Finalmente, lo encontró en elsalón, viendo la tele como si nada, de espaldas a él-. Me voy ya… ¿Te apeteceacompañarme al aeropuerto?
Antonio esperó nervioso surespuesta, no tenía que haberle preguntado nada, no debería haber abierto laboca. Estaba claro que la respuesta de Lovino sería un NO rotundo, ¿por quétendría que acompañarle?
Tragó saliva y miró al suelo,esperando. Pero no oyó nada, Romano no dijo nada. Elevó su mirada hasta el sofáen el que estaba sentado para ver a Lovino cambiando de canal, muy deprisa. Leignoraba.
-Bueno, pues… Adiós. Eh… esto… Nopierdas mi llave, por favor.
Con un nudo en el pecho y,notando que si no se iba pronto se echaría a llorar, salió de la casaarrastrando la maleta. Subió al coche y arrancó. No quería mirar atrás, nopodía permitirse el lujo de dudar…
Era lo mejor para Romano y,quizá, también para él.

***

Lovino se había quedado estáticocuando España le preguntó si le acompañaba al aeropuerto. ¿Qué le acompañara?¿Era tan estúpido como para pedirle aquello? No es que le fuera a echar demenos, o que no quisiera verlo irse, o que no le apeteciera ver ahora su cara,por última vez, hasta quien sabía cuándo. Por supuesto que no era por eso.Simplemente era incómodo decirle adiós, nunca había sido bueno para esas cosas.Además, seguro que el momento en el que fuera a despegar el avión, el españolle montaría uno de sus numeritos…
Sin embargo, si iba con él, si leacompañaba al aeropuerto tal vez Antonio se diera cuenta de que irse en esemomento definitivamente NO era lo mejor. Es decir, claro que le daba igual todolo demás, pero era Antonio quien plantaba y cuidaba los tomates, y quien lehacía la comida, y quien le esperaba cada noche hasta las tantas hasta quevolvía de sus fiestas, y… Así que, si él se lo pedía, Antonio podíareconsiderar lo de aquel estúpido e innecesario viaje.
Había sentido una repentinaparálisis cuando el español le había dicho que se marchaba y que no perdierasus llaves. No pudo moverse hasta que España abrió la puerta y desapareció trasella. Respiró descompasadamente, ¿qué diablos era aquella sensación? ¿Miedo?
Impotencia, tal vez…
Intentando no pensar mucho enesto último, se levantó del sofá y, para convencerse a sí mismo de que estabatranquilo y que la marcha del español no le podía importar menos, se dirigiócon lentitud hacia la nevera. Seguro que allí habría algo de comida decente,después de todo, Antonio no era tan inútil, sabía bastante de agricultura ytodo lo que cultivaba en su pequeño huerto estaba jodidamente bueno.
Sin embargo no fueron lasverduras, ni los rojos y llamativos tomates frescos, los que llamaron suatención. Lovino no pudo apartar la mirada de dos bandejas llenas de comida conadornos navideños que ocupaban la parte superior del frigorífico. Había, por lomenos, 5 tipos de pasta distinta, carne, pescado y gambas. Aquel bastardohabría gastado todo un fortunón, y un tiempo innecesario, a su opinión, ya quetodo estaba intacto. Frunció el ceño, había algo que no cuadraba y, fuera loque fuera, presentía que no era nada bueno. Cuando vio el vino de Rioja quehabía en la puerta de la nevera, lo comprendió.
A España le gustaba el vino,mucho. Pero, sobre todo, le gustaba el vino cuando lo bebía con Romano.
Como si se hubiese instaladopropulsores, corrió de pronto hacia el calendario que antes había recogido delsuelo y devuelto a su sitio, la pared.
Toda aquella comida, la deliciosapasta, el cochinillo y el salmón, el postre de chocolate que había al fondo yque casi no se veía, los tomates que había en los platos en cortes limpios, elRioja…
Los días que Antonio habíatachado, solo hasta el 24.
Lovino volvió a mirar la cocina,como si no pudiera creer aquello de lo que acababa de darse cuenta. España nosolo había pasado la Nochebuena y Navidad solo, sino que también habíadesperdiciado todo el día para preparar una cena para él -la pasta y el tomateeran la prueba-, y Lovino no se había dignado ni en llamarlo por teléfono.
No, no podía ser. Antonio no eratan estúpido. ¿O sí? Bueno, sería mejor omitir ese tema.
Espera, todavía tenía unaoportunidad. España podía seguir en su coche, de todas formas, acababa de irsede casa no hacía ni tres minutos. Con una velocidad que no sabía que tenía,corrió hacia la puerta y la abrió. Escrutó con la vista la calle desierta, conel corazón en un puño, mientras salía a trompicones del portal. Cayó al suelode bruces al no ver un escalón y rodó; el resultado fue varios arañazos en laspiernas y brazos, y un dolor agudo en la nariz, que se había puesto a sangrar.Definitivamente, España debía pavimentar su propio suelo… Lovino se levantó denuevo y gritó el nombre de Antonio varias veces, pero no le sirvió de nada. Sucoche no estaba.
España se había ido, y él ya nopodía arreglar las cosas. La había cagado, pero bien.
-Oh, joder. Bastado de…
Lovino calló, sus ojos se estabanhumedeciendo, así que se mordió los labios para no llorar. No podía llorar, nopor él… Se sentía impotente, muy impotente. Paró al darse cuenta de que tambiénlos labios le sangraban, dejó de hacer presión con sus dientes y se secó losojos con una de sus mangas. Cogió el móvil y marcó con rapidez algunos números,equivocándose a veces por el temblor de sus manos. A los pocos segundos, lerespondió una voz grave, pero educada.
-Maldición, ¿dónde está mihermano? ¡¿Qué coño haces contestando a su móvil, jodido macho patatas?! ¡Dileque se ponga ahora mismo!
-Siempre es tan estimulantehablar contigo, Romano…
-¡Que te calles! ¿Dónde estáFeliciano?
-No está en casa.
-¿Cómo? ¿Dónde ha ido?
-No tengo ni idea. ¿Estás con España?
Lovino dejó de gruñir y chillar,y se quedó callado. No, no estaba con España. Él se había ido. Frunció el ceño,mirando hacia el suelo.
-¿Romano? –lo llamó el alemán,extrañado de no oír sus insultos.
-No iré a cenar esta noche.
-¿Te quedarás con Antonio?
Cállate. Cállate. Cállate. Dejade llamarlo por su nombre. Cállate de una vez.
-Tampoco iré a dormir.
-Oh… Supongo, entonces, que estarásen su casa.
-Te diré una cosa, jodido rubiode mierda. Métete en tus putos asuntos y deja los míos en paz. Y no te atrevas,te lo advierto, no te atrevas, a hacer nada a mi hermano tan solo porque yo noesté allí hoy. Porque te juro que si lo tocas, aunque solo sea el rizo, duranteun maldito segundo, ¡te las verás conmigo! ¡Idiota!
Lovino colgó con fuerza,respirando iracundo mientras apretaba el móvil entre sus manos. Volvió la vistahacia la casa del español y, como si quisiera romper el suelo bajo sus pies,caminó furioso hacia su interior para después cerrar de un portazo.

viernes, 23 de marzo de 2012

No más dolor - Capitulo 2

Capítulo 2

Ya era mi segundo día en aquella mierda de hospital. El desayuno era una mierda mezclada con las pastillas para los dolores, y el almuerzo era tres cuartos de lo mismo. Un bodrio. Pero bueno, en cuanto los huesos se terminasen de soldar, comenzaría con la rehabilitación. Joder, encima que no puedo palmarla. Me siento raro... me debería de doler todo el cuerpo, pero no, no me duele casi nada, no si es porque realmente no podré volver a caminar o porque simplemente la anestesia de la operación todavía duraría un tiempo más... no lo sé. Lo único que podía mover era el brazo... de ahí el que me intentara suicidar antes de que llegaran los médicos y me dijeras lo mismo que a todos: “Usted no podrá volver a andar” o lo típico de “Ha sufrido muchas lesiones físicas y tendrá que ir a rehabilitación durante un tiempo”. Putos médicos, siempre con la misma mierda. Pero esta vez fue diferente... esta vez no me sentí tan mal en cuanto el médico me dijo lo de la rehabilitación... bueno si, me puse de mala leche, y que agradezca que no me podía poner en pie, que si no le arrancaba la cabeza de una patada. Pero a lo que iba, esta vez fue diferente, esta vez había alguien a mi lado, una cara conocida, una mano amiga... otra fastidia-suicidio... pero no me sentí cabreado, o por lo menos no tanto, cuando vi su cara. Elízabeth, mi mejor amiga de infancia, y la persona que más me apoyó y ayudó a la hora de empezar a salir con Amy. Lo que me sigue resultando raro es el no haber tenido noticias de ella desde hacía tanto tiempo. Siempre me escribía algún email que otro cada cierto tiempo para dar señales de vida. Obviamente yo le respondía pero... desde que se echó novio, dejó de escribir, dejó de llamar... se perdió. Y ella era la última amiga fiel que me quedaba. Los otros, en cuanto Amy... murió, me dejaron de lado, me quedé más solo que la una. Perdí mi trabajo, a mi mujer, y a mi familia, y todo en el mismo año. Y encima mis intentos de suicidio no dieron su fruto, y el último fue el peor de todos. Y no contento con ello, me llevé a alguien por delante. Le arruiné la vida a otra persona, y encima era una mujer. Lo cual hacía que me sintiera peor de lo que ya estaba. Y encima estaba en la cama de al lado. Cuando yo decía que la vida era una mierda, a eso me refería.

-Buenos días, señor –se me acercó una enfermera, bastante guapa-. Es la hora del desayuno.
-Joder, ¿no podrías matarme ya directamente? En serio, no tengo nada en contra del que cocina eso pero... ya se lo podría currar un poquito más... ¿no cree?
-Señor, cada comida está adaptada a cada necesidad de cada paciente. En su caso, tiene menos grasas.
-¿Y eso porque? –odio que la comida no sea grasienta.
-Porque según su informe, en el accidente, sus órganos internos quedaron muy dañados, y podrían llegar a causar graves infecciones si toma exceso de grasa.
-Pero la comida sin grasa es una mierda... ¿usted la ha probado?
-No, señor. Yo ya tengo mi desayuno especial.
-¿A sí? Pues hasta que usted no pruebe mi desayuno, yo no pienso dar ni un bocado.
-Señor, no me obligue a darle de comer.
-Para algo le pagan, ¿no? –ya me estaba empezando a calentar.
-Me pagan para ayudar y cuidar a los pacientes, señor.
-Pues esa es la ayuda que necesito ahora, que usted pruebe mi comida para que compruebe que está en mal estado –le señalé la bandeja de comida que llevaba en la mano.
-Señor, yo no puedo probar su comida, debe tomársela usted por su propio bien.
-No me llames señor, que no soy tan viejo...
-Está bien... -suspiró tranquila-, tienes que tomarte la comida por tu propio bien...
-Déjala ahí... ya veré si me la como o no... -aparté la mirada rápidamente.
-De acuerdo, pero vendré dentro de un rato para comprobar que se la ha comido, o que por lo menos la ha probado.
-Que si... déjela ya y váyase...
-¿Nos hemos levantado con el pie izquierdo, eh?
-Si me pudiera levantar no me hubiera visto… me habría largado ya hace tiempo...
-Bueno, bueno... ya me voy... Caray, que carácter...

Después de aquellas palabras, la enfermera dejó la bandeja sobre una pequeña mesa que había en el lateral de la cama, al alcance de mi mano. Que pesadilla de mujer, creía que no se iba a ir nunca de allí, pero por fin, cuando vi que salió, respire hondo y mire mal a la bandeja de comida.

-Mierda de comida...

Me entraron ganas de coger la comida y de lanzarla contra la pared, pero por falta de ganas y de fuerzas, no lo hice. Solo podía mover el brazo para coger los cubiertos y llevarme la comida a la cara. Y casi ni eso. Asco de vida... dios, cada vez que pienso en lo que me pasó, más ganas de morirme tenía. Y encima eso, cada vez que miraba a mi izquierda, veía la cama de aquella chica que por mi culpa, casi pierde la vida. Miré a mi alrededor y no veía a nadie, más que a los que suponía que eran los familiares y amigos de ella. Tanta mierda, y ni siquiera se su nombre, claro que tampoco me atrevía a preguntarlo, por si me saltaran al cuello como el otro día. Aunque es normal. Después de lo que le hice, no me extraña que a la mínima me saltasen al cuello como buitres a la carroña. En parte, a veces pasaban por mi cabeza pensamientos de: “Y si les provoco... ¿me matarán? Me harían un gran favor”. Pero luego, por otro lado, recordaba que, tal y como estaba la cosa dudo mucho que me hicieran algo más que herirme psicológicamente. Me sentía hundido en la mierda más grande y espesa que alguien pudiera haber cagado nunca. Hasta la visita de la enfermera me daba miedo por si me decía algo, o por si preguntaba por esas miraditas que nos echábamos entre nosotros.

Si el desayuno fue una mierda, el almuerzo era algo más que tortuoso. Las pastillas por lo menos no eran tan grandes y de colorines como las del desayuno. Simplemente eran, como los llamaba mi madre: “tranquimanices”. Las pastillas estas que son para el dolor de cabeza. Y no contentos con las pastillas, los cabrones me tenían todo el día enchufado a la máquina de morfina, que me colocaba todo el día. Aunque yo no notaba mucho alivio con aquella mierda en el cuerpo, pero bueno. Si ellos dicen que me ayudaría a mejorar y a sufrir menos, que me echen lo que quieran. Aunque para que alargar el sufrimiento. Estaba seguro de que en cuanto saliese de aquel hospital no haríamos que ver una y otra vez la imagen de aquella chica postrada en la cama. Por muy lejos que me fuese, esa escena me perseguiría hasta el fin de mis días. Otro motivo más para palmarla antes.

-Hola... -me dijo una voz en medio de mis pensamientos.
-¿Eh? –me giré para ver quien era y me asusté, era el hermano de la accidentada.
-Antes de nada quiero pedirte perdón... por todo lo que te dije el otro día. Pero entiéndeme, casi te cargas a mi hermana...
-S-si, te entiendo... -tragué saliva y me puse tenso, a saber como reaccionaría-. Pero el que tiene que pedir perdón soy yo. Soy el único que debería de estar más que arrepentido...
-Que pasa, ¿no lo estás? –alzó una ceja preguntando.
-¡Claro que lo estoy! ¿Cómo no iba a estar arrepentido de haber intentado suicidarme, y de casi llevarme a una persona inocente por delante?
-No lo se, hay gente y hay gente –agachó la cabeza, triste.
-Oye, de verdad... -le miré con cara de preocupación-, lo siento. No era mi intención hacerle nada. Yo pretendía que me diese contra algún camión.
-Yo también lo hubiera preferido, y perdona que te lo diga así, pero es lo que hay.
-Lo se, me merezco todo vuestro desprecio y odio. No me atrevo ni a miraros a la cara por la vergüenza.
-No es desprecio lo que sentimos, sino lástima. Porque, eso de que intentes suicidarte, y que sin conseguirlo acabes mejor que mi hermana... eso es algo lamentable.

No podía decir nada en contra, me tuve que tragar mi orgullo con las pastillas de la comida.

-Si, y eso que no te conoces mi historia. Mi vida es muchísimo mas lamentable de lo que te puedas imaginar.
-Je, para intentar suicidarte... diría que no tienes trabajo o que te dejó tu mujer.
-Es algo peor... -dirigí la mirada hacia su hermana, recordando a Amy cuando dormía a mi lado.
-¿Algo peor? ¿Había algún hijo de por medio, o que?
-Sí... -se me escapó una lágrima-. Estaba embarazada cuando la perdí...

En cuanto le dije eso le cambió la cara, ahora me miraba algo pálido. Creo que se dio cuenta de que lo que había dicho me había echo recordar algo doloroso.

-¿Cuando... la perdiste? –me preguntó con miedo a la respuesta.
-Sí, murió en un accidente de tráfico cuando iba a recoger a su hermano al aeropuerto. Lo cual hace que me hunda mas en la mierda pensando en que pude haber echo lo que aquel loco le hizo a Amy... con tu hermana...
-D-Dios... Angie iba ha recogerme al puerto. Yo volvía de un crucero...
-Pues peor todavía... casi me ca... casi acabo con la vida de tu hermana igual que aquel hijo de puta acabó con la de Amy... de la misma forma. Me siento miserable por todo... Solo falta que me digas que tu hermana está embarazada para terminar definitivamente con mi conciencia...
-No, mi hermana no tiene novio desde hace más de un año, y no sale mucho con chicos. Así que no puede estar embarazada.
-Menos mal... sino imagínate como viviría yo después del hospital.
-Pues si. Entonces si te hubiese estrangulado en cuanto hubiese entrado en la habitación.
-Pues te lo hubiera agradecido...
-¿El que? ¿El haberte ahogado?
-Sí... quisiera morirme... Amy murió hace ya mas de cinco años, perdí mi trabajo como publicista, todos mis amigos, como no salía ya por falta de entusiasmo y de hacer vida social, me fueron dejando de lado... hasta mi gato se fue de casa un día y no volvió –intenté reír, pero solo podía dejar caer lagrimas de dolor.
-Mierda, lo siento... pues si que es triste tu historia... no, no tenía ni idea. Bueno, tampoco es que me pusiera a pensar en el porque lo habrías hecho –se acercó a la cama y me tendió un paquete de pañuelos.
-G-Gracias... -dije entre mocos y lagrimas, tomando el paquetito y sonándome con uno de los clínex.
-Jake... -me dijo.
-¿Eh? –le miré extrañado.
-Me llamo Jake. Y te pido perdón otra vez por mi falta de educación y por los insultos –me tendió la mano.

Yo no entendía aquella reacción de alguien que casi pierde a un familiar por mi culpa. Tardé unos segundos en reaccionar pero, ya que había sido él el que dio el primer paso, terminando de sonarme le estreché la mano.

-Shílveorth...
-Que nombre más...
-Raro, lo sé. Si lo prefieres, llámame Jack.
-Sí, mejor –se rió un poco-. Un placer, Jack. Aunque sea en estas circunstancias.
-L-Lo mismo digo... -asentí-. Me hubiera gustado conocernos de alguna forma menos... “chocante”.
-Jajaja... -soltó una carcajada.

Seguía con el miedo en el cuerpo a pesar de que ya nos conocíamos un poco más. Seguía pensando que no era normal. Algo me decía que aquel tipo ocultaba algo. No se, había algo en el que no me daba muy buena espina. Sería la forma tan repentina en la que de un día para otro me vino pidiendo perdón la que me echo un poco para detrás cuando le fui a estrechar la mano. No sabría explicarlo, era algo extraño. Pero aun sabiendo lo que podría pasar, lo hice, le estreché la mano y entablé conversación con aquel que días antes quería matarme. Pensé que esa sería una buena forma de empezar a pedir perdón. A lo mejor, en el caso de que se diese la oportunidad, me podría disculpar en persona con... ¿Angie? Si, creo que si se llamaba así. Aunque sinceramente, si alguien me hubiese dejado en las últimas y luego se me acercase, saldría corriendo en dirección contraria, o me lanzaría al cuello para matarlo. Así que ese era otro de mis miedos, que no tuviese la oportunidad de poder disculparme en persona con ella. No podría marcharme del hospital sin haberle pedido perdón. Yo soy de esas personas que se comen la cabeza cuando no logran hacer lo que se proponen. Se me suelen quedar las cosas que no he hecho, y me siento mal por ello. En cuanto viese la oportunidad de hacerlo, me acercaría y se lo diría. Aunque no se con que palabras exactas lo haría, pero bueno. La cosa era esperar a ese momento. Solo esperaba que no me matasen los medicamentos antes de disculparme.

Después de haberme disculpado con el hermano, me sentía menos mierda. Tenía menos ganas de morirme, aunque no desistía. Algún día que otro pensaba en como me podría suicidar. Entonces descubrí que los cables de la morfina no sirven para ahorcarse. Y que los cubiertos no se clavaban bien. Encima los ejercicios eran más que aburridos y dolorosos. Casi no sentía las piernas cuando me hacían los ejercicios para recuperar la movilidad, era como si las tuviese muertas. Pero los médicos me decían que eso era por la magnitud del choque. Que era cuestión de tiempo que volviesen a responder. Yo, como bien me enseñó mi madre, desconfiaba de esos “matasanos”. Estoy mas que seguro de que no volvería a andar en muchísimo tiempo, o puede que incluso nunca llegase a caminar. Pero bueno. Es lo que toca. Día tras día iba haciendo más y más ejercicios. Cada vez me cansaba más. Había noches en las que no podía aguantar más la presión y el dolor y simplemente lloraba. Sí, era raro que yo llorase, pero a pesar de que no quería seguir viviendo, tampoco quería seguir así, en un estado casi vegetativo.

En una de esas noches solitarias y dolorosas, me dediqué a ver como Angie, aquella chica postrada en la cama de al lado, rezaba todas las plegarias habidas y por haber. Era un tanto a favor. Por lo menos estaba activa, y podía hablar, porque más que rezar, susurraba las plegarias, esperando alguna respuesta divina. Lo que mas me sorprendió fue oír de aquella voz dulce un: “Perdónale, padre... perdónale el mal que hizo. Te lo ruego, vela también por su vida”. ¿Estaba rezando por mí? Creo que la morfina se había pasado con el colocón. No era posible que estuviese pidiendo perdón por mí... no me encajaba. ¿Casi la mato y aun así rezaba por mí? No se.

-Te perdonará... -interrumpió una voz en mis pensamientos.
-¿Qué? –miré a mi alrededor y la vi sentada en la cama, sonriéndome.
-Él siempre perdona... es muy bueno –me sonrió ampliamente.
-¿Él? ¿Quién? – ¿de quién estaría hablando?
-Jajaja... Estoy hablando de él... -señaló al techo-, de Dios... ¿no le conoces?
-No he tenido el gusto... -se le fue la chaveta.
-Pues cuando le conozcas, te caerá muy bien. A mi me ayudo ha recuperar la vista cuando era pequeña...
-Cla~ro... -asentí como si estuviese hablando con un loco.
-Es cierto, pregúntale mañana a Jake. Pero shh, no le digas que estuve rezando, ¿vale? – me volvió a sonreír y se acostó en la cama-. Buenas noches Jack...
-B-Buenas noches... -ahora si que se le fue.

Menuda sorpresa. Rezando por mí, y encima pidiéndome que no se lo diga al hermano. Esperaba que al día siguiente eso no hubiese sido más que un sueño. Y eso de que le devolvió la vista. Puede que le haya afectado el golpe más que a mí. Menudas alucinaciones. Conoce a dios. Je, pues si existe, es un hijo puta de los más grandes de la historia. Dejar que un loco de mierda se llevase al amor de mi vida. Eso no es ser “bueno”.

-Por cierto –volví a oír aquella voz-, por mi no tienes que preocuparte...
-¿Qué? – ¿a qué vino eso?
-Yo ya te he perdonado... no tengo por que guardarte rencor, y tampoco tengo motivos para sentir odio en contra tuya... no tienes la culpa de lo que pasó...
-Esto... yo...
-Angie, es un placer poder presentarme ante ti.
-Shílveorth... Jack para los amigos.
-Jack entonces –rió un poco.
-Oye, Angie... yo...
-Ni se te ocurra pedirme perdón, ¿eh? Que me enfado –se rió con mas ganas-. Ya te dije que no tienes la culpa.
-Aun así... me siento en la obligación de pedirte perdón.

Después de decir aquello se hizo un silencio bastante incómodo. No obtuve respuesta alguna. Eso me molestó un poco pero, teniendo en cuenta lo que acababa de escuchar, era mejor callar. Me había perdonado... En serio, es la primera vez en mi vida que me pasan tantas cosas raras seguidas. Primero lo del hermano, y ahora ella. Ambos diciéndome que no me preocupe. Era como si se hubiesen puesto de acuerdo en hacerlo. Ahora en mi mente no dejaba de repetirse eso de: “Te perdonará”. Aquella frase era un eco que retumbaba en mi cabeza una y otra vez. Esa noche no pude dormir, debido al reconcome de mi cabeza. ¿Realmente me iba a perdonar? ¿Realmente se puede perdonar a alguien que atenta contra la vida de los demás? Demasiadas preguntas y ni una sola respuesta coherente. Todas eran negativas. Vamos, si yo fuese un dios y viese como alguien me pidiese perdón en nombre de aquel que intentó asesinarle, me cargaría al asesino con un rayo, en plan Zeus. Ni me lo pensaría dos veces. Aunque cuanto más lo pensaba, más agradecía que no me hubiese caído un rayo. Hubiera preferido un meteorito.

sábado, 10 de marzo de 2012

No más dolor - Capítulo 1

Capítulo 1

Como cada 17 de mayo, me dirigí al cementerio para celebrar su cumpleaños. Por el camino compré un ramo de rosas, el más bonito que había, y se lo llevé como regalo. Siempre que iba estaba solo, no había nadie más allí, y eso me hace sentir aún más la soledad. Habían pasado ya cinco años desde aquel fatídico día... en el que la perdí. Todavía me arrepentía de no haber ido yo a buscar a su hermano. Me seguía desvelando por las noches oyendo su dulce voz susurrándome al oído un "te amo", e incontables habían sido las veces que he intentado acabar con mi sufrimiento, pero no podía hacerlo... por ella. Siempre me decía que había un motivo por el que despertarse cada día con ganas de vivir a tope cada instante, cada segundo, que si algún día ella no estuviera conmigo, que siguiese adelante con mi vida. No podía continuar con ese dolor. Había perdido amigos, familia... y perdí hasta mi gato... por no poder olvidarla. Hacía meses que no pasaba por el trabajo, aunque mi jefe me dio bastante tiempo para intentar recuperarme. No podía.

-Hola mi amor –dije arrodillándome ante la fría lápida-. Te he traído tus flores favoritas... como todos los años. Sé que, a pesar de que no estas, sigues estando conmigo... puede ser obsesión, lo se, pero es que no tengo a nadie mas... Sé que pensarás: “Que coñazo de tío, que ni muerta me deja en paz”, pero es que no puedo. Todos los días recuerdo tus caricias al despertar, siento tu calor en mi piel... recuerdo esos besos que me dabas con dulzura... -se me escapaban las lágrimas-, no puedo seguir así... ya no aguanto más... voy a romper la promesa que te hice de seguir adelante... es lo único que haré que no te gustará. A lo mejor así consigo verte... una vez más...

Me levanté del suelo, secándome las lagrimas que no paraban de recorrer mi cara, y me dirigí hacia mi moto, corriendo. Arranqué y, volviendo la vista un segundo atrás, aceleré y me puse rumbo hacia el lugar en el que mi triste historia terminaría. O eso pretendía. Saltándome los semáforos, atravesando las vías de los trenes urbanos y cerrando la vista por segundos, llegué a la ansiada autopista. El dolor que sentía por la impotencia de no poder continuar mi vida hacía que tuviera mas ganas de terminar con esta, y por ello iba mirando cada dos por tres el carril que venía en dirección contraria. Aún recordaba sus últimas palabras...

*Flash Back*

-Cari, quédate aquí y termina de preparar la comida. A mi hermano le hará mucha ilusión que le valla a buscar yo.
-Pero mi amor, estamos en hora punta y habrá mucho loco queriendo llegar a casa para comer. Prefiero ir yo, que tú no conduces muy bien...
-Venga ya, si me saque el carné a la primera y tú tuviste cuatro intentos antes de obtenerlo. Además, quiero dar un pequeño paseo, que llevamos todo el día metidos en casa.
-De acuerdo... –la miré preocupado-, pero no tardes.
-Descuida –me besó-. Hasta ahora mi amor...

*Fin Flash Back*

-Mierda... ¿por qué? ¡¿POR QUÉEEEEE?!

En un arrebato de ira, me abalancé sobre los coches que venían en dirección contraria y aceleré, cerrando por completo mis ojos para no ver lo que me daba. Pero no pasaba nada y cuando abrí los ojos al fin... Otra moto venía lanzada hacía mí y no le dio tiempo de esquivarme. Chocamos brutalmente y nuestros cuerpos colisionaron en el aire en un gran impacto. Lo último que recuerdo antes de perder el conocimiento fue un sonido poco agradable: las costillas del otro motorista y las mías rompiéndose con fuerza por el choque. Después de eso no recuerdo nada. Solo sé que me desperté en el hospital, completamente vendado y enyesado, y como no... Solo. Al otro lado de la habitación estaba, el que supongo que era, el otro motorista. Él sí que tenía visita. Había dos hombres y una mujer a su lado, sosteniéndole la mano y mirándome con rabia y miedo.

-Que he hecho... –susurré para mi mismo.

¿Qué había hecho? Por culpa de mi falta de vida casi arrebaté la de otra persona. Estaba seguro de que me denunciaría por todo el daño que le había causado. Lo veía en sus miradas. Veía el desprecio y las ganas de saltarme a la yugular y estrangularme. Pero algo llamó su atención, la mano que sostenía la chica se movió, dando señales de que había despertado. A mi parecer, estaba en coma, y despertar de un coma después de un accidente como aquel era un milagro. Aquella figura balbuceó algunas palabras que no llegué a entender. No se porque, pero mi vista no quiso ver el rostro de felicidad que tenían aquellas personas al ver que su amigo reaccionaba. Para mi, aunque pareciera raro, me dolía ver la felicidad. En parte me alegraba por saber que aquel tipo seguía vivo, pero por otro lado sentía un dolor inmenso al ver que nadie se alegraba por mí, que nadie se había preocupado por mi. Eso me dolía más que las costillas que me había roto. En ese momento deseaba que realmente me hubiera muerto en aquel accidente. Bueno, accidente... intento fallido de suicidio. Je, ni eso sabía hacer bien.

Me intenté incorporar en la cama pero los putos yesos me lo impedían, y cada vez que me movía la maquinita de las pulsaciones pitaba más rápido. Menuda mierda. Alcé una de mis manos hacia el enchufe donde estaba conectada la maquina que hacía que pudiese respirar, y cuando estuve apunto de tocarlo sentí una mano posarse sobre la mía.

-Shílveorth... –una voz dulce dijo mi nombre-. Estás... vivo... –dijo entre sollozos.

Alcé la mirada y contemplé a una joven, de pelo rojo y verdes ojos, parada delante de mi, sonriendo para intentar disimular unas lágrimas que brotaban de sus ojos y recorrían sus coloradas mejillas.


-Shílveorth, ¿por qué lo has hecho? ¿Por qué has intentado matarte? -dijo apartando mi mano del enchufe-. Tú no te puedes morir. Por lo menos no en este año –todavía no llegaba a reconocer su voz.
-¿Q-Quién eres?
-¿Qué? –me miró extrañada-. ¿No me reconoces? –se llevó la mano al pecho.
-Pués... ahora mismo no... ¿Te conozco?

Aquel rostro me resultaba muy familiar pero, el rompecabezas era ya muy complicado. Trataba de encajar las piezas de mi pasado, y no encontraba la suya.

-¿Y de esto? -sacó de su camisa un colgante con un símbolo conocido-. ¿Recuerdas lo que significaba para nosotros este amuleto?
-Un momento... –ya encontré la pieza-. Tú eres... –me vino un nombre a la cabeza- Elízabeth...
-Sí, –me sonrió-, la misma. Menos mal que te acordaste. Ya empezabas a preocuparme.
-Pero... ¿tú no te habías ido a vivir al extranjero?
-Sí, y vine de vacaciones. Y por si me preguntas, me enteré de lo tuyo gracias a mi trabajo. Soy periodista, y escuché lo del accidente brutal en la autopista y me puse a investigar.
-Sigues igual de curiosa que siempre... ¿eh?
-Pues si no llega a ser por mi curiosidad, no te habría venido a visitar. Y me enteré hace poco de lo de tu pareja. No pude venir antes porque no he podido.
-Eso fue ya hace mucho tiempo... -la miré con recelo.
-Ya, pero entre el trabajo y los viajes… y mi falta de memoria para algunas cosas pues... no pude venir. Perdóname.
-No tienes por qué pedir perdón. Tú no tienes la culpa de lo que pasó. Yo sí...
-¿Cómo que tú sí?
-Si yo hubiera ido en su lugar a buscar a su hermano... ella aún estaría viva.
-Odiaba cuando te ponías así, y veo que no has cambiado. Y para colmo te has intentado suicidar hace un momento... hay algo que desconozco de ti, Shilver... ¿que ha sido de ti todos estos años?
-Pues, para serte sincero, no es la primera vez que intento suicidarme y me sale mal –señalé a la otra cama, donde seguían aquellas personas hablándole al tipo recién despierto-. Llevo cinco años aislándome del mundo. La muerte de Amy me afecto mucho. Tanto, que ni lo que queda de mi familia me habla ni me llama. Me han despedido del curro, me he quedado sin amigos… y sin gato –reí levemente-, me he quedado completamente solo. Lo único que me queda es mi moto, mi guitarra y la fría lápida de Amy en el cementerio.
-Y, ¿dónde estas viviendo? –dijo sentándose en el borde de la cama.
-Todavía sigo en aquel piso en el centro. Aunque dentro de poco empezaran a embargármelo todo. No tengo con que pagar mis pertenencias –la cara de la joven cambiaba por momentos-. Encima se me acabó el tiempo del paro y no tengo nada de donde poder sacar algo de dinero. Lo único que me queda para subsistir son los comederos sociales.
-Dios... Shílver... ¿y por qué no me llamaste? Yo podía haberte buscado algo...
-Porque perdí mi agenda. Y sabes que los móviles nunca han sido mi fuerte. Además, no me gusta dar pena a la gente.
-No es pena, so idiota. Es amistad. Los amigos se ayudan cuando es necesario ayudar.
-Da igual –aparté por momentos la mirada-. Estoy seguro de que el tipo de al lado me denunciará y, al no poder pagarle, me meterán en la cárcel.
-Pues no pienso dejar que eso ocurra.
-Da lo mismo. Es más, en la cárcel por lo menos tendré un lugar en el que dormir sin tener que pagar. Y la comida no creo que esté tan mal.
-¡NO DIGAS ESO NI EN BROMA! –se levantó gritando y apretando los puños.
-A nadie le va a importar...
-No te pego porque te rompería el collarín.
-¿A qué viene eso?
-Eso de que a nadie le va a importar que te vallas... no es cierto. Yo si te echaría de menos.
-¿Qué? Pero... tú...
-Yo soy tu amiga. Nos conocemos desde hace años, prácticamente desde que nacimos. Es NORMAL que me preocupara por tu encarcelamiento. Idiota...
-Eli... lo-lo siento... llevo cinco años solo. Es mas, hace mucho tiempo que no te veo ni hablo contigo...
-¿Tú no ves la tele o que?
-Te recuerdo que estoy desesperado por seguir viviendo. No tengo ni un puto duro, solo me queda lo que me dejaron mis padres en herencia, y no es mucho que digamos...
-Joder, Shílver –me apretó con cuidado la mano-. Pues decidido. En cuanto te recuperes te vienes conmigo.
-¿A dónde?
-A mi casa, recoges todas tus cosas y te vienes conmigo.
-Ni de coña –le respondí con un tono seco y cortante-. No pienso vivir de la caridad.
-Me da exactamente igual lo que digas, te vienes conmigo y punto.
-Que no, joder...
-Shílveorth, no pienso dejar que te ocurra nada malo. Quieras o no te vienes conmigo, y no acepto un no por respuesta.
-Ya te dije que no pienso vivir de la caridad. Y mucho menos vivir por el morro en el extranjero, que encima es muchísimo mas caro.
-Shil, que no me toques los cojones que sabes que puedo contigo.
-No me llames Shil... Sabes que no me gusta que me llamen así.
-Pues cállate y acepta mi invitación.
-Está bien... me cago en...
-Calladito la boca.
-¡Queréis callaros de una puta vez! ¡En esta habitación hay más gente! ¡¿O acaso no tenías suficiente con estrellarte contra mi hermana?! –nos gritó uno de los que estaba allí-. Maldito bastardo...

Aquellas palabras me dolían cada vez mas… me sentía cada vez mas hundido en la mierda en la que ya estaba metido. No me podía creer todavía lo que había hecho... intenté quitarme la vida y encima, en el intento... casi me llevo a alguien por delante, alguien que no tenía porqué pagar mis penas. Aquel tipo seguía soltando insultos contra mí, pero yo no podía hacer más que mirar el cuerpo inerte de “su hermana”. No pude contener las lágrimas y enseguida estas comenzaron a caer por mis mejillas llenas de vendas y cicatrices. Enseguida llegó la enfermera y comenzó a rodar la cortinita para separar la habitación en dos. Antes que aquel manto blanco tapara mi visión del otro lado de la habitación pude ver como la mano de la joven que yacía tendida en la cama agarró con fuerza la de aquel chico, y este al fin dejó de insultar y centró toda su atención y sentimiento en ella.

-Al fin se calló el tipo ese...
-Pero tiene razón, he atentado contra la vida de su hermana… en un patético e inútil intento de suicidio.
-Joder Shílver... ¿por qué lo has hecho? La vida sigue... y tú tienes que hacer lo propio. Hay más peces en el mar.
-¿Crees que no lo he intentado? –ya no pude contenerme más-, ¿crees que no he intentado olvidarla? –las lágrimas no paraban de salir y mostrar mi dolor-. No es nada fácil olvidar a alguien con el que llevas mas de quince años conviviendo... y menos si de esos quince, diez han sido de un matrimonio... ese es el mayor dolor que tengo... que estaba embarazada de un mes, joder... -lloraba sin parar, recordando que podría haber sido... padre.
-Y-Yo... -ella también comenzó a llorar-, eso yo no lo sabía...
-Claro que no lo sabías... hace mas de cinco años que no nos vemos... es normal que no lo supieras... y encima ahora esto... casi cometo el mismo error que cometió el imbécil que se la llevó... -señalé dirección a la cortina-, con ella... me siento identificado con aquel loco que acabó con la vida de Amy. Eso hace que se vuelvan a abrir las viejas heridas que todavía no habían terminado de cicatrizar.
-L-Lo siento... de verdad que no he podido venir antes... ni contactar contigo... si no créeme que lo abría hecho. Es más, te llegué a enviar algunas cartas... pero se ve que no te llegaron.
-¿Cartas? Pues... no... Y si llegaron, no creo que Amy me las ocultase. Os conocíais más que de sobra, y os llevabais bien, ¿no?
-Si, por eso lo digo. Pero muchas de esas cartas me llegaron de vuelta. No se si es que escribía mal la dirección o que fallaba algún dato.
-Pues eso yo no lo sabía...
-Disculpen... –interrumpió un medico.
-Si... –Elízabeth se secó las lágrimas con las manos-, ¿que ocurre? ¿Qué dicen los análisis?
-Si... bueno, los análisis revelan importantes y graves lesiones en el tórax, tiene usted cuatro costillas rotas y otras cinco desplazadas... hablando claro, es un milagro que siga vivo y que pueda hablar...
-Vaya, que... directo.
-Pues si, tengo que serlo, sino no se lo tomará en serio.
-¿Tomármelo en serio? ¿El qué?
-La rehabilitación. Tendrá que estar mínimo dos meses en rehabilitación.
-Joder... dos meses...
-Ánimo Shílveorth, yo estaré aquí, contigo –me agarró la mano aquella dulce mujer, que ahora volvía a sonreír-. No te preocupes, no estarás solo...
-Gracias... –le apreté la mano y sonreí-. No sabes lo que te lo agradeceré...
-Bueno, la semana que viene ya empezaremos con la rehabilitación. De momento necesita reposo, para que los huesos que le hemos recolocado vuelvan a regenerarse bien. Por eso es que vamos a dejarle inactivo una semana. Y ahora, si me lo permiten, tengo que atender a otros pacientes. Que tengan un buen día.
-Gracias doctor –le respondió ella.
-Joder, una semana aquí botado...
-Tranquilo.
-Mierda... no puedo quedarme...
-¿Por?
-El banco me va a embargar las cosas que me quedan en mi casa si no estoy allí. Tengo que ir a recogerlas...
-No te preocupes. Yo iré por ti y las guardare en mi auto caravana. Solo dame las llaves y dime donde es...
-Te portas demasiado bien conmigo a pesar de que llevamos cinco años sin vernos...
-Oye Shílver, somos amigos, ¿no? Pase el tiempo que pase lo seguiremos siendo, a no ser que nos peleemos, que entonces si que podemos dar terminada nuestra amistad –se rió sonrojada-. Pero yo no quiero que eso ocurra, así que te jodes y te vienes conmigo, ¿estamos?
-Bueno, teniendo en cuenta que me tienes contra las cuerdas y que no quiero perder mis instrumentos y mi ropa de cuero pues... vale. Me iré contigo. Pero con una condición...
-¿Cuál? –ladeó la cabeza sin entender.
-Que dos veces al año volvamos...
-¿Para qué?
-Para ponerle flores a Amy. Solo te pido eso –la miré fijamente a los ojos.
-De acuerdo. Pero ahora te pongo yo a ti una condición... -me señaló con el dedo y me picó un ojo.
-¿Una condición? ¿Si eres tú la que quiere que vaya porque me pones condiciones?
-¿Me vas a escuchar sí o no?
-Sí~, ains... dime cual es esa condición.
-Que si te vienes conmigo, hagas vida social.
-¿A qué te refieres?
-A que si te digo: vamos a salir con unos amigos, no me sueltes nada en plan: ahora no puedo, que estoy componiendo, ni mierdas de esas, ¿estamos? –frunció el cejo.
-S-Si... estamos... lo que tú digas, Eli...
-Así me gusta –sonrió como una niña pequeña-. Haciéndome caso, como tiene que ser. Jajaja.
-En fin. Gracias... de verdad... has sido la primera persona en mucho tiempo que me ha visitado, aunque no sea en las condiciones más apropiadas...
-Pues eso a partir de ahora va a cambiar, ¿vale?
-Vale... pero...
-Ains... ¿y ahora que?
-¿Qué dirá tu novio?
-No tengo novio... -me miró colorada.
-¿Qué no tienes novio? Eso si que es noticia... La reina del baile del último curso... ¿no tiene novio?
-Pues no... -se cruzó de brazos, sonrojada-. ¿Algún problema?
-No, no... ninguno...
-Pues listo. Te vienes conmigo y no se hable más –se acercó cuidadosamente a mí y me dio un suave abrazo-. Voy ya para tu casa a recoger tus cosas, vete haciendo una lista mental de lo que quieres que te coja y ahora me lo dices, ¿vale?
-Puff, eso de lista mental me va a costar... -reí.
-Tienes razón –rió ella también-, tú nunca has sido de usar la cabeza... Jajaja.
-¡Eh, pero serás...!

Salió de la habitación riéndose, con las mejillas sonrojadas y una dulce sonrisa. Elízabeth, mi mejor amiga... No se como le agradeceré todo lo que me ha dado, pero lo haré. Pero, ha pesar de todo lo bueno que me acaba de suceder, no podía quitarme de la cabeza a la chica de al lado. ¿Estaría ella también en las mismas condiciones que yo? ¿O estaría peor? Mejor no pensar en eso que luego tenía pesadillas. Mi mirada no se apartaba de la cortina que nos separaba, y en mi cabeza rondaban cosas que no me dejaban tranquilo. La culpabilidad estaba ahí, eso estaba claro, pero luego era algo como... si sintiese que la culpa no es solo mía. ¿Por qué ningún otro conductor me dio? ¿Todos me esquivaban? Ni siquiera un camión cisterna o una grúa... o una guagua... algo... Pues no, tenía que ser una pobre chica... o mujer que tuvo menos suerte que los demás al toparse conmigo sin opción a esquivarme. Ahora solo me queda esperar a que empiece con la rehabilitación y ver sí, de algún modo, puedo entablar conversación con ella y pedirle perdón, aunque no me lo dé. Ahora comienza una nueva y difícil etapa de mi vida... aunque yo hace unos instantes quería volver a intentar terminar con esta. ¿Qué me depararía el futuro ahora que sigo vivo? No lo se pero... sea lo que sea lo esperaré ansioso. Quiero ver si es mas interesante que lo que me ha pasado hasta ahora, que de seguro lo será... quitando a Amy. Elízabeth, te convertiste en mi nuevo ángel de la guarda. No te defraudaré.

viernes, 9 de marzo de 2012

Éxort

-No más dolor

No mas dolor - Ficha

Título: No mas dolor

Argumento:

Según algunas fuentes, la angelología no es mas que una ciencia ficción pero, aunque no queramos creerlo, Ángeles Celestiales y Ángeles Caídos conviven con nosotros y, de alguna forma, influyen en nuestra forma de vivir y de actuar. No hacen mas que jugar con nosotros como si fuésemos sus juguetes, marionetas utilizadas para conseguir su objetivo: "El equilibrio". Las almas están condenadas a ser una moneda de cambio.

Jack está a punto de vivir una de las peores experiencias de su vida pero... no todo es malo para él.

Tipo: Varios Capítulos
Finalizado: No
Público: Mayores de 14 años
Temática: Drama, romance, fantasía, terror
Advertencias: sexo explícito, violencia, maltrato, palabrotas, muerte de personajes
Categoría del fanfic: Original
Lista de capítulos: 2

01. Capítulo 1
02. Capítulo 2

Buenas!

Buenas, gente!! Veamos, soy novato en esto de escribir fics, y Kyara me dijo que podría
publicar en su blog el que estoy escribiendo ahora. Asi que, espero que os
guste. Aunque el mio no es tan fic, es mas una historia con personajes que
encarnan personalidades creadas por mi, y alguna que otra suele estar asociada a
personas cercanas a mi, pero bueno. Espero que guste, que os resulte interesante
y que os engancheis xD Eso ultimo no importa.

Un saludo gente!!PD: me olvide presentarme, llamadme Éxort ^^

martes, 6 de marzo de 2012

Nueva pausa

Después de haber publicado dos oneshots y dos capítulos de Dos Espadas prácticamente seguidos, creo que voy a hacer una pausa en mis publicaciones.
¿Durante cuánto tiempo? Ni idea. A saber hasta cuándo estaré sin publicar algo.
La verdad, es que ahora mismo no tengo ganas de escribir, y tampoco es que se me ocurra algo decente, así que prefiero no arriesgarme a ponerme a escribir y que me salga una bazofia.
Así que hasta dentro de un tiempo, que puede que sea dentro de una semana, dos, o más de un mes ^^
Kyara

jueves, 1 de marzo de 2012

Dos Espadas - Capítulo 05

Capítulo 05

[Punto de vista de Arthur]

No podía creerse su mala suerte.
Primero, una batalla (no deseada) contra los españoles. Segundo, había sido lo suficientemente idiota como para dejarse capturar por Antonio. Tercero, una sugerencia estúpida por su parte. Cuarto, a punto de ser violado por ese maldito español. Quinto, estaba atrapado en territorio español y no tenía ni la más remota idea de cómo demonios salir de ahí sin ocupar una caja de pino.
Por lo menos había podido escapar con vida.
Aún no era capaz de entender cómo había conseguido salir del edificio sin ser visto por los guardias. Simplemente no había parado de caminar hasta encontrar un sitio donde ocultarse, sin saber muy bien dónde estaba.
El cansancio era, aunque le pareciese completamente irreal, prácticamente insoportable. Todo lo sucedido durante la batalla y después de la misma le había dejado extenuado, tanto física como mentalmente. Sobre todo la última parte. Los recuerdos sobre ello trataron de nublarle la mente, pero aunque el cansancio era demasiado, consiguió mantenerlos a raya. No podría permitirse desconcentrarse, no en ese momento.
Buscó prácticamente a tientas un lugar donde pasar la noche, oculto de miradas indeseadas. No supo cuánto estuvo buscando, pero al final encontró un recoveco entre unos arbustos y lo que parecía un muro derruido. Trató de acomodar un poco el lugar, lo suficiente como para poder descansar y, una vez se cercioró de que nadie le podría ver hasta estar prácticamente frente a él, se dejó invadir por el sopor.
Al despertar, no tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado durmiendo, pero le pareció toda una eternidad. Trató de moverse. Por la sensación de hambre y el agarrotamiento de sus músculos, era probable que hubiese dormido un día completo, tal vez incluso un poco más. Pero seguía sin tener ni idea de dónde se encontraba.
Al incorporarse y salir de su improvisado escondite los rayos del sol le hicieron entrecerrar los ojos para ver mejor. No debía de ser más allá del mediodía. Fue entonces cuando se dio cuenta de que había acabado en el patio de una casa (para su suerte) abandonada.
-Bueno, algo es algo.
Tratando de tener cuidado de no hacer ningún tipo de ruido, se coló en la casa.
Aunque por fuera parecía totalmente abandonada, el interior estaba bastante bien, era incluso hasta habitable. Conservaba la mayor parte de los muebles, aunque casi todas las ventanas estaban hechas añicos. Después de dar una vuelta por la planta baja y de comprobar que no había ningún tipo de alimento o bebida, decidió ir al piso superior. No había gran cosa, un par de habitaciones y poco más, pero al abrir los armarios encontró ropa limpia de su talla. A pesar de toda la ropa que había, decidió conservar la chaqueta que Antonio le había dado, escogiendo unos pantalones limpios y una camisa blanca. Tampoco desechó la espada, al fin y al cabo era una cosa que de otra forma nunca habría podido conseguir.
Nada más ajustarse el cinturón con el arma, acarició la empuñadura con suma delicadeza, pensando en varias cosas a la vez. ¿Por qué demonios Antonio le había dejado huir? ¿Y por qué le había dado su espada? Sí, vale que no iba a ser capaz de poder escapar de ahí sin un arma, y vale que la suya estuviese en el barco del español y sólo tuviese a mano esa, ¿pero por qué dársela? No acababa de entenderlo.
Y al pensar en eso, todos los recuerdos de lo ocurrido en la celda ocuparon su mente al completo, provocando que un escalofrío recorriese su espalda. No podía negar que había sentido miedo. Nunca había visto a Antonio actuar de esa manera, no se lo había esperado. Nunca habría creído posible que el español decidiera aceptar esa sugerencia tan estúpida. De todas formas, ¿por qué no se lo había esperado? Sabía que el castaño podía ser totalmente imprevisible, siempre le sorprendía de una u otra forma. Pero... de ahí a que se atreviese a... Sacudió la cabeza.
Por lo menos se había quedado ahí y no había ido a más.
Pero tenía que admitirlo, temía el hambre encerrado en los ojos verdes del otro.
Un ruido en la planta baja interrumpió sus pensamientos. Fuera quien fuese, no debía encontrarle ahí. Se acercó a una de las ventanas y se coló por ella. Por suerte, era bueno trepando, y no le costó nada descender hasta el suelo y escapar.
Una vez fuera, la realidad le golpeó. No tenía ni idea de a dónde ir. No conocía la ciudad. No sabía si encontraría a alguien que le pudiese ayudar. No tenía ni la más remota idea de qué hacer. Se sentía como un completo idiota. Pero aun así, tenía que largarse del lugar. Y cuanto antes, mejor.
Salió a la calle frente a la casa y comenzó a andar, sin saber a dónde debía dirigirse. Trató de ordenar los pensamientos que se agolpaban en su mente, intentando darle prioridad a lo que consideraba importante. Un barco. Necesitaba un barco para poder escapar de ahí. Y tripulación. Y una maldita pistola. Y comer, tal vez incluso beber algo.
¿Pero cómo iba a hacer todo eso? No sabía dónde estaba el puerto, ni si habría un barco que pudiese utilizar. Y era prácticamente imposible encontrar una tripulación. Una pistola tal vez no fuese difícil, pero ¿y la comida? ¿De dónde la iba a sacar? Maldita sea, ¡no era un vulgar ladrón! Pero no le quedaba otra.
Comenzó a caminar sin rumbo fijo, buscando o bien comida o bien un arma que poder quedarse, tratando de evitar a toda la gente que podía, pero sobre todo a los guardias españoles. No estaba seguro de si le reconocerían o no, pero era mejor no arriesgarse, no quería volver al calabozo.
Aunque si lo hacía, podría volver a ver a Antonio...
Se detuvo de pronto. ¿Por qué querría verle? ¿A caso estaba enfermo? ¡El muy cabrón había estado a punto de violarle! ¡Y de matarle! Aunque al final no había hecho ninguna de las dos cosas. Le había dejado marchar. Incluso le había dado su arma. Había sido incapaz de matarle. Y lo que había visto en sus ojos, toda esa confusión, enfrentada a la decisión de mantenerle con vida.
No lo comprendía. Al igual que no entendía la delicadeza y la tardanza de algunos de sus actos. Tal vez... pero no, no podía ser posible que Antonio... No. Era completamente imposible que el castaño sintiera algo hacia él, tenía que ser mentira. Tenía que haber interpretado de manera equivocada su mirada. Fijo que era eso.
Reanudó su camino. De pronto, un tintineo proveniente de uno de los bolsillos de la chaqueta llamó su atención. Al introducir la mano, la satisfacción le inundó al comprobar que eran unas monedas, y no pocas precisamente. Seguramente Antonio se habría olvidado de ellas. Se sintió afortunado. Por lo menos podría conseguir algo de comida, así que lo convirtió en su prioridad.
Siguió caminando. Al pasar por delante de un edificio de dos plantas un delicioso aroma le hizo volver a detenerse. Se fijó un poco más. Era una taberna, y al parecer ya estaba abierta, así que no dudó ni un instante en entrar.
El lugar no estaba muy lleno, tan solo unas pocas personas ocupando unas mesas cerca de la entrada y dos hombres en la barra, tras la cual había una mujer. Se acercó a ella.
-Hola querido. ¿Puedo ayudarte en algo?
-Me preguntaba si podría comer algo...
-Claro que sí. Siéntate en una de las mesas, una de mis chicas te llevará algo de comer en un momento.
Arthur se dirigió a una de las mesas y se sentó. Miró nuevamente a su alrededor, y entonces reparó en algo en lo que no se había fijado antes. De todos los hombres que había en el lugar, muchos de ellos estaban acompañados por hermosas mujeres, vestidas de forma bastante parecida: falda con una abertura a un lado, corpiño y un pronunciado escote.
Prostitutas. Genial. Se había metido a comer en un prostíbulo.
Pero tenía hambre, así que ¿qué más daba el sitio donde estuviese? De todas formas, tal vez si se hubiese encontrado en una situación distinta en ese momento tendría a una de esas mujeres sentada en su regazo, colmándole de atenciones.
-¿Señor? Le traigo su comida.
Se giró hacia la mujer que le había hablado, y no pudo dejar de sorprenderse. Era prácticamente igual a él: rubia de ojos verdes y un marcado acento inglés en sus palabras. Ella también parecía sorprendida al verle, y no pudo dejar de fijarse en que la mirada de ella se escapaba de vez en cuando a la chaqueta que llevaba puesta.
-Gracias.
La muchacha dejó la comida en la mesa frente a él y se dispuso a marcharse, pero al poco se giró y le miró.
-Disculpe... ¿conoce al Capitán Antonio Fernández Carriedo?
Arthur no pudo hacer otra cosa que mirarla con atención, la boca ligeramente abierta. ¿De verdad esa mujer conocía a Antonio? Una suave risa escapó de sus labios. ¿Y por qué no? Demonios, él también era un hombre con derecho a divertirse de esa forma de vez en cuando.
Aunque por alguna razón le molestaba.
-Sí, ¿por qué lo preguntas?
Ella pareció dudar, pero un gesto apremiante de él la hizo hablar.
-Esa chaqueta es de Antonio, la he reconocido nada más verla.
Dudó. No estaba seguro de si debía preguntar o no, pero al final lo hizo.
-¿Ha estado Antonio por aquí?
-Sí-la respuesta de ella le hizo detenerse un momento a pensar. Pero decidió continuar con lo que había empezado.
-Siéntate por favor. ¿Cómo te llamas?
-Lilith-dijo ella mientras se sentaba a su lado.
Empezó a comer mientras ella le contaba que Antonio había estado en el lugar el día anterior. Así que no se había equivocado, había pasado algo más de un día entero durmiendo. Escuchó durante un rato sin prestar mucha atención, hasta que unas palabras de ella le hicieron mirarla fijamente.
-Al marchar, me dijo que estaba buscando a alguien y que tal vez no volvería a venir por aquí. Me resultó extraño, pero no le di más importancia de la necesaria, al fin y al cabo no son pocas las veces que se marcha y tarda meses en volver.
-Y... ¿te dijo algo sobre la persona a la que estaba buscando?
Ella negó con la cabeza y sonrió, apoyando los codos sobre la mesa y cruzando los dedos de las manos con delicadeza.
-No, pero me imagino que será al de siempre, a ese capitán pirata inglés al que lleva persiguiendo años. Pero de todas formas, esta vez no estoy muy segura de ello.
-¿Y eso por qué?
-Su mirada. Tenía aspecto de estar buscando a alguien de suma importancia para él, no a un simple enemigo. No se si sabrás a qué me refiero...-ante la mirada confusa de Arthur, Lilith rió suavemente-. Parecía estar buscando a la persona de la que se ha enamorado.
Se atragantó con la bebida que le habían servido. ¿Enamorado? ¿Antonio? ¡¿En serio?! Bueno, pensándolo bien, ¿por qué no iba a enamorarse? Tenía todo el derecho a ello. Aunque en el fondo le dolía.
¿Le dolía?
Su mirada se perdió en el fondo del vaso de cristal. ¿Por qué demonios iba a dolerle el hecho de enterarse de que Antonio está enamorado de alguien? Él mismo también lo había estado, ambos tenían derecho a ello. Se detuvo. ¿También lo había estado? ¿Lo seguía estando? No estaba seguro de ello, no recordaba siquiera a la persona a la que entonces había amado, ni sabía si seguía queriendo a esa persona. Pero el sentimiento estaba ahí. De eso sí que estaba seguro. Aunque...
Se llevó una mano a los cabellos, despeinándolos. Cada vez entendía menos sus propias reacciones, sus propios sentimientos, ni siquiera sus pensamientos. Así que decidió volver a preguntar.
-Lilith... ¿cómo lo sabes? Quiero decir, ¿cómo sabes que Antonio...?-fue incapaz de pronunciar las palabras, pero ella le entendió.
-Ya te lo he dicho: su mirada. No todos tenemos la misma mirada, ni siquiera la nuestra propia es la misma cada vez. Sé reconocer cuándo la mirada de un hombre se convierte en la de una persona enamorada, porque la he visto demasiadas veces, y puedo decirte que la de Antonio era así. Y también puedo decirte que es la primera vez que la veo en sus ojos-ella llevó una mano a su mejilla y le obligó a mirarla-. Es la misma mirada que tienes tú ahora mismo.
Quedó completamente paralizado. ¿De verdad...? No podía ser. Aunque eso le hizo pensar, una vez más, en la batalla, en la bodega del barco, en la celda. En Antonio. Y se dio cuenta de muchas cosas a la vez, cosas en las que no había pensado hasta ese momento.
¿Y si la sugerencia, aparentemente estúpida, no lo fuera? Tal vez simplemente llevase demasiado tiempo deseando que Antonio hiciera algo así. Y tal vez, en la celda, no se estuviese estremeciendo de miedo, sino de deseo, de pasión. Sólo ahora se daba cuenta de cuánto había ardido su piel en las zonas que había tocado Antonio, tanto co sus labios como con sus manos. Y deseaba más. Necesitaba más. Qué estúpido había sido.
Y ahora necesitaba encontrarle. No podría marcharse de ahí sin verle antes.
-¿Tienes idea de dónde está alojado Antonio?
Lilith meditó la respuesta unos segundos.
-Habitualmente se queda aquí, tiene incluso una habitación propia, pero algunas veces se aloja en la casa grande en la parte superior del pueblo con el resto de la guardia.
-Necesito saber dónde-dijo de pronto, colocando una mano en uno de los hombros de ella. Lilith le miró un tanto sorprendida, pero finalmente sonrió, asintió con la cabeza y le dio instrucciones.
Arthur, a modo de agradecimiento, dejó en la mesa, delante de ella unas monedas como pago por la comida, así como una propina. No le importó, al fin y al cabo ese dinero era de Antonio. Cuando se alejaba en dirección a la salida, Lilith le acercó a él, deteniéndole un instante.
-¿Quién eres?
-You don’t need to know it, my lady-dijo en voz baja mientras una suave sonrisa curvaba sus labios al comprobar la expresión casi asustada de ella.
Pero se llevó un dedo a los labios, acompañado de unas palabras en voz baja, y ella le dejó marchar.

Esperó hasta que la oscuridad de la noche pudiese ocultarle para ir hasta allí. No podía permitirse que le capturasen de nuevo.
Se escondió entre unos arbustos y esperó hasta que los guardias desaparecieron de su vista. Fue entonces cuando salió de su escondite y localizó con su mirada la ventana de la habitación del español, en el primer piso. A través de la ventana podía verse una tenue luz iluminando la habitación, pero no estaba seguro de si él se encontraría ahí dentro o no.
Comenzó a trepar con cuidado de no hacer ruido.

[Punto de vista de Antonio]

Se sentía un completo inútil al no haber sido capaz de encontrarle. Aunque tal vez eso fuese porque Arthur había sido capaz de escapar de la ciudad sin ser visto. Ese pensamiento era lo único que le daba esperanzas en ese momento.
Entró en la habitación cerrando la puerta con llave tras de sí; no quería ser molestado. Dejó la espada sobre una mesa cercana a la puerta y se sentó en el borde de la amplia cama situada frente a la ventana. Apoyó ambos codos en sus piernas y hundió el rostro en las manos. Deseaba tanto poder verle...
Entonces, el ruido de la ventana al abrirse le hizo levantar la cabeza de golpe.
No podía creer lo que estaba viendo. Tras un instante en silencio, por fin fue capaz de despegar los labios.
-¿Arthur?