Capítulo 04
[Punto de vista de Antonio]
Abrió los ojos al sentir una mano aferrando su hombro y zarandeándole con fuerza. Al sentir un dolor punzante en la cabeza comprendió al instante lo que había sucedido. Pero no dijo nada, se limitó a observar a la persona que le había despertado.
-Capitán-uno de los guardias se inclinaba sobre él-, ¿qué ha ocurrido? ¡El inglés ha escapado!
Se incorporó lentamente, la mano apoyada en la cabeza, ligeramente mareado.
-No sé cómo, pero consiguió arrebatarme la espada y dejarme fuera de combate. Debería habérmelo esperado, es el Capitán Arthur Kirkland-se puso en pié y se sacudió la ropa.
-Capitán...-el hombre vaciló-, uno de sus superiores quiere hablar con usted.
-Entiendo-sacudió la cabeza-. Bien, entonces ve a buscar a cuatro de mis hombres y mándalos a buscarle. Mientras tanto, iré a hablar con mi superior. No tardaré en unirme a ellos.
Observó cómo el guardia salía apresuradamente de la celda y entonces se dio la vuelta y recogió los jirones de la camisa de Arthur que, por fortuna, habían pasado desapercibidos. Se los guardó en un bolsillo y salió de las mazmorras a toda prisa; mientras antes acabase con todo eso, mejor.
Nada más pisar el vestíbulo, el hombre con el que había estado hablando horas antes se le acercó con un gesto de preocupación en la cara.
-Antonio, ¿es verdad que ese pirata ha escapado?
-Sí, señor... me dejó inconsciente y me robó la espada, aún no sé cómo fue capaz de ello estando encadenado... pero por lo que parece también me quitó las llaves y se libró de las cadenas.
El hombre se llevó la mano a la frente y suspiró.
-Bueno, no fue culpa tuya, no te preocupes. Habrá que mandar a algunos hombres a buscarle.
-Ya me ocupé de eso, señor, yo me encargaré de todo.
-Muy bien dicho, Capitán, ya que es responsabilidad suya. Espero que le encuentre, la horca le está esperando-nada más decir esas últimas palabras, se dio media vuelta y se coló por una puerta.
Suspiró, aliviado. Por suerte había decidido delegar en él la búsqueda en vez de hacerlo él mismo, así podría darle más tiempo a Arthur para escapar. Subió a su habitación a por su abrigo, y después pasó por la armería a por una nueva espada.
Una vez preparado, salió a la calle en busca del rubio. Solo así estaría tranquilo, ayudándole a huir.
De forma inconsciente, llevó la mano a la empuñadura de la espada. Echaba de menos su otra espada, le había acompañado durante muchos años en innumerables batallas, la mayor parte de ellas contra Arthur, pero ahora la necesitaba más el rubio que él. Tal vez en alguna batalla futura el inglés se atrevería a blandirla contra él, pero tuvo la sensación de que no volvería a ver su espada nunca más.
Patrulló las calles con sus hombres, pero una hora después no les quedó otra que volver ya que la oscuridad de la noche no les dejaba buscarle. Antonio dio gracias por ello y volvió a su habitación, no sin antes encargar a uno de los sirvientes que le despertase nada más amanecer.
Tiró el abrigo a un lado, el cinturón con su nueva espada a otro y se metió en la cama, pero por alguna razón fue incapaz de conciliar el sueño. Su cabeza no dejaba de darle vueltas a todo lo ocurrido en la celda, a todo lo que le había hecho a Arthur. Todo lo que él había sentido en ese momento. Se miró las manos, recordando la sensación al deslizarlas por la piel del otro. Se tocó los labios, queriendo sentirlos de nuevo contra su cuello. Cerró los ojos, tratando de rememorar sus gritos y su expresión. No había sido capaz de ver sus ojos, pero sabía a ciencia cierta que destilaban odio. Y miedo. Nunca había visto a Arthur de aquella manera, tan asustado, con esa mirada tan extraña. Nunca había creído que le vería así alguna vez...
Sacudió levemente la cabeza y se dio la vuelta en la cama, tratando de conciliar el sueño, al día siguiente tendría que recorrer toda la ciudad para asegurarse de que el rubio había conseguido huir.
Antonio despertó al día siguiente completamente despejado y con una única idea en su mente. Se vistió, cogió sus armas, bajó a desayunar y acto seguido salió del gran edificio y se internó en la ciudad.
Le encontraría, costara lo que costase.
Decidió empezar por las calles secundarias de la ciudad, ya que las principales estarían demasiado vigiladas como para poder esconderse ahí. Nada más llegar a una de las calles secundarias vio que había más gente de lo normal. El mercado. Se maldijo a si mismo por olvidarlo, aunque hacía demasiado tiempo que no pasaba por la ciudad. De todas formas, tal vez se hubiese escondido ahí. Aunque se la tenían jurada a los ingleses, seguía habiendo cierto porcentaje de comerciantes ingleses en los mercados de las ciudades españolas, y podría darse la casualidad de que Arthur conociese a uno de ellos o, simplemente, uno de esos comerciantes le habría ayudado por el simple hecho de ser ambos ingleses. No perdería nada por buscarle ahí.
Comenzó a caminar entre la gente, tratando de fijarse en todo lo que sus ojos alcanzaban a ver, en cada pequeño detalle, buscando sin parar. Buscando esos cabellos rubios, esos ojos verdes, la chaqueta que le dejó, su espada. Cada vez que creía que le había visto se acercaba con rapidez para después llevarse una decepción al descubrir que en realidad no era él.
Pero aun así, por primera vez desde hacía mucho tiempo se sentía cómodo. No recordaba la sensación de caminar sin tener clavados los ojos de más gente. En el barco, todo el mundo estaba atento a lo que él hiciese, por si daba una orden repentina, y en la base no dejaba de notar las miradas de los demás clavadas en su espalda, murmurando. En cambio, ahí nadie se fijaba en él, nadie le miraba, nadie susurraba cuando pasaba al lado. Era uno más, alguien que ha decidido darse una vuelta por el mercado.
Mientras caminaba, introdujo distraídamente las manos en los bolsillos y sus dedos acariciaron los jirones de la camisa de Arthur. Notó una punzada de arrepentimiento. Sabía que ambos tenían una mayor fortaleza que el resto de humanos, pero no sabía cómo les afectaría una enfermedad. Ojala le bastase con su chaqueta, no le gustaría encontrárselo enfermo (o muerto) en algún rincón. Eso le hizo volver a pensar, una vez más, sobre el día anterior, específicamente en la última parte. No paraba de preguntarse por qué no había sido capaz de matarle. Había estado tan cerca... y sin embargo, había dejado escapar esa oportunidad. Nunca antes había estado tan cerca de acabar con él. Y le gustaría hacerlo, de eso no había duda.
Pero entonces no podría volver a saborear esa piel tan clara...
Antonio se detuvo en seco. ¿En qué demonios estaba pensando? Sacudió la cabeza. No debería estar preocupándose por el inglés, ni pensando en su piel, su mirada y sus labios. Debería pensar en cómo atraparle de nuevo y en mandarle a la horca, como le correspondía. No entendía cómo había podido dejarle escapar.
Reanudó el paseo. Trató de quitarse al inglés de la cabeza, pero le fue completamente imposible. Cada vez que intentaba olvidarlo, más imágenes acudían a su cabeza. Imágenes cada vez más distantes de lo habitual. Imágenes que no dejaban nada a la imaginación. Se maldijo a si mismo. Si seguía así... Tenía que ponerle remedio. Y conocía una buena forma para ello.
Hacía bastante que no iba a ese lugar, tal vez por eso su mente se la estaba jugando de aquella forma.
Por supuesto, conocía el camino de memoria. Cada vez que atracaba en esa ciudad, no podía evitar ir ahí a disfrutar de la noche. Era su lugar preferido para alojarse, y su lugar favorito para disfrutar de los placeres que el mejor de los burdeles de la ciudad podía ofrecerle. No había ningún otro que se le pudiera comparar, además, la dueña siempre se llevó bien con él, y todas las mujeres del local le conocían a la perfección.
Pero sólo había una a la que permitía pasar la noche entera con él.
Nada más entrar, todas las miradas se posaron en él, y muchas fueron las palabras de bienvenida recibidas.
Se acercó a la dueña, la cuál le recibió con un cálido abrazo y una jarra de cerveza. Invitaba la casa, por supuesto. La primera siempre era gratis para él. Se sentó y comenzó a beber, poniendo al día a la dueña mientras tanto. Siempre agradecía que le contase cómo le había ido; le trataba como si fuese su propio hijo, y siempre se preocupaba por él.
Al poco rato, una mujer de pelo rubio y ojos verdes se acercó a él. Se sentó sobre sus piernas y le dio un cálido beso en los labios.
-Antonio, querido, hacía demasiado tiempo que no te veía por aquí...-dijo de forma dulce, pasando un dedo por la barbilla del castaño.
-Lo siento, preciosa, he estado... ocupado-le lanzó una mirada rápida a la dueña, la cual se apartó discretamente.
-Persiguiendo de nuevo al inglés, ¿no?-la rubia dejó escapar una suave carcajada.
-Cómo me conoces...-sonrió, y acto seguido deslizó una mano por su espalda-. ¿Vamos arriba?
-Por supuesto. Tu habitación ya está preparada.
Antonio se dejó caer de espaldas en la cama, al lado de la mujer. Los cabellos rubios de ella estaban revueltos, y un leve rubor se extendía por sus mejillas. Se recostó contra él, pasándole un brazo alrededor de la cintura, permitiéndole notar el calor que desprendía su cuerpo desnudo.
-Cuánto te he echado de menos, mi querido Capitán...-deslizó un dedo por su pecho, muy lentamente.
-Yo a ti también, Lilith-dijo, sonriendo al escuchar el acento inglés de ella.
Rodeó sus hombros con un brazo y se llevó una mano a la frente. Había pasado demasiado desde la última vez, pero no podía creerse lo que había pasado. Simplemente, no lo había disfrutado, por muy extraño que eso pareciese, ya que la mujer era una experta en su trabajo, de hecho, era la mejor del lugar. Su mente, su cuerpo, ambos le pedían otra cosa. A otra persona mas bien. Su mente no dejaba de imaginar cómo sería hacerlo con el inglés, cómo sería estar en su interior. Si sus mejillas se ruborizarían tanto como las de la mujer que yacía a su lado. Si sus ojos brillarían con la misma intensidad que los de ella. Si sus besos serían tan dulces. Si su piel sería tan suave. Si sus gemidos sonarían igual.
Realmente estaba enfermo. ¿Cómo iba a querer acostarse con el rubio? Pero tenía que haber una razón para ello. Sabía que no era un simple deseo, que no era solo por lujuria, o por curiosidad. Sabía que había algo más. Aunque en el fondo, no quería reconocerlo, en parte por cobardía, en parte por orgullo.
-¿Te pasa algo, my dear?-Lilith le miró.
Simplemente sacudió la cabeza, no quiso contestar. La inglesa le conocía demasiado bien, al fin y al cabo hacía ya mucho tiempo que se conocían. Llevaban mucho tiempo compartiendo cama. Y confidencias.
Y solo ahora Antonio se daba cuenta de lo mucho que se parecía a Arthur. Los mismos cabellos dorados, los mismos ojos color esmeralda... además de ser ambos ingleses, por supuesto. Tal vez, de forma inconsciente, la había elegido a ella de entre todas las demás prostitutas por eso. Por parecerse a ese condenado inglés.
No podía creerse lo idiota que había sido al no darse cuenta de ello en todo ese tiempo. Ahora entendía por qué siempre la elegía a ella. Prácticamente todas las mujeres del burdel habían pasado por su cama, pero siempre volvía a ella. Siempre. Adoraba cómo sonaba su nombre con su acento inglés. Y sus ojos. Y su piel. Y solo después de probar el sabor de la piel de Arthur se daba cuenta de todo ello. El sabor de la piel de ambos era tan parecido... Qué demonios. El de la piel de Arthur era mejor. Té negro. Ardiente. Cómo lo echaba de menos.
Fue solo entonces cuando tomó la decisión.
Se levantó de la cama y comenzó a vestirse bajo la atenta mirada de Lilith, Al darse la vuelta para mirarla, no pudo dejar de fijarse en la suave sábana que cubría su cuerpo. No dejaba nada a la imaginación. Tal vez en otra situación hubiese vuelto a la cama sin dudarlo y hasta dejarla totalmente extenuada. Sabía que era la técnica favorita de Lilith para hacerle volver a la cama al instante. Pero en ese momento había otro asunto en su cabeza que no se lo permitía.
Arthur.
Tenía que encontrarle.
-¿De verdad te tienes que ir?
Antonio se detuvo un instante mientras se abotonaba la camisa para mirarla a los ojos. Por una vez, vio seriedad en ellos.
-Sí.
Lilith salió de la cama sin preocuparse siquiera por cubrir su cuerpo desnudo. Se acercó a él y le abrochó los botones que le quedaban. Después, colocó ambas manos en sus hombros y le miró.
-Vuelve pronto, por favor. Cada día que pasas lejos de aquí, lejos de mí, es insoportable... I beg you, Antonio.
Antonio suspiró y retiró sus manos con delicadeza. No le gustaba herir a las personas de esa forma, y menos a ella, pero no le quedaba más remedio. Era una realidad que tenía que aceptar, quisiera o no, por muy doloroso que fuese para ella. No debería haberse permitido enamorarse de él.
-Lilith... tal vez no-no pudo continuar, ya que ella se lo impidió colocando un dedo sobre sus labios.
-Tal vez no vuelvas aquí, ¿no?-sonrió ligeramente-. Esperaba que dijeras eso, lo creas o no. No soy tonta... pero no fingiré que no me duele saberlo. Sea quien sea la persona que te va a apartar de mí, espero que esté a tu altura.
No pudo soltar una carcajada. Por supuesto, no entendía cómo no se había esperado esas palabras.
-No te preocupes, Lilith. Lo está.-le dio un tierno beso en los labios y recorrió, tal vez por última vez, las suaves curvas de su cuerpo para acto seguido recoger el resto de sus pertenencias y abandonar el lugar.
Nada más salir a la calle descubrió que el sol ya se había puesto horas atrás. Una vez más, había perdido la noción del tiempo.
-Mañana. Juro por todo lo que tengo que mañana te encontraré, Arthur.
[Punto de vista de Antonio]
Abrió los ojos al sentir una mano aferrando su hombro y zarandeándole con fuerza. Al sentir un dolor punzante en la cabeza comprendió al instante lo que había sucedido. Pero no dijo nada, se limitó a observar a la persona que le había despertado.
-Capitán-uno de los guardias se inclinaba sobre él-, ¿qué ha ocurrido? ¡El inglés ha escapado!
Se incorporó lentamente, la mano apoyada en la cabeza, ligeramente mareado.
-No sé cómo, pero consiguió arrebatarme la espada y dejarme fuera de combate. Debería habérmelo esperado, es el Capitán Arthur Kirkland-se puso en pié y se sacudió la ropa.
-Capitán...-el hombre vaciló-, uno de sus superiores quiere hablar con usted.
-Entiendo-sacudió la cabeza-. Bien, entonces ve a buscar a cuatro de mis hombres y mándalos a buscarle. Mientras tanto, iré a hablar con mi superior. No tardaré en unirme a ellos.
Observó cómo el guardia salía apresuradamente de la celda y entonces se dio la vuelta y recogió los jirones de la camisa de Arthur que, por fortuna, habían pasado desapercibidos. Se los guardó en un bolsillo y salió de las mazmorras a toda prisa; mientras antes acabase con todo eso, mejor.
Nada más pisar el vestíbulo, el hombre con el que había estado hablando horas antes se le acercó con un gesto de preocupación en la cara.
-Antonio, ¿es verdad que ese pirata ha escapado?
-Sí, señor... me dejó inconsciente y me robó la espada, aún no sé cómo fue capaz de ello estando encadenado... pero por lo que parece también me quitó las llaves y se libró de las cadenas.
El hombre se llevó la mano a la frente y suspiró.
-Bueno, no fue culpa tuya, no te preocupes. Habrá que mandar a algunos hombres a buscarle.
-Ya me ocupé de eso, señor, yo me encargaré de todo.
-Muy bien dicho, Capitán, ya que es responsabilidad suya. Espero que le encuentre, la horca le está esperando-nada más decir esas últimas palabras, se dio media vuelta y se coló por una puerta.
Suspiró, aliviado. Por suerte había decidido delegar en él la búsqueda en vez de hacerlo él mismo, así podría darle más tiempo a Arthur para escapar. Subió a su habitación a por su abrigo, y después pasó por la armería a por una nueva espada.
Una vez preparado, salió a la calle en busca del rubio. Solo así estaría tranquilo, ayudándole a huir.
De forma inconsciente, llevó la mano a la empuñadura de la espada. Echaba de menos su otra espada, le había acompañado durante muchos años en innumerables batallas, la mayor parte de ellas contra Arthur, pero ahora la necesitaba más el rubio que él. Tal vez en alguna batalla futura el inglés se atrevería a blandirla contra él, pero tuvo la sensación de que no volvería a ver su espada nunca más.
Patrulló las calles con sus hombres, pero una hora después no les quedó otra que volver ya que la oscuridad de la noche no les dejaba buscarle. Antonio dio gracias por ello y volvió a su habitación, no sin antes encargar a uno de los sirvientes que le despertase nada más amanecer.
Tiró el abrigo a un lado, el cinturón con su nueva espada a otro y se metió en la cama, pero por alguna razón fue incapaz de conciliar el sueño. Su cabeza no dejaba de darle vueltas a todo lo ocurrido en la celda, a todo lo que le había hecho a Arthur. Todo lo que él había sentido en ese momento. Se miró las manos, recordando la sensación al deslizarlas por la piel del otro. Se tocó los labios, queriendo sentirlos de nuevo contra su cuello. Cerró los ojos, tratando de rememorar sus gritos y su expresión. No había sido capaz de ver sus ojos, pero sabía a ciencia cierta que destilaban odio. Y miedo. Nunca había visto a Arthur de aquella manera, tan asustado, con esa mirada tan extraña. Nunca había creído que le vería así alguna vez...
Sacudió levemente la cabeza y se dio la vuelta en la cama, tratando de conciliar el sueño, al día siguiente tendría que recorrer toda la ciudad para asegurarse de que el rubio había conseguido huir.
Antonio despertó al día siguiente completamente despejado y con una única idea en su mente. Se vistió, cogió sus armas, bajó a desayunar y acto seguido salió del gran edificio y se internó en la ciudad.
Le encontraría, costara lo que costase.
Decidió empezar por las calles secundarias de la ciudad, ya que las principales estarían demasiado vigiladas como para poder esconderse ahí. Nada más llegar a una de las calles secundarias vio que había más gente de lo normal. El mercado. Se maldijo a si mismo por olvidarlo, aunque hacía demasiado tiempo que no pasaba por la ciudad. De todas formas, tal vez se hubiese escondido ahí. Aunque se la tenían jurada a los ingleses, seguía habiendo cierto porcentaje de comerciantes ingleses en los mercados de las ciudades españolas, y podría darse la casualidad de que Arthur conociese a uno de ellos o, simplemente, uno de esos comerciantes le habría ayudado por el simple hecho de ser ambos ingleses. No perdería nada por buscarle ahí.
Comenzó a caminar entre la gente, tratando de fijarse en todo lo que sus ojos alcanzaban a ver, en cada pequeño detalle, buscando sin parar. Buscando esos cabellos rubios, esos ojos verdes, la chaqueta que le dejó, su espada. Cada vez que creía que le había visto se acercaba con rapidez para después llevarse una decepción al descubrir que en realidad no era él.
Pero aun así, por primera vez desde hacía mucho tiempo se sentía cómodo. No recordaba la sensación de caminar sin tener clavados los ojos de más gente. En el barco, todo el mundo estaba atento a lo que él hiciese, por si daba una orden repentina, y en la base no dejaba de notar las miradas de los demás clavadas en su espalda, murmurando. En cambio, ahí nadie se fijaba en él, nadie le miraba, nadie susurraba cuando pasaba al lado. Era uno más, alguien que ha decidido darse una vuelta por el mercado.
Mientras caminaba, introdujo distraídamente las manos en los bolsillos y sus dedos acariciaron los jirones de la camisa de Arthur. Notó una punzada de arrepentimiento. Sabía que ambos tenían una mayor fortaleza que el resto de humanos, pero no sabía cómo les afectaría una enfermedad. Ojala le bastase con su chaqueta, no le gustaría encontrárselo enfermo (o muerto) en algún rincón. Eso le hizo volver a pensar, una vez más, sobre el día anterior, específicamente en la última parte. No paraba de preguntarse por qué no había sido capaz de matarle. Había estado tan cerca... y sin embargo, había dejado escapar esa oportunidad. Nunca antes había estado tan cerca de acabar con él. Y le gustaría hacerlo, de eso no había duda.
Pero entonces no podría volver a saborear esa piel tan clara...
Antonio se detuvo en seco. ¿En qué demonios estaba pensando? Sacudió la cabeza. No debería estar preocupándose por el inglés, ni pensando en su piel, su mirada y sus labios. Debería pensar en cómo atraparle de nuevo y en mandarle a la horca, como le correspondía. No entendía cómo había podido dejarle escapar.
Reanudó el paseo. Trató de quitarse al inglés de la cabeza, pero le fue completamente imposible. Cada vez que intentaba olvidarlo, más imágenes acudían a su cabeza. Imágenes cada vez más distantes de lo habitual. Imágenes que no dejaban nada a la imaginación. Se maldijo a si mismo. Si seguía así... Tenía que ponerle remedio. Y conocía una buena forma para ello.
Hacía bastante que no iba a ese lugar, tal vez por eso su mente se la estaba jugando de aquella forma.
Por supuesto, conocía el camino de memoria. Cada vez que atracaba en esa ciudad, no podía evitar ir ahí a disfrutar de la noche. Era su lugar preferido para alojarse, y su lugar favorito para disfrutar de los placeres que el mejor de los burdeles de la ciudad podía ofrecerle. No había ningún otro que se le pudiera comparar, además, la dueña siempre se llevó bien con él, y todas las mujeres del local le conocían a la perfección.
Pero sólo había una a la que permitía pasar la noche entera con él.
Nada más entrar, todas las miradas se posaron en él, y muchas fueron las palabras de bienvenida recibidas.
Se acercó a la dueña, la cuál le recibió con un cálido abrazo y una jarra de cerveza. Invitaba la casa, por supuesto. La primera siempre era gratis para él. Se sentó y comenzó a beber, poniendo al día a la dueña mientras tanto. Siempre agradecía que le contase cómo le había ido; le trataba como si fuese su propio hijo, y siempre se preocupaba por él.
Al poco rato, una mujer de pelo rubio y ojos verdes se acercó a él. Se sentó sobre sus piernas y le dio un cálido beso en los labios.
-Antonio, querido, hacía demasiado tiempo que no te veía por aquí...-dijo de forma dulce, pasando un dedo por la barbilla del castaño.
-Lo siento, preciosa, he estado... ocupado-le lanzó una mirada rápida a la dueña, la cual se apartó discretamente.
-Persiguiendo de nuevo al inglés, ¿no?-la rubia dejó escapar una suave carcajada.
-Cómo me conoces...-sonrió, y acto seguido deslizó una mano por su espalda-. ¿Vamos arriba?
-Por supuesto. Tu habitación ya está preparada.
Antonio se dejó caer de espaldas en la cama, al lado de la mujer. Los cabellos rubios de ella estaban revueltos, y un leve rubor se extendía por sus mejillas. Se recostó contra él, pasándole un brazo alrededor de la cintura, permitiéndole notar el calor que desprendía su cuerpo desnudo.
-Cuánto te he echado de menos, mi querido Capitán...-deslizó un dedo por su pecho, muy lentamente.
-Yo a ti también, Lilith-dijo, sonriendo al escuchar el acento inglés de ella.
Rodeó sus hombros con un brazo y se llevó una mano a la frente. Había pasado demasiado desde la última vez, pero no podía creerse lo que había pasado. Simplemente, no lo había disfrutado, por muy extraño que eso pareciese, ya que la mujer era una experta en su trabajo, de hecho, era la mejor del lugar. Su mente, su cuerpo, ambos le pedían otra cosa. A otra persona mas bien. Su mente no dejaba de imaginar cómo sería hacerlo con el inglés, cómo sería estar en su interior. Si sus mejillas se ruborizarían tanto como las de la mujer que yacía a su lado. Si sus ojos brillarían con la misma intensidad que los de ella. Si sus besos serían tan dulces. Si su piel sería tan suave. Si sus gemidos sonarían igual.
Realmente estaba enfermo. ¿Cómo iba a querer acostarse con el rubio? Pero tenía que haber una razón para ello. Sabía que no era un simple deseo, que no era solo por lujuria, o por curiosidad. Sabía que había algo más. Aunque en el fondo, no quería reconocerlo, en parte por cobardía, en parte por orgullo.
-¿Te pasa algo, my dear?-Lilith le miró.
Simplemente sacudió la cabeza, no quiso contestar. La inglesa le conocía demasiado bien, al fin y al cabo hacía ya mucho tiempo que se conocían. Llevaban mucho tiempo compartiendo cama. Y confidencias.
Y solo ahora Antonio se daba cuenta de lo mucho que se parecía a Arthur. Los mismos cabellos dorados, los mismos ojos color esmeralda... además de ser ambos ingleses, por supuesto. Tal vez, de forma inconsciente, la había elegido a ella de entre todas las demás prostitutas por eso. Por parecerse a ese condenado inglés.
No podía creerse lo idiota que había sido al no darse cuenta de ello en todo ese tiempo. Ahora entendía por qué siempre la elegía a ella. Prácticamente todas las mujeres del burdel habían pasado por su cama, pero siempre volvía a ella. Siempre. Adoraba cómo sonaba su nombre con su acento inglés. Y sus ojos. Y su piel. Y solo después de probar el sabor de la piel de Arthur se daba cuenta de todo ello. El sabor de la piel de ambos era tan parecido... Qué demonios. El de la piel de Arthur era mejor. Té negro. Ardiente. Cómo lo echaba de menos.
Fue solo entonces cuando tomó la decisión.
Se levantó de la cama y comenzó a vestirse bajo la atenta mirada de Lilith, Al darse la vuelta para mirarla, no pudo dejar de fijarse en la suave sábana que cubría su cuerpo. No dejaba nada a la imaginación. Tal vez en otra situación hubiese vuelto a la cama sin dudarlo y hasta dejarla totalmente extenuada. Sabía que era la técnica favorita de Lilith para hacerle volver a la cama al instante. Pero en ese momento había otro asunto en su cabeza que no se lo permitía.
Arthur.
Tenía que encontrarle.
-¿De verdad te tienes que ir?
Antonio se detuvo un instante mientras se abotonaba la camisa para mirarla a los ojos. Por una vez, vio seriedad en ellos.
-Sí.
Lilith salió de la cama sin preocuparse siquiera por cubrir su cuerpo desnudo. Se acercó a él y le abrochó los botones que le quedaban. Después, colocó ambas manos en sus hombros y le miró.
-Vuelve pronto, por favor. Cada día que pasas lejos de aquí, lejos de mí, es insoportable... I beg you, Antonio.
Antonio suspiró y retiró sus manos con delicadeza. No le gustaba herir a las personas de esa forma, y menos a ella, pero no le quedaba más remedio. Era una realidad que tenía que aceptar, quisiera o no, por muy doloroso que fuese para ella. No debería haberse permitido enamorarse de él.
-Lilith... tal vez no-no pudo continuar, ya que ella se lo impidió colocando un dedo sobre sus labios.
-Tal vez no vuelvas aquí, ¿no?-sonrió ligeramente-. Esperaba que dijeras eso, lo creas o no. No soy tonta... pero no fingiré que no me duele saberlo. Sea quien sea la persona que te va a apartar de mí, espero que esté a tu altura.
No pudo soltar una carcajada. Por supuesto, no entendía cómo no se había esperado esas palabras.
-No te preocupes, Lilith. Lo está.-le dio un tierno beso en los labios y recorrió, tal vez por última vez, las suaves curvas de su cuerpo para acto seguido recoger el resto de sus pertenencias y abandonar el lugar.
Nada más salir a la calle descubrió que el sol ya se había puesto horas atrás. Una vez más, había perdido la noción del tiempo.
-Mañana. Juro por todo lo que tengo que mañana te encontraré, Arthur.