Capítulo 05
[Punto de vista de Arthur]
No podía creerse su mala suerte.
Primero, una batalla (no deseada) contra los españoles. Segundo, había sido lo suficientemente idiota como para dejarse capturar por Antonio. Tercero, una sugerencia estúpida por su parte. Cuarto, a punto de ser violado por ese maldito español. Quinto, estaba atrapado en territorio español y no tenía ni la más remota idea de cómo demonios salir de ahí sin ocupar una caja de pino.
Por lo menos había podido escapar con vida.
Aún no era capaz de entender cómo había conseguido salir del edificio sin ser visto por los guardias. Simplemente no había parado de caminar hasta encontrar un sitio donde ocultarse, sin saber muy bien dónde estaba.
El cansancio era, aunque le pareciese completamente irreal, prácticamente insoportable. Todo lo sucedido durante la batalla y después de la misma le había dejado extenuado, tanto física como mentalmente. Sobre todo la última parte. Los recuerdos sobre ello trataron de nublarle la mente, pero aunque el cansancio era demasiado, consiguió mantenerlos a raya. No podría permitirse desconcentrarse, no en ese momento.
Buscó prácticamente a tientas un lugar donde pasar la noche, oculto de miradas indeseadas. No supo cuánto estuvo buscando, pero al final encontró un recoveco entre unos arbustos y lo que parecía un muro derruido. Trató de acomodar un poco el lugar, lo suficiente como para poder descansar y, una vez se cercioró de que nadie le podría ver hasta estar prácticamente frente a él, se dejó invadir por el sopor.
Al despertar, no tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado durmiendo, pero le pareció toda una eternidad. Trató de moverse. Por la sensación de hambre y el agarrotamiento de sus músculos, era probable que hubiese dormido un día completo, tal vez incluso un poco más. Pero seguía sin tener ni idea de dónde se encontraba.
Al incorporarse y salir de su improvisado escondite los rayos del sol le hicieron entrecerrar los ojos para ver mejor. No debía de ser más allá del mediodía. Fue entonces cuando se dio cuenta de que había acabado en el patio de una casa (para su suerte) abandonada.
-Bueno, algo es algo.
Tratando de tener cuidado de no hacer ningún tipo de ruido, se coló en la casa.
Aunque por fuera parecía totalmente abandonada, el interior estaba bastante bien, era incluso hasta habitable. Conservaba la mayor parte de los muebles, aunque casi todas las ventanas estaban hechas añicos. Después de dar una vuelta por la planta baja y de comprobar que no había ningún tipo de alimento o bebida, decidió ir al piso superior. No había gran cosa, un par de habitaciones y poco más, pero al abrir los armarios encontró ropa limpia de su talla. A pesar de toda la ropa que había, decidió conservar la chaqueta que Antonio le había dado, escogiendo unos pantalones limpios y una camisa blanca. Tampoco desechó la espada, al fin y al cabo era una cosa que de otra forma nunca habría podido conseguir.
Nada más ajustarse el cinturón con el arma, acarició la empuñadura con suma delicadeza, pensando en varias cosas a la vez. ¿Por qué demonios Antonio le había dejado huir? ¿Y por qué le había dado su espada? Sí, vale que no iba a ser capaz de poder escapar de ahí sin un arma, y vale que la suya estuviese en el barco del español y sólo tuviese a mano esa, ¿pero por qué dársela? No acababa de entenderlo.
Y al pensar en eso, todos los recuerdos de lo ocurrido en la celda ocuparon su mente al completo, provocando que un escalofrío recorriese su espalda. No podía negar que había sentido miedo. Nunca había visto a Antonio actuar de esa manera, no se lo había esperado. Nunca habría creído posible que el español decidiera aceptar esa sugerencia tan estúpida. De todas formas, ¿por qué no se lo había esperado? Sabía que el castaño podía ser totalmente imprevisible, siempre le sorprendía de una u otra forma. Pero... de ahí a que se atreviese a... Sacudió la cabeza.
Por lo menos se había quedado ahí y no había ido a más.
Pero tenía que admitirlo, temía el hambre encerrado en los ojos verdes del otro.
Un ruido en la planta baja interrumpió sus pensamientos. Fuera quien fuese, no debía encontrarle ahí. Se acercó a una de las ventanas y se coló por ella. Por suerte, era bueno trepando, y no le costó nada descender hasta el suelo y escapar.
Una vez fuera, la realidad le golpeó. No tenía ni idea de a dónde ir. No conocía la ciudad. No sabía si encontraría a alguien que le pudiese ayudar. No tenía ni la más remota idea de qué hacer. Se sentía como un completo idiota. Pero aun así, tenía que largarse del lugar. Y cuanto antes, mejor.
Salió a la calle frente a la casa y comenzó a andar, sin saber a dónde debía dirigirse. Trató de ordenar los pensamientos que se agolpaban en su mente, intentando darle prioridad a lo que consideraba importante. Un barco. Necesitaba un barco para poder escapar de ahí. Y tripulación. Y una maldita pistola. Y comer, tal vez incluso beber algo.
¿Pero cómo iba a hacer todo eso? No sabía dónde estaba el puerto, ni si habría un barco que pudiese utilizar. Y era prácticamente imposible encontrar una tripulación. Una pistola tal vez no fuese difícil, pero ¿y la comida? ¿De dónde la iba a sacar? Maldita sea, ¡no era un vulgar ladrón! Pero no le quedaba otra.
Comenzó a caminar sin rumbo fijo, buscando o bien comida o bien un arma que poder quedarse, tratando de evitar a toda la gente que podía, pero sobre todo a los guardias españoles. No estaba seguro de si le reconocerían o no, pero era mejor no arriesgarse, no quería volver al calabozo.
Aunque si lo hacía, podría volver a ver a Antonio...
Se detuvo de pronto. ¿Por qué querría verle? ¿A caso estaba enfermo? ¡El muy cabrón había estado a punto de violarle! ¡Y de matarle! Aunque al final no había hecho ninguna de las dos cosas. Le había dejado marchar. Incluso le había dado su arma. Había sido incapaz de matarle. Y lo que había visto en sus ojos, toda esa confusión, enfrentada a la decisión de mantenerle con vida.
No lo comprendía. Al igual que no entendía la delicadeza y la tardanza de algunos de sus actos. Tal vez... pero no, no podía ser posible que Antonio... No. Era completamente imposible que el castaño sintiera algo hacia él, tenía que ser mentira. Tenía que haber interpretado de manera equivocada su mirada. Fijo que era eso.
Reanudó su camino. De pronto, un tintineo proveniente de uno de los bolsillos de la chaqueta llamó su atención. Al introducir la mano, la satisfacción le inundó al comprobar que eran unas monedas, y no pocas precisamente. Seguramente Antonio se habría olvidado de ellas. Se sintió afortunado. Por lo menos podría conseguir algo de comida, así que lo convirtió en su prioridad.
Siguió caminando. Al pasar por delante de un edificio de dos plantas un delicioso aroma le hizo volver a detenerse. Se fijó un poco más. Era una taberna, y al parecer ya estaba abierta, así que no dudó ni un instante en entrar.
El lugar no estaba muy lleno, tan solo unas pocas personas ocupando unas mesas cerca de la entrada y dos hombres en la barra, tras la cual había una mujer. Se acercó a ella.
-Hola querido. ¿Puedo ayudarte en algo?
-Me preguntaba si podría comer algo...
-Claro que sí. Siéntate en una de las mesas, una de mis chicas te llevará algo de comer en un momento.
Arthur se dirigió a una de las mesas y se sentó. Miró nuevamente a su alrededor, y entonces reparó en algo en lo que no se había fijado antes. De todos los hombres que había en el lugar, muchos de ellos estaban acompañados por hermosas mujeres, vestidas de forma bastante parecida: falda con una abertura a un lado, corpiño y un pronunciado escote.
Prostitutas. Genial. Se había metido a comer en un prostíbulo.
Pero tenía hambre, así que ¿qué más daba el sitio donde estuviese? De todas formas, tal vez si se hubiese encontrado en una situación distinta en ese momento tendría a una de esas mujeres sentada en su regazo, colmándole de atenciones.
-¿Señor? Le traigo su comida.
Se giró hacia la mujer que le había hablado, y no pudo dejar de sorprenderse. Era prácticamente igual a él: rubia de ojos verdes y un marcado acento inglés en sus palabras. Ella también parecía sorprendida al verle, y no pudo dejar de fijarse en que la mirada de ella se escapaba de vez en cuando a la chaqueta que llevaba puesta.
-Gracias.
La muchacha dejó la comida en la mesa frente a él y se dispuso a marcharse, pero al poco se giró y le miró.
-Disculpe... ¿conoce al Capitán Antonio Fernández Carriedo?
Arthur no pudo hacer otra cosa que mirarla con atención, la boca ligeramente abierta. ¿De verdad esa mujer conocía a Antonio? Una suave risa escapó de sus labios. ¿Y por qué no? Demonios, él también era un hombre con derecho a divertirse de esa forma de vez en cuando.
Aunque por alguna razón le molestaba.
-Sí, ¿por qué lo preguntas?
Ella pareció dudar, pero un gesto apremiante de él la hizo hablar.
-Esa chaqueta es de Antonio, la he reconocido nada más verla.
Dudó. No estaba seguro de si debía preguntar o no, pero al final lo hizo.
-¿Ha estado Antonio por aquí?
-Sí-la respuesta de ella le hizo detenerse un momento a pensar. Pero decidió continuar con lo que había empezado.
-Siéntate por favor. ¿Cómo te llamas?
-Lilith-dijo ella mientras se sentaba a su lado.
Empezó a comer mientras ella le contaba que Antonio había estado en el lugar el día anterior. Así que no se había equivocado, había pasado algo más de un día entero durmiendo. Escuchó durante un rato sin prestar mucha atención, hasta que unas palabras de ella le hicieron mirarla fijamente.
-Al marchar, me dijo que estaba buscando a alguien y que tal vez no volvería a venir por aquí. Me resultó extraño, pero no le di más importancia de la necesaria, al fin y al cabo no son pocas las veces que se marcha y tarda meses en volver.
-Y... ¿te dijo algo sobre la persona a la que estaba buscando?
Ella negó con la cabeza y sonrió, apoyando los codos sobre la mesa y cruzando los dedos de las manos con delicadeza.
-No, pero me imagino que será al de siempre, a ese capitán pirata inglés al que lleva persiguiendo años. Pero de todas formas, esta vez no estoy muy segura de ello.
-¿Y eso por qué?
-Su mirada. Tenía aspecto de estar buscando a alguien de suma importancia para él, no a un simple enemigo. No se si sabrás a qué me refiero...-ante la mirada confusa de Arthur, Lilith rió suavemente-. Parecía estar buscando a la persona de la que se ha enamorado.
Se atragantó con la bebida que le habían servido. ¿Enamorado? ¿Antonio? ¡¿En serio?! Bueno, pensándolo bien, ¿por qué no iba a enamorarse? Tenía todo el derecho a ello. Aunque en el fondo le dolía.
¿Le dolía?
Su mirada se perdió en el fondo del vaso de cristal. ¿Por qué demonios iba a dolerle el hecho de enterarse de que Antonio está enamorado de alguien? Él mismo también lo había estado, ambos tenían derecho a ello. Se detuvo. ¿También lo había estado? ¿Lo seguía estando? No estaba seguro de ello, no recordaba siquiera a la persona a la que entonces había amado, ni sabía si seguía queriendo a esa persona. Pero el sentimiento estaba ahí. De eso sí que estaba seguro. Aunque...
Se llevó una mano a los cabellos, despeinándolos. Cada vez entendía menos sus propias reacciones, sus propios sentimientos, ni siquiera sus pensamientos. Así que decidió volver a preguntar.
-Lilith... ¿cómo lo sabes? Quiero decir, ¿cómo sabes que Antonio...?-fue incapaz de pronunciar las palabras, pero ella le entendió.
-Ya te lo he dicho: su mirada. No todos tenemos la misma mirada, ni siquiera la nuestra propia es la misma cada vez. Sé reconocer cuándo la mirada de un hombre se convierte en la de una persona enamorada, porque la he visto demasiadas veces, y puedo decirte que la de Antonio era así. Y también puedo decirte que es la primera vez que la veo en sus ojos-ella llevó una mano a su mejilla y le obligó a mirarla-. Es la misma mirada que tienes tú ahora mismo.
Quedó completamente paralizado. ¿De verdad...? No podía ser. Aunque eso le hizo pensar, una vez más, en la batalla, en la bodega del barco, en la celda. En Antonio. Y se dio cuenta de muchas cosas a la vez, cosas en las que no había pensado hasta ese momento.
¿Y si la sugerencia, aparentemente estúpida, no lo fuera? Tal vez simplemente llevase demasiado tiempo deseando que Antonio hiciera algo así. Y tal vez, en la celda, no se estuviese estremeciendo de miedo, sino de deseo, de pasión. Sólo ahora se daba cuenta de cuánto había ardido su piel en las zonas que había tocado Antonio, tanto co sus labios como con sus manos. Y deseaba más. Necesitaba más. Qué estúpido había sido.
Y ahora necesitaba encontrarle. No podría marcharse de ahí sin verle antes.
-¿Tienes idea de dónde está alojado Antonio?
Lilith meditó la respuesta unos segundos.
-Habitualmente se queda aquí, tiene incluso una habitación propia, pero algunas veces se aloja en la casa grande en la parte superior del pueblo con el resto de la guardia.
-Necesito saber dónde-dijo de pronto, colocando una mano en uno de los hombros de ella. Lilith le miró un tanto sorprendida, pero finalmente sonrió, asintió con la cabeza y le dio instrucciones.
Arthur, a modo de agradecimiento, dejó en la mesa, delante de ella unas monedas como pago por la comida, así como una propina. No le importó, al fin y al cabo ese dinero era de Antonio. Cuando se alejaba en dirección a la salida, Lilith le acercó a él, deteniéndole un instante.
-¿Quién eres?
-You don’t need to know it, my lady-dijo en voz baja mientras una suave sonrisa curvaba sus labios al comprobar la expresión casi asustada de ella.
Pero se llevó un dedo a los labios, acompañado de unas palabras en voz baja, y ella le dejó marchar.
Esperó hasta que la oscuridad de la noche pudiese ocultarle para ir hasta allí. No podía permitirse que le capturasen de nuevo.
Se escondió entre unos arbustos y esperó hasta que los guardias desaparecieron de su vista. Fue entonces cuando salió de su escondite y localizó con su mirada la ventana de la habitación del español, en el primer piso. A través de la ventana podía verse una tenue luz iluminando la habitación, pero no estaba seguro de si él se encontraría ahí dentro o no.
Comenzó a trepar con cuidado de no hacer ruido.
[Punto de vista de Antonio]
Se sentía un completo inútil al no haber sido capaz de encontrarle. Aunque tal vez eso fuese porque Arthur había sido capaz de escapar de la ciudad sin ser visto. Ese pensamiento era lo único que le daba esperanzas en ese momento.
Entró en la habitación cerrando la puerta con llave tras de sí; no quería ser molestado. Dejó la espada sobre una mesa cercana a la puerta y se sentó en el borde de la amplia cama situada frente a la ventana. Apoyó ambos codos en sus piernas y hundió el rostro en las manos. Deseaba tanto poder verle...
Entonces, el ruido de la ventana al abrirse le hizo levantar la cabeza de golpe.
No podía creer lo que estaba viendo. Tras un instante en silencio, por fin fue capaz de despegar los labios.
-¿Arthur?
[Punto de vista de Arthur]
No podía creerse su mala suerte.
Primero, una batalla (no deseada) contra los españoles. Segundo, había sido lo suficientemente idiota como para dejarse capturar por Antonio. Tercero, una sugerencia estúpida por su parte. Cuarto, a punto de ser violado por ese maldito español. Quinto, estaba atrapado en territorio español y no tenía ni la más remota idea de cómo demonios salir de ahí sin ocupar una caja de pino.
Por lo menos había podido escapar con vida.
Aún no era capaz de entender cómo había conseguido salir del edificio sin ser visto por los guardias. Simplemente no había parado de caminar hasta encontrar un sitio donde ocultarse, sin saber muy bien dónde estaba.
El cansancio era, aunque le pareciese completamente irreal, prácticamente insoportable. Todo lo sucedido durante la batalla y después de la misma le había dejado extenuado, tanto física como mentalmente. Sobre todo la última parte. Los recuerdos sobre ello trataron de nublarle la mente, pero aunque el cansancio era demasiado, consiguió mantenerlos a raya. No podría permitirse desconcentrarse, no en ese momento.
Buscó prácticamente a tientas un lugar donde pasar la noche, oculto de miradas indeseadas. No supo cuánto estuvo buscando, pero al final encontró un recoveco entre unos arbustos y lo que parecía un muro derruido. Trató de acomodar un poco el lugar, lo suficiente como para poder descansar y, una vez se cercioró de que nadie le podría ver hasta estar prácticamente frente a él, se dejó invadir por el sopor.
Al despertar, no tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado durmiendo, pero le pareció toda una eternidad. Trató de moverse. Por la sensación de hambre y el agarrotamiento de sus músculos, era probable que hubiese dormido un día completo, tal vez incluso un poco más. Pero seguía sin tener ni idea de dónde se encontraba.
Al incorporarse y salir de su improvisado escondite los rayos del sol le hicieron entrecerrar los ojos para ver mejor. No debía de ser más allá del mediodía. Fue entonces cuando se dio cuenta de que había acabado en el patio de una casa (para su suerte) abandonada.
-Bueno, algo es algo.
Tratando de tener cuidado de no hacer ningún tipo de ruido, se coló en la casa.
Aunque por fuera parecía totalmente abandonada, el interior estaba bastante bien, era incluso hasta habitable. Conservaba la mayor parte de los muebles, aunque casi todas las ventanas estaban hechas añicos. Después de dar una vuelta por la planta baja y de comprobar que no había ningún tipo de alimento o bebida, decidió ir al piso superior. No había gran cosa, un par de habitaciones y poco más, pero al abrir los armarios encontró ropa limpia de su talla. A pesar de toda la ropa que había, decidió conservar la chaqueta que Antonio le había dado, escogiendo unos pantalones limpios y una camisa blanca. Tampoco desechó la espada, al fin y al cabo era una cosa que de otra forma nunca habría podido conseguir.
Nada más ajustarse el cinturón con el arma, acarició la empuñadura con suma delicadeza, pensando en varias cosas a la vez. ¿Por qué demonios Antonio le había dejado huir? ¿Y por qué le había dado su espada? Sí, vale que no iba a ser capaz de poder escapar de ahí sin un arma, y vale que la suya estuviese en el barco del español y sólo tuviese a mano esa, ¿pero por qué dársela? No acababa de entenderlo.
Y al pensar en eso, todos los recuerdos de lo ocurrido en la celda ocuparon su mente al completo, provocando que un escalofrío recorriese su espalda. No podía negar que había sentido miedo. Nunca había visto a Antonio actuar de esa manera, no se lo había esperado. Nunca habría creído posible que el español decidiera aceptar esa sugerencia tan estúpida. De todas formas, ¿por qué no se lo había esperado? Sabía que el castaño podía ser totalmente imprevisible, siempre le sorprendía de una u otra forma. Pero... de ahí a que se atreviese a... Sacudió la cabeza.
Por lo menos se había quedado ahí y no había ido a más.
Pero tenía que admitirlo, temía el hambre encerrado en los ojos verdes del otro.
Un ruido en la planta baja interrumpió sus pensamientos. Fuera quien fuese, no debía encontrarle ahí. Se acercó a una de las ventanas y se coló por ella. Por suerte, era bueno trepando, y no le costó nada descender hasta el suelo y escapar.
Una vez fuera, la realidad le golpeó. No tenía ni idea de a dónde ir. No conocía la ciudad. No sabía si encontraría a alguien que le pudiese ayudar. No tenía ni la más remota idea de qué hacer. Se sentía como un completo idiota. Pero aun así, tenía que largarse del lugar. Y cuanto antes, mejor.
Salió a la calle frente a la casa y comenzó a andar, sin saber a dónde debía dirigirse. Trató de ordenar los pensamientos que se agolpaban en su mente, intentando darle prioridad a lo que consideraba importante. Un barco. Necesitaba un barco para poder escapar de ahí. Y tripulación. Y una maldita pistola. Y comer, tal vez incluso beber algo.
¿Pero cómo iba a hacer todo eso? No sabía dónde estaba el puerto, ni si habría un barco que pudiese utilizar. Y era prácticamente imposible encontrar una tripulación. Una pistola tal vez no fuese difícil, pero ¿y la comida? ¿De dónde la iba a sacar? Maldita sea, ¡no era un vulgar ladrón! Pero no le quedaba otra.
Comenzó a caminar sin rumbo fijo, buscando o bien comida o bien un arma que poder quedarse, tratando de evitar a toda la gente que podía, pero sobre todo a los guardias españoles. No estaba seguro de si le reconocerían o no, pero era mejor no arriesgarse, no quería volver al calabozo.
Aunque si lo hacía, podría volver a ver a Antonio...
Se detuvo de pronto. ¿Por qué querría verle? ¿A caso estaba enfermo? ¡El muy cabrón había estado a punto de violarle! ¡Y de matarle! Aunque al final no había hecho ninguna de las dos cosas. Le había dejado marchar. Incluso le había dado su arma. Había sido incapaz de matarle. Y lo que había visto en sus ojos, toda esa confusión, enfrentada a la decisión de mantenerle con vida.
No lo comprendía. Al igual que no entendía la delicadeza y la tardanza de algunos de sus actos. Tal vez... pero no, no podía ser posible que Antonio... No. Era completamente imposible que el castaño sintiera algo hacia él, tenía que ser mentira. Tenía que haber interpretado de manera equivocada su mirada. Fijo que era eso.
Reanudó su camino. De pronto, un tintineo proveniente de uno de los bolsillos de la chaqueta llamó su atención. Al introducir la mano, la satisfacción le inundó al comprobar que eran unas monedas, y no pocas precisamente. Seguramente Antonio se habría olvidado de ellas. Se sintió afortunado. Por lo menos podría conseguir algo de comida, así que lo convirtió en su prioridad.
Siguió caminando. Al pasar por delante de un edificio de dos plantas un delicioso aroma le hizo volver a detenerse. Se fijó un poco más. Era una taberna, y al parecer ya estaba abierta, así que no dudó ni un instante en entrar.
El lugar no estaba muy lleno, tan solo unas pocas personas ocupando unas mesas cerca de la entrada y dos hombres en la barra, tras la cual había una mujer. Se acercó a ella.
-Hola querido. ¿Puedo ayudarte en algo?
-Me preguntaba si podría comer algo...
-Claro que sí. Siéntate en una de las mesas, una de mis chicas te llevará algo de comer en un momento.
Arthur se dirigió a una de las mesas y se sentó. Miró nuevamente a su alrededor, y entonces reparó en algo en lo que no se había fijado antes. De todos los hombres que había en el lugar, muchos de ellos estaban acompañados por hermosas mujeres, vestidas de forma bastante parecida: falda con una abertura a un lado, corpiño y un pronunciado escote.
Prostitutas. Genial. Se había metido a comer en un prostíbulo.
Pero tenía hambre, así que ¿qué más daba el sitio donde estuviese? De todas formas, tal vez si se hubiese encontrado en una situación distinta en ese momento tendría a una de esas mujeres sentada en su regazo, colmándole de atenciones.
-¿Señor? Le traigo su comida.
Se giró hacia la mujer que le había hablado, y no pudo dejar de sorprenderse. Era prácticamente igual a él: rubia de ojos verdes y un marcado acento inglés en sus palabras. Ella también parecía sorprendida al verle, y no pudo dejar de fijarse en que la mirada de ella se escapaba de vez en cuando a la chaqueta que llevaba puesta.
-Gracias.
La muchacha dejó la comida en la mesa frente a él y se dispuso a marcharse, pero al poco se giró y le miró.
-Disculpe... ¿conoce al Capitán Antonio Fernández Carriedo?
Arthur no pudo hacer otra cosa que mirarla con atención, la boca ligeramente abierta. ¿De verdad esa mujer conocía a Antonio? Una suave risa escapó de sus labios. ¿Y por qué no? Demonios, él también era un hombre con derecho a divertirse de esa forma de vez en cuando.
Aunque por alguna razón le molestaba.
-Sí, ¿por qué lo preguntas?
Ella pareció dudar, pero un gesto apremiante de él la hizo hablar.
-Esa chaqueta es de Antonio, la he reconocido nada más verla.
Dudó. No estaba seguro de si debía preguntar o no, pero al final lo hizo.
-¿Ha estado Antonio por aquí?
-Sí-la respuesta de ella le hizo detenerse un momento a pensar. Pero decidió continuar con lo que había empezado.
-Siéntate por favor. ¿Cómo te llamas?
-Lilith-dijo ella mientras se sentaba a su lado.
Empezó a comer mientras ella le contaba que Antonio había estado en el lugar el día anterior. Así que no se había equivocado, había pasado algo más de un día entero durmiendo. Escuchó durante un rato sin prestar mucha atención, hasta que unas palabras de ella le hicieron mirarla fijamente.
-Al marchar, me dijo que estaba buscando a alguien y que tal vez no volvería a venir por aquí. Me resultó extraño, pero no le di más importancia de la necesaria, al fin y al cabo no son pocas las veces que se marcha y tarda meses en volver.
-Y... ¿te dijo algo sobre la persona a la que estaba buscando?
Ella negó con la cabeza y sonrió, apoyando los codos sobre la mesa y cruzando los dedos de las manos con delicadeza.
-No, pero me imagino que será al de siempre, a ese capitán pirata inglés al que lleva persiguiendo años. Pero de todas formas, esta vez no estoy muy segura de ello.
-¿Y eso por qué?
-Su mirada. Tenía aspecto de estar buscando a alguien de suma importancia para él, no a un simple enemigo. No se si sabrás a qué me refiero...-ante la mirada confusa de Arthur, Lilith rió suavemente-. Parecía estar buscando a la persona de la que se ha enamorado.
Se atragantó con la bebida que le habían servido. ¿Enamorado? ¿Antonio? ¡¿En serio?! Bueno, pensándolo bien, ¿por qué no iba a enamorarse? Tenía todo el derecho a ello. Aunque en el fondo le dolía.
¿Le dolía?
Su mirada se perdió en el fondo del vaso de cristal. ¿Por qué demonios iba a dolerle el hecho de enterarse de que Antonio está enamorado de alguien? Él mismo también lo había estado, ambos tenían derecho a ello. Se detuvo. ¿También lo había estado? ¿Lo seguía estando? No estaba seguro de ello, no recordaba siquiera a la persona a la que entonces había amado, ni sabía si seguía queriendo a esa persona. Pero el sentimiento estaba ahí. De eso sí que estaba seguro. Aunque...
Se llevó una mano a los cabellos, despeinándolos. Cada vez entendía menos sus propias reacciones, sus propios sentimientos, ni siquiera sus pensamientos. Así que decidió volver a preguntar.
-Lilith... ¿cómo lo sabes? Quiero decir, ¿cómo sabes que Antonio...?-fue incapaz de pronunciar las palabras, pero ella le entendió.
-Ya te lo he dicho: su mirada. No todos tenemos la misma mirada, ni siquiera la nuestra propia es la misma cada vez. Sé reconocer cuándo la mirada de un hombre se convierte en la de una persona enamorada, porque la he visto demasiadas veces, y puedo decirte que la de Antonio era así. Y también puedo decirte que es la primera vez que la veo en sus ojos-ella llevó una mano a su mejilla y le obligó a mirarla-. Es la misma mirada que tienes tú ahora mismo.
Quedó completamente paralizado. ¿De verdad...? No podía ser. Aunque eso le hizo pensar, una vez más, en la batalla, en la bodega del barco, en la celda. En Antonio. Y se dio cuenta de muchas cosas a la vez, cosas en las que no había pensado hasta ese momento.
¿Y si la sugerencia, aparentemente estúpida, no lo fuera? Tal vez simplemente llevase demasiado tiempo deseando que Antonio hiciera algo así. Y tal vez, en la celda, no se estuviese estremeciendo de miedo, sino de deseo, de pasión. Sólo ahora se daba cuenta de cuánto había ardido su piel en las zonas que había tocado Antonio, tanto co sus labios como con sus manos. Y deseaba más. Necesitaba más. Qué estúpido había sido.
Y ahora necesitaba encontrarle. No podría marcharse de ahí sin verle antes.
-¿Tienes idea de dónde está alojado Antonio?
Lilith meditó la respuesta unos segundos.
-Habitualmente se queda aquí, tiene incluso una habitación propia, pero algunas veces se aloja en la casa grande en la parte superior del pueblo con el resto de la guardia.
-Necesito saber dónde-dijo de pronto, colocando una mano en uno de los hombros de ella. Lilith le miró un tanto sorprendida, pero finalmente sonrió, asintió con la cabeza y le dio instrucciones.
Arthur, a modo de agradecimiento, dejó en la mesa, delante de ella unas monedas como pago por la comida, así como una propina. No le importó, al fin y al cabo ese dinero era de Antonio. Cuando se alejaba en dirección a la salida, Lilith le acercó a él, deteniéndole un instante.
-¿Quién eres?
-You don’t need to know it, my lady-dijo en voz baja mientras una suave sonrisa curvaba sus labios al comprobar la expresión casi asustada de ella.
Pero se llevó un dedo a los labios, acompañado de unas palabras en voz baja, y ella le dejó marchar.
Esperó hasta que la oscuridad de la noche pudiese ocultarle para ir hasta allí. No podía permitirse que le capturasen de nuevo.
Se escondió entre unos arbustos y esperó hasta que los guardias desaparecieron de su vista. Fue entonces cuando salió de su escondite y localizó con su mirada la ventana de la habitación del español, en el primer piso. A través de la ventana podía verse una tenue luz iluminando la habitación, pero no estaba seguro de si él se encontraría ahí dentro o no.
Comenzó a trepar con cuidado de no hacer ruido.
[Punto de vista de Antonio]
Se sentía un completo inútil al no haber sido capaz de encontrarle. Aunque tal vez eso fuese porque Arthur había sido capaz de escapar de la ciudad sin ser visto. Ese pensamiento era lo único que le daba esperanzas en ese momento.
Entró en la habitación cerrando la puerta con llave tras de sí; no quería ser molestado. Dejó la espada sobre una mesa cercana a la puerta y se sentó en el borde de la amplia cama situada frente a la ventana. Apoyó ambos codos en sus piernas y hundió el rostro en las manos. Deseaba tanto poder verle...
Entonces, el ruido de la ventana al abrirse le hizo levantar la cabeza de golpe.
No podía creer lo que estaba viendo. Tras un instante en silencio, por fin fue capaz de despegar los labios.
-¿Arthur?