Se Buscan Autores

Para todos aquellos que les guste escribir todo tipo de historias con todo tipo de contenidos, éste es su lugar: Dark Business.

Así que, si te interesa publicar en el blog tus historias, escríbeme a: KeiraLogan@gmail.com y estaré encantada de incluíros como autores.

En el mail debéis incluir la dirección de correo con la que queréis entrar y a la que os llegarán los comentarios que os dejen en las entradas publicadas. Todos aquellos que sean aceptados deberán cumplir unas normas básicas que os escribiré en un mail como respuesta al vuestro.

Bienvenidos a Dark Business

Bienvenidos a Dark Business, un blog donde podréis encontrar fanfics variados de autores diferentes.

Espero que os gusten, de verdad...

Es IMPORTANTE leer las presentaciones de los autores para saber, más o menos, su método de trabajo.

Para dudas y sugerencias que no entren en el tag (asi como peticiones para unirse al blog) mandad un email aquí: KeiraLogan@gmail.com

¡Y usad el tag por favor!

¡Gracias por leer!


Pausa general

Llevo bastante tiempo pensando, negando lo evidente, pero creo que es una gran estupidez seguir negándolo. Abrí este blog con el fin de pasar el rato, de postear mis fanfics, y después para darle una oportunidad de publicar a otros autores. Pero llevo ya mucho tiempo dejando todo esto de lado, y la mayor parte de los demás autores (por no decir todos) pasan absolutamente de este blog. Así que no me queda más remedio que hacer lo siguiente:

Este blog queda parado. No se volverá a publicar absolutamente nada (al menos mío) en una temporada.

Disculpad las molestias.

Kyara.

P.D: quizás acabe dejando este blog solo para mis publicaciones y para nadie más.

martes, 6 de diciembre de 2011

Dos Espadas - Capítulo 03

Capítulo 03

[Punto de vista de Arthur]

Retrocedió todo lo que pudo hasta que su espalda chocó contra la pared. Fue entonces cuando se dio cuenta de que no podía escapar, de que había sido atrapado por el español. De que se había equivocado por completo al suponer que Antonio no se atrevería a ponerle la mano encima, que no seguiría su sugerencia. Que estúpido había sido. Y ahora se acercaba a él con una expresión siniestramente divertida en el rostro, donde también podía ver algo más que no pudo identificar. ¿Deseo? ¿Lujuria? No pudo saberlo.
Pero de pronto extendió una mano hacia él, y lo único que Arthur pudo hacer fue golpearla para apartarla.
-No me toques, you motherfucker!-exclamó, advirtiendo una nota de pánico en su voz que por desgracia no había podido retener.
-¿Tienes miedo, Arturo?-soltó, y con un rápido movimiento, aferró al inglés por la cadena que apresaba sus manos, atrayéndole hacia si-. La verdad, deberías tenerlo.
-No te tengo miedo, bastard, ¿por qué debería tenerlo?
-¿Qué por qué?-el español deslizó uno de sus dedos por su mejilla. Arthur giró la cabeza tratando de alcanzarle con los dientes, pero Antonio sujetó su rostro por la mandíbula y le obligó a mirarle-. Tal vez por lo que supone para tu cuerpo que siga esa sugerencia tuya. Piensa que, aunque lo aparente, yo no soy un santo. No pretendo ser delicado contigo, Arturo, y deberías de ser consciente de ello.
Arthur clavó su mirada en la del otro, y supo al instante que decía la verdad. Lo había sabido solo con escuchar sus palabras, pero quería confirmarlo. De todas formas, ¿por qué iba a ser delicado con él? Al fin y al cabo eran enemigos, se odiaban, el uno buscaba la muerte del otro y viceversa. Aun así, no le gustaba la idea. No le gustaba para nada. Se maldijo por sus palabras del día anterior, nunca debería de haberlas pronunciado.

[Punto de vista de Antonio]

Podía sentir su miedo a la perfección, podía incluso olerlo. Le tenía miedo, temía lo que le iba a hacer, y eso le gustaba mucho más de lo que había creído posible. Su propio cuerpo se estremecía y pedía más, mucho más. Pedía encadenarle a cualquier sitio, morderle, golpearle, arañarle, cortarle. Violarle. Pero otra parte le pedía a gritos que le soltase, que le acariciase, deslizar manos y labios por todo su cuerpo, besarle, hacerle suyo.
Y eso le hacía vacilar más de lo necesario, pero a la vez le daba tiempo para pensar en cómo lo iba a hacer. Disponía de mucho tiempo, prácticamente hasta un par de horas antes del amanecer, y quería tomárselo con calma, quería disfrutar del momento.
Ya que éste no se iba a repetir.
-¿A caso no sabes cómo continuar, Spain?
Las palabras del inglés le hicieron volver de golpe a la realidad. La expresión del rostro del rubio era sin lugar a dudas de burla, aunque seguía conservando una ligera nota de miedo en la voz.
Volvió a sonreír, disfrutando de lo que eso provocaba en Arthur.
-Sé perfectamente cómo continuar, tan solo pienso en cuál sería la forma más dolorosa de hacerlo-vio cómo se estremecía, y eso le gustó-. Porque la verdad, de otra forma no tendría sentido hacerlo, ¿no crees?
A continuación, le empujó contra la pared y se pegó a él, bloqueando por completo sus movimientos.
-¡Apártate!
-Eso nunca-dijo, y mordió su cuello con fuerza, provocando que el otro dejara escapar un grito de dolor.
Fue como música para sus oídos, ese grito de dolor que tanto ansiaba oír, así que repitió el proceso en el otro lateral de su cuello, haciéndole volver a gritar. Pero esta vez, lo acompañó de un lametón y un beso, haciéndole estremecer de nuevo. Sus labios se deslizaron por su mandíbula hasta quedar a tan sólo unos milímetros de distancia de los del otro, los ojos de ambos a la misma altura. Quería contemplar esos ojos mientras pensaba en lo próximo que iba a hacer.
-¿Te gusta esto, Arturo?-dijo, relamiéndose los labios-. ¿Te gusta que te muerda?
-N-no...
Llevó una mano a la entrepierna del otro, apretando con fuerza, clavándole las uñas. Sintiendo que estaba completamente dura. Escuchando otro grito por parte del inglés. Viendo la expresión de dolor en su rostro. Aquel rostro que tanto le gustaba mirar.
-Me estás mintiendo, y eso sólo va a hacer que las cosas empeoren...
Apartó la mano de la entrepierna del otro y la subió hasta su cuello. Sería tan fácil hacerlo... sólo tenía que apretar hasta dejarle sin aire, hasta que sus pulmones se quejasen por la falta de oxígeno... pero no podía hacerlo. Por alguna extraña y maldita razón, no podía. Y era a causa de ese algo que había sentido antes, ese algo que le impulsaba a hacerle lo que le estaba haciendo pero le pedía que no fuese tan brusco.
Haciéndole caso a esa parte, deslizó su mano por su pecho, desabrochando su camisa, dejando la piel clara al descubierto, haciendo que la expresión de Arthur fuese invadida por el pánico. Se entretuvo más de lo necesario, disfrutando del tacto de su piel, de la mirada salvaje que le dirigía. Una vez terminó, se la bajó todo lo que pudo y entonces le dio la vuelta y le pegó contra la pared, ganándose un quejido por parte del otro.
-¿Q-qué fuck pretendes hacer, fag?
Como única respuesta, Antonio se pegó completamente a él, dejándole notar lo excitado que estaba. Y le notó tensarse, cómo no. Volvió a pegar los labios a su cuello, mordiendo, lamiendo y besando su piel mientras deslizaba ambas manos por su cintura y pecho, extasiado por su suave piel. Quería dejarse seducir una y otra vez por su piel, su olor, su voz, sus jadeos y gritos, su respiración, los latidos de su corazón... todo.

[Punto de vista de Arthur]

A Arthur le extrañaba la lentitud de las acciones de Antonio, aunque a la vez daba gracias por la tardanza de ese maldito bastardo, ya que sólo con lo que le había hecho ya le había provocado bastante dolor. Pero era consciente de que eso era algo ínfimo si se comparaba con lo que sabía que iba a pasar. Con lo que le iba a hacer. Sabía que ese dolor no tenía nada con lo que ser comparado, que le ardería, que sangraría, que se dejaría la voz gritando. Y eso era lo que más temía en ese momento, más aún que el destino que le esperaba al día siguiente. Temía más lo que Antonio le iba a hacer que morir colgado en la horca.
Las manos del español se deslizaban por su piel, haciéndole estremecer. Tanta suavidad era rara en él, sabía que lo que más le gustaría hacer con su cuerpo era golpearle y torturarle, dejarle marcas imborrables. Y entonces, escuchó un sonido que le heló la sangre: la espada que Antonio llevaba en el cinto, siendo desenvainada.
-No te preocupes, Arturo, no te haré daño. Aún.
A continuación, notó cómo la espada del español cortaba la tela de su camisa, primero por la mitad de la espalda y después por los brazos, dejando su torso completamente al descubierto. Un escalofrío que no era precisamente de frío le recorrió la espalda. Buscó algún lugar con la mirada al que aferrarse, pero no lo encontró. Simplemente, se apoyó contra la pared, esperando.
Los dedos del español recorrieron su espalda y brazos con suavidad, recorriendo cada arañazo, cada corte, provocado por su espada el día anterior. Apretó los dientes con fuerza, tratando de no dejar escapar ningún sonido. Pero entonces, Antonio se detuvo ante un corte especialmente grande en su brazo derecho, clavando las uñas en la zona, haciéndole gritar de dolor. Trató de retorcerse para librarse de su agarre, pero la otra mano del castaño aferraba su cintura, y de todas formas su propio cuerpo le tenía aprisionado. Aunque no había acabado, cómo no. Los dientes de Antonio mordieron entonces su cuello con fuerza, dejándole marca, haciéndole gritar más aún.
Sin embargo, de pronto, sus labios besaron la misma zona, como tratando de calmar el dolor. Y eso le extrañó. No era normal que Antonio se mostrase así con él. Lo más normal hubiese sido que le hubiese marcado una y otra vez, haciéndole sangrar, que le hubiese arrancado la ropa que le quedaba y le hubiese forzado. No era normal que en vez de eso, se estuviese tomando todo con tanta calma, que no le hubiese hecho más cosas. Que sólo hubiese llegado a ese punto. No era para nada su estilo.
-Adoro tus gritos, Arturo, deberías gritar así más a menudo.
-Ni en tus mejores sueños, motherfucker.
El otro dejó escapar una sonora carcajada.
-Eso es lo que tú te crees...
Antonio volvió a morder su cuello, deslizó los labios hasta su oído y, después de susurrarle palabras inteligibles que hicieron que se le helara la sangre, mordió el lóbulo de su oreja con fuerza, haciéndole gritar de nuevo.
Se maldijo a si mismo por dejarse dominar de esa forma. Era algo por lo que debería odiarse, por lo menos durante el poco tiempo que le quedaba de vida. No debería actuar así, ¡maldita sea, era el capitán pirata Arthur Kirkland! ¡Debería poder luchar contra el bastardo del español y quitárselo de encima! ¡Debería ser capaz de volverse contra él y huir! No se creía que él, siendo el gran pirata que era, estuviese bajo el control de ese maldito capitán español. Era algo que no le entraba en la cabeza. Pero lo único de lo que se veía capaz en esos momentos era resignarse a esperar. Esperar lo que Antonio le iba a hacer. Esperando por una oportunidad para escapar, aunque no sabía cuándo llegaría...
Las manos del español volvieron a deslizarse por su espalda con delicadeza, seguidas por sus labios, depositando suaves besos sobre su piel. Besos que se convirtieron en mordiscos, y después de nuevo en besos. Manos que acariciaban, que de pronto arañaban y después volvían a acariciar. Esos cambios le hacían enloquecer, al no saber cuándo sería presa de ese hambre que Antonio dejaba entrever en sus ojos. Ese hambre que estaba siendo liberado poco a poco. Ese hambre que, como había supuesto, le iba a devorar por completo.
Cerró los ojos, esperando. Pero los abrió al instante al sentir el frío filo de la espada del castaño acariciar su cuello.

[Punto de vista de Antonio]

Sintió el pánico de Arthur al notar la espada en su cuello. Y él notaba la excitación recorriendo su cuerpo, el deseo de marcarle más que con unos simples mordiscos, de arañarle y de hacerle gritar. De hacerle suyo a la fuerza. Y de tantas otras cosas que en esos momentos sabía que no podía hacer. Cosas que implicaban mucho más dolor, y cosas que implicaban la carencia de éste. No era capaz de hallar el término medio entre ambas cosas, y eso le volvía loco, no poder decidirse, o simplemente esa duda, duda que no debería tener. Fue entonces cuando se dio cuenta de que la mano con la que sujetaba la espada le temblaba de una forma que consideraba estúpida. ¿Por qué le pasaba eso?
-¿Dudas, Spain? ¿No eres capaz de continuar?-una risa despectiva salió de sus labios entreabiertos-. ¿No eres capaz de cortar mi garganta con tu espada?
-Por supuesto que soy capaz de ello, bastardo.
-¿Y por qué no lo haces?
Esas palabras le hicieron apartarse de Arthur, el cuál aprovechó la situación para darse la vuelta y mirarle, apoyando la espalda contra la pared. Pudo ver burla en sus ojos, unida a la sonrisa torcida que mostraba su rostro.
-Dime, ¿por qué no lo haces?-repitió.
Titubeó. Seguía con la espada en alto, apuntando al cuello del inglés, a escasos milímetros de su clara piel, ahora marcada por sus dientes.
-Es sencillo... sólo tienes que hacer así-dijo, y entonces se aproximó, haciendo que su espada arañase su cuello. Un hilillo de sangre descendió por su garganta, perdiéndose por su pecho-. No es tan difícil, ¿verdad?
Antonio retrocedió un paso, aún con la espada en alto. Por alguna extraña razón, no se veía capaz de atravesar la garganta del inglés con su espada. De la misma manera que parecía no atreverse a arrancarle la ropa y ultrajarle hasta que la vida se escapase de sus labios.
Bajó la espada, y al hacerlo, pudo ver la confusión en los ojos del rubio. Acto seguido, la envainó, y de una zancada eliminó la distancia existente entre ellos y le rodeó con sus brazos, apoyando la frente contra uno de sus hombros.
-No puedo hacerlo.
Ésa era la cruda realidad, no podía. No era capaz de matarle. No podía acabar con la vida de ese maldito inglés al que odiaba con toda su alma. Ese inglés que ahora no era capaz de moverse.
-Pero... ¿pero qué demonios...?
-¡No puedo!-exclamó-. ¡Por alguna extraña y maldita razón no puedo!-se apartó de él, las manos reposando en sus hombros-. Arthur, te van a ejecutar. Te colgarán, y ésta vez no tienes ninguna escapatoria. Por fin después de tantos años de batallas, voy a verte morir. Y justo ahora, me doy cuenta de que soy incapaz de hacerlo. Soy incapaz de verte morir.
Contempló cómo la confusión en sus ojos, esos ojos verdes iguales a los suyos, aumentaba. Esos ojos que no comprendían ni sus palabras ni sus actos. Esos ojos que se extrañaban de lo que veían en los suyos propios. Con un suspiro, sacó las llaves de la cadena que aprisionaba las manos del otro de uno de sus bolsillos y se las quitó, tirándolas a un lado.
-Vete.

[Punto de vista de Arthur]

Sus músculos se negaban a moverse. Sus ojos se negaban a apartarse de los del otro. Su mente se negaba a procesar sus palabras. ¿Cómo demonios Antonio no podía ser capaz de...? No, era imposible. Tenía que ser imposible. Tenía que ser un maldito sueño. O eso o se había vuelto completamente loco y se lo estaba imaginando.
-Pero... yo... tú... ¡somos enemigos!
-Lo sé. Pero no soy capaz de hacerlo. No soy capaz de verte morir, Arthur...
Antonio apartó la mirada de la suya, dejándole aún más confuso, si eso era posible. Una risa nerviosa salió de sus labios entreabiertos.
-¿Dejarme huir? ¿Pero qué demonios te has tomado? Sea lo que sea, te ha sentado fatal.
No obtuvo respuesta.
Algo no cuadraba. No lo entendía. Después de todo lo que había pasado, de la pelea, de ser capturado, de la conversación en la bodega del barco del español y de todo lo ocurrido momentos atrás, ¿no era capaz de acabar con su vida? ¿No era capaz de verle morir? Sacudió la cabeza y se despeinó los cabellos, tratando de despejarse.
-Aunque me dejes ir, no podría escapar. Esto es territorio de España, tu territorio, es totalmente imposible que pueda hacerlo...
-Es verdad...
Antonio se desabrochó entonces el cinto del que pendía su espalda y se lo tendió, con el rostro totalmente serio.
-Llévatela. Con esto podrás defenderte... métete en alguno de los barcos de carga y vete de aquí. Es la única forma, a menos que encuentres otra vía de escape.
Definitivamente, el mundo se había vuelto loco. Antonio se había vuelto loco. Y él mismo también.
-No te preocupes, yo cargaré con la responsabilidad. Diré que huiste en un descuido... trataré de cubrirte y de darte tiempo para que te vayas.
Y fue entonces cuando Arthur clavó sus ojos en los del otro, y vio con claridad que no le estaba engañando. Que le dejaba escapar. Que podría salvar su vida de verdad. Tratando de calmar el temblor de sus manos, tomó la espada de manos del otro y ató el cinturón en torno a su cintura. Al levantar la vista, vio que Antonio tendía en su dirección su chaqueta. Sin una palabra, la aceptó y se la puso.
-Vete ya-dijo, y caminó hacia el fondo de la celda, dándole la espalda-. Yo me ocuparé de todo.
Arthur dudó. Y entonces, golpeó con fuerza a Antonio en la cabeza, haciéndole caer totalmente inconsciente, aunque atrapándole entre sus brazos antes de que golpease contra el suelo. Le dejó tendido en el fondo de la celda.
-Me niego a deberte un favor, bastardo...
Y, dirigiendo una última mirada atrás, salió de la celda.