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Bienvenidos a Dark Business

Bienvenidos a Dark Business, un blog donde podréis encontrar fanfics variados de autores diferentes.

Espero que os gusten, de verdad...

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Pausa general

Llevo bastante tiempo pensando, negando lo evidente, pero creo que es una gran estupidez seguir negándolo. Abrí este blog con el fin de pasar el rato, de postear mis fanfics, y después para darle una oportunidad de publicar a otros autores. Pero llevo ya mucho tiempo dejando todo esto de lado, y la mayor parte de los demás autores (por no decir todos) pasan absolutamente de este blog. Así que no me queda más remedio que hacer lo siguiente:

Este blog queda parado. No se volverá a publicar absolutamente nada (al menos mío) en una temporada.

Disculpad las molestias.

Kyara.

P.D: quizás acabe dejando este blog solo para mis publicaciones y para nadie más.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Dos Espadas - Capítulo 02 REESCRITO

Capítulo 02

Poco a poco, Arthur fue recuperando la conciencia para hallarse encadenado y tirado en la bodega del que supuso sería el barco español. Notó un dolor agudo en la parte posterior de su cabeza. Al llevar la mano a esa zona tuvo una nueva oleada de dolor que le hizo apretar los dientes. Así que el muy bastardo le había golpeado por la espalda... la verdad, no sabía por qué le extrañaba.
Maldijo por lo bajo. No podía creer que Antonio le hubiese vuelto a capturar, no entendía cómo demonios había sido tan tonto como para darle la espalda al bastardo del español. Tal vez dio por sentado que el orgullo del ibérico no le permitiría jugar sucio, pero se había equivocado por completo. Otra vez.
Intentó ponerse en pie, pero el golpe recibido en la cabeza le había dejado lo suficientemente noqueado como para dejarle mareado del todo, así que acabó optando por apoyar la espalda contra una de las paredes de la bodega. De pronto, escuchó cómo la puerta se abría y al poco pudo ver a Antonio delante de él, los brazos cruzados sobre el pecho y un gesto burlón en el rostro.
-Por fin despiertas, Arturo, ya estaba empezando a pensar que te había golpeado demasiado fuerte.
-Como si eso te importase, bastardo-Arthur rió, su voz cargada de ironía. Hacía tiempo que había dado por sentado que si le mataba por un descuido no le importaría lo más mínimo. A él tampoco, pero obviamente preferiría verle morir bajo el acero de su espada o el plomo de su pistola. Y estaba seguro que el español pensaba lo mismo.
Antonio se agachó ante él hasta situarse a su altura para poder mirarle directamente a los ojos, aún con el gesto burlón.
-Qué, ¿cómo piensas escapar ahora? Tu barco está prácticamente hecho pedazos, y lo que queda de tu tripulación está bastante mal-Antonio dejó escapar una carcajada-. Creo que esta vez no podrás huir, y sabes lo que eso significa, ¿verdad?
Arthur se estremeció. Sabía perfectamente a qué se refería, ya que cada vez que le atrapaba le amenazaba con ello. Y no era un destino muy agradable, ya que sería llevado al primer lugar que se cruzasen que fuese territorio de España, sería encarcelado y se le declararía culpable de piratería, lo que significaba que iría directo a la horca. Volvió a estremecerse, consciente de que esta vez no tenía método alguno de escapar. Consciente de que esta vez no podría huir del destino al que el español le conducía.
-Por supuesto que lo sé, no paras de repetirlo una y otra y otra vez...-apartó la mirada de la de él, odiaba ver el destello de burla en sus ojos.
-Te dejaré pensar un rato sobre tu destino, pirata-Antonio se puso en pie.
Pero eso era algo que tenía que evitar, no podía dejarle ir pensando que le tenía miedo a su futuro. Está bien, lo admitía, no le gustaba nada la idea de que le ahorcasen, pero no podía dejar que lo supiera.
-¡No te creas que tengo miedo, you bastard! Puedo escapar de ésta antes de que puedas hacerme algo-dijo, poniéndose en pie bruscamente.
Aunque había algo de lo que Arthur se había olvidado por completo, y de lo que se dio cuenta demasiado tarde. Nada más ponerse en pie, el mareo que tenía por la herida que le había hecho Antonio le hizo tropezar, llevándose al español en su caída.

[Punto de vista de Antonio]

Lo único que podía sentir en ese momento era el cuerpo de Arthur pegado al suyo, sus labios a escasos centímetros y sus ojos mirándole con una expresión de total desconcierto. Y por supuesto, sus corazones, latiendo con fuerza, y también sus respiraciones, totalmente agitadas. No pudo evitar perderse en esos ojos de color esmeralda que no dejaban de mirarle, en esos labios entreabiertos que exhalaban contra los suyos.
Odiaba a ese maldito inglés que estaba encima de él, le odiaba más que a nada, y sin embargo, su cuerpo se negaba a moverse, sus manos se negaban a apartarle, sus ojos se negaban a dejar de mirarle. Y lo que más le desconcertaba era que Arthur tampoco parecía poder moverse ni podía apartar la mirada de la suya.
Rezó en silencio para que ese simple momento no se acabara, por alguna extraña razón no quería apartarle de él. Era raro, pero era así. Su mente le pedía que se lo quitara de encima de una vez, pero su cuerpo... Ah, su cuerpo. Su cuerpo simplemente le pedía más, le pedía mover los brazos y rodear el delgado pero fibroso cuerpo del inglés, le pedía probar esa piel que le llamaba a gritos, esos labios que le habían hipnotizado.
Pero no, eso no podía ser. Se sorprendió de lo que su cuerpo le pedía, tratando de borrarlo de su mente. Era su maldito enemigo, la persona a la que quería matar... No podía permitirse pensar eso.
Le pareció que ese momento duraba una eternidad, pero de pronto, una sonrisa torcida se dibujó en los labios de Inglaterra.
-Antonio, ¿no te gustaría aprovechar esta situación?-dijo, situando las manos en la cintura del otro-. ¿No te gustaría aprovechar que estoy a tu merced? Sé de buena mano que te gustaría...
Eso le hizo reaccionar. Antonio le apartó de un empujón, sobresaltado, provocando que se golpease contra la pared. Inglaterra dejó escapar un pequeño gemido de dolor, cerrando los ojos con fuerza, pero poco después los volvió a abrir para observar al español ponerse en pie y sacudirse la ropa.
-Eres un jodido degenerado, Arturo... nunca creí que llegarías hasta este punto.
El inglés se relamió los labios, sonriendo.
-Todo es poco si con ello puedo salvar mi pellejo, Spain, pero no niegues que no te gustaría dominarme... no puedes hacerlo-soltó una carcajada.
-Eso es lo que tú te crees, bastardo-Antonio caminó hasta la puerta de la bodega, pero antes de irse, se giró y le miró una última vez-. Te dejaré solo para que pienses cómo van a ser tus últimas horas de vida, y créeme, no serán muchas...

[Punto de vista de Arthur]

Nada más cerrarse la puerta, se derrumbó por completo. Le había costado aguantar las palabras del español sin que se le quebrase la máscara de tipo duro y seguro de sí. Pero ahora no podía más, y lo único de lo que fue capaz fue de encogerse sobre si mismo, aovillándose en el suelo.
Estaba aterrado, esta vez era plenamente consciente de que no podría evitar su destino, de que no podría escapar. Esta vez iba a morir. Y no podría evitarlo de ninguna forma.
Lo que no entendía era cómo demonios había podido hacerle tal sugerencia a Antonio. ¡Era su enemigo, joder! Pero de alguna forma lo había hecho. ¿Y si Antonio no hubiese reaccionado así? Vale, bien, sabía que no sería capaz, conocía perfectamente al español, pero, ¿y si...? No, definitivamente, no sería capaz.
O eso esperaba.
Porque la mirada que le había dirigido mostraba algo que no había visto antes en él, un hambre aterrador que amenazaba con comerle vivo, y le había asustado. Tal vez eso era lo que más le asustaba, lo que podría hacer Antonio con él si dejaba salir ese hambre voraz de su mirada.
Porque sabía que entonces no quedaría nada de él que se pudiese colgar en una horca.

Arthur se despertó sobresaltado cuando Antonio arrojó un cubo de agua fría sobre él. Desconcertado, le miró.
-Despierta, pirata. Hemos llegado-dijo, levantándole de un tirón.
Esta vez, Arthur consiguió mantener el equilibrio y no caer sobre Antonio, pero le estaba costando ya que el español estaba prácticamente arrastrándole. Le hizo subir hasta la cubierta del barco, desde donde pudo observar que habían llegado a tierra firme, más concretamente a una pequeña ciudad coronada por un enorme edificio de unas cuatro o cinco plantas. Nuevamente fue arrastrado sin contemplación alguna hasta una calle empedrada, que conducía, tal como había supuesto, al edificio que había visto desde la cubierta del barco.
-Parece que no estás muy hablador, Arturo-soltó Antonio de pronto, con sorna.
-Shut up, Spain, no tengo ganas de hablar.
Notó los ojos de Antonio fijos en él, pero por suerte no dijo nada al respecto, simplemente siguió andando. Eso le extrañó.
-Que raro que no digas nada, Spain, ¿a caso tampoco tienes ganas de hablar?
-Sigue caminando, Arturo-dijo, dándole un empujón.
Extraño.
Muy extraño.
No volvieron a intercambiar ninguna palabra. Simplemente caminaron, completamente en silencio. Ni siquiera los hombres del español se atrevían a hablar, lanzando alguna que otra mirada en su dirección. Al llegar al edificio, España le condujo por unas escaleras hasta las mazmorras, donde le llevó a una pequeña celda. Uno de los carceleros que había en el lugar abrió la puerta, y el ibérico le hizo entrar.
-Espera aquí y no intentes escaparte, porque entonces te matarán, y no quiero perderme tu muerte.

[Punto de vista de Antonio]

Se dio media vuelta, dejando al inglés encerrado, y se fue de ahí sin dirigir la vista atrás ni un solo momento. Tampoco tuvo motivo alguno, ya que Arthur no soltó ningún insulto dirigido a él, simplemente se quedó en silencio. Y eso era extraño en él, ya que lo habitual era que le dedicase un par de insultos mínimo. Ya en el vestíbulo, se encontró con uno de sus superiores, el cual se acercó a él para felicitarle.
-Buen trabajo, Capitán Fernández, por fin ha logrado atrapar a ese maldito pirata inglés.
-No ha sido para tanto, señor.
-Yo creo que sí, ya era hora de que alguien le parara los pies, así podremos navegar más seguros por estas aguas.
Antonio forzó una sonrisa y después, se atrevió a preguntar algo que llevaba rondando por su cabeza desde el día anterior.
-Y, señor, ¿cuál será el destino del Capitán Kirkland?
Su superior le miró y soltó una carcajada.
-¿Y cuál crees tú que va a ser, Antonio? Obviamente, ¡irá a la horca por pirata! Mañana mismo, una hora o así después del amanecer. Y debes estar presente, cómo no-aferró a Antonio del hombro y le sacudió levemente-. Por cierto, no te quedes en una de esas sucias posadas de la ciudad, he hecho que te preparen una habitación en el primer piso, uno de los sirvientes te guiará.
-Muchas gracias por todo, señor.
Su superior se retiró. Uno de los sirvientes del edificio se le acercó, le guió hasta la habitación que se le había asignado y, una vez dentro, se dejó caer en la cama.
Sin dejar de mirar el techo, pensó en todo lo que había pasado el día anterior, sobre todo en las palabras de Arthur, en lo que le había ofrecido. No podía dejar de pensar en ello, simplemente ocupaba su cabeza al completo y no le dejaba pensar en cualquier otra cosa. No podía dejar de pensar en sus cabellos rubios, en sus ojos como esmeraldas, iguales a los suyos propios, en sus labios, en su clara piel, en el peso de su cuerpo cuando cayó sobre él. En lo cálido de su aliento contra sus labios, en la intensidad de su mirada, en la presión de sus manos sobre su cintura.
Y sobre todo, sus palabras.
Era algo extraño, que esas palabras hubiesen salido de sus labios cuando sabía que... ¿qué es lo que sabía, al fin y al cabo? Los únicos momentos que compartía con el inglés era cuando se peleaban, cuando sólo existían sus expresiones, sus movimientos, sus espadas. Y cuando le capturaba, tan sólo palabras hirientes, palabras de burla, nada más. De todas formas, eran enemigos, no se iban a poner a hablar de su vida, de sus gustos y todo eso. No existía nada más que el odio.
¿Sólo odio?
Porque Antonio notaba algo más. Algo más que no supo identificar. No tenía ni la más remota idea de qué se trataba, pero tenía que averiguarlo.
Y conocía la forma perfecta. Tenía que hacerlo, su cabeza se lo estaba pidiendo a gritos.
Se puso nuevamente en pie y, sin ni siquiera quitarse el cinto del cuál prendía su espada, bajó de nuevo hasta las mazmorras. Una vez allí, les dio unas cuantas monedas a los guardias para que le dejasen a solas con el prisionero. Ambos le miraron extrañados, no era habitual en él hacer este tipo de cosas, pero una mirada amenazante por su parte les hizo irse de inmediato, no sin antes coger la llave de la celda de las manos de uno de los guardias y, tras comprobar que no había nadie más, entró en la celda.
Arthur pareció notar su presencia con rapidez, ya que se giró al instante y le miró a los ojos, desafiante.
-¿A qué demonios has venido, Spain? ¿Tal vez para mofarte de mí?
Sin hacer caso a sus palabras, cerró la puerta tras de sí y se acercó a él mientras una sonrisa siniestra se dibujaba en su rostro, provocando que el inglés retrocediese un paso.
-No, Arturo. Vengo a aceptar la sugerencia que me hiciste en el barco. Aprovecho que no hay nadie cerca que pueda oírnos, ¿te parece bien?
Su sonrisa se amplió al ver que en el rostro de Arthur aparecía la expresión que tantas ganas tenía de ver.
Miedo.