-Stigmata-
Capítulo primero: Bereavement
Hace unos meses que mi salud no lucía tan radiante como solía ser. Me preocupe bastante.
Al ser miembro de una banda emergente como Alice Nine cosas como entrevistas y sesiones fotográficas están a la orden del día, programas radiales y todo lo que se ponga en frente; debes estar siempre en las mejores condiciones y esforzarte al ciento por ciento. Puede parecer duro este tipo de vida, agobiante, pero hay momentos que son irreemplazables.
Disfruto mucho de la compañía de los integrantes de la banda; durante el tiempo pasamos de ser compañeros de banda a amigos.
El mejor momento es cuando estamos por componer una canción. La música tiene ese don, llena el alma de todos quienes le escuchan llevándole los sentimientos más puros de quien la compone… Me encanta lo que hago, no creo haber podido ser otra cosa. Crear música, esa es la razón de mi vida, es lo que me gusta hacer.
¿Por qué es que digo todas estas cosas?
Es como si hubiera tomado un camino distinto a lo que plantee en un comienzo pero no es así, tiene mucho que ver lo uno con lo otro, mi amor hacía la música y mi estado de salud.
Asistí al centro médico para un chequeo completo. No tenía ni la más menor idea de la especificación de mis dolencias; dolores de cabeza, pérdida del apetito, cambios de humor repentinos y vómitos. Siempre mantuve en mi mente la idea del estrés, no era raro pensarlo de esa manera y sólo comencé a relajarme. Asumo que fue irresponsable de mi parte no preocuparme o no darle el peso a la situación…
El día que decidí ir al médico —o más bien, cuando llegué—, fue luego de los ensayos de la banda. Recuerdo que me sentía más agotado que de costumbre, tanto que perdía la capacidad de respirar… Lo último que logré ver fue la imagen del cielo.
Era tanto el calor en el estudio que se me presentó… un cuadro de convulsiones las que me llevaron a la clínica de emergencia. Todos parecían tan preocupados por mí, lo recuerdo claramente; diciendo cosas como: “Vas a estar bien” o “No te preocupes”, mientras me llevaban en camilla a la ambulancia… Puede que haya sido sólo mi imaginación pero sentí que alguien lloró por mí en ese momento.
Una vez en la clínica y habiéndome hecho un chequeo completo quise saber de mi diagnóstico, antes que cualquiera. Saber qué era, tomar los medicamentos y olvidarlo todo…
Sin embargo, el destino, el cruel destino tenía otra cosa preparada para mí. Algo que ni yo mismo, en la peor de las pesadillas llegué a soñar, algo que no sería capaz de desear ni al peor de mis enemigos… Porque desde que conocí de la realidad del diagnóstico la vida se me fue. Dejé de vivir en vida.
Una enfermedad que por falta de atención y descuidos reiterados estaba ya muy avanzada; pese a ello, aún podía ser remediada, pero el riesgo era mucho. Operarían mi cabeza. Un “NO” fue lo que recibieron los médicos de mi parte. Un “NO” rotundo y sepulcral; no dejaría que un montón de sujetos de cotona blanca escudriñaran con sus pinzas dentro de mi cerebro. Si algo salía mal moriría en un instante y si salía con bien lo que me esperaba era un martirio de vida. Se caería mi cabello, pasaría la mayor parte del tiempo en el hospital y me perdería las cosas que más amo en la vida por estar en recuperación. Hay personas que deciden hacerlo, no puedo oponerme a ello pero no era mi caso, no era lo que quería.
Prefiero pasar por todas las etapas de mi enfermedad hasta quedar hecho un despojo humano.
Si debo elegir entre una vida breve en el exterior y una larga vida de hospital privándome del simple hecho de vivir como los demás…; prefiero mi vivir como hasta ahora aunque mi muerte sea cercana.
Luego de haber pasado por la clínica todos parecían más pendientes de mí, preguntándome a cada minuto si estaba bien; si podíamos seguir con los ensayos o si no eran lo suficientemente duros para mí. Tanta fue la preocupación que se instaló un sistema de ambiente temperado, obviamente, por mi estado de salud debilitado. Desde ese hecho en particular comencé a mentir constantemente. No quería que nadie se enterara. Que me vieran con lástima o que me trataran de forma distinta sólo por saber que iba a morir. Así es, mi enfermedad era –a estas alturas— de carácter terminal.
Convenciendo a todos de que realmente no era nada serio, sino, un cuadro de estrés fue que todo el asunto pasó a segundo plano y todos volvían nuevamente a tratarme como antes, como había sido mi deseo.
Siempre pensé que sería un martirio saber de tu muerte antes de tiempo. Viviría esclavizado a ella, pero es justamente lo opuesto. Desde que supe que moriría en poco tiempo es que comencé también a valorar las cosas y a las personas que tenía a mi lado. Cuando sabes que morirás no te preocupas de banalidades, vives tranquilo y de alguna forma alcanzas la libertad.
Me sentía bien, con los típicos malestares de la enfermedad de vez en cuando, nada serio, incluso diría que aprendí a vivir con ellos y ya ni los encontraba tan malos.
Algo que me satisfacía y hacía mis días más felices era ver cómo la popularidad de Alice Nine subía día con día. De ninguna forma hubiera querido cambiar este momento, este preciado momento, sino, si lo perdía ahora nadie podría contarme sobre el final del sueño. Concebir a Alice Nine era un sueño que se concretaba, esta era la banda y la familia que siempre quise.
Muchos han sido los meses que pasaron luego de mi diagnóstico y nada ha cambiado. Lo único nuevo era que a pesar de valorar tanto a las personas que tenía ahora junto a mí, de alguna forma también había sido egoísta, sin saber lo que pensarían y sentirían cuando por fin dejara de estar con ellos. Una cosa más… ¿qué pasaría con Alice Nine? Con la familia y la banda que se supone dije amar tanto, el que me vaya y les deje debería ser una situación compleja…
Estando en mi cama pude pensar con claridad. Sabía lo que haría a partir de mañana, hablaría con ellos. Uno a la vez para saber qué pensarían de perder a alguien de la banda. No precisamente diciéndoles que sería yo esa persona, sería una brutalidad de mi parte llegar y decirles: “¿Qué pensarías si alguno de nosotros muriera? Lo pregunto porque me voy a morir tal vez mañana o la próxima semana o el mes que viene”. —Que idiota—. Reí.
Esa noche dormí tranquilamente al igual que todas las noches anteriores. Esperando el nuevo día.
Al menos algo me decía que el cáncer no me mataría hoy. Probablemente la semana entrante; me dije antes de dormir por completo.