Capítulo 2
Ya era mi segundo día en aquella mierda de hospital. El desayuno era una mierda mezclada con las pastillas para los dolores, y el almuerzo era tres cuartos de lo mismo. Un bodrio. Pero bueno, en cuanto los huesos se terminasen de soldar, comenzaría con la rehabilitación. Joder, encima que no puedo palmarla. Me siento raro... me debería de doler todo el cuerpo, pero no, no me duele casi nada, no si es porque realmente no podré volver a caminar o porque simplemente la anestesia de la operación todavía duraría un tiempo más... no lo sé. Lo único que podía mover era el brazo... de ahí el que me intentara suicidar antes de que llegaran los médicos y me dijeras lo mismo que a todos: “Usted no podrá volver a andar” o lo típico de “Ha sufrido muchas lesiones físicas y tendrá que ir a rehabilitación durante un tiempo”. Putos médicos, siempre con la misma mierda. Pero esta vez fue diferente... esta vez no me sentí tan mal en cuanto el médico me dijo lo de la rehabilitación... bueno si, me puse de mala leche, y que agradezca que no me podía poner en pie, que si no le arrancaba la cabeza de una patada. Pero a lo que iba, esta vez fue diferente, esta vez había alguien a mi lado, una cara conocida, una mano amiga... otra fastidia-suicidio... pero no me sentí cabreado, o por lo menos no tanto, cuando vi su cara. Elízabeth, mi mejor amiga de infancia, y la persona que más me apoyó y ayudó a la hora de empezar a salir con Amy. Lo que me sigue resultando raro es el no haber tenido noticias de ella desde hacía tanto tiempo. Siempre me escribía algún email que otro cada cierto tiempo para dar señales de vida. Obviamente yo le respondía pero... desde que se echó novio, dejó de escribir, dejó de llamar... se perdió. Y ella era la última amiga fiel que me quedaba. Los otros, en cuanto Amy... murió, me dejaron de lado, me quedé más solo que la una. Perdí mi trabajo, a mi mujer, y a mi familia, y todo en el mismo año. Y encima mis intentos de suicidio no dieron su fruto, y el último fue el peor de todos. Y no contento con ello, me llevé a alguien por delante. Le arruiné la vida a otra persona, y encima era una mujer. Lo cual hacía que me sintiera peor de lo que ya estaba. Y encima estaba en la cama de al lado. Cuando yo decía que la vida era una mierda, a eso me refería.
-Buenos días, señor –se me acercó una enfermera, bastante guapa-. Es la hora del desayuno.
-Joder, ¿no podrías matarme ya directamente? En serio, no tengo nada en contra del que cocina eso pero... ya se lo podría currar un poquito más... ¿no cree?
-Señor, cada comida está adaptada a cada necesidad de cada paciente. En su caso, tiene menos grasas.
-¿Y eso porque? –odio que la comida no sea grasienta.
-Porque según su informe, en el accidente, sus órganos internos quedaron muy dañados, y podrían llegar a causar graves infecciones si toma exceso de grasa.
-Pero la comida sin grasa es una mierda... ¿usted la ha probado?
-No, señor. Yo ya tengo mi desayuno especial.
-¿A sí? Pues hasta que usted no pruebe mi desayuno, yo no pienso dar ni un bocado.
-Señor, no me obligue a darle de comer.
-Para algo le pagan, ¿no? –ya me estaba empezando a calentar.
-Me pagan para ayudar y cuidar a los pacientes, señor.
-Pues esa es la ayuda que necesito ahora, que usted pruebe mi comida para que compruebe que está en mal estado –le señalé la bandeja de comida que llevaba en la mano.
-Señor, yo no puedo probar su comida, debe tomársela usted por su propio bien.
-No me llames señor, que no soy tan viejo...
-Está bien... -suspiró tranquila-, tienes que tomarte la comida por tu propio bien...
-Déjala ahí... ya veré si me la como o no... -aparté la mirada rápidamente.
-De acuerdo, pero vendré dentro de un rato para comprobar que se la ha comido, o que por lo menos la ha probado.
-Que si... déjela ya y váyase...
-¿Nos hemos levantado con el pie izquierdo, eh?
-Si me pudiera levantar no me hubiera visto… me habría largado ya hace tiempo...
-Bueno, bueno... ya me voy... Caray, que carácter...
Después de aquellas palabras, la enfermera dejó la bandeja sobre una pequeña mesa que había en el lateral de la cama, al alcance de mi mano. Que pesadilla de mujer, creía que no se iba a ir nunca de allí, pero por fin, cuando vi que salió, respire hondo y mire mal a la bandeja de comida.
-Mierda de comida...
Me entraron ganas de coger la comida y de lanzarla contra la pared, pero por falta de ganas y de fuerzas, no lo hice. Solo podía mover el brazo para coger los cubiertos y llevarme la comida a la cara. Y casi ni eso. Asco de vida... dios, cada vez que pienso en lo que me pasó, más ganas de morirme tenía. Y encima eso, cada vez que miraba a mi izquierda, veía la cama de aquella chica que por mi culpa, casi pierde la vida. Miré a mi alrededor y no veía a nadie, más que a los que suponía que eran los familiares y amigos de ella. Tanta mierda, y ni siquiera se su nombre, claro que tampoco me atrevía a preguntarlo, por si me saltaran al cuello como el otro día. Aunque es normal. Después de lo que le hice, no me extraña que a la mínima me saltasen al cuello como buitres a la carroña. En parte, a veces pasaban por mi cabeza pensamientos de: “Y si les provoco... ¿me matarán? Me harían un gran favor”. Pero luego, por otro lado, recordaba que, tal y como estaba la cosa dudo mucho que me hicieran algo más que herirme psicológicamente. Me sentía hundido en la mierda más grande y espesa que alguien pudiera haber cagado nunca. Hasta la visita de la enfermera me daba miedo por si me decía algo, o por si preguntaba por esas miraditas que nos echábamos entre nosotros.
Si el desayuno fue una mierda, el almuerzo era algo más que tortuoso. Las pastillas por lo menos no eran tan grandes y de colorines como las del desayuno. Simplemente eran, como los llamaba mi madre: “tranquimanices”. Las pastillas estas que son para el dolor de cabeza. Y no contentos con las pastillas, los cabrones me tenían todo el día enchufado a la máquina de morfina, que me colocaba todo el día. Aunque yo no notaba mucho alivio con aquella mierda en el cuerpo, pero bueno. Si ellos dicen que me ayudaría a mejorar y a sufrir menos, que me echen lo que quieran. Aunque para que alargar el sufrimiento. Estaba seguro de que en cuanto saliese de aquel hospital no haríamos que ver una y otra vez la imagen de aquella chica postrada en la cama. Por muy lejos que me fuese, esa escena me perseguiría hasta el fin de mis días. Otro motivo más para palmarla antes.
-Hola... -me dijo una voz en medio de mis pensamientos.
-¿Eh? –me giré para ver quien era y me asusté, era el hermano de la accidentada.
-Antes de nada quiero pedirte perdón... por todo lo que te dije el otro día. Pero entiéndeme, casi te cargas a mi hermana...
-S-si, te entiendo... -tragué saliva y me puse tenso, a saber como reaccionaría-. Pero el que tiene que pedir perdón soy yo. Soy el único que debería de estar más que arrepentido...
-Que pasa, ¿no lo estás? –alzó una ceja preguntando.
-¡Claro que lo estoy! ¿Cómo no iba a estar arrepentido de haber intentado suicidarme, y de casi llevarme a una persona inocente por delante?
-No lo se, hay gente y hay gente –agachó la cabeza, triste.
-Oye, de verdad... -le miré con cara de preocupación-, lo siento. No era mi intención hacerle nada. Yo pretendía que me diese contra algún camión.
-Yo también lo hubiera preferido, y perdona que te lo diga así, pero es lo que hay.
-Lo se, me merezco todo vuestro desprecio y odio. No me atrevo ni a miraros a la cara por la vergüenza.
-No es desprecio lo que sentimos, sino lástima. Porque, eso de que intentes suicidarte, y que sin conseguirlo acabes mejor que mi hermana... eso es algo lamentable.
No podía decir nada en contra, me tuve que tragar mi orgullo con las pastillas de la comida.
-Si, y eso que no te conoces mi historia. Mi vida es muchísimo mas lamentable de lo que te puedas imaginar.
-Je, para intentar suicidarte... diría que no tienes trabajo o que te dejó tu mujer.
-Es algo peor... -dirigí la mirada hacia su hermana, recordando a Amy cuando dormía a mi lado.
-¿Algo peor? ¿Había algún hijo de por medio, o que?
-Sí... -se me escapó una lágrima-. Estaba embarazada cuando la perdí...
En cuanto le dije eso le cambió la cara, ahora me miraba algo pálido. Creo que se dio cuenta de que lo que había dicho me había echo recordar algo doloroso.
-¿Cuando... la perdiste? –me preguntó con miedo a la respuesta.
-Sí, murió en un accidente de tráfico cuando iba a recoger a su hermano al aeropuerto. Lo cual hace que me hunda mas en la mierda pensando en que pude haber echo lo que aquel loco le hizo a Amy... con tu hermana...
-D-Dios... Angie iba ha recogerme al puerto. Yo volvía de un crucero...
-Pues peor todavía... casi me ca... casi acabo con la vida de tu hermana igual que aquel hijo de puta acabó con la de Amy... de la misma forma. Me siento miserable por todo... Solo falta que me digas que tu hermana está embarazada para terminar definitivamente con mi conciencia...
-No, mi hermana no tiene novio desde hace más de un año, y no sale mucho con chicos. Así que no puede estar embarazada.
-Menos mal... sino imagínate como viviría yo después del hospital.
-Pues si. Entonces si te hubiese estrangulado en cuanto hubiese entrado en la habitación.
-Pues te lo hubiera agradecido...
-¿El que? ¿El haberte ahogado?
-Sí... quisiera morirme... Amy murió hace ya mas de cinco años, perdí mi trabajo como publicista, todos mis amigos, como no salía ya por falta de entusiasmo y de hacer vida social, me fueron dejando de lado... hasta mi gato se fue de casa un día y no volvió –intenté reír, pero solo podía dejar caer lagrimas de dolor.
-Mierda, lo siento... pues si que es triste tu historia... no, no tenía ni idea. Bueno, tampoco es que me pusiera a pensar en el porque lo habrías hecho –se acercó a la cama y me tendió un paquete de pañuelos.
-G-Gracias... -dije entre mocos y lagrimas, tomando el paquetito y sonándome con uno de los clínex.
-Jake... -me dijo.
-¿Eh? –le miré extrañado.
-Me llamo Jake. Y te pido perdón otra vez por mi falta de educación y por los insultos –me tendió la mano.
Yo no entendía aquella reacción de alguien que casi pierde a un familiar por mi culpa. Tardé unos segundos en reaccionar pero, ya que había sido él el que dio el primer paso, terminando de sonarme le estreché la mano.
-Shílveorth...
-Que nombre más...
-Raro, lo sé. Si lo prefieres, llámame Jack.
-Sí, mejor –se rió un poco-. Un placer, Jack. Aunque sea en estas circunstancias.
-L-Lo mismo digo... -asentí-. Me hubiera gustado conocernos de alguna forma menos... “chocante”.
-Jajaja... -soltó una carcajada.
Seguía con el miedo en el cuerpo a pesar de que ya nos conocíamos un poco más. Seguía pensando que no era normal. Algo me decía que aquel tipo ocultaba algo. No se, había algo en el que no me daba muy buena espina. Sería la forma tan repentina en la que de un día para otro me vino pidiendo perdón la que me echo un poco para detrás cuando le fui a estrechar la mano. No sabría explicarlo, era algo extraño. Pero aun sabiendo lo que podría pasar, lo hice, le estreché la mano y entablé conversación con aquel que días antes quería matarme. Pensé que esa sería una buena forma de empezar a pedir perdón. A lo mejor, en el caso de que se diese la oportunidad, me podría disculpar en persona con... ¿Angie? Si, creo que si se llamaba así. Aunque sinceramente, si alguien me hubiese dejado en las últimas y luego se me acercase, saldría corriendo en dirección contraria, o me lanzaría al cuello para matarlo. Así que ese era otro de mis miedos, que no tuviese la oportunidad de poder disculparme en persona con ella. No podría marcharme del hospital sin haberle pedido perdón. Yo soy de esas personas que se comen la cabeza cuando no logran hacer lo que se proponen. Se me suelen quedar las cosas que no he hecho, y me siento mal por ello. En cuanto viese la oportunidad de hacerlo, me acercaría y se lo diría. Aunque no se con que palabras exactas lo haría, pero bueno. La cosa era esperar a ese momento. Solo esperaba que no me matasen los medicamentos antes de disculparme.
Después de haberme disculpado con el hermano, me sentía menos mierda. Tenía menos ganas de morirme, aunque no desistía. Algún día que otro pensaba en como me podría suicidar. Entonces descubrí que los cables de la morfina no sirven para ahorcarse. Y que los cubiertos no se clavaban bien. Encima los ejercicios eran más que aburridos y dolorosos. Casi no sentía las piernas cuando me hacían los ejercicios para recuperar la movilidad, era como si las tuviese muertas. Pero los médicos me decían que eso era por la magnitud del choque. Que era cuestión de tiempo que volviesen a responder. Yo, como bien me enseñó mi madre, desconfiaba de esos “matasanos”. Estoy mas que seguro de que no volvería a andar en muchísimo tiempo, o puede que incluso nunca llegase a caminar. Pero bueno. Es lo que toca. Día tras día iba haciendo más y más ejercicios. Cada vez me cansaba más. Había noches en las que no podía aguantar más la presión y el dolor y simplemente lloraba. Sí, era raro que yo llorase, pero a pesar de que no quería seguir viviendo, tampoco quería seguir así, en un estado casi vegetativo.
En una de esas noches solitarias y dolorosas, me dediqué a ver como Angie, aquella chica postrada en la cama de al lado, rezaba todas las plegarias habidas y por haber. Era un tanto a favor. Por lo menos estaba activa, y podía hablar, porque más que rezar, susurraba las plegarias, esperando alguna respuesta divina. Lo que mas me sorprendió fue oír de aquella voz dulce un: “Perdónale, padre... perdónale el mal que hizo. Te lo ruego, vela también por su vida”. ¿Estaba rezando por mí? Creo que la morfina se había pasado con el colocón. No era posible que estuviese pidiendo perdón por mí... no me encajaba. ¿Casi la mato y aun así rezaba por mí? No se.
-Te perdonará... -interrumpió una voz en mis pensamientos.
-¿Qué? –miré a mi alrededor y la vi sentada en la cama, sonriéndome.
-Él siempre perdona... es muy bueno –me sonrió ampliamente.
-¿Él? ¿Quién? – ¿de quién estaría hablando?
-Jajaja... Estoy hablando de él... -señaló al techo-, de Dios... ¿no le conoces?
-No he tenido el gusto... -se le fue la chaveta.
-Pues cuando le conozcas, te caerá muy bien. A mi me ayudo ha recuperar la vista cuando era pequeña...
-Cla~ro... -asentí como si estuviese hablando con un loco.
-Es cierto, pregúntale mañana a Jake. Pero shh, no le digas que estuve rezando, ¿vale? – me volvió a sonreír y se acostó en la cama-. Buenas noches Jack...
-B-Buenas noches... -ahora si que se le fue.
Menuda sorpresa. Rezando por mí, y encima pidiéndome que no se lo diga al hermano. Esperaba que al día siguiente eso no hubiese sido más que un sueño. Y eso de que le devolvió la vista. Puede que le haya afectado el golpe más que a mí. Menudas alucinaciones. Conoce a dios. Je, pues si existe, es un hijo puta de los más grandes de la historia. Dejar que un loco de mierda se llevase al amor de mi vida. Eso no es ser “bueno”.
-Por cierto –volví a oír aquella voz-, por mi no tienes que preocuparte...
-¿Qué? – ¿a qué vino eso?
-Yo ya te he perdonado... no tengo por que guardarte rencor, y tampoco tengo motivos para sentir odio en contra tuya... no tienes la culpa de lo que pasó...
-Esto... yo...
-Angie, es un placer poder presentarme ante ti.
-Shílveorth... Jack para los amigos.
-Jack entonces –rió un poco.
-Oye, Angie... yo...
-Ni se te ocurra pedirme perdón, ¿eh? Que me enfado –se rió con mas ganas-. Ya te dije que no tienes la culpa.
-Aun así... me siento en la obligación de pedirte perdón.
Después de decir aquello se hizo un silencio bastante incómodo. No obtuve respuesta alguna. Eso me molestó un poco pero, teniendo en cuenta lo que acababa de escuchar, era mejor callar. Me había perdonado... En serio, es la primera vez en mi vida que me pasan tantas cosas raras seguidas. Primero lo del hermano, y ahora ella. Ambos diciéndome que no me preocupe. Era como si se hubiesen puesto de acuerdo en hacerlo. Ahora en mi mente no dejaba de repetirse eso de: “Te perdonará”. Aquella frase era un eco que retumbaba en mi cabeza una y otra vez. Esa noche no pude dormir, debido al reconcome de mi cabeza. ¿Realmente me iba a perdonar? ¿Realmente se puede perdonar a alguien que atenta contra la vida de los demás? Demasiadas preguntas y ni una sola respuesta coherente. Todas eran negativas. Vamos, si yo fuese un dios y viese como alguien me pidiese perdón en nombre de aquel que intentó asesinarle, me cargaría al asesino con un rayo, en plan Zeus. Ni me lo pensaría dos veces. Aunque cuanto más lo pensaba, más agradecía que no me hubiese caído un rayo. Hubiera preferido un meteorito.