Abrí los ojos con un gran sobre esfuerzo,
ya que había entrado en un sueño bastante profundo después de que me trajesen
de vuelta a la habitación. La ventana dejaba pasar los rojizos tonos del
amanecer. Una cálida luz invadía la habitación, haciendo que desapareciese el frío
que transmitía el blanco de las paredes. Miré a mí alrededor y estábamos solos
en la habitación. Angie estaba despierta tomándose el desayuno, sentada en la
cama. A mi lado, habían dejado una bandeja con la comida cubierta con una tapa
de plástico para que conservase algo de calor. La cogí y la coloqué sobre una
especie de mesa auxiliar que tenía la cama, pudiendo empezar a tomarme el
sustento. De momento todo transcurría en silencio, hasta que de pronto esa
pausa se vio interrumpida por la visita del médico. Entró en la habitación algo
agitado, pero mantuvo la compostura y se acercó lentamente a mí, con un papel
en la mano. ¿Sería cierto eso de que los caídos habían enviado a alguien para
que firmase mi alta inmediata?
-Jack, tengo buenas y malas noticias
para usted –dijo colocándose a mi lado y mirándome fijamente a los ojos.
-¿Qué ocurre, jefe? –yo seguía comiendo.
-Verás, esta mañana, a eso de las nueve
y media, ha llegado a mi despacho esta carta del directivo de este hospital en
el que exigen que se te dé el alta inmediata. Esa me imagino que es para usted
la buena noticia, ¿no?
-Supongo que sí, no sé. ¿Cuál es la mala
noticia?
-Que todavía no ha terminado de
recuperarse. Aunque según me han informado, ayer tuvo una pequeña excursión al
aparcamiento del hospital. Su amiga dijo que le había encontrado sonámbulo. ¿Es
eso cierto?
-Supongo. Yo no recuerdo levantarme
anoche y salir caminando. Solo sé que me desperté y estaba apoyado en los
hombros de mi amiga, y que luego me volvieron a meter aquí.
-Bueno. Estuve revisando las cámaras de
seguridad y no hay ninguna toma suya en ellas. Ni de la salida de la habitación
ni de la vuelta. Así que tendré que creer a su amiga, por el momento. Antes de
firmarle el alta –suspiró con algo de rabia- me gustaría hacerle un último
chequeo, si no le importa. Quiero comprobar que realmente sus piernas están
listas para volver a caminar sin necesidad de un punto de apoyo. Para que me
entienda, quiero saber si puede caminar con normalidad sin tener que usar
muletas ni bastón. ¿Me dejaría realizarle esa prueba?
-Sí, si realmente me van a dar el alta,
no creo que una prueba más me haga daño. En estos tres meses me habéis
realizado todas las pruebas habidas y por haber. Ya no me importa hacerme una
más.
-Muy bien. En una media hora, más o
menos, pasarán a buscarle. Le llevaremos a la sala de pruebas y le realizaremos
la misma. Cuando hayan salido los resultados le firmaré el alta. Los resultados
tardarán como mucho diez minutos.
-Hecho. ¿Me devolverán mis cosas?
-Lo poco que queda de ellas, sí.
-De acuerdo. Hágame esa prueba entonces.
-Vale. Nos veremos en media hora.
Gracias.
Tras
darme la “mala noticia”, aquel hombre salió de la habitación con algo de prisa,
supongo que para tener preparada la sala de máquinas lo antes posible. Terminé
el asqueroso desayuno con pastillas y aparté la bandejita con la mesa a un lado
de la cama, quedándome completamente sentado sobre esta. Miré de nuevo a Angie
y me llevé un pequeño susto al ver que me estaba mirando con la cara
completamente pálida.
-¿Te encuentras bien, Angie? –le
pregunté preocupado.
-¿Te van a dar el alta... Tan pronto?
–me preguntó con un tono de desesperación.
-Eso parece –me encogí de hombros.
-No puedes irte tan pronto. Tengo que
contarte algo muy importante, y mostrarte algo que seguro que te hará bien.
-¿Y de qué se trata?
-Se trata de...
-Hola guapetón –Elízabeth entró
inesperadamente en la habitación, con una gran sonrisa de oreja a oreja-. Al
fin te has despertado. ¿Qué, listo para irnos a casa? –miró con aires de victoria
a Angie.
-Todavía queda una prueba más, que me
dijo el médico que tenía que hacerla.
-¿Qué tipo de prueba?
-Nada, es simplemente para comprobar por
última vez que todo está en orden.
-Bueno. Dejemos que la hagan y ya. Que
ya tengo preparadas todas tus cosas dentro de mi caravana. Ya no tendrás que
preocuparte de nada. Todos tus pagos están resueltos –la pelirroja se acercó a
mi cama y se sentó a mi lado, cogiéndome de la mano cariñosamente y dándome un
beso en los labios.
-Gracias, Eli. Algún día te devolveré el
favor. Te lo prometo.
-No me prometas nada, cielo. Simplemente
quiero que te olvides de todas tus preocupaciones y que te sientas bien, feliz.
-La verdad es que no sé qué me deparará
el futuro, pero sea lo que sea, espero estar a tu lado. Sé que todavía voy a
tardar en terminar de olvidar a Amy, pero ya estoy algo cansado de esperar y
esperar a que pase esta agonía. Quiero cambiar ya de una vez por todas. Quiero
empezar de nuevo a vivir.
-Lo harás, créeme que lo harás –me
sonrió tiernamente, volviéndome a besar y acariciándome con una de sus manos la
mejilla.
-Eso espero –reí levemente, extendiendo
ambos brazos para poder abrazarla, siendo correspondido al instante-. Necesito
que me hagas un pequeño favor.
-Dime.
-Verás, necesito que vayas a recepción y
preguntes cuales son mis pertenencias y si pueden decirte algo de la moto.
-De la moto te adelanto que está
irrecuperable, el seguro te pagará el accidente, pero me temo que vas a tener
que ir mirando otra.
-De acuerdo –suspiré-. Pues mira a ver
qué cosas llevaba encima, y si la ropa está muy destrozada, tráeme alguna muda.
-Vale. Volveré en cuanto te hayan
terminado de hacer esa prueba, ¿sí? Así te dejo despedirte y todo ese rollo.
Nos vemos luego.
-De acuerdo. Gracias –le di un beso en
las manos, dedicándole una gran sonrisa.
Tras
darme ella otro beso, se marchó de la habitación, despidiéndose con la mano de
Angie, quien no se veía muy contenta. Tras unos segundos en silencio, intenté
retomar la conversación que había dejado a medias con anterioridad. No sabía
muy bien que era lo que me quería contar, pero seguramente sería algo
importante por el empeño que le puso para contármelo.
-Angie, con respecto a lo que me querías
contar, ¿qué era?
-¿De verdad te lo puedo contar o vamos a
tener otra interrupción sorpresa?
-Oye, no es culpa mía que me vengan a
visitar justo en ese momento.
-Bueno, está bien. Pero necesito que me
prestes mucha atención y que me dejes terminar de hablar antes de
interrumpirme, ¿estamos?
-Sí, descuida. ¿De qué se trata? –la
miré algo extrañado. Parecía algo bastante importante.
-Verás, es sobre tu difunta esposa, Amy.
-Mira a ver qué vas a decir ahora de
Amy, ¿eh?
-Te dije que no me interrumpieras, por
favor. Escúchame primero y ya luego decides si tomártelo a bien o a mal. Pero
por el momento limítate a escucharme –respiro hondo y me miró a los ojos con
algo de seriedad-. Verás, Jack. Seguramente Amy no te llegó a hablar de esto
pero ya va siendo hora de que te enteres. No sé si en algún momento de tu vida,
notaste algo extraño en el comportamiento de Amy. Algo así como una separación
relativamente profunda al mundo que la rodeaba, como si fuese una búsqueda de
paz.
-La verdad es que sí. Hubo un año en el
que se empezó a comportar algo extraño. Cada vez que salíamos a pasear miraba a
todo el mundo como si le fuesen a atacar, y decía que la estaban poniendo en mi
contra. Nunca llegó a decirme ni explicarme bien eso, pero no le di importancia
ya que recientemente se le había muerto un familiar y estaba teniendo
constantes pesadillas. ¿Tú tuviste algo que ver en eso?
-No, yo no tuve nada que ver en ese
asunto, pero si fueron los míos. Verás, por aquel entonces se estaban empezando
a mover grandes grupos de protestantes contra la iglesia. Gracias a esos
movimientos, las tropas del infierno empezaron a tomar posesiones en la tierra,
dando lugar a sectas demoniacas y todas esas cosas. Nosotros estábamos al tanto
de todos los movimientos en las tropas enemigas, pero no teníamos órdenes
directas para actuar en su contra, así que nos limitamos a esperar. Y de tanto
esperar llegó lo que no tenía que llegar. Desde nuestras tropas nos llegó una
información muy importante, ya que nos anunciaba la salida de uno de los
desterrados más influyentes en nuestro sistema: Shílveorth había vuelto del
mismísimo infierno para intentar recuperar lo que él decía que le pertenecía:
el trono.
-¿Qué es eso de “el trono”?
-El control sobre todas las criaturas
del universo, el dominio absoluto sobre los ángeles, sean del tipo que sean.
Tras enterarnos de esta horrible noticia nos preparamos para la gran guerra que
estalló, por suerte, lejos del alcance de los humanos. Dicha batalla, hoy por
hoy, se sigue librando en los confines del universo, y por desgracia han
empezado a surgir brotes aquí, en vuestro mundo. Cuando nos enfrentamos por
primera vez en batalla contra Shílveorth, estaba él solo al frente de un
pelotón bastante escaso de personal. No eran más de veinte ángeles caídos.
Entre ellos tú nueva amiga, Karily. Luchamos intensamente hasta que pudimos derrotarlos
a casi todos, excepto a un pequeño grupo, y en ese grupo estaban ellos dos.
-Angie, ve un poco más al grano, ¿sí?
–interrumpí su sesión de historia sobre la angelología moderna.
-Está bien. Al grano. Cientos de ángeles
cayeron en aquella horrible batalla, y de los pocos que quedamos, nos
aseguramos de que no pudiesen volver a salir durante muchos años a la
superficie aquellos que quedaron vivos. Pero no se sabe cómo Karily,
Shílveorth, Ánkaroth y Freya lograron evadir nuestra barrera de contención.
-Esos dos últimos nombres no me suenan
de nada.
-Si algún día te topas con ellos,
aléjate de su camino, y respecto a Karily... vigila bien tu espalda. Pero al
caso. Gabriel le hizo una visita hace tiempo a Amy, encomendándole la misión de
protegerte, ya que sabía que Shílveorth había dejado parte de su esencia en tu
cuerpo, ya que tú, y aunque no te dieses cuenta de ello, eras su cárcel.
-¡¿Qué Gabriel hizo qué?! ¡Será hijo de
puta!
-Tranquilízate, Jack. Gabriel lo hizo
para protegerte, y ella aceptó sin pedir explicaciones.
-Cuando coja a ese cabrón desprevenido
te juro que lo mato. Un segundo... –me quedé pensativo unos instantes- ¿Gabriel
fue el que mató a Amy en la autopista?
-Eso no lo sé, pero no creo que haya
sido él.
-Esto ya es la gota que colmó el vaso.
Esto no va a quedar así, te lo prometo. A la mierda el ser una buena persona.
Como averigüe quien fue el que mató a Amy, como descubra que fue Gabriel, te
puedo asegurar que verás el rostro de Shílveorth mucho antes de lo que te
imaginas –la miré amenazante, señalándola con el dedo índice.
-Tranquilo, Jack. Gabriel jamás haría
algo así. Los ángeles no estamos hechos para ser asesinos. A lo único que
podemos matar es a los ángeles caídos y a otras criaturas infernales.
-Entonces vais a intentar matarme, ¿no
es cierto? Si Shílveorth vuelve a la vida, si al final consiguiese reencarnarse
dentro de mí, tendríais que matarme. Ahora entiendo el por qué no quieres que
me valla. Quieres mantenerme cerca para cuando se presente la oportunidad,
acabar conmigo.
-No te pongas tan extremista, Jack. Todo
en esta vida tiene solución.
-¡Mientes, la muerte no tiene solución!
Y tú lo único que buscas es acabar con la vida de Shílveorth.
-No soy solo yo, es la causa la que le
quiere muerto. Pero eso no significa que tú también tengas que morir.
-¿Ah, no? ¿Entonces cómo demonios
piensas matarlo sin hacerme daño a mí, exorcizándome?
-Con eso solo conseguiremos que se burle
de nosotros –suspiró la pequeña rubia-. Si te quedas con nosotros,
encontraremos la manera de acabar con todo esto sin hacerte ningún daño.
-¿Por qué será que no me fio de ninguno?
Prefiero arriesgarme. Y no va a haber nada que me haga cambiar de opinión. Y
mucho menos después de lo que me dijiste sobre lo que hizo Gabriel. Así que
deja de intentar convencerme.
-Jack. De verdad te lo digo, vas a
acabar muy mal si sigues con esa actitud.
-Me da exactamente igual. Me pienso
largar digas lo que digas. ¡Es más, pienso averiguar quiénes son Ánkaroth y
Freya y me haré amigo suyo solo para joderos vivos!
Tras
esta pequeña exaltación, entró el médico de nuevo en la habitación, con la cara
más larga que había visto en una persona desde hacía mucho tiempo. En la mano
portaba un sobre blanco cerrado que posteriormente, tras llegar hasta mí, me lo
ofreció.
-Aquí tienes el alta médica firmada. Me
han denegado la petición para esa última prueba. Parece que alguien quiere que
salgas rápido de aquí.
-¿Ya está firmada? –miré el sobre
sorprendido. No creía que fuesen tan eficaces los ángeles caídos. Cogí el sobre
y lo abrí, leyendo el impreso que contenía-. Pues sí, ya está firmada por la
directiva de este hospital.
-Ya es libre para marcharse. Enseguida
vendrán las enfermeras a desconectarle las máquinas y podrá marcharse.
-De acuerdo. Pues... Muchas gracias por
todo –le dediqué una sonrisa de victoria.
Tras
darme la carta, se marchó sin decir nada más, dando un leve portazo. Me quede
unos segundos pensativo, ya que todo era demasiado surrealista. Aunque no sabía
porque me sorprendía tanto, después de lo que me había estado pasando en días
anteriores, una repentina carta no era algo fuera de lo normal. Yo sabía más
bien poco acerca de los ángeles caídos. Solo había oído historias y recordaba
haber leído algún que otro libro sobre el tema. A veces soñaba con ángeles, pero
no le daba mucha importancia, ya que no eran más que sueños, o eso creía. Salvo
una noche, hace ya un par de años, que “soñé” algo que me dejó bastante
inquieto.
Una
noche de diciembre, cuando el frío invierno inundaba las calles de Dublín, me
desperté a media noche para conectar la calefacción, ya que las sábanas de
franela no eran lo suficientemente abrigadas como para darnos calor. Amy dormía
acurrucada a mí, con su pijama del pato Donald, pero sin ropa interior. Yo sólo
llevaba puesto un pantalón largo de color azul. Tras encender el calefactor,
volví caminando medio zombi a la cama y me tumbé bajo las sábanas, siendo
atrapado por la pierna de Amy. Se volvió a acurrucar a mí, dándome un dulce y
tierno beso en el cuello. La abracé y le devolví el beso, pero en los labios, y
me puse a acariciarle el pelo, liso y suave, de un color negro azabache. Tras
un par de minutos, volví a coger el sueño y caí plácidamente dormido. Ahí fue
donde comenzó la que sería una de las noches más aterradoras de toda mi vida.
El
sueño comenzaba en una celda de una cárcel oscura y mugrienta. Los barrotes
eran muy gruesos y ásperos al tacto. Estaba yo solo en aquel pequeño
habitáculo. Miraba a mí alrededor y no veía a más de dos pasos de los barrotes.
Todo estaba completamente a oscuras allí. Eché un rápido vistazo a la ropa que
llevaba y me llevé una sorpresa. No tenía la típica ropa de recluso naranja.
Todo lo contrario, vestía con un pantalón blanco, salpicado con algunas gotas
de lo que parecía sangre, y no llevaba prenda superior. Tenía los brazos
completamente llenos de cortes profundos y bañados en sangre. Sentía un
profundo e inmenso dolor en la espalda en seis puntos concretos. Sentía como si
me hubiesen arrancado algo. El dolor era tal que me impedía mover los brazos hacia
detrás, intentando palpar la zona. Pero había algo más raro aún. Mi cuerpo era
un poco más musculoso de lo habitual, y mi pelo era completamente negro, y me
llegaba por debajo de la cintura, cuando normalmente me llegaba por encima del
ombligo. Parecía como si fuese otro cuerpo, pero sentía que era mi cuerpo. Era
una sensación difícil de explicar. Tras ojear unos segundos a mí alrededor, vi
que solo había una celda más, situada al lado de la mía. En su interior había
una persona tumbada, aparentemente en las mismas condiciones que yo, pero no se
movía. Volví la vista al frente y vi cómo se acercaba un grupo de personas,
vestidas con una especie de armadura dorada, que brillaba tanto como como un
diamante recién pulido. Pude percatarme de que todos los individuos tenían unas
pequeñas alas blancas en la espalda. En ese momento supe que estaba soñando con
ángeles. O por lo menos, yo creía que era un sueño.
-Sir Shílveorth, el grande. Ponte en pie
–dijo uno de aquellos hombres-. Maldito traidor...
Tras
oír estas últimas palabras, enfoque bien hacia la cara del mismo, pudiendo
observar su rostro. Era un hombre bastante joven, por no decir que era casi un
adolescente. Sus rizados y rubios cabellos me llamaron bastante la atención.
Parecía ricitos de oro.
-¿Y si no quiero, capullo? ¿Qué me vas a
hacer, intentar pegarme como la última vez? Que mal parado saliste...
Aquellas
palabras no eran mías, era como si estuviese viendo una escena desde el cuerpo
de alguien, y su nombre: Shílveorth. Tras reírse durante un corto periodo de
tiempo, me incorporé. Bueno, se incorporó y se acercó a los barrotes,
dedicándole al rubio una sonrisa macabra.
-¡Ya basta! He venido para llevarte ante
el tribunal supremo para que se haga justicia de una vez por todas. Al fin vas
a recibir tu merecido castigo... ¡El destierro! –me señaló acusador con su dedo
índice mientras que los ángeles se acercaban a la celda con un miedo palpable
en el ambiente. Era como si temiesen algo.
-¡Adelante! ¡Aquí estoy! ¡Venid por mí!
-Descuida... ¡Guardias! ¡Sacad a los
prisioneros!
-¿A Lucifer también, mi señor? –preguntó
uno de los ángeles.
-Sí, a ese desalmado también. Él es el
que ha cometido el crimen mayor.
¿Dijo
Lucifer? ¿Ese no era el diablo? Estaba comenzando a ser una situación algo
incómoda. No me gustaba como transcurriendo aquello. Aquellos ángeles se
acercaron a nosotros, abriendo la puerta de las celdas y amarrándonos con unas
cadenas un tanto raras. No eran las típicas cadenas de eslabones de metal. La
cadena estaba compuesta por unas cruces de lo que parecía oro macizo. Las
cruces eran grandes y tenían los bordes bastante afilados. Tan afiladas que
nada más colocármelas en las muñecas, pies y cuello, se incrustaron en mi piel,
haciendo que pequeños hilos de sangre comenzasen a recorrer mi cuerpo. Yo no
paraba de reír y de mirar intrigante al otro condenado, quien no decía nada.
Solo se limitaba a sonreír y caminar.
-El trono será nuestro, y no podréis
hacer nada para evitarlo. Tarde o temprano nos revelaremos con todo nuestro
poder y no habrá nada que pueda detenernos –dijo Lucifer, riéndose de forma
macabra.
-Y creednos, será algo de lo que os
arrepentiréis toda vuestra puta existencia. Vais a vivir en vuestras propias
plumas lo insufrible. Anhelareis tanto el dolor, que nos lo suplicareis
–continué yo.
-¡Callaos ya de una vez! ¡Nadie se
enfrenta al poder de Dios sin ser castigado! Sufriréis la condena eterna de los
tiempos. El destierro... El peor castigo que pueda sufrir un ángel –añadió el
rubio-. Seréis los primeros en cumplir esa condena.
-No te creas que es mucho más distinto
que el vivir aquí, contigo. Creo que el destierro es muchísimo mejor en todos
los sentidos –finalizó Lucifer con una carcajada.
Golpeaban
pasos en el silencio, tantos que eran la única pista, el único resplandor de
verdad que reflejaba en aquella umbría y alargada sala lo inmensa que podía
llegar a ser. Cubría tal la oscuridad aquel lugar, que las propias sombras
parecían los muros que pavimentaban el pasillo. Las paredes estaban llenas de
enredaderas y otras plantas que caían desde el techo hasta el suelo,
enredándose entre sus manos cuando osaban apoyarse en ellas. A medida que
íbamos caminando, los ladrillos de las paredes se iban tornando a un color más
blanquecino. De un gris apagado a un blanco luminoso. Cuando llegamos al fondo
del pasillo, se abrió un gran portón que daba lugar a una gigantesca sala,
llena de columnas y asientos. No había techo, lo cual hacía que las columnas
pareciesen infinitas. La luz del sol hacía que el azul del cielo brillase con
gran intensidad, y el resplandor del blanco segara un poco la vista. Dentro de
la sala, un mar de gente nos rodeaba, y a medida que íbamos acercándonos al
fondo de la sala, nos iban mirando con desprecio y alegoría. Sólo noté una
carcajada que se escapaba de mis labios. No me sentía incómodo, ni mucho menos
despreciado. Me sentía como un triunfador. Sentí como su propósito de crear
discordia e intriga se había cumplido, ya que muchos no se atrevían a mirarnos.
Tras llegar al otro lado de la sala, pude ver una gran mesa, protegida por un
sexteto de ángeles, con su radiante armadura y empuñando sus espadas,
preparados para intervenir en cuanto se presentase la oportunidad. La mesa
estaba encabezada por dos hombres de avanzada edad, y en los laterales, un grupo
de misteriosos encapuchados.
-Sir Lucifer y Sir Shílveorth, se os
acusa de alta traición y seréis juzgados por los actos sucedidos en estos
últimos días –una voz grave se alzó al frente de la sala.
-Para algunos no han sido tan malos –mi
compañero de sentencia no paraba de reír a carcajadas-. Después de todo, la
monotonía es algo que, personalmente, es aburrida.
-¡Callad, desdichado! –uno de los
custodios le golpeó con una lanza en el vientre, pero este no dejaba de reír.
-¿Qué pasa? ¿Tanto miedo tenéis a los
que nos preguntamos que hay más allá del reino de los cielos?
-Muchos han sido los que han intentado
escapar de mi reino, pero terminan dándose cuenta de que es una odisea inútil.
¡Deberíais aprender del ejemplo!
-Aprender de un error, sigue siendo
errar, ¿me equivoco? –respondí agudo-. De qué sirve tener alas si no se te
permite volar libre...
-¡Silencio! –interrumpió uno de los
ancianos-. Basta de rodeos. ¡Que dé comienzo el juicio!
-¡Adelante, borregos! ¡Doblegaos ante
vuestro lobo con piel de cordero, mas sólo os traerá la perdición eterna! –me
estaba gustando este tal Lucifer.
Tras
las últimas palabras del otro condenado, se oyó un murmullo de fondo que
recorrió toda la sala. Nos quedamos unos instantes en silencio y comenzaron a
hablar en lo que parecía que era latín. Empecé a ver borrosa aquella escena y
de un plano en primera persona, pasé a verlo desde un punto de vista externo,
contemplando el juicio como si de un Reality Show se tratase. En un momento
dado, deje de oír lo que se estaba diciendo y cada vez lo veía todo más y más
negro, casi apagándoseme por completo la vista. Pero justo antes de que se
nublara todo por completo, un brazo musculoso me cogió por el cuello y me dijo:
“Tú serás la salvación”. Aquello me dio muchísimo miedo y me desperté con un
sudor frío, con la respiración agitada y los genitales en la garganta. No pude
dormir en una semana tras haber “soñado” aquello. Por aquel entonces, me
pareció algo raro y alucinante al mismo tiempo, pero desconocía su significado.
Ahora ya tenía un pequeño hilo del que empezar a tirar para poder encajar las
piezas.
Regresé
de entre mis pensamientos, quedándome unos instantes mirando fijamente al
sobre, releyendo el acta. Ahora sí que daba miedo el asunto. Realmente estaba
sucediendo todo. Me tenía que poner las pilas en el asunto de la angelología,
ponerme al corriente e investigar un poco más a fondo el tema: indicios,
creencias, rituales, historia, etc. Además de investigar en documentos, tenía
que preguntarle a gente que estuviese directamente relacionada con el tema,
quitando a Angie. Quizás Elízabeth tenía respuestas para alguna de las
preguntas que tenía ya en mente comenzar a resolver.
-Esto es increíble –dije para mí mismo,
en voz baja-. ¿Realmente tienen tanto poder?
-Y mucho más del que te puedas imaginar,
Jack. No sabes a lo que te estás enfrentando... Te estás mezclando con un grupo
de criaturas que solo buscan la aniquilación y la destrucción de la creación de
dios. No esperes nada bueno de ellos, porque acabarán decepcionándote. Yo he
intentado avisarte, y seguiré insistiéndote cuando se me presente la
oportunidad de hacerlo, porque no te librarás de nosotros... No te librarás de
mí tan fácilmente. Recuerda que dios tiene un plan para cada uno de nosotros, y
el mío es el de evitar que cometas una locura.
-Oye, Angie. Vamos a dejar una cosa
clara. Vale que casi nos matemos en el accidente, que estoy más que seguro que
lo hicisteis a propósito, pero de ahí a amenazarme con que me vas a estar
acosando hay una gran diferencia.
-Sí, Jack. Lamento comunicarte que lo
del accidente fue planificado y ejecutado por nosotros. Era la forma más
efectiva de darte el aviso. Pero no ha servido de mucho, por lo que veo. Siguen
indagando en tu mente y manipulándote a su antojo. Los viajes que has hecho,
más bien han sido dirigidos por los caídos.
-Ahora con más razón me marcho de aquí.
No sé quién es más sínico, si los que os llamáis ángeles de dios o los ángeles
caídos.
-¿Está usted listo para marcharse,
caballero? –una voz femenina interrumpió nuestra conversación.
-¿Qué? –miré desconcertado a mi
alrededor, pudiendo hallar la figura de una enfermera de pie frente a la puerta
de la habitación, sonriéndome.
-Que si ya está listo para irse –cerró
la puerta tras de sí y se acercó a mí, comenzando a desconectar con cuidado las
máquinas que aún seguían conectadas a mi cuerpo.
-Estoy más que listo –dije con algo de
rabia mirando hacia la pequeña rubia, quien se encontraba tumbada en la cama,
fingiendo estar dormida-. ¿Dónde me puedo cambiar de ropa? –le dije a la guapa
enfermera.
-En cuanto su amiga nos traiga su nueva
ropa, le acompañaré a un pequeño vestuario para que pueda quitarse la bata y
ponerse su ropa –me sonrió amable, extrayéndome una aguja que tenía clavada en
el brazo, que si no me equivoco, era la que me suministraba el suero para los
dolores.
-Muchas gracias. Tengo ganas de volver
con mi novia a casa –intenté entablar una conversación con aquella enfermera en
lo que esperaba a que Eli viniese con mi ropa.
-¿Es su novia? Pues es una joven muy
afortunada. Con un chico tan guapo y fuerte como novio cualquiera se sentiría
afortunada –se sonrojó levemente, sin quitar aquella bella sonrisa.
-Gracias por el alago. Usted también es
muy guapa, si me permite el comentario –sonreí tímidamente.
-¿Ligando con la enfermera, Jack? –entró
Eli en la habitación, riendo.
-¿Yo? No, solo entablaba conversación
con esta bella enfermera –sonreí, extendiendo mis brazos hacia la pelirroja,
quien traía mi ropa en las manos.
-Está bien, tendré que creerte –llegó hasta
mí y me brindo un tierno beso en los labios, dejándome la ropa en las manos-.
Cogí la primera que vi en una de las cajas, ya si eso te cambias luego, cielo.
-Gracias, guapa –le guiñé un ojo y me
puse de pie.
-Bueno, esto ya está desconectado.
Cuando quiera, le acompañaré al vestuario para que pueda cambiarse –dijo la
enfermera, sonriéndonos a ambos.
-Cuanto antes, mejor. Vamos pues –sonreí
ofreciéndole el brazo a la joven para que me acompañase.
-Muy amable, caballero. Se lo robo un
momento. Puede esperar directamente en recepción. En seguida se lo llevo –me
cogió suavemente el brazo y me guio hacia el vestuario, donde me dio intimidad
para poder cambiarme de ropa.
Tras
un par de minutos en aquella sala, termine de cambiarme y me dispuse a salir,
pero no sin antes mirarme al espejo. Elízabeth me había traído unos pantalones
vaqueros algo gastados, una camisa de asillas negra y las botas militares, que
milagrosamente sobrevivieron al accidente. Me coloqué el reloj en la muñeca y,
tras arreglarme un poco la melena, salí de la habitación con la bata doblada en
la mano. Al salir me estaba esperando la enfermera aun sonriente, acompañándome
a recepción. Allí estaba Elízabeth, con el pelo suelto y su ropa de cuero
ajustada. Las curvas de su cuerpo hicieron que me quedase embobado,
recorriéndolas una y otra vez con la mirada, preguntándome si realmente era
posible que yo estuviese saliendo con ese monumento. Tras empalmarme y
limpiarme las babas, me acerqué a ella, volviendo a recorrer su cuerpo con la
mirada, devorando cada centímetro en mi mente.
-Guarda un poco para el postre, anda –la
pelirroja se giró hacia mí, dándome un profundo beso en los labios-. Te iba a
preguntar si te gusta lo que llevo puesto, pero creo que tu amigo habla por ti
–rió tocándome disimuladamente la entrepierna.
-Joder... Tengo que aprender a
controlarme... Pero es que, estás genial con esa ropa. Te hace un cuerpo
bastante deseable... –no sabía cómo decirle que estaba guapa sin que sonase
demasiado pervertido-. Es decir, que te queda muy bien.
-Tranquilo, cielo. No te pongas nervioso
–me dio un leve empujón con la cadera.
No
podía evitar mirarla babeante. Tras recoger lo que quedaba de mis cosas en
recepción, salimos a la calle. Mi reloj marcaba las doce de la mañana. El sol
brillaba con intensidad y alguna que otra paloma volaba sobre nosotros. Al fin
veía la luz del sol sin ser a través de una ventana. Añoraba el calor
quemándome la piel, el viento soplando y haciendo que mi largo pelo se moviese
en libertad. Elízabeth se acercó a mí, dándome la mano y empujándome para ir
hacia la auto-caravana. Guiándome en la nueva etapa de mi vida, haciendo que
esta comenzase con buen pie. Con los caídos protegiéndome, un bombón como
principal motivo por el que vivir y todas las cosas de mi piso, ya podía decir
oficialmente que daba comienzo mi nueva odisea.
Una
vez dentro de la auto-caravana, justo antes de emprender nuestro viaje, Eli me
miró fijamente a los ojos, cogiéndome de la mano.
-Jack, ¿estás listo para venirte
conmigo?
-¿A qué te refieres? –le pregunté sin
entender.
-A que a partir de hoy, estarás rodeado
de cosas que a lo mejor no te terminan de agradar. Ya te iré dando detalles de
todo. Pero, ¿entiendes por dónde voy?
-Sí. Todo el tema de los caídos y la
guerra. Hay cosas que todavía no llego a comprender, pero tengo mucho tiempo
para resolver todas mis dudas. Y espero que tú puedas ayudarme en eso. Y hay
ciertos detalles que necesito que me expliques, pero eso mejor otro día. Hoy es
un día para celebrar.
-Tienes razón. Y te doy mi palabra de
que te ayudaré en todo lo que pueda y te explicaré todo lo que necesites saber.
Para eso estoy aquí, ¿no? –me dedicó una dulce sonrisa y me dio un tierno beso
en los labios, arrancando la auto-caravana y poniéndonos en la carretera.
Tenía
la suerte de poder contar con alguien que realmente se preocupa por mí. Sólo
esperaba que no estuviese conmigo por interés. Ella no era así, sabía que podía
confiar plenamente en ella. No como Angie, que planificó todo el accidente sólo
para intentar que Shílveorth no saliese de mí. Y encima estaba aquel individuo,
Gabriel. De las dos o tres veces que le vi y entable conversación con él, le
cogí un rencor que nadie se imaginaba. Y como descubra que fue él quien planeó
la muerte de Amy, sufriría la peor de las muertes. Buscaré la forma de
averiguarlo todo sobre él y sus amiguitos. El asunto de Amy no se iba a quedar
apartado. Bien es cierto que ya se podría decir que es agua pasada, pero no por
ello quiere decir que iba a dejar el tema de lado. Pensaba llegar al fondo del
asunto y resolver el gran acertijo que se escondía tras aquel trágico suceso.
Sé de sobra que toda la culpa de lo que ocurrió era mía, pero después de todo
lo que me ha ocurrido y de todo lo que me habían contado, ya dudaba de si
realmente Amy estaba conmigo porque me quería. Sé que es algo sínico pensarlo
pero, viendo lo ocurrido, ya no sabía que pensar. Todo estaba demasiado en el
aire. De momento, sólo me preocupaba el seguir despierto durante el largo viaje
que acabábamos de emprender, dejando atrás los malos recuerdos y todo el dolor.
Esperaba con ansia el futuro, aunque fuese una utopía.