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Bienvenidos a Dark Business

Bienvenidos a Dark Business, un blog donde podréis encontrar fanfics variados de autores diferentes.

Espero que os gusten, de verdad...

Es IMPORTANTE leer las presentaciones de los autores para saber, más o menos, su método de trabajo.

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Pausa general

Llevo bastante tiempo pensando, negando lo evidente, pero creo que es una gran estupidez seguir negándolo. Abrí este blog con el fin de pasar el rato, de postear mis fanfics, y después para darle una oportunidad de publicar a otros autores. Pero llevo ya mucho tiempo dejando todo esto de lado, y la mayor parte de los demás autores (por no decir todos) pasan absolutamente de este blog. Así que no me queda más remedio que hacer lo siguiente:

Este blog queda parado. No se volverá a publicar absolutamente nada (al menos mío) en una temporada.

Disculpad las molestias.

Kyara.

P.D: quizás acabe dejando este blog solo para mis publicaciones y para nadie más.

martes, 1 de octubre de 2013

No más dolor - Capítulo 7

Capítulo 7

Abrí los ojos con un gran sobre esfuerzo, ya que había entrado en un sueño bastante profundo después de que me trajesen de vuelta a la habitación. La ventana dejaba pasar los rojizos tonos del amanecer. Una cálida luz invadía la habitación, haciendo que desapareciese el frío que transmitía el blanco de las paredes. Miré a mí alrededor y estábamos solos en la habitación. Angie estaba despierta tomándose el desayuno, sentada en la cama. A mi lado, habían dejado una bandeja con la comida cubierta con una tapa de plástico para que conservase algo de calor. La cogí y la coloqué sobre una especie de mesa auxiliar que tenía la cama, pudiendo empezar a tomarme el sustento. De momento todo transcurría en silencio, hasta que de pronto esa pausa se vio interrumpida por la visita del médico. Entró en la habitación algo agitado, pero mantuvo la compostura y se acercó lentamente a mí, con un papel en la mano. ¿Sería cierto eso de que los caídos habían enviado a alguien para que firmase mi alta inmediata?

-Jack, tengo buenas y malas noticias para usted –dijo colocándose a mi lado y mirándome fijamente a los ojos.
-¿Qué ocurre, jefe? –yo seguía comiendo.
-Verás, esta mañana, a eso de las nueve y media, ha llegado a mi despacho esta carta del directivo de este hospital en el que exigen que se te dé el alta inmediata. Esa me imagino que es para usted la buena noticia, ¿no?
-Supongo que sí, no sé. ¿Cuál es la mala noticia?
-Que todavía no ha terminado de recuperarse. Aunque según me han informado, ayer tuvo una pequeña excursión al aparcamiento del hospital. Su amiga dijo que le había encontrado sonámbulo. ¿Es eso cierto?
-Supongo. Yo no recuerdo levantarme anoche y salir caminando. Solo sé que me desperté y estaba apoyado en los hombros de mi amiga, y que luego me volvieron a meter aquí.
-Bueno. Estuve revisando las cámaras de seguridad y no hay ninguna toma suya en ellas. Ni de la salida de la habitación ni de la vuelta. Así que tendré que creer a su amiga, por el momento. Antes de firmarle el alta –suspiró con algo de rabia- me gustaría hacerle un último chequeo, si no le importa. Quiero comprobar que realmente sus piernas están listas para volver a caminar sin necesidad de un punto de apoyo. Para que me entienda, quiero saber si puede caminar con normalidad sin tener que usar muletas ni bastón. ¿Me dejaría realizarle esa prueba?
-Sí, si realmente me van a dar el alta, no creo que una prueba más me haga daño. En estos tres meses me habéis realizado todas las pruebas habidas y por haber. Ya no me importa hacerme una más.
-Muy bien. En una media hora, más o menos, pasarán a buscarle. Le llevaremos a la sala de pruebas y le realizaremos la misma. Cuando hayan salido los resultados le firmaré el alta. Los resultados tardarán como mucho diez minutos.
-Hecho. ¿Me devolverán mis cosas?
-Lo poco que queda de ellas, sí.
-De acuerdo. Hágame esa prueba entonces.
-Vale. Nos veremos en media hora. Gracias.

Tras darme la “mala noticia”, aquel hombre salió de la habitación con algo de prisa, supongo que para tener preparada la sala de máquinas lo antes posible. Terminé el asqueroso desayuno con pastillas y aparté la bandejita con la mesa a un lado de la cama, quedándome completamente sentado sobre esta. Miré de nuevo a Angie y me llevé un pequeño susto al ver que me estaba mirando con la cara completamente pálida.

-¿Te encuentras bien, Angie? –le pregunté preocupado.
-¿Te van a dar el alta... Tan pronto? –me preguntó con un tono de desesperación.
-Eso parece –me encogí de hombros.
-No puedes irte tan pronto. Tengo que contarte algo muy importante, y mostrarte algo que seguro que te hará bien.
-¿Y de qué se trata?
-Se trata de...
-Hola guapetón –Elízabeth entró inesperadamente en la habitación, con una gran sonrisa de oreja a oreja-. Al fin te has despertado. ¿Qué, listo para irnos a casa? –miró con aires de victoria a Angie.
-Todavía queda una prueba más, que me dijo el médico que tenía que hacerla.
-¿Qué tipo de prueba?
-Nada, es simplemente para comprobar por última vez que todo está en orden.
-Bueno. Dejemos que la hagan y ya. Que ya tengo preparadas todas tus cosas dentro de mi caravana. Ya no tendrás que preocuparte de nada. Todos tus pagos están resueltos –la pelirroja se acercó a mi cama y se sentó a mi lado, cogiéndome de la mano cariñosamente y dándome un beso en los labios.
-Gracias, Eli. Algún día te devolveré el favor. Te lo prometo.
-No me prometas nada, cielo. Simplemente quiero que te olvides de todas tus preocupaciones y que te sientas bien, feliz.
-La verdad es que no sé qué me deparará el futuro, pero sea lo que sea, espero estar a tu lado. Sé que todavía voy a tardar en terminar de olvidar a Amy, pero ya estoy algo cansado de esperar y esperar a que pase esta agonía. Quiero cambiar ya de una vez por todas. Quiero empezar de nuevo a vivir.
-Lo harás, créeme que lo harás –me sonrió tiernamente, volviéndome a besar y acariciándome con una de sus manos la mejilla.
-Eso espero –reí levemente, extendiendo ambos brazos para poder abrazarla, siendo correspondido al instante-. Necesito que me hagas un pequeño favor.
-Dime.
-Verás, necesito que vayas a recepción y preguntes cuales son mis pertenencias y si pueden decirte algo de la moto.
-De la moto te adelanto que está irrecuperable, el seguro te pagará el accidente, pero me temo que vas a tener que ir mirando otra.
-De acuerdo –suspiré-. Pues mira a ver qué cosas llevaba encima, y si la ropa está muy destrozada, tráeme alguna muda.
-Vale. Volveré en cuanto te hayan terminado de hacer esa prueba, ¿sí? Así te dejo despedirte y todo ese rollo. Nos vemos luego.
-De acuerdo. Gracias –le di un beso en las manos, dedicándole una gran sonrisa.

Tras darme ella otro beso, se marchó de la habitación, despidiéndose con la mano de Angie, quien no se veía muy contenta. Tras unos segundos en silencio, intenté retomar la conversación que había dejado a medias con anterioridad. No sabía muy bien que era lo que me quería contar, pero seguramente sería algo importante por el empeño que le puso para contármelo.

-Angie, con respecto a lo que me querías contar, ¿qué era?
-¿De verdad te lo puedo contar o vamos a tener otra interrupción sorpresa?
-Oye, no es culpa mía que me vengan a visitar justo en ese momento.
-Bueno, está bien. Pero necesito que me prestes mucha atención y que me dejes terminar de hablar antes de interrumpirme, ¿estamos?
-Sí, descuida. ¿De qué se trata? –la miré algo extrañado. Parecía algo bastante importante.
-Verás, es sobre tu difunta esposa, Amy.
-Mira a ver qué vas a decir ahora de Amy, ¿eh?
-Te dije que no me interrumpieras, por favor. Escúchame primero y ya luego decides si tomártelo a bien o a mal. Pero por el momento limítate a escucharme –respiro hondo y me miró a los ojos con algo de seriedad-. Verás, Jack. Seguramente Amy no te llegó a hablar de esto pero ya va siendo hora de que te enteres. No sé si en algún momento de tu vida, notaste algo extraño en el comportamiento de Amy. Algo así como una separación relativamente profunda al mundo que la rodeaba, como si fuese una búsqueda de paz.
-La verdad es que sí. Hubo un año en el que se empezó a comportar algo extraño. Cada vez que salíamos a pasear miraba a todo el mundo como si le fuesen a atacar, y decía que la estaban poniendo en mi contra. Nunca llegó a decirme ni explicarme bien eso, pero no le di importancia ya que recientemente se le había muerto un familiar y estaba teniendo constantes pesadillas. ¿Tú tuviste algo que ver en eso?
-No, yo no tuve nada que ver en ese asunto, pero si fueron los míos. Verás, por aquel entonces se estaban empezando a mover grandes grupos de protestantes contra la iglesia. Gracias a esos movimientos, las tropas del infierno empezaron a tomar posesiones en la tierra, dando lugar a sectas demoniacas y todas esas cosas. Nosotros estábamos al tanto de todos los movimientos en las tropas enemigas, pero no teníamos órdenes directas para actuar en su contra, así que nos limitamos a esperar. Y de tanto esperar llegó lo que no tenía que llegar. Desde nuestras tropas nos llegó una información muy importante, ya que nos anunciaba la salida de uno de los desterrados más influyentes en nuestro sistema: Shílveorth había vuelto del mismísimo infierno para intentar recuperar lo que él decía que le pertenecía: el trono.
-¿Qué es eso de “el trono”?
-El control sobre todas las criaturas del universo, el dominio absoluto sobre los ángeles, sean del tipo que sean. Tras enterarnos de esta horrible noticia nos preparamos para la gran guerra que estalló, por suerte, lejos del alcance de los humanos. Dicha batalla, hoy por hoy, se sigue librando en los confines del universo, y por desgracia han empezado a surgir brotes aquí, en vuestro mundo. Cuando nos enfrentamos por primera vez en batalla contra Shílveorth, estaba él solo al frente de un pelotón bastante escaso de personal. No eran más de veinte ángeles caídos. Entre ellos tú nueva amiga, Karily. Luchamos intensamente hasta que pudimos derrotarlos a casi todos, excepto a un pequeño grupo, y en ese grupo estaban ellos dos.
-Angie, ve un poco más al grano, ¿sí? –interrumpí su sesión de historia sobre la angelología moderna.
-Está bien. Al grano. Cientos de ángeles cayeron en aquella horrible batalla, y de los pocos que quedamos, nos aseguramos de que no pudiesen volver a salir durante muchos años a la superficie aquellos que quedaron vivos. Pero no se sabe cómo Karily, Shílveorth, Ánkaroth y Freya lograron evadir nuestra barrera de contención.
-Esos dos últimos nombres no me suenan de nada.
-Si algún día te topas con ellos, aléjate de su camino, y respecto a Karily... vigila bien tu espalda. Pero al caso. Gabriel le hizo una visita hace tiempo a Amy, encomendándole la misión de protegerte, ya que sabía que Shílveorth había dejado parte de su esencia en tu cuerpo, ya que tú, y aunque no te dieses cuenta de ello, eras su cárcel.
-¡¿Qué Gabriel hizo qué?! ¡Será hijo de puta!
-Tranquilízate, Jack. Gabriel lo hizo para protegerte, y ella aceptó sin pedir explicaciones.
-Cuando coja a ese cabrón desprevenido te juro que lo mato. Un segundo... –me quedé pensativo unos instantes- ¿Gabriel fue el que mató a Amy en la autopista?
-Eso no lo sé, pero no creo que haya sido él.
-Esto ya es la gota que colmó el vaso. Esto no va a quedar así, te lo prometo. A la mierda el ser una buena persona. Como averigüe quien fue el que mató a Amy, como descubra que fue Gabriel, te puedo asegurar que verás el rostro de Shílveorth mucho antes de lo que te imaginas –la miré amenazante, señalándola con el dedo índice.
-Tranquilo, Jack. Gabriel jamás haría algo así. Los ángeles no estamos hechos para ser asesinos. A lo único que podemos matar es a los ángeles caídos y a otras criaturas infernales.
-Entonces vais a intentar matarme, ¿no es cierto? Si Shílveorth vuelve a la vida, si al final consiguiese reencarnarse dentro de mí, tendríais que matarme. Ahora entiendo el por qué no quieres que me valla. Quieres mantenerme cerca para cuando se presente la oportunidad, acabar conmigo.
-No te pongas tan extremista, Jack. Todo en esta vida tiene solución.
-¡Mientes, la muerte no tiene solución! Y tú lo único que buscas es acabar con la vida de Shílveorth.
-No soy solo yo, es la causa la que le quiere muerto. Pero eso no significa que tú también tengas que morir.
-¿Ah, no? ¿Entonces cómo demonios piensas matarlo sin hacerme daño a mí, exorcizándome?
-Con eso solo conseguiremos que se burle de nosotros –suspiró la pequeña rubia-. Si te quedas con nosotros, encontraremos la manera de acabar con todo esto sin hacerte ningún daño.
-¿Por qué será que no me fio de ninguno? Prefiero arriesgarme. Y no va a haber nada que me haga cambiar de opinión. Y mucho menos después de lo que me dijiste sobre lo que hizo Gabriel. Así que deja de intentar convencerme.
-Jack. De verdad te lo digo, vas a acabar muy mal si sigues con esa actitud.
-Me da exactamente igual. Me pienso largar digas lo que digas. ¡Es más, pienso averiguar quiénes son Ánkaroth y Freya y me haré amigo suyo solo para joderos vivos!

Tras esta pequeña exaltación, entró el médico de nuevo en la habitación, con la cara más larga que había visto en una persona desde hacía mucho tiempo. En la mano portaba un sobre blanco cerrado que posteriormente, tras llegar hasta mí, me lo ofreció.

-Aquí tienes el alta médica firmada. Me han denegado la petición para esa última prueba. Parece que alguien quiere que salgas rápido de aquí.
-¿Ya está firmada? –miré el sobre sorprendido. No creía que fuesen tan eficaces los ángeles caídos. Cogí el sobre y lo abrí, leyendo el impreso que contenía-. Pues sí, ya está firmada por la directiva de este hospital.
-Ya es libre para marcharse. Enseguida vendrán las enfermeras a desconectarle las máquinas y podrá marcharse.
-De acuerdo. Pues... Muchas gracias por todo –le dediqué una sonrisa de victoria.

Tras darme la carta, se marchó sin decir nada más, dando un leve portazo. Me quede unos segundos pensativo, ya que todo era demasiado surrealista. Aunque no sabía porque me sorprendía tanto, después de lo que me había estado pasando en días anteriores, una repentina carta no era algo fuera de lo normal. Yo sabía más bien poco acerca de los ángeles caídos. Solo había oído historias y recordaba haber leído algún que otro libro sobre el tema. A veces soñaba con ángeles, pero no le daba mucha importancia, ya que no eran más que sueños, o eso creía. Salvo una noche, hace ya un par de años, que “soñé” algo que me dejó bastante inquieto.

Una noche de diciembre, cuando el frío invierno inundaba las calles de Dublín, me desperté a media noche para conectar la calefacción, ya que las sábanas de franela no eran lo suficientemente abrigadas como para darnos calor. Amy dormía acurrucada a mí, con su pijama del pato Donald, pero sin ropa interior. Yo sólo llevaba puesto un pantalón largo de color azul. Tras encender el calefactor, volví caminando medio zombi a la cama y me tumbé bajo las sábanas, siendo atrapado por la pierna de Amy. Se volvió a acurrucar a mí, dándome un dulce y tierno beso en el cuello. La abracé y le devolví el beso, pero en los labios, y me puse a acariciarle el pelo, liso y suave, de un color negro azabache. Tras un par de minutos, volví a coger el sueño y caí plácidamente dormido. Ahí fue donde comenzó la que sería una de las noches más aterradoras de toda mi vida.

El sueño comenzaba en una celda de una cárcel oscura y mugrienta. Los barrotes eran muy gruesos y ásperos al tacto. Estaba yo solo en aquel pequeño habitáculo. Miraba a mí alrededor y no veía a más de dos pasos de los barrotes. Todo estaba completamente a oscuras allí. Eché un rápido vistazo a la ropa que llevaba y me llevé una sorpresa. No tenía la típica ropa de recluso naranja. Todo lo contrario, vestía con un pantalón blanco, salpicado con algunas gotas de lo que parecía sangre, y no llevaba prenda superior. Tenía los brazos completamente llenos de cortes profundos y bañados en sangre. Sentía un profundo e inmenso dolor en la espalda en seis puntos concretos. Sentía como si me hubiesen arrancado algo. El dolor era tal que me impedía mover los brazos hacia detrás, intentando palpar la zona. Pero había algo más raro aún. Mi cuerpo era un poco más musculoso de lo habitual, y mi pelo era completamente negro, y me llegaba por debajo de la cintura, cuando normalmente me llegaba por encima del ombligo. Parecía como si fuese otro cuerpo, pero sentía que era mi cuerpo. Era una sensación difícil de explicar. Tras ojear unos segundos a mí alrededor, vi que solo había una celda más, situada al lado de la mía. En su interior había una persona tumbada, aparentemente en las mismas condiciones que yo, pero no se movía. Volví la vista al frente y vi cómo se acercaba un grupo de personas, vestidas con una especie de armadura dorada, que brillaba tanto como como un diamante recién pulido. Pude percatarme de que todos los individuos tenían unas pequeñas alas blancas en la espalda. En ese momento supe que estaba soñando con ángeles. O por lo menos, yo creía que era un sueño.

-Sir Shílveorth, el grande. Ponte en pie –dijo uno de aquellos hombres-. Maldito traidor...

Tras oír estas últimas palabras, enfoque bien hacia la cara del mismo, pudiendo observar su rostro. Era un hombre bastante joven, por no decir que era casi un adolescente. Sus rizados y rubios cabellos me llamaron bastante la atención. Parecía ricitos de oro.

-¿Y si no quiero, capullo? ¿Qué me vas a hacer, intentar pegarme como la última vez? Que mal parado saliste...

Aquellas palabras no eran mías, era como si estuviese viendo una escena desde el cuerpo de alguien, y su nombre: Shílveorth. Tras reírse durante un corto periodo de tiempo, me incorporé. Bueno, se incorporó y se acercó a los barrotes, dedicándole al rubio una sonrisa macabra.

-¡Ya basta! He venido para llevarte ante el tribunal supremo para que se haga justicia de una vez por todas. Al fin vas a recibir tu merecido castigo... ¡El destierro! –me señaló acusador con su dedo índice mientras que los ángeles se acercaban a la celda con un miedo palpable en el ambiente. Era como si temiesen algo.
-¡Adelante! ¡Aquí estoy! ¡Venid por mí!
-Descuida... ¡Guardias! ¡Sacad a los prisioneros!
-¿A Lucifer también, mi señor? –preguntó uno de los ángeles.
-Sí, a ese desalmado también. Él es el que ha cometido el crimen mayor.

¿Dijo Lucifer? ¿Ese no era el diablo? Estaba comenzando a ser una situación algo incómoda. No me gustaba como transcurriendo aquello. Aquellos ángeles se acercaron a nosotros, abriendo la puerta de las celdas y amarrándonos con unas cadenas un tanto raras. No eran las típicas cadenas de eslabones de metal. La cadena estaba compuesta por unas cruces de lo que parecía oro macizo. Las cruces eran grandes y tenían los bordes bastante afilados. Tan afiladas que nada más colocármelas en las muñecas, pies y cuello, se incrustaron en mi piel, haciendo que pequeños hilos de sangre comenzasen a recorrer mi cuerpo. Yo no paraba de reír y de mirar intrigante al otro condenado, quien no decía nada. Solo se limitaba a sonreír y caminar.

-El trono será nuestro, y no podréis hacer nada para evitarlo. Tarde o temprano nos revelaremos con todo nuestro poder y no habrá nada que pueda detenernos –dijo Lucifer, riéndose de forma macabra.
-Y creednos, será algo de lo que os arrepentiréis toda vuestra puta existencia. Vais a vivir en vuestras propias plumas lo insufrible. Anhelareis tanto el dolor, que nos lo suplicareis –continué yo.
-¡Callaos ya de una vez! ¡Nadie se enfrenta al poder de Dios sin ser castigado! Sufriréis la condena eterna de los tiempos. El destierro... El peor castigo que pueda sufrir un ángel –añadió el rubio-. Seréis los primeros en cumplir esa condena.
-No te creas que es mucho más distinto que el vivir aquí, contigo. Creo que el destierro es muchísimo mejor en todos los sentidos –finalizó Lucifer con una carcajada.

Golpeaban pasos en el silencio, tantos que eran la única pista, el único resplandor de verdad que reflejaba en aquella umbría y alargada sala lo inmensa que podía llegar a ser. Cubría tal la oscuridad aquel lugar, que las propias sombras parecían los muros que pavimentaban el pasillo. Las paredes estaban llenas de enredaderas y otras plantas que caían desde el techo hasta el suelo, enredándose entre sus manos cuando osaban apoyarse en ellas. A medida que íbamos caminando, los ladrillos de las paredes se iban tornando a un color más blanquecino. De un gris apagado a un blanco luminoso. Cuando llegamos al fondo del pasillo, se abrió un gran portón que daba lugar a una gigantesca sala, llena de columnas y asientos. No había techo, lo cual hacía que las columnas pareciesen infinitas. La luz del sol hacía que el azul del cielo brillase con gran intensidad, y el resplandor del blanco segara un poco la vista. Dentro de la sala, un mar de gente nos rodeaba, y a medida que íbamos acercándonos al fondo de la sala, nos iban mirando con desprecio y alegoría. Sólo noté una carcajada que se escapaba de mis labios. No me sentía incómodo, ni mucho menos despreciado. Me sentía como un triunfador. Sentí como su propósito de crear discordia e intriga se había cumplido, ya que muchos no se atrevían a mirarnos. Tras llegar al otro lado de la sala, pude ver una gran mesa, protegida por un sexteto de ángeles, con su radiante armadura y empuñando sus espadas, preparados para intervenir en cuanto se presentase la oportunidad. La mesa estaba encabezada por dos hombres de avanzada edad, y en los laterales, un grupo de misteriosos encapuchados.

-Sir Lucifer y Sir Shílveorth, se os acusa de alta traición y seréis juzgados por los actos sucedidos en estos últimos días –una voz grave se alzó al frente de la sala.
-Para algunos no han sido tan malos –mi compañero de sentencia no paraba de reír a carcajadas-. Después de todo, la monotonía es algo que, personalmente, es aburrida.
-¡Callad, desdichado! –uno de los custodios le golpeó con una lanza en el vientre, pero este no dejaba de reír.
-¿Qué pasa? ¿Tanto miedo tenéis a los que nos preguntamos que hay más allá del reino de los cielos?
-Muchos han sido los que han intentado escapar de mi reino, pero terminan dándose cuenta de que es una odisea inútil. ¡Deberíais aprender del ejemplo!
-Aprender de un error, sigue siendo errar, ¿me equivoco? –respondí agudo-. De qué sirve tener alas si no se te permite volar libre...
-¡Silencio! –interrumpió uno de los ancianos-. Basta de rodeos. ¡Que dé comienzo el juicio!
-¡Adelante, borregos! ¡Doblegaos ante vuestro lobo con piel de cordero, mas sólo os traerá la perdición eterna! –me estaba gustando este tal Lucifer.

Tras las últimas palabras del otro condenado, se oyó un murmullo de fondo que recorrió toda la sala. Nos quedamos unos instantes en silencio y comenzaron a hablar en lo que parecía que era latín. Empecé a ver borrosa aquella escena y de un plano en primera persona, pasé a verlo desde un punto de vista externo, contemplando el juicio como si de un Reality Show se tratase. En un momento dado, deje de oír lo que se estaba diciendo y cada vez lo veía todo más y más negro, casi apagándoseme por completo la vista. Pero justo antes de que se nublara todo por completo, un brazo musculoso me cogió por el cuello y me dijo: “Tú serás la salvación”. Aquello me dio muchísimo miedo y me desperté con un sudor frío, con la respiración agitada y los genitales en la garganta. No pude dormir en una semana tras haber “soñado” aquello. Por aquel entonces, me pareció algo raro y alucinante al mismo tiempo, pero desconocía su significado. Ahora ya tenía un pequeño hilo del que empezar a tirar para poder encajar las piezas.

Regresé de entre mis pensamientos, quedándome unos instantes mirando fijamente al sobre, releyendo el acta. Ahora sí que daba miedo el asunto. Realmente estaba sucediendo todo. Me tenía que poner las pilas en el asunto de la angelología, ponerme al corriente e investigar un poco más a fondo el tema: indicios, creencias, rituales, historia, etc. Además de investigar en documentos, tenía que preguntarle a gente que estuviese directamente relacionada con el tema, quitando a Angie. Quizás Elízabeth tenía respuestas para alguna de las preguntas que tenía ya en mente comenzar a resolver.

-Esto es increíble –dije para mí mismo, en voz baja-. ¿Realmente tienen tanto poder?
-Y mucho más del que te puedas imaginar, Jack. No sabes a lo que te estás enfrentando... Te estás mezclando con un grupo de criaturas que solo buscan la aniquilación y la destrucción de la creación de dios. No esperes nada bueno de ellos, porque acabarán decepcionándote. Yo he intentado avisarte, y seguiré insistiéndote cuando se me presente la oportunidad de hacerlo, porque no te librarás de nosotros... No te librarás de mí tan fácilmente. Recuerda que dios tiene un plan para cada uno de nosotros, y el mío es el de evitar que cometas una locura.
-Oye, Angie. Vamos a dejar una cosa clara. Vale que casi nos matemos en el accidente, que estoy más que seguro que lo hicisteis a propósito, pero de ahí a amenazarme con que me vas a estar acosando hay una gran diferencia.
-Sí, Jack. Lamento comunicarte que lo del accidente fue planificado y ejecutado por nosotros. Era la forma más efectiva de darte el aviso. Pero no ha servido de mucho, por lo que veo. Siguen indagando en tu mente y manipulándote a su antojo. Los viajes que has hecho, más bien han sido dirigidos por los caídos.
-Ahora con más razón me marcho de aquí. No sé quién es más sínico, si los que os llamáis ángeles de dios o los ángeles caídos.
-¿Está usted listo para marcharse, caballero? –una voz femenina interrumpió nuestra conversación.
-¿Qué? –miré desconcertado a mi alrededor, pudiendo hallar la figura de una enfermera de pie frente a la puerta de la habitación, sonriéndome.
-Que si ya está listo para irse –cerró la puerta tras de sí y se acercó a mí, comenzando a desconectar con cuidado las máquinas que aún seguían conectadas a mi cuerpo.
-Estoy más que listo –dije con algo de rabia mirando hacia la pequeña rubia, quien se encontraba tumbada en la cama, fingiendo estar dormida-. ¿Dónde me puedo cambiar de ropa? –le dije a la guapa enfermera.
-En cuanto su amiga nos traiga su nueva ropa, le acompañaré a un pequeño vestuario para que pueda quitarse la bata y ponerse su ropa –me sonrió amable, extrayéndome una aguja que tenía clavada en el brazo, que si no me equivoco, era la que me suministraba el suero para los dolores.
-Muchas gracias. Tengo ganas de volver con mi novia a casa –intenté entablar una conversación con aquella enfermera en lo que esperaba a que Eli viniese con mi ropa.
-¿Es su novia? Pues es una joven muy afortunada. Con un chico tan guapo y fuerte como novio cualquiera se sentiría afortunada –se sonrojó levemente, sin quitar aquella bella sonrisa.
-Gracias por el alago. Usted también es muy guapa, si me permite el comentario –sonreí tímidamente.
-¿Ligando con la enfermera, Jack? –entró Eli en la habitación, riendo.
-¿Yo? No, solo entablaba conversación con esta bella enfermera –sonreí, extendiendo mis brazos hacia la pelirroja, quien traía mi ropa en las manos.
-Está bien, tendré que creerte –llegó hasta mí y me brindo un tierno beso en los labios, dejándome la ropa en las manos-. Cogí la primera que vi en una de las cajas, ya si eso te cambias luego, cielo.
-Gracias, guapa –le guiñé un ojo y me puse de pie.
-Bueno, esto ya está desconectado. Cuando quiera, le acompañaré al vestuario para que pueda cambiarse –dijo la enfermera, sonriéndonos a ambos.
-Cuanto antes, mejor. Vamos pues –sonreí ofreciéndole el brazo a la joven para que me acompañase.
-Muy amable, caballero. Se lo robo un momento. Puede esperar directamente en recepción. En seguida se lo llevo –me cogió suavemente el brazo y me guio hacia el vestuario, donde me dio intimidad para poder cambiarme de ropa.

Tras un par de minutos en aquella sala, termine de cambiarme y me dispuse a salir, pero no sin antes mirarme al espejo. Elízabeth me había traído unos pantalones vaqueros algo gastados, una camisa de asillas negra y las botas militares, que milagrosamente sobrevivieron al accidente. Me coloqué el reloj en la muñeca y, tras arreglarme un poco la melena, salí de la habitación con la bata doblada en la mano. Al salir me estaba esperando la enfermera aun sonriente, acompañándome a recepción. Allí estaba Elízabeth, con el pelo suelto y su ropa de cuero ajustada. Las curvas de su cuerpo hicieron que me quedase embobado, recorriéndolas una y otra vez con la mirada, preguntándome si realmente era posible que yo estuviese saliendo con ese monumento. Tras empalmarme y limpiarme las babas, me acerqué a ella, volviendo a recorrer su cuerpo con la mirada, devorando cada centímetro en mi mente.

-Guarda un poco para el postre, anda –la pelirroja se giró hacia mí, dándome un profundo beso en los labios-. Te iba a preguntar si te gusta lo que llevo puesto, pero creo que tu amigo habla por ti –rió tocándome disimuladamente la entrepierna.
-Joder... Tengo que aprender a controlarme... Pero es que, estás genial con esa ropa. Te hace un cuerpo bastante deseable... –no sabía cómo decirle que estaba guapa sin que sonase demasiado pervertido-. Es decir, que te queda muy bien.
-Tranquilo, cielo. No te pongas nervioso –me dio un leve empujón con la cadera.

No podía evitar mirarla babeante. Tras recoger lo que quedaba de mis cosas en recepción, salimos a la calle. Mi reloj marcaba las doce de la mañana. El sol brillaba con intensidad y alguna que otra paloma volaba sobre nosotros. Al fin veía la luz del sol sin ser a través de una ventana. Añoraba el calor quemándome la piel, el viento soplando y haciendo que mi largo pelo se moviese en libertad. Elízabeth se acercó a mí, dándome la mano y empujándome para ir hacia la auto-caravana. Guiándome en la nueva etapa de mi vida, haciendo que esta comenzase con buen pie. Con los caídos protegiéndome, un bombón como principal motivo por el que vivir y todas las cosas de mi piso, ya podía decir oficialmente que daba comienzo mi nueva odisea.

Una vez dentro de la auto-caravana, justo antes de emprender nuestro viaje, Eli me miró fijamente a los ojos, cogiéndome de la mano.

-Jack, ¿estás listo para venirte conmigo?
-¿A qué te refieres? –le pregunté sin entender.
-A que a partir de hoy, estarás rodeado de cosas que a lo mejor no te terminan de agradar. Ya te iré dando detalles de todo. Pero, ¿entiendes por dónde voy?
-Sí. Todo el tema de los caídos y la guerra. Hay cosas que todavía no llego a comprender, pero tengo mucho tiempo para resolver todas mis dudas. Y espero que tú puedas ayudarme en eso. Y hay ciertos detalles que necesito que me expliques, pero eso mejor otro día. Hoy es un día para celebrar.
-Tienes razón. Y te doy mi palabra de que te ayudaré en todo lo que pueda y te explicaré todo lo que necesites saber. Para eso estoy aquí, ¿no? –me dedicó una dulce sonrisa y me dio un tierno beso en los labios, arrancando la auto-caravana y poniéndonos en la carretera.


Tenía la suerte de poder contar con alguien que realmente se preocupa por mí. Sólo esperaba que no estuviese conmigo por interés. Ella no era así, sabía que podía confiar plenamente en ella. No como Angie, que planificó todo el accidente sólo para intentar que Shílveorth no saliese de mí. Y encima estaba aquel individuo, Gabriel. De las dos o tres veces que le vi y entable conversación con él, le cogí un rencor que nadie se imaginaba. Y como descubra que fue él quien planeó la muerte de Amy, sufriría la peor de las muertes. Buscaré la forma de averiguarlo todo sobre él y sus amiguitos. El asunto de Amy no se iba a quedar apartado. Bien es cierto que ya se podría decir que es agua pasada, pero no por ello quiere decir que iba a dejar el tema de lado. Pensaba llegar al fondo del asunto y resolver el gran acertijo que se escondía tras aquel trágico suceso. Sé de sobra que toda la culpa de lo que ocurrió era mía, pero después de todo lo que me ha ocurrido y de todo lo que me habían contado, ya dudaba de si realmente Amy estaba conmigo porque me quería. Sé que es algo sínico pensarlo pero, viendo lo ocurrido, ya no sabía que pensar. Todo estaba demasiado en el aire. De momento, sólo me preocupaba el seguir despierto durante el largo viaje que acabábamos de emprender, dejando atrás los malos recuerdos y todo el dolor. Esperaba con ansia el futuro, aunque fuese una utopía.

miércoles, 6 de febrero de 2013

No más dolor - Capítulo 6


            Capítulo 6

Tras una dura noche de continuas pesadillas en las que me persiguen y acribillan a balazos, despellejan vivo y me practican todas las torturas habidas y por haber, una frase sonó en mi nuca con un frío de ultratumba, dejándome en el cuerpo un enorme escalofrío: "Cuando el mundo este sumido en la oscuridad y el miedo se palpe en el ambiente, cuando los ríos de sangre bañen los cuerpos de toda la humanidad, habré vuelto y traeré conmigo el apocalipsis".

Aquella voz de ultratumba me sacó de golpe de esas tortuosas e insufribles pesadillas. La sensación que se me quedó en el cuerpo al despertar no fue mucho mejor que la que estaba teniendo mientras me torturaban. El eco de esa voz tan grave y ronca resonaba en mi cabeza y hacía que se me acelerase el corazón. Me ponía los pelos de punta. Definitivamente, no podía quedarme más tiempo en el hospital. Cada vez mis sueños eran más raros. Bueno, deseaba que fuese solo un sueño y no otro viaje astral. Cada día que pasaba en el hospital, sentía como parte de mí se iba consumiendo por dentro, como si mermaran mis fuerzas cada vez que habría los ojos. Sentía ira e impotencia al mismo tiempo, por no saber cómo enfrentarme a esa nueva realidad, por no saber cómo interpretar las cosas que me pasaban. Si el sufrimiento del hombre es el alimento de un caído, ese mal nacido tiene que estar saciado conmigo.

Caminaba por un pasillo largo y estrecho, con paredes adornadas con sangre y restos humanos. No había más iluminación que la de una vela que llevaba en la mano. Al frente, una puerta de metal con un extraño símbolo pintado en la parte alta, se entreabría delante de mí. Impulsado por un arrebato de curiosidad, me adentré en la habitación que se situaba al otro lado de aquella puerta. Al entrar, un denso río de niebla me cubría los pies, impidiéndome ver donde pisaba. Al fondo de la habitación, un gran ventanal abierto que dejaba pasar la luz de la luna, tornada en rojo.  Miraba a mí alrededor y solo veía muebles rotos, cuadros arañados y un ambiente cargado de desesperación, odio y rencor. Justo delante del ventanal, había un sillón de estilo barroco, impoluto. Era lo único que parecía estar nuevo en aquel habitáculo. Tras de mí, se oyó el cerrar de la enorme puerta de metal, dándome un susto de muerte.

-Cada vez estás más cerca de él. Estás buscando alguna respuesta sobre quien es, y por qué te eligió a ti, ¿verdad? –una dulce voz hizo que se me pusiera la piel de gallina, casi obligándome a darme la vuelta-. Bienvenido a sus aposentos, Jack.

                Tras girarme, me pude percatar de que ya no estaba solo. Había alguien sentado en el sillón, con una copa de coñac llena en una mano y un puro en la otra.

-¿Elízabeth? –pregunté con rapidez.
-No, chato. Tienes que aprender que cuando estás aquí, no soy Elízabeth. Soy Karily. La dulce y sensual Karily.
-Está bien, Karily –tartamudeé-. ¿Dónde se supone que estoy ahora? –pregunté observando que, tras mi pregunta, la joven pelirroja se levantó del sillón y se acercó a mí.
-Estamos en lo que solemos llamar el limbo –dejó el puro sobre un cenicero que estaba en una mesa que acababa de aparecer ante mis ojos-. No es un sitio muy divertido, para mi gusto. Pero si es algo... ¿Cómo decirlo? ¿Apartado? ¿Privado? No, es mucho mejor. Es un sitio... –suspiró algo jadeante- íntimo.
-¿Íntimo? ¿Para qué quieres un sitio íntimo? -tragué saliva.
-Bueno, digamos que aquí, Shílveorth y yo pasamos muy buenos ratos, haciendo de todo –se paró justo delante de mí y sonrió, bebiendo de la copa-. Y hace mucho tiempo que no hago nada igual con nadie. Estoy desesperada por poder liberar la bestia que tengo encerrada en mi interior, dejar salir a esa bestia sexual que está deseando desfogarse en una noche de sexo pasional y desenfrenado.
-Joder –una gota de sudor me recorrió la frente-. Karily...
-¿Sí? –arqueó una ceja, y se mordió el labio inferior sensualmente, mirándome de arriba abajo.
-No puedo ayudarte –retrocedí un par de pasos-. No quiero empezar mi relación con Elízabeth acostándome contigo. Eso es como traicionarla, porque no eres ella.
-Yo no he dicho en ningún momento que quiera acostarme contigo. Eso lo has mencionado tú, y eso quiere decir que lo has pensado –rió al verme tan nervioso-. Y de todas formas, no sería traicionarla. Vale que en este mundo tenga otro nombre, pero el cuerpo sigue siendo el mismo.
-¿Qué quieres decir con eso?
-Que si nos acostamos, sería como si te estuvieses acostando con ella. Ahora mismo ella siente todo lo que yo siento, y la gran mayoría del tiempo yo transmito lo que ella quiere y piensa. Así que creo que ella también está algo necesitada de sexo.  Así que, ¿por qué no saciarla? –se acercó rápidamente a mí, empotrándome contra la pared, y cogiéndome por el cuello con una de sus manos, mientras que con la otra recorría mi pecho sobre la camiseta.
-Karily, yo... No puedo hacerlo.
-Bueno, no hace falta que tu hagas el esfuerzo. Puedes ser el sumiso y dejar que yo haga todo el trabajo.
-Sigue sin gustarme mucho la idea... de hacerlo contigo y no con ella... –se me estaba cortando la respiración.
-Está bien. Lo haremos por las “malas” entonces –pasó su mano por mi entrepierna, que inevitablemente estaba erecta, y la frotó con algo de firmeza y ansia-. Tu solo dime si te gusta lo que vas a experimentar –me dedicó una sonrisa algo macabra, soltándome del cuello y lanzándome hacia un lado de la habitación.

                Cuando caí, aterricé sobre una cama de matrimonio sin sábanas. Solo había una almohada negra, apoyada en un enorme cabezal de metal con barrotes. Intenté levantarme lo más rápido que pude, pero algo me retuvo sobre la cama. Mis manos y pies estaban atados por unas correas de cuero, que empezaron a tirar de mis extremidades, haciendo que me quedase completamente tumbado e inmovilizado. Alcé la vista y la vi caminando sensualmente hacia mí, quitándose una camiseta de asillas, dejando sus pechos desnudos. El pánico no podía aflorar en mi piel, era un sentimiento muy raro ya que, por un lado mi cuerpo quería que siguiese, pero mi mente no podía soportalo. Y como no podía resistirme, cerré momentáneamente los ojos, intentando pensar que estoy de vuelta en la habitación del hospital, como había pasado las anteriores veces. La respuesta al pensamiento no fue la que me esperaba. Seguía atado de pies y manos en aquella gigantesca cama, viendo como Karily se terminaba de bajar el pantalón de cuero, quedándose solo con una braga de color rojo pasión, que era más transparente que el agua.

-Karily, en serio. No puedo hacer esto, no de esta forma –dije en un último intento por parar aquella extraña, pero excitante situación.
-Ya te he dicho que no va a hacer falta que tú hagas esfuerzos –se subió a la cama, gateando sobre esta y colocándose encima de mí-. Vamos Jack, dime que no quieres hacerlo de corazón. Noto en tu mirada y en tu cuerpo... –palpó otra vez mi miembro, que estaba cada vez más duro- que quieres hacerlo.
-¡Es normal que este empalmado! ¿Tú no lo estarías en mi situación? –sentí como un leve jadeo salió de mi boca cuando me tocó-. Mierda...
-Por supuesto, pero hay una diferencia... Que yo lo aprovecharía y te exprimiría hasta la última gota. No pondría resistencia.

                Bajó lentamente la cabeza hasta mi cintura, apretando con sus dientes el botón del pantalón, consiguiendo que este se desabrochara con una gran facilidad. Alzó la vista sonriente y arqueando una ceja, bajando ahora con una mano la cremallera del pantalón y quitándome el mismo. No sé cómo lo hizo, pero el pantalón salió como si no tuviese las correas puestas. Cada vez mi respiración estaba más agitada. Ahora ya el dominio del cuerpo era completo. La mente ya se había desconectado por completo, el descontrol y el deseo que me recorría el cuerpo era más fuerte que nada. ¿Sería ese un poder de los ángeles caídos? Porque si el dolor y el sufrimiento los hacía más fuertes, y allí parecía que todo aparecía a su voluntad, ¿mi deseo de poseerla también lo estaría provocando ella? Estaba seguro de que era ella, de que era ese ángel caído la que estaba provocando esa sensación en mí. ¿No dicen que con un susurro de un ángel caído puedes caer en la perdición? Pues ahora estaba comprobando que eso era cierto. El embrujo de su cuerpo me había cegado por completo.

                Tras quitarme los pantalones y la ropa interior, se puso de rodillas sobre mi cintura, apoyando sus nalgas sobre mi pene erecto, y con un movimiento de cadera me lo fue rozando, haciendo que me excitara aún más.  Entre el vaivén de sus caderas, y viendo cómo se acariciaba y se manoseaba ella sola, noté como una gran energía y apetito sexual salió de mi cuerpo. Apreté con fuerza los puños, mordiéndome el labio hasta que me sangró. La miré directamente a los ojos, desafiante y lujurioso, empezando a mover la cadera. Su rostro cambió, de una sonrisa de traviesa a una cara de pervertida en potencia.

-Ya basta de preliminares. Termina de desnudarte y hagámoslo de una vez por todas –noté como mi voz sonó más grave de lo normal, pero no le di importancia.
-Empiezas a parecerte a él, perfecto.

                Se puso de pie sobre la cama y se quitó la braga transparente, lanzándola a un lado y mordiéndose el labio inferior. No pude evitar mirarla de arriba abajo. Era un cuerpo digno de una diosa, con unas curvas más que sensuales. Era perfecta. Y si ella era así de perfecta, querría decir que Elízabeth sería igual, ya que ambas están en el mismo cuerpo. Así sería la mujer que ahora ocuparía el enorme vacío de mi corazón.

                Puede resultar algo extraño, o incluso descarado, pero el recuerdo de Amy ya no habitaba en mí. Era como si, tras la conversación con Elízabeth en la habitación sobre nosotros, hubiese desaparecido el fantasma de Amy por completo. Bien es cierto que siempre tendré el dolor de la pérdida de una gran mujer, y del que hubiese sido mi hijo, pero como bien me han estado diciendo todos en estos últimos meses, la vida seguía y yo tenía que hacerlo con ella. Tenía que empezar a mirar hacia delante, y ahora que tenía la oportunidad con alguien del que también siempre han existido unos sentimientos muy profundos, no iba a dejarlo pasar. Iba a coger ese tren para ver a qué destino me llevaba, lejos de mi doloroso pasado.

                En un abrir y cerrar de ojos, ya tenía a aquel ángel sentado sobre mí, dando pequeños saltos que hacían que la penetrase una y otra vez, cada vez más profunda e intensamente. El placer inundó mi cuerpo, haciendo florecer sensaciones que hacía años que no experimentaba: jadeos, escalofríos, placer, orgasmo. Todo ello se unió en un cóctel explosivo que hacía tiempo que se estaba preparando, y que degusté como si de un manjar de los dioses se tratase. Era algo desmesurado. Aunque estuviese atado, estaba disfrutándolo, escuchando sus gemidos, acompañados de un baño de sudor y fluidos.

                Cuando terminó nuestra sesión de sexo salvaje, una vez eyaculamos ambos con una gran satisfacción en el cuerpo, desaparecieron las correas que me aprisionaban, pudiendo así quedarnos abrazados ambos en la cama, ahogando los últimos gemidos.

-No ha estado mal, no has estado a su nivel pero ha sido bastante placentero.
-¿Cómo que no he estado a su nivel?
-Bueno, teniendo en cuenta que su tamaño es el doble del tuyo pues, no has conseguido lo que él conseguía –rió con la respiración aun algo agitada.
-No me jodas que lo has hecho solamente para ver si me parecía a él...
-No, tranquilo cielo. Que si te hubiese querido utilizar, lo habría hecho de una forma más bruta y sádica. Pero sí, ya empiezas a tener alguno de sus puntos, como fue ese toque sádico que te salió antes. Esa brutalidad, esas ansiosas ganas de empezar son características de Shílveorth.
-Lo que me faltaba por oír –me levanté de la cama rápidamente, comenzando a vestirme-. Me has engañado y utilizado. Y yo de gilipollas voy y te sigo el juego. Esto no va a ser un buen comienzo para mi relación con Eli.
-Oye, ¿tú no pillas eso de que mis deseos sexuales se mezclan con los de ella? ¿Crees que ella no te tenía ganas? Eli aprovecha que estoy yo aquí para satisfacer uno de sus mayores deseos, que es tenerte entre sus piernas, dejándote darle todo el placer que lleva tanto tiempo esperando.
-¿Qué Eli me tenía ganas? No entiendo. ¿Me estás diciendo que Eli no ha mantenido relaciones sexuales con otros hombres? -me giré y la miré directamente a los ojos, algo extrañado ante ese argumento.
-No, Jack. No ha hecho el amor con nadie –arqueó una ceja, negando con la cabeza.
-Pero espera, hay algo que no entiendo. ¿Cómo es qué no lo ha hecho con nadie y tú lo has hecho con Shílveorth? ¿Eso no contaría como haberlo hecho? –sabía que había algo que no encajaba.
-No, porque yo estaba en la misma condición que Shílveorth. Yo era libre, pero como me condenaron por alta traición esos ángeles blancos, me metieron en el cuerpo de tu chica. Antes de ser castigada me acostaba con Shílveorth prácticamente todos los días de la semana, haciendo todas las posturas habidas y por haber. Ese fue uno de los motivos de mi “castigo”.
-Hay datos que preferiría no saber, la verdad –sacudí la cabeza, imaginándome las posturitas-. Entonces, Eli tampoco te tiene desde hace mucho, ¿no es cierto?
-¡Bingo! Eres un chico muy listo, ¿eh? Llevo con ella casi dieciséis años, más o menos el tiempo que lleva desaparecido Shílveorth.
-¡¿Tanto tiempo?! –me quedé algo desorientado.
-Sí, el tiempo que estuviste con Amy. Si te soy sincera, no debiste casarte con Amy, no tenía nada especial.
-¡No te permito que hables así de ella!
-¿Y qué vas a hacerme? Ella está muerta desde hace mucho, y según parece tú ya has empezado a olvidarla. Hay tantas cosas que tienes que saber, Jack.
-Es cierto que estoy intentando pasar página, pero no por ello voy a dejar que digas nada malo de ella. Tú no la conoces...
-La conozco muchísimo mejor que tú. ¿Qué pasa? ¿No te contó todo lo que tenía encima?
-¿Lo que tenía encima? –tartamudeé-. ¿Ella también estaba metida en la mierda esta de los ángeles?
-Desde luego Jack, para estar tan bueno, que poca cabeza te dio tu madre, chaval. Ven aquí, siéntate a mi lado, que te voy a contar un par de cosas que deberías saber –se sentó sobre la cama.
-No, gracias. Prefiero irme de nuevo al hospital y enterarme de eso otro día –negué con la cabeza, terminando de vestirme.
-Entonces, ¿por qué has venido?
-¿Cómo que porque he venido?
-Sí. Aquí no se viene porque sí. Si vienes a dar conmigo es por algo, ¿no?
-Yo no quería dar contigo. Es más, no sabía ni que estabas aquí. Este sitio no me suena de nada, pero me da unas malas vibraciones que ni te imaginas.
-Seguramente estabas pensando en algo referido con Shílveorth cuando estabas despierto, ¿no es así?
-Puede que sí, no lo sé. Pero al caso, ¿cómo salgo de aquí?
-¿Cómo crees que se sale? Por la puerta, pedazo de burro.
-¿Salgo por la puerta y ya? –me giré hacia el portón de metal, que ahora estaba cerrado.
-Sí, no es muy complicado. Tú tranquilo, yo te protejo de camino al hospital –sonrió algo macabro.
-No sé si eso es bueno o malo, pero no tengo nada que hacer aquí.
-Un aquí te pillo aquí te mato, como Shílveorth. Vas mejorando –me guiñó un ojo.
-Esto es una locura –negué con la cabeza-. Dile a Eli que valla a verme mañana al hospital, ¿vale?
-Ya está dado el recado. Ahora vete, anda. Que un humano es muy jugoso para andar solo por aquí.
-¿Pero no me habías dicho que me ibas a proteger?
-Sí, pero no te aseguro nada. Ahora lárgate, venga.
-Desde luego...

                Abrí de nuevo aquel portón metálico, haciendo que rechinasen las piezas de la misma. Nada más abrir la puerta lo vi todo oscuro. Es decir, no veía nada. Pero sí notaba que había alguien más allí conmigo. Notaba como miles de miradas se clavaban en mí. Daba miedo estar allí solo, a pesar de que sabía que Karily estaba en la habitación que acababa de abandonar. Sentía rencor, odio y desprecio, sentía como todos esos sentimientos se metían en mi piel, haciéndome sentir un gran escalofrío. A medida que iba avanzando por el oscuro pasillo me sentía cada vez más como si fuese una gacela en medio de una manada de leones hambrientos. Nunca había sentido claustrofobia, pero aquel sitio era de un nivel exagerado. Notaba las paredes cada vez más cerca, y eso que no veía un burro a dos pasos. Alcé una de mis manos al frente, con la intención de palpar aquello contra lo que posiblemente me iba a chocar. ¿Y Karily decía que no me preocupase? Como para no hacerlo. No sabía que era lo que me rodeaba, si es que realmente había algo cerca de mí. Caminando a paso lento y con pies de plomo, toqué lo que parecía otra puerta. Busqué el pomo de esta pero no lo encontraba, y ahora no era solo una sensación de que alguien me seguía, ahora era algo más real. Comenzaba a escuchar leves bramidos, gruñidos y otros ruidos extraños detrás de mí. Me giré pero, obviamente, no veía nada. El pulso comenzaba a acelerarse a causa del miedo. Cuando al fin encontré el pomo de la dichosa puerta, la abrí sin pensarlo y me lancé a su interior, cerrándola a mi paso. Deseaba estar de vuelta en el hospital en cuanto abriese los ojos, pero no fue así. Ahora estaba en un lugar resplandeciente y completamente blanco. Eso, o me estaban apuntando con un foco de luz gigante. Por culpa del drástico cambio de luz y de ambiente, perdí el conocimiento y me quedé desorientado un par de segundos.


Tras lograr recuperar la visión y saber dónde estaba el suelo, me levanté y miré a mí alrededor. Solo veía personas vestidas con grandes túnicas blancas y mirándome con algo de desconcierto, pero no me transmitían la misma sensación de odio y desagrado. Ahora era todo demasiado puro. Seguía pensando que las medicaciones eran demasiado fuertes, pero no creía que hubiesen podido llegar a ese extremo. Di un par de pasos hasta que alguien me agarró por el brazo, casi obligándome a caminar a un lado de la multitud. Entramos en lo que creo que era una casa, y una vez dentro ese alguien me soltó.

Con la poca visión que tenía, pude percatarme de que estábamos en una especie de salón comedor. Ahora los colores eran más grises, más neutros. Me froté los ojos y luego volví a mirar a mí alrededor y, efectivamente estaba metido en una habitación llena de muebles viejos y grises. Me giré y vi que había alguien de pie, enfrente de mí. Era algo más bajito que yo, pero todavía no podía ver bien si era un hombre o una mujer.

-¿Qué haces tú por aquí? –aquella voz me resultó familiar.
-¿Quién eres? -tartamudeé intentando visualizarle bien-. ¿Dónde se supone que estoy?
-Estás en el cielo, Jack. Y por los olores que traes, mis sospechas son ciertas.
-¿Quién carajos eres?
-Soy Angie, Jack. Menos mal que mandé a alguien para que te siguiera.
-¿Angie? Oh, mierda. ¿Esto es el cielo? ¿Estoy muerto?
-No, ni mucho menos. Te traje yo. Y menos mal, porque ibas derecho al oscuro abismo del infierno.
-¿Al infierno, dices? Maldita Karily. Me dijo que me protegería y mira donde estoy.
-Esa chica no tiene la culpa. Bien es cierto que te estaba protegiendo, pero lo que estaba al otro lado de la puerta no hubiera podido pararlo.
-Vale, mira Angie –aún estaba medio cegado-. Me da igual donde me hallas traído. Quiero irme de vuelta al hospital, ya.
-Pero Jack, tengo algo muy importante que decirte.
-Pues tendrá que esperar. Si lo de Karily tiene que esperar, lo tuyo también tendrá que hacerlo. Ahora mándame de vuelta al hospital.
-Vale, vale. Pero por favor, prométeme que no harás más viajes astrales al infierno.
-Mira, Angie. Yo no sé cómo demonios hago esos viajes, ¿vale? Así que deja que me valla y punto.
-Está bien, Jack. Si es lo que quieres, te mandaré de vuelta al hospital. Pero que sepas, que sí o sí te mostraré lo que te tengo que mostrar.
-Muy bien, pero hoy no.

                Estaba ya un poco harto de que me mandasen para un sitio u otro sin yo poder decidir. Iba al infierno porque aquella quería, y ahora subí al cielo porque a Angie se le antojó enseñarme algo. Ya era hora de empezar a tomar mis propias decisiones.

                Con un abrir y cerrar de ojos estaba de nuevo en la habitación, tumbado en la fría cama. El reloj de aquella habitación marcaba las tres y media de la mañana. De fondo no se oía ni el viento, ni el zumbido de una mosca. Todo estaba en silencio. Miré a la cama de al lado y allí estaba Angie, o por lo menos su cuerpo, tumbada. Decidí que ya estaba bien, que ya era hora de largarse de aquel mugriento hospital. Me incorporé en la cama, arrancándome todos los cables y tubos que tenía incrustados en el cuerpo. Antes de ponerme de pie, me pellizqué en las piernas para ver si las sentía, y así fue. Las moví y comprobé que el hueso estaba en su sitio, y no por fuera de la pierna como después del accidente. Bajé ambas piernas de la cama y me puse de pie. Gracias a la rehabilitación pude mantener bien el equilibrio y empecé a dar pequeños pasos hacia la puerta. A medida que avanzaba iba logrando un movimiento más normal, ya que al principio parecía un zombi, dando pasos torpes y cortos. Tras recuperar el movimiento de las piernas, me abalancé sobre la puerta, abriéndola con cuidado y saliendo de la habitación.

                La sensación de vacío inundó el pasillo en el que ahora me situaba. Miré a ambos lados para ver si el segurita estaba por la zona, pero para mi suerte lo vi entrando por la puerta del aseo. Busqué el cartel de salida y una vez lo encontré, me dirigí veloz hacia este, encontrando las escaleras que daban a la recepción del hospital. Antes de bajar el último tramo de escaleras, agudicé el oído para comprobar que no había nadie en la zona del mostrador, pero esta vez no tuve tanta suerte. Había una joven sentada tras la mesa de recepción. La salida estaba justo delante de mí, con una de las puertas abiertas. Tenía que buscar la forma de distraerla y salir pitando de allí. Lo único malo de mi huida era la incógnita de no saber si la caravana de Elízabeth estaba aparcada en el parking o en los alrededores del hospital. Si no estaba, tendría que buscar la forma de contactar con ella, o algo peor, volver a entrar sin ser visto y esperar a que amaneciera para comentarle mi plan de huida.

                En un vistazo rápido, vi un par de macetas que tenían unas plantas decoradas con piedras blancas. Estaban a pocos centímetros de mí, así que no tuve que esforzarme mucho para coger una o dos piedritas. Me preparé y me asomé disimuladamente por la pared de la escalera, lanzando una de las piedritas al otro lado de la enorme sala de recepción. Con el golpe de la piedrecita pude captar la atención de la joven, quien se levantó para mirar a ver si había alguien. A continuación lancé la segunda piedrita, que era un poco más grande que la anterior, y con tan mala suerte de que le di a la chica en la cabeza. No sabía si la piedrita era más grande de lo que yo pensaba o que la lancé con demasiada fuerza, pero dejé inconsciente a la recepcionista en el acto. Tras aplomar la joven contra el suelo, con algo de remordimiento salí corriendo hacia la puerta, saliendo al fin al exterior. Dejé que por unos segundos el aire me golpease en la cara. Por fin un aire que no era el del aire acondicionado de la habitación. Eché un rápido vistazo a los coches que estaban aparcados y ¡bingo! Había una auto-caravana aparcada no muy lejos de mí. Me acerqué a ella con rapidez y toqué repetidas veces en la puerta. Tras esperar unos segundos, se abrió la puerta y pude ver aquello que tanto deseaba que estuviese dentro. Elízabeth me abrió la puerta con el pijama puesto. Llevaba puesto solamente una camisa del grupo “Nightwish” y unas braguitas color rojo pasión. Me miró de arriba abajo sin reconocerme, pero tras unos segundos se dio cuenta de que era yo y me haló de la bata, haciéndome entrar en la caravana.

-¿Se puede saber qué haces tú aquí? ¿Tú no deberías de estar en la camilla del hospital?
-Lo siento, después de lo que viví esta noche no quiero pasar ni un día más ahí dentro –la miré sin querer, analizando bien la ropa que llevaba-. Bonita camisa –murmuré.
-¡Serás! –se tapó la cara, ya que se estaba tornando de un color similar al de su ropa interior-. ¿Cómo demonios has escapado?
-El segurita estaba en el baño, había una maceta con piedritas blancas y una recepcionista despistada... Ya te puedes imaginar el resto –sacudí la cabeza.
-Animal. Ven, siéntate aquí y no alces la voz, ¿estamos?
-De acuerdo –no podía apartar la mirada de su ropa interior. Era demasiado llamativa.

                Me senté donde me indicó, que era su cama. Esta aún estaba caliente, pero me limité a sentarme y esperar en silencio. Tras unos segundos, Eli se acercó a mí y se sentó a mi lado, cogiéndome de la mano.

-Jack, respecto a lo que pasó hace un rato...
-No digas nada, Eli –posé uno de mis dedos sobre sus tiernos labios, impidiéndola seguir hablando-. Ya me explicó Karily lo que pasaba.
-¿Qué te ha contado? –me miró algo asustada y con los ojos abiertos.
-Pues me contó que nunca antes habías tenido relaciones con otros hombres y que... Bueno, no sé cómo decirlo sin que suene mal. Me dijo abiertamente que me tenías ganas.
-Menos mal que no querías que sonara mal, ¿eh?
-Ya, lo siento. Pero... ¿Es cierto? ¿Nunca has tenido relaciones con otros hombres?
-Eso es una larga historia, Jack. Pero en resumidas cuentas, sí. Me he pasado toda la vida absteniéndome de salir con otros hombres. No he encontrado ninguno que llegase a tu altura. Ni que se pareciese un poco a ti. Sé que suena un poco obsesivo, pero es lo que siento. Lloré mucho cuando me dijiste que ibas a empezar a salir con Amy, pero por otro lado me alegré por ti. Al fin y al cabo, era tu felicidad la que importaba.
-Mierda. Otra razón más para sentirme un imbécil. ¿Por qué nunca me lo dijiste?
-Porque esperaba que dieses tú el primer paso. Pero se ve que eres más cortito de lo que pareces –rió levemente.
-Tampoco te pases, ¿eh?
-Pero sí. Llevaba mucho tiempo esperándote. Intenté olvidarte en cuanto supe lo de tu boda. Que por cierto, no pude ir porque me fui al extranjero. Y en cuanto vine para aquí y me puse a investigar lo del brutal accidente en la autopista, descubrí que eras tú. Y bueno, puede que suene un poco sínico, pero deseaba que ya no estuvieses con Amy, pero no en extremo. Pensé que lo habíais dejado, y no que ella había fallecido años atrás –apartó momentáneamente la mirada, quedándose cabizbaja unos instantes antes de volver a mirarme.
-Bueno, no te culpo por ello. Pero dejemos ya el tema de Amy, que ya bastante liada me tiene la cabeza. Necesito que me ayudes a salir de aquí.
-No puedo ayudarte en eso, Jack. Hoy por lo menos no. Tendría que ser a partir de mañana.
-¿Y eso por qué?
-Cuando salí de tu habitación, hablé con el médico para que me contase lo de las pruebas esas que te iban a hacer, y me dijo que al final no te las iban a hacer. Que no sabían por qué, pero a los ingleses esos les llegó una carta diciéndoles que anularan esas pruebas.
-Qué cosa más rara, ¿no?
-Sí. Digamos que, los caídos enviaron a uno de los suyos a Inglaterra para pararle los pies.
-Oye, respecto a los caídos. ¿Karily te lo cuenta todo?
-No. Todo lo que ella sabe lo sé yo. Pero bueno, ahora eso no es lo importante. Ahora tenemos que encontrar la forma de volverte a meter ahí dentro. Que mañana va a venir alguien importante de entre las tropas de los caídos para entregar un escrito en el que dice que te tienen que dar el alta inmediata.
-Madre mía. ¿Tantas ganas tienen de tener a Shílveorth de vuelta? O lo que coño quiere que sea que va a hacer.
-Al parecer sí. Pero eso mejor te lo cuento mañana. Tenemos que confiar en ellos. Aunque cueste. Sé que suena un poco chocante eso de decir que tienes que confiar en alguien que solo desea la aniquilación, la destrucción y el apocalipsis. Pero son los únicos que nos pueden ayudar ahora mismo.
-Es decir, ¿qué tengo que confiar en alguien que solo me quiere por interés? Eso no es que me inspire mucha confianza.
-Jack –me cogió por los hombros, mirándome fijamente a los ojos-. Si no les hacemos caso, podemos terminar muy mal. Pero no lo digo por ellos, sino por los ángeles celestiales.
-¿Los cualo?
-Los ángeles blancos, como tú los llamas.
-Ah, vale. Bueno, ahora mismo ya no sé quién es peor. Pero bueno, vístete y acompáñame a la puerta, y di que me encontraste sonámbulo en medio del parking.
-Vale. Antes de continuar...
-¿Qué?
-Te quiero, Jack –se acercó a mí y me besó tiernamente en los labios, dejándome medio atontado.
-Yo también te quiero, Eli. Nunca podré agradecerte todo lo que estás haciendo por mí.
-Descuida, yo sé cómo me lo puedes pagar –rió y se levantó, poniéndose su pantalón de cuero y sus botas.

                Me quedé embobado mirándola mientras se vestía. Después de todo lo que me estaba pasando, había algo bueno. Tenía un pequeño haz de luz en mi oscura realidad. Después de todo el tiempo que habíamos pasado distanciados el uno del otro, nos habíamos reencontrado, y quién lo hubiera dicho. Terminamos siendo algo más que amigos. Espero no defraudarla ahora que sabía que llevaba tanto tiempo esperándome. Todo iría bien a partir de ahora. Todo.

                Tras terminar de vestirse me hizo una seña para que me levantase y fuese con ella. Salimos de la caravana y nos acercamos a la puerta del hospital. Nos asomamos a la recepción y vimos como todavía la joven estaba tirada sobre el suelo de la recepción, aunque ya empezaba a moverse.

-Menuda pedrada le diste –me dijo aguantándose la risa, pero con cara de preocupación.

                Tras mirar como aquella muchacha se empezaba a incorporar, fuimos hacia ella a paso normal. Cuando estábamos llegando a ella vinieron un par de médicos, alertados con el busca en la mano. Tras atender a la joven, nos miraron y centraron sus miradas en mí.

-¿Usted ha hecho esto? –me preguntó uno de los médicos.
-No lo sabemos, me lo acabo de encontrar sonámbulo en el aparcamiento –respondió hábilmente Elízabeth.
-¿Y qué hacía usted en el parking a estas horas?
-Tengo mi caravana aparcada ahí, estoy esperando a que le den el alta –me zarandeó un poco.
-Entonces es por él por lo que pita mi busca. Déjenoslo a nosotros, y gracias por traerlo de vuelta.
-No hay de qué. Cuídenmelo, ¿eh? –sonrió, me dio un beso en la mejilla y me entregó a los médicos.

                Tras marcharse y asegurarse de que la joven estaba ya estable y bien atendida, los médicos me cogieron por los brazos y me llevaron a mi habitación, echándome un sermón de porqué me había levantado y me había escapado del hospital, dejando a la recepcionista inconsciente en la sala de recepción. Yo les intentaba explicar de forma lógica lo que era el sonambulismo, pero no había manera de que me entendieran, así que cesé en el intento y me dejé llevar. Me acercaron a mi cama, volviéndome a conectar todos los cables y tubos que me había quitado, inspeccionando mi cuerpo tras acostarme para ver si todo estaba en orden. Después de un vistazo rápido a mi ficha médica, que colgaba de los pies de la cama, me miraron sorprendidos y salieron de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.

                Me quedé unos segundos en silencio, pensativo. Intentaba analizar toda la información recibida en la noche. ¿Qué será lo que me tiene que contar Karily acerca de Amy? ¿Será lo mismo que me quiere mostrar Angie? No lo sé. Pero la simple idea de saber que todos los que me están ayudando son ángeles caídos no me dejaba muy bien el cuerpo. Un enorme escalofrío recorrió mi espalda, dejándome casi paralizado en la cama. Cada vez que pensaba lo que podría pasar me daban escalofríos. Pero lo hecho, hecho está. Ahora solo tocaba dejar que los caídos hicieran lo que estuviesen haciendo. Solo esperaba que realmente pudiese salir del hospital lo más pronto posible. Ya no aguantaba más.

                “El cielo se envolverá en llamas, los ángeles celestiales caerán y el suelo se abrirá a mi paso, dejando que el abismo engulla todo lo que me traicionó, dando comienzo mi venganza sobre el mundo. El apocalipsis se acerca y nadie podrá hacer nada para evitarlo”