-->
Capítulo 3
Pasaban
los días y yo seguía en aquella mierda de hospital. Tres semanas habían pasado
ya. Eli, cumpliendo con lo que me dijo, cogió la lista que le hice de objetos
de mi casa que me gustaría conservar y fue durante varios días a mi casa a
ponerse con aquella tortuosa labor. Entre esas cosas estaba una foto mía con
Amy abrazados, que nos hizo un amigo nuestro. Aquella era la única foto que
quería conservar, junto a la que tenía en la cartera, que era una tipo carné de
identidad. Además de la foto, estaban mis dos guitarras y mi violonchelo, el
bajo le dije que si no podía cogerlo que lo vendiese o regalase. Ya me iba a
costar mucho volver a tocar mi acústica, ya que la fui a comprar con Amy. Pero
me traía muy buenos recuerdos. Siempre tocábamos un rato todos los domingos en
el parque para reír con los amigos. Amigos que ya no lo son. Aquellas personas
me dejaron de lado cuando ella murió, y eso me dolió mucho. La puta excusa que
ponían era el trabajo, que se complicaba y que con la crisis no podían atender
a otros asuntos. Hijos de puta... Por eso es que me quedé solo, porque todos
aquellos que decían ser amigos míos me dejaron de lado. Ni uno se preocupó ni
molestó en llamarme para ver como estaba, ni de hacerme una visita para ver
como lo llevaba. No, ninguno de esos cabrones movió un dedo por mí. Y encima,
al subnormal de mi jefe no se le ocurre otra cosa más que despedirme. Eso de:
“Puedes tomarte tu tiempo” no es que sea muy sutil. Menuda mierda. Encima,
desde hace unos días, están viniendo a la habitación unas monjas a bendecir a
Angie. Pero no era tanto bendecir, era más a adorarla. Ni que fuese una virgen
o un ángel. Aunque, pinta de ángel tenía, con ese cabello dorado y sus mejillas
coloradas. Pero que digo, los ángeles no existen, son solo un invento de la
iglesia para darle algo más de intriga e interés a su cuento del cristianismo.
Lo que menos me gustaba de aquellas viejas era la forma en la que me miraban y
decían pestes sobre mí. Me miraban como con odio y miedo al mismo tiempo. Me
daban grima algunas de ellas, por no decir todas. Encima una de ellas tuvo los
huevos de acercarse y casi cuelga un rosario en la pata de mi cama, la muy
cabrona. Menos mal que mi mirada la fulminó en cuanto vi que se me acercaba.
Menudos días me esperaban en aquel jodido hospital con las monjitas...
Un
martes por la tarde, entró el médico que me había operado a la habitación, con
una cara un poco desencajada. En la mano sostenía los que supongo eran los
resultados de los últimos exámenes. Rodó la cortina y se sentó en la silla que
estaba junto a mi cama, volvió a mirar los papeles y me miró fijamente:
-Jack...
Tengo aquí los resultados de tu último chequeo...
-¿Tan
malos son? –le miré algo preocupado.
-No
es que sean malos, es que son algo fuera de lo común... Según estos resultados,
tus huesos se están regenerando a un ritmo bastante acelerado. Todo un
milagro... –volvió la vista a los documentos.
-No
me venga con gilipolleces de milagros ni mierdas de esas, ¿seguro que está
leyendo bien esos resultados?
-¡Pues
claro que sí! Y digo lo del milagro porque es la única explicación que le veo.
Científicamente es imposible explicar estos resultados. A alguien de arriba le
debes de caer bien.
-¿A
alguien de arriba? Mire, ya tengo suficiente con aguantar a las monjas que
vienen todos los jodidos días a bendecir a Angie y a mirarme con cara de odio y
santiguándose cada diez segundos.
En
ese momento entró Elízabeth en la habitación y se quedó en pausa, mirando la
cara del médico.
-¿Ocurre
algo, doctor?
-Digamos
que sí. Aquí su amigo, tiene unos huesos sobrenaturales. Y digo sobrenaturales
porque son los primeros huesos que veo que regeneran en un mes lo que tardarían
los huesos normales casi el triple. Mañana por la tarde se le meterá en
quirófano para extraerle las placas y varas de metal que se le colocaron para
una mejor colocación y regeneración de estos. Y aunque yo no estoy de acuerdo
con esto...
-Espere,
espere. ¿Me está diciendo que le van a quitar las placas, porque dice que sus
huesos se están curando mas rápido de lo normal? –la pelirroja se quedó atónita
al escuchar a aquel tipo-. Oiga, sin ánimo de ofender, creo que se le ha ido la
pinza –rió a carcajadas-. Si él ya de por si es vago, su cuerpo no quiero ni
imaginarlo.
-¡Oye!
–me quejé.
-Admítelo
tío, lo que está diciendo el médico es imposible, y lo que digo yo es una gran
verdad... y niégalo –seguía riéndose.
-Sé
que parece una locura, pero es cierto. Mire... –le mostró los papeles-. Esta
línea de aquí muestra el rendimiento del cuerpo desde que ingresó en el hospital.
Como puedes ver, aquí tenía un rendimiento nulo. Pero si nos vamos a dos
semanas mas tarde, ya rinde casi como una persona normal. Y este gráfico de
aquí muestra el aumento de la masa ósea, es decir, que no solo se están
regenerando, sino que además se están haciendo más grandes y fuertes... ¿Me
cree ahora?
-Sí...
–dijo sorprendida al comprobar que lo que le decía el médico era cierto.
-Los
resultados han sido analizados más de tres veces antes de que yo viniese a
decírselo al paciente.
-Eli...
–la miré con cierta intriga y ella asintió convencida-. Esto es de locos. ¿Y
entonces que va a pasar con la rehabilitación?
-Pues
la verdad es que no lo sé... intentaremos adaptarla... Y si sus huesos siguen a
este ritmo, tendremos que acortarla o, si se diese el caso, suspenderla. De
momento debe reposar para estar listo para la operación de mañana. Ahora con
permiso... me retiro para enviar por fax estos resultados a un estudio
científico para ver si ellos nos pueden decir algo mas concreto... –aquel
hombre no paraba de rascarse la cabeza mientras miraba los papeles-. Con
permiso... –se retiró en silencio.
Tanto
Eli como yo nos quedamos mirando como dos bobos como aquel hombre salía de la
habitación. No podíamos creer lo que acabábamos de presenciar. Era imposible
que mis huesos hicieran eso. No se, cada vez pasaban cosas mas raras. A lo
mejor resulta que todavía estoy anestesiado y esto es un sueño... ¿o una
pesadilla? Solo sé que cada día que pasaba, algo nuevo sucedía. Sin ir mas
lejos, hace cosa de una semana, entró un tipo vestido de blanco en la
habitación y se acercó a Angie, le susurró algo y cuando esta fue a responder,
en un abrir y cerrar de ojos, el tipo ya no estaba... yo solo lo vi entrar y no
le presté mucha atención cuando lo hizo, salvo cuando me fijé en la ropa. Volví
la cabeza a la tele que había en la habitación y, cuando volví otra vez la
cabeza para curiosear un poco, ya no estaba. La puerta no había sonado y la
ventana estaba cerrada. Seguramente serían cosas mías, porque cada día vienen
monjas de distintos conventos y ciudades. Todas a rezarle a Angie. Cosa que
también me llamaba la atención, pero tampoco le di mucha importancia. Cada vez
estaba más asqueado de todo esto, no aguantaba más aquella situación. Tenía
ganas de que toda aquella mierda terminase de una vez por todas y poder
mandarme a mudar con Eli. Lo que no sabía era a donde me iba a llevar aquella
pelirroja. Pero la verdad, me daba igual, con tal de alejarme lo más posible de
mi pasado para ver si así conseguía olvidarlo, no me importaba el donde ni el
tiempo que pasase fuera. Tenía que sacar a Amy de mis pensamientos de una vez
por todas. La idea de recordar que pude haber sido padre no me molaba tenerla
grabada en la cabeza, y la gran mayoría de las noches soñaba con el como si hubiera
sido mi hijo si hubiese llegado a nacer. Si hubiese sido niña hubiese tenido el
pelo y los ojos de su madre, grandes y verdes, con mi nariz grande y fina, y mi
bipolaridad le vendría de serie. Y si hubiese sido niño pues... podría haber
sacado mis remolinos en el pelo, rebeldes como su forma de ser. Podría haber
hecho tantas cosas... Cada vez que me ponía a pensar en ello, las lágrimas
invadían mi cara e inundaban mi almohada, ahogando mis ganas de seguir
viviendo. Tendría que haber ido a buscar yo a su hermano, solo así ella
seguiría viva y mi hijo tendría ya casi seis años. Había perdido lo mejor que
me podría haber pasado en la vida: ser padre.
Todavía
me acuerdo del momento en el que fuimos al médico y nos dio la gran noticia. La
idea de ser padres nos había cambiado la vida. En el trabajo me habían
ascendido, y a Amy le habían dado una subvención para los gastos del bebé. El
padre fue una persona muy influyente en su época, ya que fue él el que le
consiguió la subvención. Era la única familia que Amy conservaba ya que, su
madre, había muerto por un cáncer de colon. El padre, tras la muerte de su
esposa tuvo que criar a una criatura de ojos verdes el solo. Por suerte, era
director de un banco importante en la ciudad y tenía dinero suficiente para lograrle
una buena vida. Cuando conocí a Amy y me llevó a conocer al que tiempo después
fue mi suegro, vi como, a pesar de tener dinero para vestir ropa cara y tener
un Rolls Royce aparcado en la puerta, vivían en un piso en las afueras de la
ciudad, rodeados de campo, y vistiendo ropa casi de mercadillo. Es cierto que
cuando tenían algún capricho no escatimaban en gastos, pero tampoco iban
derrochando el dinero como suelen hacer los gordos capitalistas de hoy en día.
Aquel hombre era diferente, tenía un corazón humilde y bondadoso. Había
comprado un par de edificios en la ciudad y los había convertido en casas de
acogida y comederos sociales para la gente que realmente necesitaba ayuda
económica. Era un hombre conocido por todos en las altas y bajas esferas. Pero
cuando Amy murió, se volvió depresivo y enloqueció. Donó todo su dinero a las
ONG de país para que ellas repartieran todo ese bien económico entre los sin
techo. Se marchó del trabajo para no pedir una indemnización por despido, a
pesar de que le quedaban ocho años para jubilarse. A mí me tenía mucho cariño, y por eso me
regaló el piso en el que he estado viviendo los últimos quince años, ya que nos
casamos a los 17 como última voluntad de la madre de ella. No la llegué a
conocer en persona hasta una semana antes de su muerte, y con solo verme, supo
que yo era el hombre para su niña, y escribió eso en su testamento como última
voluntad, además de dejarnos la cubertería de plata y una vajilla de porcelana
de la cara. A ambos nos resultó raro el casarnos a tan temprana edad, pero
teníamos que hacerlo por su madre. Llevábamos saliendo un par de meses antes de
yo conocerles formalmente, lo cual hizo mas raro aquello. También fue el padre
el que me consiguió, tres años después de casarnos y yo terminar el bachillerato,
un trabajo en una empresa de diseño. Yo había aprendido mucho con mi tío y mi
padre, ya que fueron ellos los que me metieron en el mundillo del diseño y los
que me enseñaron todos los trucos para ser un buen diseñador. Desde mi boda no
se mucho de ellos, salvo que de vez en cuando llamo a mi casa para hablar con
mis padres y preguntar por la familia. Pero como no me terminaban de aceptar
por ser como soy, pues tampoco es que me interesase mucho por ellos. El día en
el que llamé y me dijeron que habían muerto a manos de un borracho mientras
paseaban por la calle, la verdad es que no me puse muy triste que digamos.
Lloré, sí, pero en parte me alegré porque al fin habían dejado de criticarme y
agobiarme con el tema de mi futuro. El entierro fue discreto aunque una
auténtica jauría, ya que toda la familia que no se llevaba bien se vieron allí
y empezaron a criticarse unos a otros. Yo terminé por irme a un bar con Amy y
su padre.
Mi
familia, al contrario que la de Amy, era cerrada y rácana. Tenían algo de poder
adquisitivo, pero no repartían con nadie, y si eran de los que no se vestían
con nada que no fuera de marca o de gama alta. Mi padre estaba medio tarumba,
pero me encantaba como era. Al ser un dibujante de comic, algo de chalado si
que estaba, y sobre todo tenía una imaginación exageradamente buena. Podía
hacer un Storyboard completo en cinco minutos. Y mi tío pues, era otro
personaje mas o menos del mismo estilo que mi padre. Ambos eran como yo, iban
en contra de las normas establecidas por la familia. La familia de mi madre
nunca aceptó que yo fuese por la rama de arte para tener un futuro. Ellos
decían que los artistas no tenían más futuro que un caramelo en la puerta de un
colegio. Pero a mi me dio igual. A mí y a Elízabeth, cuya amistad viene desde
primero de primaria. Ella también estudió lo mismo que yo, pero ella se
especializó en ilustración, en vez de en diseño. Y fue ella la que me presentó
a Amy, la que era su compañera de mesa en bachillerato. A partir de ese momento
fue cuando empezó la gran aventura de mi vida. Era raro estudiar con alguien
con el que estabas casado y vivir aún en casas separadas. Pero éramos felices.
Los buenos tiempos no tardaron en llegar en cuanto el padre me dio trabajo y
nos regaló el piso para que pudiésemos vivir juntos. Todo era perfecto.
Esperamos hasta cumplir ella los veintiséis o veintisiete para probar con lo
del niño, y funcionó. Nada mas cumplir ella los veintisiete se quedó embarazada
de una criatura, pero que por desgracia no pudimos llegar a saber que era.
El mismo día que llegaba el
hermano era para ir los tres al médico para que le realizaran a Amy las
ecografías.
El
pobre Víctor que, nada mas llegar de su viaje por Alemania, se entera de que su
hermana ha muerto en un accidente de tráfico mientras iba a buscarlo. Él fue mi
único apoyo tras la muerte de Amy. Estuvo conmigo un par de meses antes de
marcharse de nuevo a Alemania, donde tenía formada ya una familia con mujer y
dos hijas. Durante ese tiempo se quedó en mi casa, aguantando mis llantos de
madrugada, parándome los primeros intentos de suicidio, ayudándome a buscar un
nuevo trabajo. En resumen, todo lo que deberían de haber hecho mis amigos, lo
hizo él. Pero desde que se marchó, no he sabido nada más de él. Muy pocas veces
me llamaba a mi casa para ver como me iba, y en la última llamada me dijo que
si por casualidad me daba por mudarme a Alemania que le fuese a buscar. Me dio
la dirección de la casa y el número de teléfono. La verdad es que nunca he
tenido el valor para llamarle, aunque muchas veces lo intenté, pero no me daban
las fuerzas. Cada vez que hablaba con él, aunque fuese por teléfono, me venía a
la cabeza la voz de Amy. Su forma de hablar era muy parecida, y tenían ciertas
expresiones idénticas. Más de una vez me puse a llorarle en el teléfono
llamándole por el nombre de la hermana. Personalmente, no llegué a intimidar
mucho con él, no se mucho de sus gustos ni nada de eso, pero aun así, me caía
genial. Tenía ganas de volver a verlo, aunque fuese para tomar un café en
alguna cafetería o simplemente dar un paseo por el parque, solo quería
averiguar algo mas acerca de su vida y de como era su relación con la hermana,
aunque según me hizo entender Amy era muy buena.
-Jack...
–una voz interrumpió el silencio que se había formado desde la salida del
médico de la habitación.
-¿Eh?
¿Si? –me limpie los ojos con las manos e intente echar un vistazo a la
habitación para ver quien era.
-Jack...
–era Eli-, yo me tengo que ir ya, que tengo la caravana aparcada en doble fila
en la calle de abajo. Mañana por la tarde vengo a ver como fue esa operación,
¿vale?
-Vale,
no te preocupes, no me moveré de aquí.
-Capullo...
–rió y me dio dos besos en las mejillas, saliendo de la habitación al momento.
-Adiós...
Nada
más salir Eli de la habitación, entro aquel tipo de traje blanco, pero esta vez
se me acercó a mi, en silencio, y se paró a los pies de la cama, colocando una
de sus manos en esta. Me miró de arriba abajo y luego me sonrió:
-Jack,
Jack, Jack... ¿te das cuenta de lo que has estado a punto de hacer? –me dijo
aquel extraño alzando una ceja.
-¿Perdone?
–le contesté extrañado.
-Que
si te das cuenta de lo que estuviste a punto de hacer. Has estado al borde de
la muerte... por amor. Que tierno por tu parte.
-¿Pero
qué? ¿Se puede saber de que esta usted hablando?
-¡Gabriel!
¡Déjale en paz! –contestó Angie desde el otro lado de la habitación-. No
empieces ya con tus tonterías, y mucho menos con él... él no tiene la culpa de
nada.
-Ah,
¿y tú sí la tienes? –la miró con una sonrisa de oreja a oreja, casi con un
gesto macabra-. Te recuerdo, Angie, que no estas en posición de darme ordenes,
y mucho menos si se trata de...
-¡Basta!
Si has venido únicamente a atormentarle, mas te vale marcharte...
-¿Y
si no lo hago que me harás? ¿Levantarte y darme una torta? Por favor, sabes
perfectamente que no podrías ni rozarme.
-¡Maldito
cabrón! –me incorporé rápidamente, lo que hizo que el tipo se levantase de la
cama del susto-No se quien cojones eres, pero me estas cayendo como el puto
culo. Como no te vallas ahora mismo te juro que no será un tortazo lo mas suave que te voy a dar... –le miré
desafiante.
Con
aquella mirada desafiante aproveche para mirar bien el aspecto de aquel
impresentable. Para ser un capullo, iba bien arreglado: el traje de chaqueta
blanco, con su camisa y corbata blanca, todo a juego. Tenía una melena corta y
rubia, que le llegaba casi a la altura de los hombros, con unos rizos casi de
película. No parecía muy alto, y estaba algo esquelético. No creo que llegase a
los setenta kilos de peso. Los ojos reflejaban un color azul verdoso que se
perdían en los míos grisáceos cuando le asusté. Tras el pequeño sobresalto, me
inspeccionó con la mirada tal y como yo había hecho con él, y luego volvió a
reír, acercándose a la cama de Angie, quien estaba sentada sobre la misma con
una cara diferente a la de la niña buena con la que había estado compartiendo
habitación días antes. Se veía una expresión de desprecio y odio a la vez, pero
de una forma distinta, como si le costase asimilar y expresar esos sentimientos.
Apretaba levemente los puños contra las sabanas blancas de la camilla, conteniéndose. Trascurridos
un par de segundos oyendo únicamente la risa de aquel individuo, ella me miró a
los ojos y me sonrió de una forma muy dulce.
-Bueno,
si quieres desatar su ira, adelante, pero sabes que en esos casos... nadie te
va a ayudar –señaló levemente al techo-. Así que tu verás lo que haces –rió
levemente-, yo no te lo voy a impedir.
-¿Crees
realmente que un lisiado puede tan siquiera tocarme? –aquel rubiales me señaló,
formulando la pregunta en un tono burlón-. No creo que tenga tanto... poder...
–me miró con unos ojos desafiantes.
Antes
de que pudiese responderle al mamón ese, una voz dulce me interrumpió.
-Jack,
¿Qué haces incorporado?
En
un pestañeo rápido, aquel tipo había desaparecido y Angie estaba de nuevo
tumbada sobre su cama. Me limpié los ojos para ver que había pasado, y cuando
los volví a abrir miré hacia la puerta y, ¿Cuál fue mi sorpresa? Elízabeth
estaba apoyada en el marco de la puerta, mirándome mientras se mordía el labio,
aguantando una leve sonrisa.
Me
había quedado en shock, boquiabierto, porque no terminaba de entender lo que
había pasado hace un par de segundos. Trataba de buscar la forma mediante la
cual aquel rubiales había salido de la habitación.
-Anda,
vuélvete a tumbar, que te vas a herniar –se acercó a mi riendo-, que no es
cuestión de que esos “huesos mágicos” se estropeen mas de lo que están.
-Eli...
¿has visto a un tipo bajito con el pelo rubio salir de la habitación?
-No...
–me miró algo extrañada-, no he visto a nadie aquí salvo a ti y a esa chica
–miró hacia todos los ángulos de la habitación buscando a alguien más.
-Dios...
creo que esas pastillas me están afectando más de lo normal. Estoy teniendo
alucinaciones. Veo... a gente donde no la hay... –miré a Angie extrañado,
porque no entendía lo que acababa de ver.
-Espero
que sean solo las pastillas –me acarició suavemente la mejilla, con ternura y
cariño-, túmbate anda, que quiero que salgas de aquí cuanto antes.
-Tienes
razón –me tumbé, dedicándole una amplia y amable sonrisa-. Quiero salir ya de
aquí y largarnos lo más lejos posible.
-Que
raro... –me miró algo extrañada-, tú, Jack, sonriendo, eso si que es nuevo
–mientras reía se le pusieron coloradas las mejillas.
-Sí,
que pasa, ¿no puedo? –reí con ella-. Ya te dije que quiero cambiar, y tengo que
empezar por pasar de ser un amargado y un antisocial a alguien mas alegre.
-Si
te soy sincera, no recuerdo que me lo dijeses, pero me gusta la idea. A ver si
es verdad que lo haces.
-¡Claro
que será verdad! Ya sabes con quien estás hablando.
-Por
eso mismo te lo digo, porque conozco con quien estoy hablando quiero saber si
realmente esta vez te lo vas a tomar en serio –se rió lo que quiso de mí.
-Cabrona
–reí con ella-. Pues sí, esta vez sí va en serio. ¡Valla que si va en serio!
-Ahora
en serio, ¿quién eres y que has hecho con Jack?
-Joder,
vale. Pues nada, seguiré siendo el mismo amargado de siempre –me crucé de
brazos, algo enfadado, como si fuese un niño pequeño al que le acaban de quitar
los dibujos animados por no hacer la tarea.
-Oye,
que es solo una broma, ¿eh? No te lo tomes todo tan en serio.
-Sí,
ya, una broma...
-Que
sí, idiota. Además, sabes que me gusta mucho acerté rabiar. Y por lo que veo lo
sigo consiguiendo, no he perdido “mi toque” contigo –continuó riendo mientras
me revolvía el pelo-. Anda, cuéntame que tal te va todo por aquí. ¿Hay alguna
novedad con respecto a los análisis?
-No,
la misma mierda de siempre -suspiré y volví a sonreír-, todavía están con eso de
que mis huesos son algo sobrenatural. No se si es que quieren darme esperanzas
de que me recuperaré pronto para ver si me quedo mas tranquilo. Pero como sea
así, me cagaré mucho en sus muertos.
-No
creo. Vale que los médicos tengan un humor... algo difícil de entender, pero de
ahí a que te digan cosas como esa para verte tranquilo pues, no se chico, no
creo que sean tan cabrones. Yo de todas formas, indago un poquito más, que a
eso me dedico. A indagar mucho en un tema para conseguir información. Viva el
periodismo –rió mientras hacía una uve con los dedos de ambas manos.
-Pues
la verdad es que te lo agradecería. No me fío de nadie de los de por aquí
–volví a echar un vistazo a la cama de Angie, quien seguía tumbada, supongo que
haciéndose la dormida-. Que últimamente están todos muy raros.
-¿Muy
raros? ¿A qué te refieres, Jack? –me miró algo extrañada, cogiéndome una de mis
manos con las suyas.
-No
lo sé, los médicos y toda esa gente, que están medio raros. No sé, serán cosas
mías.
-El
que está un tanto raro eres tú. Te noto como en suspensión, no se si me
explico.
-Sí,
será eso. Lo dicho –le acaricié las manos con la que me quedaba libre, lo cual
hizo que se sonrojara otra vez-, serán las medicinas. Tú no me hagas mucho
caso.
-Vale
guapo –me guiñó un ojo de una forma sensual-. Bueno, yo me voy entonces, que ya
tengo todo lo de tu casa en mi caravana, solo queda cerrar el contrato del piso
con tu casero, y ya estarás oficialmente viviendo conmigo –rió, tornando en un
color rojo mas intenso sus mejillas, que con su sonrisa y sus verdes ojos
hacían una combinación perfecta.
-Gracias,
Eli, no sé que haría sin ti –acerqué sus manos hacia mí y las bese,
tiernamente-. Ahora mismo, lo eres todo para mí.
Tras
estas palabras no pudo aguantar el apartarla mirada, con una timidez y
vergüenza propias del momento. Yo tampoco sabía porque había hecho eso, pero
tampoco me parecía tan malo. Sé que no era propio de mí el hacer esas cosas,
pero tampoco creía que le fuera a molestar, aunque por ese sonrojo yo diría que
no le molesto mucho que digamos. La miré a los ojos, esperando alguna respuesta
por su parte, pero solo obtenía un color rojizo en sus mejillas y una mirada
tímida, que parecía huir de la mía.
-Joder
Jack, que... no me esperaba eso de ti –consiguió mantener unos segundos sus
ojos mirándome a la cara, en vez de al suelo de la habitación.
-Si
te soy sincero, yo tampoco me creo que halla hecho eso, pero creo que tampoco
ha sido tan malo, ¿no? –la miré fijamente a los ojos.
-No...
–tartamudeó levemente-, lo que pasa es que me sorprendió, nada más –clavó sus
ojos verdosos en los míos y luego me sonrió ampliamente, ladeando levemente la
cabeza.
-Bueno,
mientras no te halla molestado me conformo.
-Descuida
–se acercó a mí y me beso sonoramente en la mejilla, haciendo que fuese yo el
que se sonrojara.
La
verdad, no sabía el porque estaba pasando aquello. No me disgustaba pero era
algo extraño. Era la necesidad un cambio radical, tenía que cambiar ya esa
personalidad tan seca, tenía que empezar a sonreír, pero no quería hacerlo. El
recuerdo de Amy seguía presente, aunque ya en menor medida. Pero a pesar del
tiempo que ha pasado, sigo machacándome la cabeza.
Yo
antes del accidente no era así. Era una persona mas alegre, a pesar de la
dificultad de la situación ya que, a pesar de tener ambos un trabajo y vivir
bien en una casa que era perfecta para cubrir nuestras necesidades, seguía
existiendo ese inconveniente de la falta de tiempo para estar juntos. Casi no
teníamos tiempo para estar el uno junto al otro, y cada vez que lo teníamos,
solíamos organizar cenas o excursiones con nuestros amigos y conocidos. Nos
sociabilizábamos. Ahora miraba como todo aquello que fui se esfumó, y no había
caído en la cuenta de como había cambiado mi forma de ser. Cada vez que Eli me
visitaba, sentía esa necesidad de volver a ser aquel tipo simpático y alegre
que era antes. Era como si de ella saliese un aura de felicidad y quisiera
transmitírmela, pero que por mi situación sentimental y emocional en ese
momento, me costaba contagiarme de ese sentimiento: felicidad. Yo quería volver
a sentirme feliz, volver a sonreír, y creo que Elízabeth era la solución y el
empuje para poder conseguirlo. Aunque, por otro lado estaba Angie, que su aura
era muchísimo mas fuerte. Ella desprendía pureza, serenidad, tranquilidad, y
sobre todo felicidad, a pesar de que casi la mato. Pero no era lo mismo, Eli
era alguien a quien conocí en mi mas tierna infancia, y sin embargo a Angie la
conocí de una forma mas “chocante”, nuestra primera impresión fue mas “impactante”.
No se a donde iba a ir a parar con todo esto, pero lo importante para mí era
que estaba empezando a tener la intención de cambiar. Que para mí, eso era un
paso demasiado grande, pero tenía que intentarlo. Al menos el tema de la
sociabilidad. Tenía que recuperar algunos amigos, y si no, hacer amigos nuevos.
Tarde o temprano serían necesarios. Solo quería no volver a equivocarme otra
vez, esta vez tenían que ser amigos de verdad, y de momento se que tenía a una:
Elízabeth, una mujer de las que ya no quedan.
-Lo
dicho, enano –su voz volvió a interrumpir mis pensamientos-. Me voy ya, que voy
a ver si localizo al tipo este para lo de finiquitar el tema del piso. Pórtate
bien, ¿si? –me sonrió amablemente mientras me señalaba con el dedo como solían
hacer nuestras madre cuando nos advertían de las cosas-. No quiero llegar y
enterarme de que no haces caso a estos raritos –rió y me beso la mejilla.
-Descuida
Eli, me portare bien –reí para mi mismo-, haré casi todo lo que me pidan.
-Así
me gusta –seguía con esa sonrisa en los labios, mientras me miraba a los ojos.
Tras
este momento, me dio un pequeño apretón de manos y se fue, sonriente. Yo me
quede anonadado. No se porqué, pero sentía como mis mejillas ardían, lo cual me
daba a pensar que estaba completamente sonrojado, pero no sabía porqué. No es
que Eli fuese fea, o que no me llamase la atención. Al contrario, siempre ha
habido algo en ella que me ha llamado la atención. Era bastante atractiva, pero
nunca la había visto como algo más que una amiga. Le estoy cogiendo cariño,
pero no quiero enamorarme de ella... ¿o sí?
La
habitación me ahogaba con un silencio aterrador. Angie se supone que está
dormida en su cama. Solo espero no haberla molestado con mis comentarios, pero
tenía que entenderme. Todo lo que había pasado, era extraño para mi. Y no me
gustaría que se volviese a repetir. Ahora otro nombre me rondaba por la cabeza,
un nombre que sonaba mucho de haberlo escuchado en algún sitio. Tendría que
investigar más, o preguntarle a él directamente si volvía a aparecer por la
habitación. Tenía algunas sospechas, pero era demasiado raro que realmente
fuese quien creo que es: Gabriel.