Capítulo 03
[Punto de vista de Arthur]
Retrocedió todo lo que pudo hasta que su espalda chocó contra la pared. Fue entonces cuando se dio cuenta de que no podía escapar, de que había sido atrapado por el español. De que se había equivocado por completo al suponer que Antonio no se atrevería a ponerle la mano encima, que no seguiría su sugerencia. Que estúpido había sido. Y ahora se acercaba a él con una expresión siniestramente divertida en el rostro, donde también podía ver algo más que no pudo identificar. ¿Deseo? ¿Lujuria? No pudo saberlo.
Pero de pronto extendió una mano hacia él, y lo único que Arthur pudo hacer fue golpearla para apartarla.
-No me toques, you motherfucker!-exclamó, advirtiendo una nota de pánico en su voz que por desgracia no había podido retener.
-¿Tienes miedo, Arturo?-soltó, y con un rápido movimiento, aferró al inglés por la cadena que apresaba sus manos, atrayéndole hacia si-. La verdad, deberías tenerlo.
-No te tengo miedo, bastard, ¿por qué debería tenerlo?
-¿Qué por qué?-el español deslizó uno de sus dedos por su mejilla. Arthur giró la cabeza tratando de alcanzarle con los dientes, pero Antonio sujetó su rostro por la mandíbula y le obligó a mirarle-. Tal vez por lo que supone para tu cuerpo que siga esa sugerencia tuya. Piensa que, aunque lo aparente, yo no soy un santo. No pretendo ser delicado contigo, Arturo, y deberías de ser consciente de ello.
Arthur clavó su mirada en la del otro, y supo al instante que decía la verdad. Lo había sabido solo con escuchar sus palabras, pero quería confirmarlo. De todas formas, ¿por qué iba a ser delicado con él? Al fin y al cabo eran enemigos, se odiaban, el uno buscaba la muerte del otro y viceversa. Aun así, no le gustaba la idea. No le gustaba para nada. Se maldijo por sus palabras del día anterior, nunca debería de haberlas pronunciado.
[Punto de vista de Antonio]
Podía sentir su miedo a la perfección, podía incluso olerlo. Le tenía miedo, temía lo que le iba a hacer, y eso le gustaba mucho más de lo que había creído posible. Su propio cuerpo se estremecía y pedía más, mucho más. Pedía encadenarle a cualquier sitio, morderle, golpearle, arañarle, cortarle. Violarle. Pero otra parte le pedía a gritos que le soltase, que le acariciase, deslizar manos y labios por todo su cuerpo, besarle, hacerle suyo.
Y eso le hacía vacilar más de lo necesario, pero a la vez le daba tiempo para pensar en cómo lo iba a hacer. Disponía de mucho tiempo, prácticamente hasta un par de horas antes del amanecer, y quería tomárselo con calma, quería disfrutar del momento.
Ya que éste no se iba a repetir.
-¿A caso no sabes cómo continuar, Spain?
Las palabras del inglés le hicieron volver de golpe a la realidad. La expresión del rostro del rubio era sin lugar a dudas de burla, aunque seguía conservando una ligera nota de miedo en la voz.
Volvió a sonreír, disfrutando de lo que eso provocaba en Arthur.
-Sé perfectamente cómo continuar, tan solo pienso en cuál sería la forma más dolorosa de hacerlo-vio cómo se estremecía, y eso le gustó-. Porque la verdad, de otra forma no tendría sentido hacerlo, ¿no crees?
A continuación, le empujó contra la pared y se pegó a él, bloqueando por completo sus movimientos.
-¡Apártate!
-Eso nunca-dijo, y mordió su cuello con fuerza, provocando que el otro dejara escapar un grito de dolor.
Fue como música para sus oídos, ese grito de dolor que tanto ansiaba oír, así que repitió el proceso en el otro lateral de su cuello, haciéndole volver a gritar. Pero esta vez, lo acompañó de un lametón y un beso, haciéndole estremecer de nuevo. Sus labios se deslizaron por su mandíbula hasta quedar a tan sólo unos milímetros de distancia de los del otro, los ojos de ambos a la misma altura. Quería contemplar esos ojos mientras pensaba en lo próximo que iba a hacer.
-¿Te gusta esto, Arturo?-dijo, relamiéndose los labios-. ¿Te gusta que te muerda?
-N-no...
Llevó una mano a la entrepierna del otro, apretando con fuerza, clavándole las uñas. Sintiendo que estaba completamente dura. Escuchando otro grito por parte del inglés. Viendo la expresión de dolor en su rostro. Aquel rostro que tanto le gustaba mirar.
-Me estás mintiendo, y eso sólo va a hacer que las cosas empeoren...
Apartó la mano de la entrepierna del otro y la subió hasta su cuello. Sería tan fácil hacerlo... sólo tenía que apretar hasta dejarle sin aire, hasta que sus pulmones se quejasen por la falta de oxígeno... pero no podía hacerlo. Por alguna extraña y maldita razón, no podía. Y era a causa de ese algo que había sentido antes, ese algo que le impulsaba a hacerle lo que le estaba haciendo pero le pedía que no fuese tan brusco.
Haciéndole caso a esa parte, deslizó su mano por su pecho, desabrochando su camisa, dejando la piel clara al descubierto, haciendo que la expresión de Arthur fuese invadida por el pánico. Se entretuvo más de lo necesario, disfrutando del tacto de su piel, de la mirada salvaje que le dirigía. Una vez terminó, se la bajó todo lo que pudo y entonces le dio la vuelta y le pegó contra la pared, ganándose un quejido por parte del otro.
-¿Q-qué fuck pretendes hacer, fag?
Como única respuesta, Antonio se pegó completamente a él, dejándole notar lo excitado que estaba. Y le notó tensarse, cómo no. Volvió a pegar los labios a su cuello, mordiendo, lamiendo y besando su piel mientras deslizaba ambas manos por su cintura y pecho, extasiado por su suave piel. Quería dejarse seducir una y otra vez por su piel, su olor, su voz, sus jadeos y gritos, su respiración, los latidos de su corazón... todo.
[Punto de vista de Arthur]
A Arthur le extrañaba la lentitud de las acciones de Antonio, aunque a la vez daba gracias por la tardanza de ese maldito bastardo, ya que sólo con lo que le había hecho ya le había provocado bastante dolor. Pero era consciente de que eso era algo ínfimo si se comparaba con lo que sabía que iba a pasar. Con lo que le iba a hacer. Sabía que ese dolor no tenía nada con lo que ser comparado, que le ardería, que sangraría, que se dejaría la voz gritando. Y eso era lo que más temía en ese momento, más aún que el destino que le esperaba al día siguiente. Temía más lo que Antonio le iba a hacer que morir colgado en la horca.
Las manos del español se deslizaban por su piel, haciéndole estremecer. Tanta suavidad era rara en él, sabía que lo que más le gustaría hacer con su cuerpo era golpearle y torturarle, dejarle marcas imborrables. Y entonces, escuchó un sonido que le heló la sangre: la espada que Antonio llevaba en el cinto, siendo desenvainada.
-No te preocupes, Arturo, no te haré daño. Aún.
A continuación, notó cómo la espada del español cortaba la tela de su camisa, primero por la mitad de la espalda y después por los brazos, dejando su torso completamente al descubierto. Un escalofrío que no era precisamente de frío le recorrió la espalda. Buscó algún lugar con la mirada al que aferrarse, pero no lo encontró. Simplemente, se apoyó contra la pared, esperando.
Los dedos del español recorrieron su espalda y brazos con suavidad, recorriendo cada arañazo, cada corte, provocado por su espada el día anterior. Apretó los dientes con fuerza, tratando de no dejar escapar ningún sonido. Pero entonces, Antonio se detuvo ante un corte especialmente grande en su brazo derecho, clavando las uñas en la zona, haciéndole gritar de dolor. Trató de retorcerse para librarse de su agarre, pero la otra mano del castaño aferraba su cintura, y de todas formas su propio cuerpo le tenía aprisionado. Aunque no había acabado, cómo no. Los dientes de Antonio mordieron entonces su cuello con fuerza, dejándole marca, haciéndole gritar más aún.
Sin embargo, de pronto, sus labios besaron la misma zona, como tratando de calmar el dolor. Y eso le extrañó. No era normal que Antonio se mostrase así con él. Lo más normal hubiese sido que le hubiese marcado una y otra vez, haciéndole sangrar, que le hubiese arrancado la ropa que le quedaba y le hubiese forzado. No era normal que en vez de eso, se estuviese tomando todo con tanta calma, que no le hubiese hecho más cosas. Que sólo hubiese llegado a ese punto. No era para nada su estilo.
-Adoro tus gritos, Arturo, deberías gritar así más a menudo.
-Ni en tus mejores sueños, motherfucker.
El otro dejó escapar una sonora carcajada.
-Eso es lo que tú te crees...
Antonio volvió a morder su cuello, deslizó los labios hasta su oído y, después de susurrarle palabras inteligibles que hicieron que se le helara la sangre, mordió el lóbulo de su oreja con fuerza, haciéndole gritar de nuevo.
Se maldijo a si mismo por dejarse dominar de esa forma. Era algo por lo que debería odiarse, por lo menos durante el poco tiempo que le quedaba de vida. No debería actuar así, ¡maldita sea, era el capitán pirata Arthur Kirkland! ¡Debería poder luchar contra el bastardo del español y quitárselo de encima! ¡Debería ser capaz de volverse contra él y huir! No se creía que él, siendo el gran pirata que era, estuviese bajo el control de ese maldito capitán español. Era algo que no le entraba en la cabeza. Pero lo único de lo que se veía capaz en esos momentos era resignarse a esperar. Esperar lo que Antonio le iba a hacer. Esperando por una oportunidad para escapar, aunque no sabía cuándo llegaría...
Las manos del español volvieron a deslizarse por su espalda con delicadeza, seguidas por sus labios, depositando suaves besos sobre su piel. Besos que se convirtieron en mordiscos, y después de nuevo en besos. Manos que acariciaban, que de pronto arañaban y después volvían a acariciar. Esos cambios le hacían enloquecer, al no saber cuándo sería presa de ese hambre que Antonio dejaba entrever en sus ojos. Ese hambre que estaba siendo liberado poco a poco. Ese hambre que, como había supuesto, le iba a devorar por completo.
Cerró los ojos, esperando. Pero los abrió al instante al sentir el frío filo de la espada del castaño acariciar su cuello.
[Punto de vista de Antonio]
Sintió el pánico de Arthur al notar la espada en su cuello. Y él notaba la excitación recorriendo su cuerpo, el deseo de marcarle más que con unos simples mordiscos, de arañarle y de hacerle gritar. De hacerle suyo a la fuerza. Y de tantas otras cosas que en esos momentos sabía que no podía hacer. Cosas que implicaban mucho más dolor, y cosas que implicaban la carencia de éste. No era capaz de hallar el término medio entre ambas cosas, y eso le volvía loco, no poder decidirse, o simplemente esa duda, duda que no debería tener. Fue entonces cuando se dio cuenta de que la mano con la que sujetaba la espada le temblaba de una forma que consideraba estúpida. ¿Por qué le pasaba eso?
-¿Dudas, Spain? ¿No eres capaz de continuar?-una risa despectiva salió de sus labios entreabiertos-. ¿No eres capaz de cortar mi garganta con tu espada?
-Por supuesto que soy capaz de ello, bastardo.
-¿Y por qué no lo haces?
Esas palabras le hicieron apartarse de Arthur, el cuál aprovechó la situación para darse la vuelta y mirarle, apoyando la espalda contra la pared. Pudo ver burla en sus ojos, unida a la sonrisa torcida que mostraba su rostro.
-Dime, ¿por qué no lo haces?-repitió.
Titubeó. Seguía con la espada en alto, apuntando al cuello del inglés, a escasos milímetros de su clara piel, ahora marcada por sus dientes.
-Es sencillo... sólo tienes que hacer así-dijo, y entonces se aproximó, haciendo que su espada arañase su cuello. Un hilillo de sangre descendió por su garganta, perdiéndose por su pecho-. No es tan difícil, ¿verdad?
Antonio retrocedió un paso, aún con la espada en alto. Por alguna extraña razón, no se veía capaz de atravesar la garganta del inglés con su espada. De la misma manera que parecía no atreverse a arrancarle la ropa y ultrajarle hasta que la vida se escapase de sus labios.
Bajó la espada, y al hacerlo, pudo ver la confusión en los ojos del rubio. Acto seguido, la envainó, y de una zancada eliminó la distancia existente entre ellos y le rodeó con sus brazos, apoyando la frente contra uno de sus hombros.
-No puedo hacerlo.
Ésa era la cruda realidad, no podía. No era capaz de matarle. No podía acabar con la vida de ese maldito inglés al que odiaba con toda su alma. Ese inglés que ahora no era capaz de moverse.
-Pero... ¿pero qué demonios...?
-¡No puedo!-exclamó-. ¡Por alguna extraña y maldita razón no puedo!-se apartó de él, las manos reposando en sus hombros-. Arthur, te van a ejecutar. Te colgarán, y ésta vez no tienes ninguna escapatoria. Por fin después de tantos años de batallas, voy a verte morir. Y justo ahora, me doy cuenta de que soy incapaz de hacerlo. Soy incapaz de verte morir.
Contempló cómo la confusión en sus ojos, esos ojos verdes iguales a los suyos, aumentaba. Esos ojos que no comprendían ni sus palabras ni sus actos. Esos ojos que se extrañaban de lo que veían en los suyos propios. Con un suspiro, sacó las llaves de la cadena que aprisionaba las manos del otro de uno de sus bolsillos y se las quitó, tirándolas a un lado.
-Vete.
[Punto de vista de Arthur]
Sus músculos se negaban a moverse. Sus ojos se negaban a apartarse de los del otro. Su mente se negaba a procesar sus palabras. ¿Cómo demonios Antonio no podía ser capaz de...? No, era imposible. Tenía que ser imposible. Tenía que ser un maldito sueño. O eso o se había vuelto completamente loco y se lo estaba imaginando.
-Pero... yo... tú... ¡somos enemigos!
-Lo sé. Pero no soy capaz de hacerlo. No soy capaz de verte morir, Arthur...
Antonio apartó la mirada de la suya, dejándole aún más confuso, si eso era posible. Una risa nerviosa salió de sus labios entreabiertos.
-¿Dejarme huir? ¿Pero qué demonios te has tomado? Sea lo que sea, te ha sentado fatal.
No obtuvo respuesta.
Algo no cuadraba. No lo entendía. Después de todo lo que había pasado, de la pelea, de ser capturado, de la conversación en la bodega del barco del español y de todo lo ocurrido momentos atrás, ¿no era capaz de acabar con su vida? ¿No era capaz de verle morir? Sacudió la cabeza y se despeinó los cabellos, tratando de despejarse.
-Aunque me dejes ir, no podría escapar. Esto es territorio de España, tu territorio, es totalmente imposible que pueda hacerlo...
-Es verdad...
Antonio se desabrochó entonces el cinto del que pendía su espalda y se lo tendió, con el rostro totalmente serio.
-Llévatela. Con esto podrás defenderte... métete en alguno de los barcos de carga y vete de aquí. Es la única forma, a menos que encuentres otra vía de escape.
Definitivamente, el mundo se había vuelto loco. Antonio se había vuelto loco. Y él mismo también.
-No te preocupes, yo cargaré con la responsabilidad. Diré que huiste en un descuido... trataré de cubrirte y de darte tiempo para que te vayas.
Y fue entonces cuando Arthur clavó sus ojos en los del otro, y vio con claridad que no le estaba engañando. Que le dejaba escapar. Que podría salvar su vida de verdad. Tratando de calmar el temblor de sus manos, tomó la espada de manos del otro y ató el cinturón en torno a su cintura. Al levantar la vista, vio que Antonio tendía en su dirección su chaqueta. Sin una palabra, la aceptó y se la puso.
-Vete ya-dijo, y caminó hacia el fondo de la celda, dándole la espalda-. Yo me ocuparé de todo.
Arthur dudó. Y entonces, golpeó con fuerza a Antonio en la cabeza, haciéndole caer totalmente inconsciente, aunque atrapándole entre sus brazos antes de que golpease contra el suelo. Le dejó tendido en el fondo de la celda.
-Me niego a deberte un favor, bastardo...
Y, dirigiendo una última mirada atrás, salió de la celda.
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Bienvenidos a Dark Business
Bienvenidos a Dark Business, un blog donde podréis encontrar fanfics variados de autores diferentes.
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Es IMPORTANTE leer las presentaciones de los autores para saber, más o menos, su método de trabajo.
Para dudas y sugerencias que no entren en el tag (asi como peticiones para unirse al blog) mandad un email aquí: KeiraLogan@gmail.com
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¡Gracias por leer!
Pausa general
Llevo bastante tiempo pensando, negando lo evidente, pero creo que es una gran estupidez seguir negándolo. Abrí este blog con el fin de pasar el rato, de postear mis fanfics, y después para darle una oportunidad de publicar a otros autores. Pero llevo ya mucho tiempo dejando todo esto de lado, y la mayor parte de los demás autores (por no decir todos) pasan absolutamente de este blog. Así que no me queda más remedio que hacer lo siguiente:
Este blog queda parado. No se volverá a publicar absolutamente nada (al menos mío) en una temporada.
Disculpad las molestias.
Kyara.
P.D: quizás acabe dejando este blog solo para mis publicaciones y para nadie más.
martes, 6 de diciembre de 2011
sábado, 3 de diciembre de 2011
Dos Espadas - Capítulo 02 REESCRITO
Capítulo 02
Poco a poco, Arthur fue recuperando la conciencia para hallarse encadenado y tirado en la bodega del que supuso sería el barco español. Notó un dolor agudo en la parte posterior de su cabeza. Al llevar la mano a esa zona tuvo una nueva oleada de dolor que le hizo apretar los dientes. Así que el muy bastardo le había golpeado por la espalda... la verdad, no sabía por qué le extrañaba.
Maldijo por lo bajo. No podía creer que Antonio le hubiese vuelto a capturar, no entendía cómo demonios había sido tan tonto como para darle la espalda al bastardo del español. Tal vez dio por sentado que el orgullo del ibérico no le permitiría jugar sucio, pero se había equivocado por completo. Otra vez.
Intentó ponerse en pie, pero el golpe recibido en la cabeza le había dejado lo suficientemente noqueado como para dejarle mareado del todo, así que acabó optando por apoyar la espalda contra una de las paredes de la bodega. De pronto, escuchó cómo la puerta se abría y al poco pudo ver a Antonio delante de él, los brazos cruzados sobre el pecho y un gesto burlón en el rostro.
-Por fin despiertas, Arturo, ya estaba empezando a pensar que te había golpeado demasiado fuerte.
-Como si eso te importase, bastardo-Arthur rió, su voz cargada de ironía. Hacía tiempo que había dado por sentado que si le mataba por un descuido no le importaría lo más mínimo. A él tampoco, pero obviamente preferiría verle morir bajo el acero de su espada o el plomo de su pistola. Y estaba seguro que el español pensaba lo mismo.
Antonio se agachó ante él hasta situarse a su altura para poder mirarle directamente a los ojos, aún con el gesto burlón.
-Qué, ¿cómo piensas escapar ahora? Tu barco está prácticamente hecho pedazos, y lo que queda de tu tripulación está bastante mal-Antonio dejó escapar una carcajada-. Creo que esta vez no podrás huir, y sabes lo que eso significa, ¿verdad?
Arthur se estremeció. Sabía perfectamente a qué se refería, ya que cada vez que le atrapaba le amenazaba con ello. Y no era un destino muy agradable, ya que sería llevado al primer lugar que se cruzasen que fuese territorio de España, sería encarcelado y se le declararía culpable de piratería, lo que significaba que iría directo a la horca. Volvió a estremecerse, consciente de que esta vez no tenía método alguno de escapar. Consciente de que esta vez no podría huir del destino al que el español le conducía.
-Por supuesto que lo sé, no paras de repetirlo una y otra y otra vez...-apartó la mirada de la de él, odiaba ver el destello de burla en sus ojos.
-Te dejaré pensar un rato sobre tu destino, pirata-Antonio se puso en pie.
Pero eso era algo que tenía que evitar, no podía dejarle ir pensando que le tenía miedo a su futuro. Está bien, lo admitía, no le gustaba nada la idea de que le ahorcasen, pero no podía dejar que lo supiera.
-¡No te creas que tengo miedo, you bastard! Puedo escapar de ésta antes de que puedas hacerme algo-dijo, poniéndose en pie bruscamente.
Aunque había algo de lo que Arthur se había olvidado por completo, y de lo que se dio cuenta demasiado tarde. Nada más ponerse en pie, el mareo que tenía por la herida que le había hecho Antonio le hizo tropezar, llevándose al español en su caída.
[Punto de vista de Antonio]
Lo único que podía sentir en ese momento era el cuerpo de Arthur pegado al suyo, sus labios a escasos centímetros y sus ojos mirándole con una expresión de total desconcierto. Y por supuesto, sus corazones, latiendo con fuerza, y también sus respiraciones, totalmente agitadas. No pudo evitar perderse en esos ojos de color esmeralda que no dejaban de mirarle, en esos labios entreabiertos que exhalaban contra los suyos.
Odiaba a ese maldito inglés que estaba encima de él, le odiaba más que a nada, y sin embargo, su cuerpo se negaba a moverse, sus manos se negaban a apartarle, sus ojos se negaban a dejar de mirarle. Y lo que más le desconcertaba era que Arthur tampoco parecía poder moverse ni podía apartar la mirada de la suya.
Rezó en silencio para que ese simple momento no se acabara, por alguna extraña razón no quería apartarle de él. Era raro, pero era así. Su mente le pedía que se lo quitara de encima de una vez, pero su cuerpo... Ah, su cuerpo. Su cuerpo simplemente le pedía más, le pedía mover los brazos y rodear el delgado pero fibroso cuerpo del inglés, le pedía probar esa piel que le llamaba a gritos, esos labios que le habían hipnotizado.
Pero no, eso no podía ser. Se sorprendió de lo que su cuerpo le pedía, tratando de borrarlo de su mente. Era su maldito enemigo, la persona a la que quería matar... No podía permitirse pensar eso.
Le pareció que ese momento duraba una eternidad, pero de pronto, una sonrisa torcida se dibujó en los labios de Inglaterra.
-Antonio, ¿no te gustaría aprovechar esta situación?-dijo, situando las manos en la cintura del otro-. ¿No te gustaría aprovechar que estoy a tu merced? Sé de buena mano que te gustaría...
Eso le hizo reaccionar. Antonio le apartó de un empujón, sobresaltado, provocando que se golpease contra la pared. Inglaterra dejó escapar un pequeño gemido de dolor, cerrando los ojos con fuerza, pero poco después los volvió a abrir para observar al español ponerse en pie y sacudirse la ropa.
-Eres un jodido degenerado, Arturo... nunca creí que llegarías hasta este punto.
El inglés se relamió los labios, sonriendo.
-Todo es poco si con ello puedo salvar mi pellejo, Spain, pero no niegues que no te gustaría dominarme... no puedes hacerlo-soltó una carcajada.
-Eso es lo que tú te crees, bastardo-Antonio caminó hasta la puerta de la bodega, pero antes de irse, se giró y le miró una última vez-. Te dejaré solo para que pienses cómo van a ser tus últimas horas de vida, y créeme, no serán muchas...
[Punto de vista de Arthur]
Nada más cerrarse la puerta, se derrumbó por completo. Le había costado aguantar las palabras del español sin que se le quebrase la máscara de tipo duro y seguro de sí. Pero ahora no podía más, y lo único de lo que fue capaz fue de encogerse sobre si mismo, aovillándose en el suelo.
Estaba aterrado, esta vez era plenamente consciente de que no podría evitar su destino, de que no podría escapar. Esta vez iba a morir. Y no podría evitarlo de ninguna forma.
Lo que no entendía era cómo demonios había podido hacerle tal sugerencia a Antonio. ¡Era su enemigo, joder! Pero de alguna forma lo había hecho. ¿Y si Antonio no hubiese reaccionado así? Vale, bien, sabía que no sería capaz, conocía perfectamente al español, pero, ¿y si...? No, definitivamente, no sería capaz.
O eso esperaba.
Porque la mirada que le había dirigido mostraba algo que no había visto antes en él, un hambre aterrador que amenazaba con comerle vivo, y le había asustado. Tal vez eso era lo que más le asustaba, lo que podría hacer Antonio con él si dejaba salir ese hambre voraz de su mirada.
Porque sabía que entonces no quedaría nada de él que se pudiese colgar en una horca.
Arthur se despertó sobresaltado cuando Antonio arrojó un cubo de agua fría sobre él. Desconcertado, le miró.
-Despierta, pirata. Hemos llegado-dijo, levantándole de un tirón.
Esta vez, Arthur consiguió mantener el equilibrio y no caer sobre Antonio, pero le estaba costando ya que el español estaba prácticamente arrastrándole. Le hizo subir hasta la cubierta del barco, desde donde pudo observar que habían llegado a tierra firme, más concretamente a una pequeña ciudad coronada por un enorme edificio de unas cuatro o cinco plantas. Nuevamente fue arrastrado sin contemplación alguna hasta una calle empedrada, que conducía, tal como había supuesto, al edificio que había visto desde la cubierta del barco.
-Parece que no estás muy hablador, Arturo-soltó Antonio de pronto, con sorna.
-Shut up, Spain, no tengo ganas de hablar.
Notó los ojos de Antonio fijos en él, pero por suerte no dijo nada al respecto, simplemente siguió andando. Eso le extrañó.
-Que raro que no digas nada, Spain, ¿a caso tampoco tienes ganas de hablar?
-Sigue caminando, Arturo-dijo, dándole un empujón.
Extraño.
Muy extraño.
No volvieron a intercambiar ninguna palabra. Simplemente caminaron, completamente en silencio. Ni siquiera los hombres del español se atrevían a hablar, lanzando alguna que otra mirada en su dirección. Al llegar al edificio, España le condujo por unas escaleras hasta las mazmorras, donde le llevó a una pequeña celda. Uno de los carceleros que había en el lugar abrió la puerta, y el ibérico le hizo entrar.
-Espera aquí y no intentes escaparte, porque entonces te matarán, y no quiero perderme tu muerte.
[Punto de vista de Antonio]
Se dio media vuelta, dejando al inglés encerrado, y se fue de ahí sin dirigir la vista atrás ni un solo momento. Tampoco tuvo motivo alguno, ya que Arthur no soltó ningún insulto dirigido a él, simplemente se quedó en silencio. Y eso era extraño en él, ya que lo habitual era que le dedicase un par de insultos mínimo. Ya en el vestíbulo, se encontró con uno de sus superiores, el cual se acercó a él para felicitarle.
-Buen trabajo, Capitán Fernández, por fin ha logrado atrapar a ese maldito pirata inglés.
-No ha sido para tanto, señor.
-Yo creo que sí, ya era hora de que alguien le parara los pies, así podremos navegar más seguros por estas aguas.
Antonio forzó una sonrisa y después, se atrevió a preguntar algo que llevaba rondando por su cabeza desde el día anterior.
-Y, señor, ¿cuál será el destino del Capitán Kirkland?
Su superior le miró y soltó una carcajada.
-¿Y cuál crees tú que va a ser, Antonio? Obviamente, ¡irá a la horca por pirata! Mañana mismo, una hora o así después del amanecer. Y debes estar presente, cómo no-aferró a Antonio del hombro y le sacudió levemente-. Por cierto, no te quedes en una de esas sucias posadas de la ciudad, he hecho que te preparen una habitación en el primer piso, uno de los sirvientes te guiará.
-Muchas gracias por todo, señor.
Su superior se retiró. Uno de los sirvientes del edificio se le acercó, le guió hasta la habitación que se le había asignado y, una vez dentro, se dejó caer en la cama.
Sin dejar de mirar el techo, pensó en todo lo que había pasado el día anterior, sobre todo en las palabras de Arthur, en lo que le había ofrecido. No podía dejar de pensar en ello, simplemente ocupaba su cabeza al completo y no le dejaba pensar en cualquier otra cosa. No podía dejar de pensar en sus cabellos rubios, en sus ojos como esmeraldas, iguales a los suyos propios, en sus labios, en su clara piel, en el peso de su cuerpo cuando cayó sobre él. En lo cálido de su aliento contra sus labios, en la intensidad de su mirada, en la presión de sus manos sobre su cintura.
Y sobre todo, sus palabras.
Era algo extraño, que esas palabras hubiesen salido de sus labios cuando sabía que... ¿qué es lo que sabía, al fin y al cabo? Los únicos momentos que compartía con el inglés era cuando se peleaban, cuando sólo existían sus expresiones, sus movimientos, sus espadas. Y cuando le capturaba, tan sólo palabras hirientes, palabras de burla, nada más. De todas formas, eran enemigos, no se iban a poner a hablar de su vida, de sus gustos y todo eso. No existía nada más que el odio.
¿Sólo odio?
Porque Antonio notaba algo más. Algo más que no supo identificar. No tenía ni la más remota idea de qué se trataba, pero tenía que averiguarlo.
Y conocía la forma perfecta. Tenía que hacerlo, su cabeza se lo estaba pidiendo a gritos.
Se puso nuevamente en pie y, sin ni siquiera quitarse el cinto del cuál prendía su espada, bajó de nuevo hasta las mazmorras. Una vez allí, les dio unas cuantas monedas a los guardias para que le dejasen a solas con el prisionero. Ambos le miraron extrañados, no era habitual en él hacer este tipo de cosas, pero una mirada amenazante por su parte les hizo irse de inmediato, no sin antes coger la llave de la celda de las manos de uno de los guardias y, tras comprobar que no había nadie más, entró en la celda.
Arthur pareció notar su presencia con rapidez, ya que se giró al instante y le miró a los ojos, desafiante.
-¿A qué demonios has venido, Spain? ¿Tal vez para mofarte de mí?
Sin hacer caso a sus palabras, cerró la puerta tras de sí y se acercó a él mientras una sonrisa siniestra se dibujaba en su rostro, provocando que el inglés retrocediese un paso.
-No, Arturo. Vengo a aceptar la sugerencia que me hiciste en el barco. Aprovecho que no hay nadie cerca que pueda oírnos, ¿te parece bien?
Su sonrisa se amplió al ver que en el rostro de Arthur aparecía la expresión que tantas ganas tenía de ver.
Miedo.
Poco a poco, Arthur fue recuperando la conciencia para hallarse encadenado y tirado en la bodega del que supuso sería el barco español. Notó un dolor agudo en la parte posterior de su cabeza. Al llevar la mano a esa zona tuvo una nueva oleada de dolor que le hizo apretar los dientes. Así que el muy bastardo le había golpeado por la espalda... la verdad, no sabía por qué le extrañaba.
Maldijo por lo bajo. No podía creer que Antonio le hubiese vuelto a capturar, no entendía cómo demonios había sido tan tonto como para darle la espalda al bastardo del español. Tal vez dio por sentado que el orgullo del ibérico no le permitiría jugar sucio, pero se había equivocado por completo. Otra vez.
Intentó ponerse en pie, pero el golpe recibido en la cabeza le había dejado lo suficientemente noqueado como para dejarle mareado del todo, así que acabó optando por apoyar la espalda contra una de las paredes de la bodega. De pronto, escuchó cómo la puerta se abría y al poco pudo ver a Antonio delante de él, los brazos cruzados sobre el pecho y un gesto burlón en el rostro.
-Por fin despiertas, Arturo, ya estaba empezando a pensar que te había golpeado demasiado fuerte.
-Como si eso te importase, bastardo-Arthur rió, su voz cargada de ironía. Hacía tiempo que había dado por sentado que si le mataba por un descuido no le importaría lo más mínimo. A él tampoco, pero obviamente preferiría verle morir bajo el acero de su espada o el plomo de su pistola. Y estaba seguro que el español pensaba lo mismo.
Antonio se agachó ante él hasta situarse a su altura para poder mirarle directamente a los ojos, aún con el gesto burlón.
-Qué, ¿cómo piensas escapar ahora? Tu barco está prácticamente hecho pedazos, y lo que queda de tu tripulación está bastante mal-Antonio dejó escapar una carcajada-. Creo que esta vez no podrás huir, y sabes lo que eso significa, ¿verdad?
Arthur se estremeció. Sabía perfectamente a qué se refería, ya que cada vez que le atrapaba le amenazaba con ello. Y no era un destino muy agradable, ya que sería llevado al primer lugar que se cruzasen que fuese territorio de España, sería encarcelado y se le declararía culpable de piratería, lo que significaba que iría directo a la horca. Volvió a estremecerse, consciente de que esta vez no tenía método alguno de escapar. Consciente de que esta vez no podría huir del destino al que el español le conducía.
-Por supuesto que lo sé, no paras de repetirlo una y otra y otra vez...-apartó la mirada de la de él, odiaba ver el destello de burla en sus ojos.
-Te dejaré pensar un rato sobre tu destino, pirata-Antonio se puso en pie.
Pero eso era algo que tenía que evitar, no podía dejarle ir pensando que le tenía miedo a su futuro. Está bien, lo admitía, no le gustaba nada la idea de que le ahorcasen, pero no podía dejar que lo supiera.
-¡No te creas que tengo miedo, you bastard! Puedo escapar de ésta antes de que puedas hacerme algo-dijo, poniéndose en pie bruscamente.
Aunque había algo de lo que Arthur se había olvidado por completo, y de lo que se dio cuenta demasiado tarde. Nada más ponerse en pie, el mareo que tenía por la herida que le había hecho Antonio le hizo tropezar, llevándose al español en su caída.
[Punto de vista de Antonio]
Lo único que podía sentir en ese momento era el cuerpo de Arthur pegado al suyo, sus labios a escasos centímetros y sus ojos mirándole con una expresión de total desconcierto. Y por supuesto, sus corazones, latiendo con fuerza, y también sus respiraciones, totalmente agitadas. No pudo evitar perderse en esos ojos de color esmeralda que no dejaban de mirarle, en esos labios entreabiertos que exhalaban contra los suyos.
Odiaba a ese maldito inglés que estaba encima de él, le odiaba más que a nada, y sin embargo, su cuerpo se negaba a moverse, sus manos se negaban a apartarle, sus ojos se negaban a dejar de mirarle. Y lo que más le desconcertaba era que Arthur tampoco parecía poder moverse ni podía apartar la mirada de la suya.
Rezó en silencio para que ese simple momento no se acabara, por alguna extraña razón no quería apartarle de él. Era raro, pero era así. Su mente le pedía que se lo quitara de encima de una vez, pero su cuerpo... Ah, su cuerpo. Su cuerpo simplemente le pedía más, le pedía mover los brazos y rodear el delgado pero fibroso cuerpo del inglés, le pedía probar esa piel que le llamaba a gritos, esos labios que le habían hipnotizado.
Pero no, eso no podía ser. Se sorprendió de lo que su cuerpo le pedía, tratando de borrarlo de su mente. Era su maldito enemigo, la persona a la que quería matar... No podía permitirse pensar eso.
Le pareció que ese momento duraba una eternidad, pero de pronto, una sonrisa torcida se dibujó en los labios de Inglaterra.
-Antonio, ¿no te gustaría aprovechar esta situación?-dijo, situando las manos en la cintura del otro-. ¿No te gustaría aprovechar que estoy a tu merced? Sé de buena mano que te gustaría...
Eso le hizo reaccionar. Antonio le apartó de un empujón, sobresaltado, provocando que se golpease contra la pared. Inglaterra dejó escapar un pequeño gemido de dolor, cerrando los ojos con fuerza, pero poco después los volvió a abrir para observar al español ponerse en pie y sacudirse la ropa.
-Eres un jodido degenerado, Arturo... nunca creí que llegarías hasta este punto.
El inglés se relamió los labios, sonriendo.
-Todo es poco si con ello puedo salvar mi pellejo, Spain, pero no niegues que no te gustaría dominarme... no puedes hacerlo-soltó una carcajada.
-Eso es lo que tú te crees, bastardo-Antonio caminó hasta la puerta de la bodega, pero antes de irse, se giró y le miró una última vez-. Te dejaré solo para que pienses cómo van a ser tus últimas horas de vida, y créeme, no serán muchas...
[Punto de vista de Arthur]
Nada más cerrarse la puerta, se derrumbó por completo. Le había costado aguantar las palabras del español sin que se le quebrase la máscara de tipo duro y seguro de sí. Pero ahora no podía más, y lo único de lo que fue capaz fue de encogerse sobre si mismo, aovillándose en el suelo.
Estaba aterrado, esta vez era plenamente consciente de que no podría evitar su destino, de que no podría escapar. Esta vez iba a morir. Y no podría evitarlo de ninguna forma.
Lo que no entendía era cómo demonios había podido hacerle tal sugerencia a Antonio. ¡Era su enemigo, joder! Pero de alguna forma lo había hecho. ¿Y si Antonio no hubiese reaccionado así? Vale, bien, sabía que no sería capaz, conocía perfectamente al español, pero, ¿y si...? No, definitivamente, no sería capaz.
O eso esperaba.
Porque la mirada que le había dirigido mostraba algo que no había visto antes en él, un hambre aterrador que amenazaba con comerle vivo, y le había asustado. Tal vez eso era lo que más le asustaba, lo que podría hacer Antonio con él si dejaba salir ese hambre voraz de su mirada.
Porque sabía que entonces no quedaría nada de él que se pudiese colgar en una horca.
Arthur se despertó sobresaltado cuando Antonio arrojó un cubo de agua fría sobre él. Desconcertado, le miró.
-Despierta, pirata. Hemos llegado-dijo, levantándole de un tirón.
Esta vez, Arthur consiguió mantener el equilibrio y no caer sobre Antonio, pero le estaba costando ya que el español estaba prácticamente arrastrándole. Le hizo subir hasta la cubierta del barco, desde donde pudo observar que habían llegado a tierra firme, más concretamente a una pequeña ciudad coronada por un enorme edificio de unas cuatro o cinco plantas. Nuevamente fue arrastrado sin contemplación alguna hasta una calle empedrada, que conducía, tal como había supuesto, al edificio que había visto desde la cubierta del barco.
-Parece que no estás muy hablador, Arturo-soltó Antonio de pronto, con sorna.
-Shut up, Spain, no tengo ganas de hablar.
Notó los ojos de Antonio fijos en él, pero por suerte no dijo nada al respecto, simplemente siguió andando. Eso le extrañó.
-Que raro que no digas nada, Spain, ¿a caso tampoco tienes ganas de hablar?
-Sigue caminando, Arturo-dijo, dándole un empujón.
Extraño.
Muy extraño.
No volvieron a intercambiar ninguna palabra. Simplemente caminaron, completamente en silencio. Ni siquiera los hombres del español se atrevían a hablar, lanzando alguna que otra mirada en su dirección. Al llegar al edificio, España le condujo por unas escaleras hasta las mazmorras, donde le llevó a una pequeña celda. Uno de los carceleros que había en el lugar abrió la puerta, y el ibérico le hizo entrar.
-Espera aquí y no intentes escaparte, porque entonces te matarán, y no quiero perderme tu muerte.
[Punto de vista de Antonio]
Se dio media vuelta, dejando al inglés encerrado, y se fue de ahí sin dirigir la vista atrás ni un solo momento. Tampoco tuvo motivo alguno, ya que Arthur no soltó ningún insulto dirigido a él, simplemente se quedó en silencio. Y eso era extraño en él, ya que lo habitual era que le dedicase un par de insultos mínimo. Ya en el vestíbulo, se encontró con uno de sus superiores, el cual se acercó a él para felicitarle.
-Buen trabajo, Capitán Fernández, por fin ha logrado atrapar a ese maldito pirata inglés.
-No ha sido para tanto, señor.
-Yo creo que sí, ya era hora de que alguien le parara los pies, así podremos navegar más seguros por estas aguas.
Antonio forzó una sonrisa y después, se atrevió a preguntar algo que llevaba rondando por su cabeza desde el día anterior.
-Y, señor, ¿cuál será el destino del Capitán Kirkland?
Su superior le miró y soltó una carcajada.
-¿Y cuál crees tú que va a ser, Antonio? Obviamente, ¡irá a la horca por pirata! Mañana mismo, una hora o así después del amanecer. Y debes estar presente, cómo no-aferró a Antonio del hombro y le sacudió levemente-. Por cierto, no te quedes en una de esas sucias posadas de la ciudad, he hecho que te preparen una habitación en el primer piso, uno de los sirvientes te guiará.
-Muchas gracias por todo, señor.
Su superior se retiró. Uno de los sirvientes del edificio se le acercó, le guió hasta la habitación que se le había asignado y, una vez dentro, se dejó caer en la cama.
Sin dejar de mirar el techo, pensó en todo lo que había pasado el día anterior, sobre todo en las palabras de Arthur, en lo que le había ofrecido. No podía dejar de pensar en ello, simplemente ocupaba su cabeza al completo y no le dejaba pensar en cualquier otra cosa. No podía dejar de pensar en sus cabellos rubios, en sus ojos como esmeraldas, iguales a los suyos propios, en sus labios, en su clara piel, en el peso de su cuerpo cuando cayó sobre él. En lo cálido de su aliento contra sus labios, en la intensidad de su mirada, en la presión de sus manos sobre su cintura.
Y sobre todo, sus palabras.
Era algo extraño, que esas palabras hubiesen salido de sus labios cuando sabía que... ¿qué es lo que sabía, al fin y al cabo? Los únicos momentos que compartía con el inglés era cuando se peleaban, cuando sólo existían sus expresiones, sus movimientos, sus espadas. Y cuando le capturaba, tan sólo palabras hirientes, palabras de burla, nada más. De todas formas, eran enemigos, no se iban a poner a hablar de su vida, de sus gustos y todo eso. No existía nada más que el odio.
¿Sólo odio?
Porque Antonio notaba algo más. Algo más que no supo identificar. No tenía ni la más remota idea de qué se trataba, pero tenía que averiguarlo.
Y conocía la forma perfecta. Tenía que hacerlo, su cabeza se lo estaba pidiendo a gritos.
Se puso nuevamente en pie y, sin ni siquiera quitarse el cinto del cuál prendía su espada, bajó de nuevo hasta las mazmorras. Una vez allí, les dio unas cuantas monedas a los guardias para que le dejasen a solas con el prisionero. Ambos le miraron extrañados, no era habitual en él hacer este tipo de cosas, pero una mirada amenazante por su parte les hizo irse de inmediato, no sin antes coger la llave de la celda de las manos de uno de los guardias y, tras comprobar que no había nadie más, entró en la celda.
Arthur pareció notar su presencia con rapidez, ya que se giró al instante y le miró a los ojos, desafiante.
-¿A qué demonios has venido, Spain? ¿Tal vez para mofarte de mí?
Sin hacer caso a sus palabras, cerró la puerta tras de sí y se acercó a él mientras una sonrisa siniestra se dibujaba en su rostro, provocando que el inglés retrocediese un paso.
-No, Arturo. Vengo a aceptar la sugerencia que me hiciste en el barco. Aprovecho que no hay nadie cerca que pueda oírnos, ¿te parece bien?
Su sonrisa se amplió al ver que en el rostro de Arthur aparecía la expresión que tantas ganas tenía de ver.
Miedo.
viernes, 2 de diciembre de 2011
Dos Espadas - Capítulo 01 REESCRITO
Capítulo 01
[Punto de vista de Arthur]
A Inglaterra le había sorprendido la llamada de España invitándole a su casa. Sí, vale que las selecciones de fútbol de ambos países fuesen a jugar un partido, pero le resultaba raro. Sí, mantenían una relación cordial, era totalmente normal, al fin y al cabo no les quedaba otra ya que se veían cada poco en las reuniones con los demás países europeos, que últimamente eran muy frecuentes, pero de ahí a eso... Sacudió la cabeza. La verdad, tenía ganas de ver el partido, y si España perdía, al estar en su casa, lo disfrutaría doblemente.
Por lo tanto, después de vestirse con el uniforme de su selección y de coger una bandera, se encaminó a casa del ibérico, el cual le abrió la puerta al poco de tocar el timbre con una enorme sonrisa dibujada en su rostro.
-Pasa Arthur, como si estuvieses en tu casa-dijo, haciéndose a un lado-. Tengo puesta la televisión en el salón, voy a por unas palomitas y a por bebida y voy para allí.
Sin darle tiempo a contestar, España giró sobre sus talones y se coló por una puerta, dejando al rubio solo en el vestíbulo. Arthur se encogió de hombros y buscó el salón. No había estado muchas veces en casa del español, pero por suerte lo encontró rápido. Se sentó en el sofá frente a la televisión y dejó la bandera a un lado. Poco después, justo cuando en la pantalla empezaban a aparecer las alineaciones de cada selección, España entró por la puerta con un enorme bol lleno de palomitas en una mano y dos cervezas bien frías en la otra, una de las cuales le ofreció a Inglaterra.
-Gracias-dijo, fijándose por primera vez en que España también vestía el uniforme de su selección.
-De nada-dijo él, dejando las palomitas en la mesilla de café frente a ellos y sentándose a su lado-. ¿Sabes? Le tenía muchas ganas al partido de hoy, hace bastante tiempo desde la última vez que nos enfrentamos.
-Yeah, hace dos años o así.
-¡Es verdad! Y aquella vez ganamos nosotros.
-Oh, no te preocupes, Spain-una sonrisa se dibujó en los labios de Inglaterra-, this will be my revenge, my darling~
Después de que sonasen ambos himnos y de que se sortease quién sacaba primero, dio comienzo el partido. Los españoles jugaban bien, eso Arthur no podía negarlo, pero los suyos no se quedaban atrás, y pronto les plantaron cara con firmeza. De todas formas, el partido se desarrollaba con normalidad, sin ninguna pelea, algo bastante raro, porque lo normal era que hubiese mucha tensión, tanta que se podía cortar con un cuchillo. De pronto, una sonrisa iluminó los labios del inglés al recordar un pequeño detalle.
-Hey, Spain, esto me recuerda a algo, ¿a ti no?
-No sé a qué te refieres...-dijo Antonio, encogiéndose de hombros y negando con la cabeza.
-Oh, ya sabes... no puedes haber olvidado todas nuestras batallas, siglos atrás.
España se giró hacia él con una extraña sonrisa.
-¿Cómo iba a olvidarlo, con todas las veces que te escapaste de la bodega de mi barco, maldito pirata?
Inglaterra no pudo evitar estallar en carcajadas bajo la atenta mirada del español. Sí, habían sido muchas las ocasiones que había conseguido escapar de la bodega de su barco, y para su desgracia, Antonio nunca había pasado por la suya. Era una espina que, pasaran los años que pasasen, seguía teniendo clavada.
Arthur se giró para mirar a Antonio, cuando advirtió que éste había adoptado un gesto serio. Eso le desconcertó, pero el español despegó los labios y habló, despejando sus dudas sobre lo que estaba pensando.
-De todas las veces que te tuve prisionero, hay una que tengo grabada a fuego en mi memoria, como si hubiese sido ayer mismo. ¿Lo recuerdas, señor soy-el-mejor-y-me-la-sopla-darte-la-espalda?
Entreabrió los labios ligeramente, comprendiendo a lo que el español se refería. Hacía años que no rememoraba eso. Y era algo que le extrañaba, ya que esos días en particular le habían marcado. Una ligera sonrisa curvó sus labios, haciéndole relajar el rostro.
-Por supuesto que lo recuerdo...
-Varios siglos atrás-
La batalla entre las tripulaciones de ambos barcos estaba siendo más sangrienta de lo esperado, pero eso sólo lo podría decir alguien que lo estuviese contemplando desde fuera. Para ellos dos, no existía nada más que la pelea que se estaba desarrollando entre ellos. No había nada más que el choque entre sus espadas, que las palabras de burla que se decían entre ellos. Lo demás simplemente no existía. Ojos verdes contra ojos verdes en una batalla sin tregua.
Ambos se movían en círculos, sin perder el contacto con los ojos del otro. No podían dejar de observarse, calculando sus movimientos con precisión. En los labios de Arthur se dibujaba una sonrisa torcida mientras que sus ojos mostraban una mirada calculadora. Obviamente, no era la primera vez que se enfrentaban y conocía al otro perfectamente, y esta vez no quería perder. No es que hubiese perdido antes, por supuesto, pero tampoco es que hubiesen sido favorables para él los otros encuentros.
-Qué, Spain, ¿no piensas rendirte?-el inglés lanzó una estocada que el español pudo esquivar sin problema
Antonio le retó con la mirada a que volviese a atacar, pero no respondió a sus palabras. Simplemente, siguió moviéndose. Arthur volvió a atacar, siendo bloqueado por su espada.
-Ya sabes que no pienso hacerlo, Arturo-una sonrisa se dibujó en su rostro, mostrando arrogancia.
-You bastard! ¡No vuelvas a llamarme así!
Sintió la furia arder dentro de él. Una nueva estocada por parte del inglés arañó la mejilla de Antonio, haciéndole sangrar levemente. Acto seguido, se reprendió a si mismo por dejarse llevar por las palabras del otro. Por alguna extraña razón, siempre conseguía cabrearle.
-Eso lo serás tú, maldito pirata inglés-sin inmutarse, el español lanzó una estocada que consiguió morder el brazo de Arthur, haciéndole retroceder un par de pasos.
El inglés apretó los dientes, notoriamente molesto por la herida provocada por el otro y porque, por alguna extraña razón, las cosas no le estaban saliendo como le gustaría.
-No te creas que solo con esto podrás derrotarme, Spain...
Y todo volvía a repetirse. Estocada por allí, insultos por allá. Acero español contra acero inglés, intentando hacer caer al otro de rodillas sin descanso. Y las heridas aumentaron, teniendo cada uno una bonita colección de arañazos provocados por la espada del otro. Pero una vez más, justo cuando la pelea se ponía interesante, fueron interrumpidos.
-¡Capitán Kirkland! ¡Tenemos que irnos ya o no podremos salir de esta! ¡Esos bastardos españoles van a hundir el barco a este paso!
Maldiciendo por lo bajo, Arthur se apartó del español, desenfundando su pistola y apuntándole al pecho, señalando a su corazón. Justo cuando todo se estaba poniendo interesante y a su favor...
-Well, Spain, he de irme...-sonrió con sorna-. Volveremos a vernos, espero-dijo, inclinándose ligeramente ante él, pero sin apartar la mirada de la suya. No le hacía ninguna gracia tener que irse, odiaba dejar las cosas a medias, pero al mirar a su alrededor un instante se dio cuenta de que no le quedaba otra. Sobre las cubiertas de ambos barcos había una gran cantidad de cadáveres, la mayor parte de su propia tripulación, y al mirar a su barco se dio cuenta de que no estaba en muy buenas condiciones. Tendría suerte si conseguía librarse de esta y escapar del barco español hasta llegar a tierra inglesa.
Una leve risa por parte de Antonio le hizo apartar la mirada de su barco para volver a dirigirla a él. Un gesto divertido se dibujaba en su rostro, llamando su atención.
-No deberías darme la espada así, Arturo-dijo, a punto de echarse a reír.
Por alguna extraña razón, un escalofrío recorrió su espalda. Había algo en sus palabras que no le gustaba nada, y lo que sus ojos mostraban, aún menos, pero aun así, tenía que largarse de una maldita vez, o no podría escapar. Dio un paso atrás, envainando su espada, sin dejar de apuntar a su pecho. Antonio no se movió, pero su sonrisa se ensanchó. Definitivamente, había algo mal en todo eso.
De todas formas, Arthur no le hizo caso.
-¿Y por qué no?-dijo el inglés riéndose. Giró sobre sus talones y comenzó a caminar en sentido contrario al castaño, buscando por donde podía huir.
Craso error.
Ya que de pronto sintió un fuerte golpe en la parte posterior de su cabeza, haciéndole dar un traspié.
Y entonces, todo se volvió negro para él.
[Punto de vista de Arthur]
A Inglaterra le había sorprendido la llamada de España invitándole a su casa. Sí, vale que las selecciones de fútbol de ambos países fuesen a jugar un partido, pero le resultaba raro. Sí, mantenían una relación cordial, era totalmente normal, al fin y al cabo no les quedaba otra ya que se veían cada poco en las reuniones con los demás países europeos, que últimamente eran muy frecuentes, pero de ahí a eso... Sacudió la cabeza. La verdad, tenía ganas de ver el partido, y si España perdía, al estar en su casa, lo disfrutaría doblemente.
Por lo tanto, después de vestirse con el uniforme de su selección y de coger una bandera, se encaminó a casa del ibérico, el cual le abrió la puerta al poco de tocar el timbre con una enorme sonrisa dibujada en su rostro.
-Pasa Arthur, como si estuvieses en tu casa-dijo, haciéndose a un lado-. Tengo puesta la televisión en el salón, voy a por unas palomitas y a por bebida y voy para allí.
Sin darle tiempo a contestar, España giró sobre sus talones y se coló por una puerta, dejando al rubio solo en el vestíbulo. Arthur se encogió de hombros y buscó el salón. No había estado muchas veces en casa del español, pero por suerte lo encontró rápido. Se sentó en el sofá frente a la televisión y dejó la bandera a un lado. Poco después, justo cuando en la pantalla empezaban a aparecer las alineaciones de cada selección, España entró por la puerta con un enorme bol lleno de palomitas en una mano y dos cervezas bien frías en la otra, una de las cuales le ofreció a Inglaterra.
-Gracias-dijo, fijándose por primera vez en que España también vestía el uniforme de su selección.
-De nada-dijo él, dejando las palomitas en la mesilla de café frente a ellos y sentándose a su lado-. ¿Sabes? Le tenía muchas ganas al partido de hoy, hace bastante tiempo desde la última vez que nos enfrentamos.
-Yeah, hace dos años o así.
-¡Es verdad! Y aquella vez ganamos nosotros.
-Oh, no te preocupes, Spain-una sonrisa se dibujó en los labios de Inglaterra-, this will be my revenge, my darling~
Después de que sonasen ambos himnos y de que se sortease quién sacaba primero, dio comienzo el partido. Los españoles jugaban bien, eso Arthur no podía negarlo, pero los suyos no se quedaban atrás, y pronto les plantaron cara con firmeza. De todas formas, el partido se desarrollaba con normalidad, sin ninguna pelea, algo bastante raro, porque lo normal era que hubiese mucha tensión, tanta que se podía cortar con un cuchillo. De pronto, una sonrisa iluminó los labios del inglés al recordar un pequeño detalle.
-Hey, Spain, esto me recuerda a algo, ¿a ti no?
-No sé a qué te refieres...-dijo Antonio, encogiéndose de hombros y negando con la cabeza.
-Oh, ya sabes... no puedes haber olvidado todas nuestras batallas, siglos atrás.
España se giró hacia él con una extraña sonrisa.
-¿Cómo iba a olvidarlo, con todas las veces que te escapaste de la bodega de mi barco, maldito pirata?
Inglaterra no pudo evitar estallar en carcajadas bajo la atenta mirada del español. Sí, habían sido muchas las ocasiones que había conseguido escapar de la bodega de su barco, y para su desgracia, Antonio nunca había pasado por la suya. Era una espina que, pasaran los años que pasasen, seguía teniendo clavada.
Arthur se giró para mirar a Antonio, cuando advirtió que éste había adoptado un gesto serio. Eso le desconcertó, pero el español despegó los labios y habló, despejando sus dudas sobre lo que estaba pensando.
-De todas las veces que te tuve prisionero, hay una que tengo grabada a fuego en mi memoria, como si hubiese sido ayer mismo. ¿Lo recuerdas, señor soy-el-mejor-y-me-la-sopla-darte-la-espalda?
Entreabrió los labios ligeramente, comprendiendo a lo que el español se refería. Hacía años que no rememoraba eso. Y era algo que le extrañaba, ya que esos días en particular le habían marcado. Una ligera sonrisa curvó sus labios, haciéndole relajar el rostro.
-Por supuesto que lo recuerdo...
-Varios siglos atrás-
La batalla entre las tripulaciones de ambos barcos estaba siendo más sangrienta de lo esperado, pero eso sólo lo podría decir alguien que lo estuviese contemplando desde fuera. Para ellos dos, no existía nada más que la pelea que se estaba desarrollando entre ellos. No había nada más que el choque entre sus espadas, que las palabras de burla que se decían entre ellos. Lo demás simplemente no existía. Ojos verdes contra ojos verdes en una batalla sin tregua.
Ambos se movían en círculos, sin perder el contacto con los ojos del otro. No podían dejar de observarse, calculando sus movimientos con precisión. En los labios de Arthur se dibujaba una sonrisa torcida mientras que sus ojos mostraban una mirada calculadora. Obviamente, no era la primera vez que se enfrentaban y conocía al otro perfectamente, y esta vez no quería perder. No es que hubiese perdido antes, por supuesto, pero tampoco es que hubiesen sido favorables para él los otros encuentros.
-Qué, Spain, ¿no piensas rendirte?-el inglés lanzó una estocada que el español pudo esquivar sin problema
Antonio le retó con la mirada a que volviese a atacar, pero no respondió a sus palabras. Simplemente, siguió moviéndose. Arthur volvió a atacar, siendo bloqueado por su espada.
-Ya sabes que no pienso hacerlo, Arturo-una sonrisa se dibujó en su rostro, mostrando arrogancia.
-You bastard! ¡No vuelvas a llamarme así!
Sintió la furia arder dentro de él. Una nueva estocada por parte del inglés arañó la mejilla de Antonio, haciéndole sangrar levemente. Acto seguido, se reprendió a si mismo por dejarse llevar por las palabras del otro. Por alguna extraña razón, siempre conseguía cabrearle.
-Eso lo serás tú, maldito pirata inglés-sin inmutarse, el español lanzó una estocada que consiguió morder el brazo de Arthur, haciéndole retroceder un par de pasos.
El inglés apretó los dientes, notoriamente molesto por la herida provocada por el otro y porque, por alguna extraña razón, las cosas no le estaban saliendo como le gustaría.
-No te creas que solo con esto podrás derrotarme, Spain...
Y todo volvía a repetirse. Estocada por allí, insultos por allá. Acero español contra acero inglés, intentando hacer caer al otro de rodillas sin descanso. Y las heridas aumentaron, teniendo cada uno una bonita colección de arañazos provocados por la espada del otro. Pero una vez más, justo cuando la pelea se ponía interesante, fueron interrumpidos.
-¡Capitán Kirkland! ¡Tenemos que irnos ya o no podremos salir de esta! ¡Esos bastardos españoles van a hundir el barco a este paso!
Maldiciendo por lo bajo, Arthur se apartó del español, desenfundando su pistola y apuntándole al pecho, señalando a su corazón. Justo cuando todo se estaba poniendo interesante y a su favor...
-Well, Spain, he de irme...-sonrió con sorna-. Volveremos a vernos, espero-dijo, inclinándose ligeramente ante él, pero sin apartar la mirada de la suya. No le hacía ninguna gracia tener que irse, odiaba dejar las cosas a medias, pero al mirar a su alrededor un instante se dio cuenta de que no le quedaba otra. Sobre las cubiertas de ambos barcos había una gran cantidad de cadáveres, la mayor parte de su propia tripulación, y al mirar a su barco se dio cuenta de que no estaba en muy buenas condiciones. Tendría suerte si conseguía librarse de esta y escapar del barco español hasta llegar a tierra inglesa.
Una leve risa por parte de Antonio le hizo apartar la mirada de su barco para volver a dirigirla a él. Un gesto divertido se dibujaba en su rostro, llamando su atención.
-No deberías darme la espada así, Arturo-dijo, a punto de echarse a reír.
Por alguna extraña razón, un escalofrío recorrió su espalda. Había algo en sus palabras que no le gustaba nada, y lo que sus ojos mostraban, aún menos, pero aun así, tenía que largarse de una maldita vez, o no podría escapar. Dio un paso atrás, envainando su espada, sin dejar de apuntar a su pecho. Antonio no se movió, pero su sonrisa se ensanchó. Definitivamente, había algo mal en todo eso.
De todas formas, Arthur no le hizo caso.
-¿Y por qué no?-dijo el inglés riéndose. Giró sobre sus talones y comenzó a caminar en sentido contrario al castaño, buscando por donde podía huir.
Craso error.
Ya que de pronto sintió un fuerte golpe en la parte posterior de su cabeza, haciéndole dar un traspié.
Y entonces, todo se volvió negro para él.
jueves, 1 de diciembre de 2011
Modificación de capítulos
Después de un tiempo pensando, mientras escribía el tercer capítulo de Dos Espadas, decidí reescribir los dos primeros capítulos. ¿Razón? Sencilla: no parece que sean mios xDDDD son demasiado cortos y tienen poco contenido (eso respecto a mi punto de vista), además de que hay algo que no aparece en el 2º capítulo que debería aparecer para que el 3º capítulo sea entendible...
De ahí que vaya a reescribir esos capítulos.
De todas formas los subiré como capítulos nuevos y dejaré los originales publicados en la ficha, para que podáis apreciar la diferencia xD
Por lo tanto, el 3º capítulo se retrasará hasta que haya reescrito los otros dos... sorry ^^U
Kyara
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